(Indagaciones, XIV)
Y a pesar de la luz tenue, Winckelman sigue pergeñando apuntes rápidos, entresacando ideas hiladas de cualquier manera, instigándose con azotes del pensamiento que le perturban obsesivamente...
Venir desde atrás, desde un espacio que parecía extinguido, desde una base insegura y cuya definición se ha ido perdiendo lentamente, sin darnos cuenta; sentir que de pronto se hace presencia un entorno fugado, que se nos muestran unos individuos de los que sus rostros difuminados y sus gestos parcos en expresión nos cuestan reconocer; sentirnos asaltados de nuevo por el ángel de la bondad, aquél que en la infancia procuraba los encantamientos y prodigaba las alegrías, incluso las soñadas, y que no supimos jamás dónde se precipitó evanescente y traidor; proceder de un tiempo impreciso del que se duda que haya existido alguna vez, que sólo se ratifica cuando se hace ejercicio de pasatiempo en las escasas tertulias familiares, ya que es limitado el número de los sobrevivientes, y porque a pocos interesa el testimonio y menos el recuerdo; rebelarse por no haber hecho un esfuerzo excesivo por comprender los pasos dados y los errores cometidos; lamentar que la memoria no haya sobrevivido al enfrentamiento y al odio y a la dejación porque, incluso al recordar, cada cual justifica los viejos actos, cada cual defiende las experiencias que les conformaron dogmáticamente, y no se da el brazo a torcer sobre aquella visión reducida y negada que sembró la barbarie en nuestra propia casa; sospechar que nada fue como recordamos, sino como quisimos que fuera, sin pretenderlo, sin darnos cuenta de que avanzaban los días y no los aprovechábamos; muchos se solazaron en entelequias sumamente abstractas e intangibles que pretendían alcanzar tierras prometidas que nunca se mostraron sino en la tenebrosa fantasía, en vana condescendencia con las aspiraciones frustradas; sabernos ahora elegidos por el destino, ahora que estamos aquí exhaustos pero todavía vivos, si bien vendidos a una inercia irredenta y capaz de apagarnos lentamente; tentarnos unos a otros con el turbio silencio y el acre desdén, como remedio impuro pero consistente contra la falta de aceptación que nos atrae a los seres por el lado de la necesidad apremiante y nos repele por la parte de la elección impensable; considerarnos testigos de una existencia de la que otros no han podido ni siquiera medir sus cambios corporales, ni probar las opciones que la vida depara en la materia de los conocimientos, en la sustancia del amor, en la observación de la naturaleza, en la recreación de la estética, en la entrega al desafío de esfuerzos colectivos constructivos; llegar como un corredor de fondo hasta una zona nueva y desconocida que se va creando dentro de ti mismo; darte cuenta en el momento justo en que una excusa te ha arrancado de tu mundo habitual de que necesitabas alejarte de cuantos durante estos últimos años han compartido contigo penurias y desaciertos; presagiar que la fortuna es un ramalazo que te está hablando, que se dirige a ti, que no debes desaprovechar; calcular los años sin cálculo, no los que contabilizas en tus arrugas, sino aquellos que aún se te brindan como expectativa y destellan relámpagos de curiosidad; precisar...Pero el hombre se rinde al límite de la medianoche fría y solitaria.
Pero nunca es tarde para ejercer este
ResponderEliminarduro trabajo de reconocer y reconocerse. Aunque aquellos días no fueran aprovechados, el mero acto de ver hoy la realidad sin velos es ganar tiempo;recueperar parte de aquel movimiento.
Tomar conciencia de que la dicha es acaso este instante, es caminar con botas de siete leguas, avanzar años luz. Luego, puede el hombre rendirse en el límite de esos ojos que sostienen l mirada, del frío, de la noche solitaria.
Paralelo 49
Tengo que añadir que desde que yo soy consciente de esos breves instantes, de lo efímero del Júbilo, he de decir que su intensidad es mucho mayor. La condición de pasajero lo dota de pasión.
ResponderEliminarA veces es la noche la que se ha rendido a mí, en estos casos.
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