No te acerques al ave. Te concedes a su aparente docilidad, a su aproximación, a su sosiego. Pero ella simula. Te ve esbelta. Busca tu gracilidad y a ti te seduce su entrega. Ha abandonado la compañía de otras aves y se siente deslumbrada por la sedosidad de tu vestido. Tal vez por la arquitectura en construcción, y que ocultas recatadamente. Hay una atracción afín entre tu cuerpo delicado y su cuello deslumbrante. Se diría que se buscan. Al acercar tu mano y otorgarle una caricia has abandonado tu propio cuerpo. Lo relajas, lo desprovees, lo ofreces. Tu mano cae suavemente hacia atrás como el esbozo de una estatua que se cincela. El cisne distrae tu seguridad y se deja hacer. No te arrimes tanto. Ambos os habéis conferido una confianza, pero la intención es desigual. El anátido es una transfiguración y tú no lo sabes aún. Crees que aún formáis parte de un Jardín de las Delicias deseable. Donde todo se dispone, donde todo tienta, donde todo se prueba sin límite alguno. Donde las especies se entienden y la monstruosidad no se ha manifestado. Donde los territorios son habitados sin conflicto y las obligaciones no se evidencian. Y juegas con el animal que, en tu capricho obsesivo, consideras dominado, accesible, sencillo. Sientes que el cisne picotea levemente tu mano, que se acopla a tu vientre, que huele la esencia recóndita de tu feminidad, que te busca. Pero lo interpretas como sumisión, como afecto, como reconocimiento. De pronto, el cuerpo del ave se torna robusto, sus alas se despliegan y se abaten sobre ti, su cuello te acomete y te rodea, su pico profundo y dúctil horada tus ingles. Apenas tienes tiempo para reaccionar. Su proceder te ha hechizado y ahora te rindes. Sólo le perteneces a él y a su destino. Y mira que te lo advertí, Leda.
(Lo representó Francesca Woodman)
¿Era el poder de Zeus o su capacidad de camuflaje y seducción bajo todas las formas inimaginables lo que capturaba a sus presas? Ah, Zeus, Zeus, poder y dominio siempre fueron un abuso en tus manos, y el juego de la seducción debe ser otra cosa. Todo viene de tan antiguo, verdad.
ResponderEliminarZeus se reservaba en el Olimpo todas las cartas que castigaran, premiaran, hicieran perdurar su poder o interferir en otras divinidades y en los humanos. Era un agente permanente, controlador y no siempre justo. Lo que es evidente es que llevaba siempre muy mal los desaires. Y era capaz de todo, aunque en ocasiones se mostrara corrector y susceptible de manifestar piedad.
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