(Indagaciones III)
Los paseos ocupan la mayor parte de su tiempo. Esa carencia de obligación alguna que ni dirija ni coarte sus pasos le dota de una sensación inhabitual, que poco a poco se va convirtiendo en relajante y gozosa. Por primera vez desde hace muchos años se ha desposeído de la manía por programar sus actos y por adecuar las horas a quehaceres y compromisos. Se diría que está protagonizando una excursión inesperada no sólo a otros territorios sino sobre todo a su propia alma. Para escasamente en el mesón; lo justo para comer, si le viene a mano, y sobre todo cuando llega la noche. Empieza a ser conocido en el pueblo, pero las murmuraciones no llegan todavía a sus oídos. Tampoco presta demasiada atención, ni indaga. Es como si no quisiera mediatizarse, como si deseara que su búsqueda no fuera interferida por los recelos, las preguntas inoportunas o las miradas desconfiadas. Todas las mañanas se acerca diligente hasta la casa antes de emprender una caminata. La recorre de arriba a abajo, mide con sus largas zancadas las estancias, sube las escaleras del primer piso, se llega hasta el desván. Pero ni siquiera toca los muebles cubiertos de polvo. Abre ventanas y puertas, luego las cierra con apresuramiento, o se olvida y quedan abiertas de par en par. Baja a los abandonados cobertizos del ganado, desciende a la bodega. Las viejas barricas, vacías, están cubiertas de telarañas, pero permanece un olor a vino intenso. Sale al huerto y descubre los desastrados caminos que comunican unos cultivos con otros. Luego se aproxima hasta el modesto afluente, junto al que permanecen viejos pozos sin uso, con las bombas cubiertas por el óxido. Distingue los frutales, los manzanos, los cerezos, las higueras, los nogales, los ciruelos. Advierte algunas fresas salvajes que crecen soterradamente por las veredas. Contempla los chopos que, como veteranos estandartes, aún conservan los trenzados del lúpulo sobre sus troncos. Lo mira todo con admiración y con sorpresa, desechando pretensiones propietarias, desestimando poner en marcha ningún plan. Su observación meticulosa y fotográfica es tranquila. Como si no tuviera intenciones de modificar nada, como si quisiera escuchar simplemente a las plantas, a los árboles, a la tierra yerma. Como si tratara de imaginar aquella casa y aquel suelo en toda la plenitud de los tiempos habitados, activos, fructíferos. A veces se detiene largos ratos y se sienta sobre una piedra de molino en medio de aquel rincón silente. Cercado por el rumor delicado del arroyo y la hojarasca que se cimbrea entre los chopos, cree oír risas de niños, llamadas femeninas, entrecortados jadeos, alguna que otra blasfemia de los que mantenían con esfuerzo la huerta.
Tiene que haber nombres tras esos sonidos, piensa.
Tiene que haber lazos que nunca hubiera esperado que se vincularan con mi vida, piensa. Paulatinamente va levantando una topografía imprecisa de sensaciones. No tiene intención de que la materia se imponga al discreto olvido imperante en el lugar. Él no ha llegado allí para resucitar a los muertos. Ni para restituir memorias que resuenen sobre los oídos que ya las percibieron antes.
No sé bien qué estoy pisando, pero este lugar desierto me habla, sueña.
(Pintura de Ludwig Kirchner)
En un mundo estresado esta descripción es una bocanada de oxígeno. Calma. Paz. Sosiego. Gracias
ResponderEliminarBienvenido/a y bienhallado/a. Si una leve y efímera descripción, como dices, te hace sentir esos conceptos tan sensoriales (calma.paz.sosiego) me alegro. Y eso me hace sentirme estimulado..."Un post de blog bien vale una misa", parodiando a un francés Enrique IV. Sigo contando con tu compañía. Gracias a ti.
ResponderEliminarSigo leyéndote, puedes seguir escribiéndo, me gusta, me relaja,a veces me emociona, pero siempre me sugiere.Más gracias.
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