El despertar ha sido amargo. Coronas tu sueños con desatinos. Son los sueños, piensas. El precio y la garantía de renunciar a ti misma durante unas horas. Amaneces repartida en cuadrículas que juegan a ocultarse y a descubrirse. Alternadamente. El blanco y el negro diezman tus perfiles. Es el precio de las indecisiones, piensas. Te contemplas abstraída. Es como si estuvieras parada y a la vez dispuesta a tomar carrerilla. Nadie advierte que estás observando la perspectiva, aunque no reacciones. Es como si la duda te bloquease y no pudieras activar tus sentidos. Eres lo más parecido a una máscara. Lo asumes. Las máscaras encubren y también defienden. Eso es lo que aprendiste. Y lo que entendiste de la sabiduría de las tribus africanas: proteger tu interior. Conjurar tus miedos. Espantar la acechanza púnica. Cuando estás débil, las usas. Te gusta deambular entre apariencias. No puedes negarlo. Lo real es siempre demasiado rudo. Y con frecuencia bastante brusco. Eso solías decirme. Y hay que alterarlo, para impedir que haga mella en nuestra piel. Convertir en ficción nuestros gestos, nuestros rostros, nuestros adornos. Eso me repetías con frecuencia. Te sientes atacada por las actitudes de otros, que te hieren. No siempre es lo que pretenden los demás, pero sí lo que a ti te llega. Y la simulación es esa alteridad que flota dentro de cada uno, sin llegar a ser jamás del todo nosotros. Y tú tan sensible, tan presta a ponerte en guardia. Como aquella vez que me peguntaste si me iba o me quedaba. Si me iba o me quedaba ¿dónde? ¿En tu territorio fronterizo? ¿En mi paisaje inestable? ¿En tierra de nadie? Uno siempre está y no está. El que lo capta de otra manera está aceptando lo tibio, la resignación, lo amorfo. Tú sabes que yo no. Que tú tampoco. Que la vida siempre es un ser y no ser. Se fija sobre capas tectónicas de duración limitada y de consistencia relativa. Cuando creemos disponer de lo certero, se nos va. Demasiado exigentes, sueles decir. Excesivamente vacilantes, insisto. En la diagonal de tu mirada no hay tristeza. Hay hastío. Te sospechas agotada. La ilusión fue sacrificada en el ara de la seguridad. Para qué. Los anhelos se extraviaron en el lento y deprimente transcurso cotidiano. No resistas. Cede ante tu pusilanimidad por una vez. ¿Qué puede suceder? ¿Que no despiertes?
(Bill Brandt fotografía)
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