Ícaro contiene la respiración. Crucificado por el anhelo se yergue sobre las rocas. Ya no mira hacia atrás. Aunque parece que contemplara absorto el paisaje desde su proximidad, en realidad se evade de él. El paisaje que toca con los pies no le basta. Él quiere la perspectiva. Por eso necesita volar. Acaso sea su última visión. A punto de elevarse sobre el medio no piensa en lo que deja sino en lo que va a tener ante sí. Porque él desea una visión completa. Un panorama cuya observación le llene. Le haga disfrutar. Se dispone a un ejercicio sobre cuyo alcance no tiene temor. Ni duda. Más bien le embarga la certeza. Alza levemente los talones. Respira la última brisa de una costa cuyo salitre le quema. Su mirada se proyecta hacia el horizonte. Se muestra inquisitivo, y a la vez se deja tocar por una posesión oculta. Sabe que debe atravesar el éter con las armas del tesón y de la necesidad. Sabe que no puede rehuir la tentación de comprobar el mundo, más allá del que le ha cobijado hasta ahora. Deberá cruzar zonas de vientos adversos, contraponiendo su levedad a la densidad de la materia. Deberá afrontar la furia de cuantos elementos se interpongan en el viaje. El destino es un desafío. Pero él no lo considera impalpable.
(Fotografía de Dieter Appelt)
Volar, si yo pudiera volar, lejos muy lejos, alejarme de toda esta angustia que ahora me oprime, vivir en el aire, libre sin ataduras. Pero mis cadenas son tan pesadas.............
ResponderEliminarUn enorme beso