Debiste de pensártelo dos veces antes de dudar. El espejo es silencio pero también un gran interlocutor. Escucha y calla. Pero habla y responde también. En ocasiones vocifera. Depende de lo que quieras hacer de él. ¿Que se muestra como un testigo de cargo de tus acciones? Le tomas el testimonio y te refuerzas. ¿Que te lo imaginas como un psiquiatra? Bien, te pones delante y te dejas analizar. ¿Que lo necesitas como confesor? Te postras y le cuentas tus pecados. ¿Que te sientes ante él como ante un paisaje? Te cruzas de brazos y observas el horizonte. ¿Qué lo consideras el oráculo? Plántate allí, haz cola y pregunta, sin olvidar los dobles o triples sentidos de las respuestas que te devuelva. ¿Que lo ves como el tornasol que va a mejorarte la imagen ante ti misma? Pues quédate fija, enajénate y que acontezca ese brillo que esperas que destelle. Pero, ¿dónde miras realmente? ¿Más allá del espejo, tal vez? ¿En tiempo pasado, en ausencia, en parálisis? ¿Y en qué términos te observas? ¿En sospecha, en perplejidad. en abulia? ¿Qué esperanzas te hace concebir? ¿Las apuestas por la transfiguración, el cálculo de posibilidades aún vivas, el desafío de lo cambiante? O acaso no quieres sino permanecer solamente a este lado, tentando la suerte y los guiños impenetrables de tu rostro. No desconoces que no siempre contemplarse ante el espejo es un hecho de afirmación sincera. Más bien al revés. Pero tantas veces te ha bastado con que sea de apariencia. Ahora dudas. Observas el contorno con incredulidad. Enarcas las cejas escéptica y sombría. Dudas de que haya un verdadero poder de comprobación ante el espejo. Vuelas sobre ese viento que arrecia entre la tensión controlada y la relajación forzosa, a punto como estás de mandarlo todo al infierno. Te debates en ese instante patético en que te acucia tu propio abandono. Te sorprendes en tu enmudecimiento. No sabes si tendrás fuerza para echar al espejo un último pulso digno. Te tienta alzarte y romperle la crisma. ¿Matarás al espejo?
Contemplar-se, cerciorar-se; que uno existe, aunque a veces sea otro. Es un lenguaje mudo que no admite interrogatorios, ni reproches, ni faltas. Es pura aceptación. Por eso no es cierto que uno cruce los brazos sino que los abre, desnuda y desanuda el lugar sagrado donde guarda las pasiones, y se entraga al frío del azogue donde tal vez encuentre la calma.
ResponderEliminarNo, no mataré al espejo. Uno no desea morir en manos de otro, ni de uno mismo.
Es otra alternativa, V. Aunque la imagen que emite el espejo pueda ser cambiante, aunque se muestre interrogadora, aunque haga dudar, aunque descomponga incluso.
ResponderEliminarYo sí lo mataré. No me gusta contemplarme a través de mi imagen pura y dura. Me veo mejor por procedimientos indirectos. Cuando hablo, cuando escribo, cuando bailo, cuando pinto, cuando hago pesas, cuando estoy en el monte. Ya sé que mi imagen será fragmentaria y que hay una no aceptación explícita y evidente, pero me quedo con eso de "por sus obras los conoceréis"...
ResponderEliminarNo es fácil matar a un espejo, Lagave. A espejo muerto, espejo puesto, dice el dicho. ¿No recuerdas lo fácil que se lo montó el tal Narciso? Un simple curso de agua amansada y ¡zas! el ejercicio de la autocontemplación. La cuestión es que hay que mirarse ante el espejo con cautela y con ironía, cuando con cinismo. De lo contrario, cualquiera está perdido (¿el poder del espejo...interior?)
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