Y de repente los colores se extraviaron. Y donde había una gama que redimía al universo, todo dejó de ser opalino. Y donde los rincones abrían sus ángulos a los destellos más pronunciados, los vértices enmudecieron. Pero el caminante ve el perfil de la transparencia donde otros no levantan la vista del suelo. Y si bien la nitidez está ausente, mantiene la línea de su mirada. Y recibe a las nubes como aliadas. Y se recrea con el rumor del oleaje. Y se abandona a la caricia afilada del viento. Y siente el roce de la arena que llega a sus pies, desalojando los misterios del fondo del océano. ¿O se trata del mismo arcano que el de la vida? Distingue el haz y envés de la luz. Se entusiasma con la profusión de sus combinaciones, pero acepta el recato de sus velos. No está cabizbajo por el hecho de que los colores hayan volado hacia otros paisajes. Él también se reconoce en los quiebros de la naturaleza. Donde las estrías de las aguas y las muescas que tallan las nubes dotan de unidad a la laboriosa inquietud de los hombres. No tiene el corazón encogido. Ni teme los sonidos inusuales de la noche. Se sabe seguro hasta en sus ficciones más desproporcionadas. Se admite firme hasta en sus ensoñaciones más recónditas. Respira la brisa, aun a costa de otra luz. Un pulso entre ráfagas de tiempo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario