(Variaciones V)
Ha dormido una parte inusual del día. Él, que tanto gusta de madrugar, ha permutado su tiempo. La vieja disciplina debe quebrar de vez en cuando siquiera para sentirse uno trasgresor. La trasgresión es huída, y sin duda, conminación. Se impele a sí mismo al abandono de los compromisos, al olvido de los ejercicios habituales. Ha dormido sin pretenderlo. Acaso el agotamiento causado por el trabajo de los últimos días, el nerviosismo de la exposición en ciernes, y sobre todo, la emoción por la mujer apenas descubierta le ha roto. Demasiado esfuerzo a varias bandas. Necesitaba el descanso. Hay algo de parada y de separación en el descanso. Y mucho de encontrarse con el propio individuo perdido. Aunque se sienta abúlico. Demasiadas obligaciones suelen citarse frecuentemente con la indolencia. Es una extraña, secreta y morbosa relación de necesidad. No se encuentran tan lejanos comportamientos como actividad y paralización. Él no los vive como opuestos, sino como elementos que proporcionan equilibrio. No siempre. Hoy no tiene ganas de comer, los mensajes en el contestador telefónico los ignora, las ideas pueden quedarse congeladas, desea. Siente tan entumecido su cuerpo que, apenas levantado, se estira con escaso ánimo y se deja hundir en un viejo sillón de mimbre, junto al amplio ventanal que da a la llanura. La luz del día da sensación de calor, pero la primavera se presenta fría y lenta. Ha echado mano del libro de una escritora húngara que le tiene cautivado. Tanta literatura a nuestro alrededor, piensa. Tantos descubrimientos con la edad ya tardía. Recapacita sobre los años perdidos de lectura, sobre la desinformación que le denegó el acceso a los textos interesantes, sobre los prejuicios que le ocultaron a los autores más próximos, sobre las aventuras que le distrajeron. Querer correr hoy intelectualmente no es algo que difiera de la carrera estrictamente física. No se tiene ya resistencia para el esfuerzo desmesurado. Sí, tal vez, para una lectura medida, tranquila, elegida con rigor. Los años vividos le han dado claves para adentrarse en la escritura difícil, pero debe hacerlo con otro ritmo. Sin premura, sin ansiedad, sin ganas urgentes de llegar al final. Él mismo se traduce en propuestas aquello que desea. La visión del paisaje le relaja, pero recorre su pensamiento y agita los colores. ¿De qué manera ha condicionado durante estos últimos años su vida el paisaje que tiene antes sus ojos? Le ha marcado, le ha sujetado, le ha apartado de un mundo cuyas categorías duda ya en reconocer. Y sin embargo es su deambular por las calles habituales y la entrada y salida de las casas de sus amigos y las reuniones en los entes de su vieja ciudad lo que le hace agitarse y sentir sus pulsiones. Venir a este paisaje es otra cosa. Son las sensaciones por sí mismas, la revelación de una naturaleza que no necesita de él para manifestarse a lo largo de las estaciones. Desde aquí respira su propio aire y se desprovee de lo inmediato y se hunde en la ociosidad saludable y los recuerdos se alejan y los deseos se atemperan. Recuerda a la mujer de la sorpresa con la que estuvo la otra noche, y no puede evitar reflexionar sobre las distancias que intuye que existen entre ambos. No puede tampoco despojarse de la fatalidad de la atracción. Pero el paisaje del llano es más poderoso. Se cubre con un jersey, dobla sus piernas sobre el sillón y mira sin más. Al contemplar los campos roturados y los árboles jalonando los arroyos y las laderas coloreadas de piornos y amapolas se desintegra. Y luego ese silencio, casi olvidado, consagra su tiempo y le conforta.
(Dibujo de Antonio Agudo)
Buenos días. Una vez vi en una ciudad de Andalucía los dibujos de Antonio Agudo. Es muy interesante la calidad de los escorzos de hombres y mujeres que reproduce, y no hay como el desnudo para ser captados. Me sorprende gratamente que esta mano haya llegado a ser tenida en cuenta en tu blog. La verdad es que es un autor muy sugerente, aunque tenga un toque academicista, la búsqueda por su parte está ahí, en su obra. Saludos.
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