No era la pintura tenue, pero bien delimitada, de la tortuga con su roca a cuestas lo único que me iba a entusiasmar. Junto al rollo había otros manuscritos que, aunque estaban representados en caracteres antiguos que yo no dominaba, pude ir transcribiendo. Eiko me vio entregado y deslumbrado por los descubrimientos, y me dejó solo ese día y al siguiente. Los monjes ancianos me escudriñaron y trataron de recabar mi atención, pero me respetaron resignadamente y con consideración. La música de la lluvia oblicua y persistente, lejos de descentrarme, me hacía compañía y me relajaba. No supe de las horas, ni de las distintas luces del día, ni de las sombras que se iban deslizando sin darme cuenta. Aquel lugar me parecía más sagrado que nunca. Era una atmósfera modesta, el valor de la penuria digna, la renuncia a la influencia fuera de los límites del recinto de la pagoda. Los ojos me escocían por el esfuerzo y la esclavitud a los que la luz del candil sometía. Leí y me entregué azarado a la transcripción de los textos.
Puedes ser tortuga, pero no inmovilidad.
Puedes ser caparazón, pero no defensa.
Puedes ser base, pero no la totalidad del soporte.
Puedes ser caminar lento, pero no estatua inmóvil.
Puedes ser dirección, pero no rectitud.
Puedes ser apoyo, pero no eje.
Puedes ser persistencia, pero no eficacia.
Puedes ser morosidad, pero no inacción.
Puedes ser resistencia, pero no habilidad.
Puedes ser permanencia, pero no transcurso.
Puedes ser exigencia, pero no tolerancia.
Puedes ser contumacia, pero no corrección.
Puedes ser seguridad, pero no garantía.
Puedes ser movimiento, pero no fijeza.
Puedes ser energía, pero no fuego.
Puedes ser pregunta, pero no respuesta.
Puedes ser roca, pero no masa.
Puedes ser masa, pero no individuo.
Puedes ser individuo, pero no elevación.
Puedes ser elevación, pero no monte.
Puedes ser montaña, pero no templo.
Puedes ser templo, pero no culto.
Puedes ser preces, pero no meditación.
Puedes ser meditación, pero no encuentro.
Puedes ser encuentro, pero no tránsito.
Puedes ser tránsito, pero no llegada.
Puedes ser meta, pero no fin.
Puedes ser fin, pero no desaparición.
Puedes ser invisibilidad, pero no inexistencia.
Puedes ser existencia, pero no Ser.
Al transcribir los caracteres dudé ampliamente. Cada término inductivo implicaba una contrarréplica que podía ser certera o sólo aproximada. ¿Qué son las palabras sino callejuelas del laberinto de los conceptos? ¿Y cómo discurrir por esas calles sin saber si se persiguen los conceptos apropiados? ¿O llega un momento en que los conceptos se alteran o se extravían o se desvirtúan porque las palabras y su repetición imponen su tiranía? ¿Se erigen las palabras en dominio de lo que son las cosas y los acontecimientos, para recalificarlos y reorientar su curso? ¿Es el laberinto del pensamiento y de la acción un lugar predestinado? ¿O se trata de lo que vamos tejiendo día a día con nuestra indecisión y nuestra inseguridad, con nuestras osadías y nuestras irreflexiones? Decidí dejar las puertas abiertas a las interpretaciones posibles y a las improbables. Mi cuerpo me urgía al abandono, a la lasitud, mas aún flotaron unos versos en mi mente:
Certeras o no
sueños son las palabras
envolviéndonos.
(Pintura de Katsushika Hokusai)
Puedo ser tierra, coordenada, pero no vacío.
ResponderEliminarPodemos serlo Todo y a la vez Nada.
Tal vez seamos luz, y no verla.
Un abrazo, Fackel.
Nunca vacío. Siempre luz. Siempre sentido. Siempre morada.
ResponderEliminarUn abrazo, Par.
Suma y sigue esta excepcional serie... estoy encantado.
ResponderEliminarTu benevolencia no tiene límites, Stalker.
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