No cabe el paisaje entre tus ojos. Una partícula de cielo te abruma. Una mota de viento te enajena. No te entran los territorios ulteriores. ¿Por qué el miedo a perder parcelas de ti misma que nunca conquistaste? Todo te fue concedido por azar. El tiempo que no cesa. El origen que se perdió alguna vez entre las ingles de tus padres. El olor a madreselva en las noches de estío. Un fluir de agua rompiendo los remansos, un agitar de chopos, los ligeros gemidos en la alcoba vecina. El horizonte quedó atrás. Hoy todo es reflejo. La expresión de un eco de largo recorrido. La sintaxis de una memoria a saltos, apenas interpretada. Y de pronto el desconcierto. Sentirte hecha. Vagamente llena. Múltiple pero inabarcable. ¿Cómo dirías que son las madrugadas donde lo ausente se hace constancia? Mides los recursos que te proporcionan tus manos. Turbulenta cascada de dedos que palpan tu rostro, que sujetan tu garganta, envuelta en el collar de tus cabellos zainos. Antes de saberte real del todo. ¿Te tientas o te ofreces? Tu desnudez llama a la puerta del que espera. Afectación entregada. ¿Qué toque de tu piel va a levantar arpegios que erizarán la sangre del desconocido? La circular sorpresa que te embarga se torna inexpresiva. Palidez sin llanto. Lejana crueldad la de un destino que no entiende de fechas, del que jamás se sabe si reside en el principio o en el devenir de las cosas. Brusca naturaleza donde se iluminan las expectativas o se parten las esperanzas. Demasiada extensa la vista. Fijando tu mirada en un punto donde contemplas el vacío te sientes más segura. Pero hay voces que rugen. Palabras lejanas que han volado hasta tu pecho. Un clamor que descolocará la rigidez impasible y obcecada que exhibes. Pura fachada. Envuelta en un gesto que simula descuido, contemplas y oyes y recibes las ofrendas prometidas por la vida. Excesivo paisaje para tu mirada huída. Receptiva y terca.
(Lilya Corneli pone la foto)
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