(Variaciones I)
Te has vuelto de lado. La excusa es la calle, el ruido viene siempre bien para desviar lo que no se quiere afrontar. El ruido absorbe nuestras debilidades y las apacigua. Sorprendente, ¿no? Me has hecho sentir entre tus manos como...¿Cómo te diría? ¿Debo repetir aquel tópico de un juguete, un capricho, un devaneo...? No, es falso, no he sido sino aquello que yo he buscado. Sin que previamente pretendiera serlo. A estas alturas debería haber sabido que no podía obtener sino esas horas de sorpresa. No me parecía poco. Tú tal vez tampoco intentabas otra cosa. Ni esperabas la novedad, ni una seducción especial, ni una entrega incontenible y desbordante. Acaso tratabas de lograr una noche de acompañamiento cálido. No era poco. Para mi tampoco era algo desdeñable. Ambos lo necesitábamos y, aunque a través de estas horas, ha transcurrido por el filo de nuestras pieles un espectro de ansiedad que pedía más, éste se ha evaporado. Tú miras ahora el amanecer mientras me visto lenta y calladamente. Aunque esa mirada no esté prospectando nada exterior, sino más bien midiendo tu pulso íntimo. Recuerdas precipitadamente este rato, te confundes en un análisis de urgencia, te bloqueas al intentar procurar una salida airosa. Por eso miras a través de la ventana. Proyectas una perspectiva con el ojo sobre la avenida, porque no dispones de una claridad de visión de lo que aquí ha pasado entre nosotros. O acaso por todo lo contrario, porque en esta habitación se ha producido un destello, sugerente y leve, pero lo suficientemente luminoso en este ambiente de tinieblas en el que ambos vivimos. Por la fijación de tu mirada están transcurriendo infinidad de imágenes. Lo presiento. También por mi cabeza, pero su acontecer atropellado me perturba. ¿Consigues tú ponerlas en orden? ¿Son las mismas valoraciones, semejantes tanteos, parecidas inquietudes las que te apremian para entender algo que resulte diáfano, antes de que yo me vaya? Me cuesta creer que el calor de esta noche se haya vuelto tibio. Quiero pensar que si te toco de nuevo, simplemente la cabeza, o pongo una mano sobre tu hombro o hago girar tu rostro hacia el mío, estaré atizando nuevamente los rescoldos que no han debido apagarse. Y sin embargo no sé si debo hacerlo. Como tú no tienes claro si debes exigirme que lo intente. Este silencio que recorre de punta a punta la habitación está poblado de voces que no queremos escuchar. Me he atado los cordones de los zapatos y me dispongo a echarme por encima de los hombros la chaqueta. Me has mirado desde la penumbra. Yo he dado otro paso. Vas a decirme: cuídate. O bien: llámame cualquier día. O tal vez: estuvimos a gusto. Y mira que temo estas frases de ritual, que tanto taponan las indecisiones. Según te acercas a mi me llega una bocanada cálida de tu cuerpo. No hablas. Rastreas con tus dedos púas mi pelo ensortijado, en un ademán de peinarme y hacerme presentarme. ¿Para quién? Me vas a echar sin palabras, sospecho. Todo está más calmo. Hasta el desasosiego. De pronto, nerviosa, intuitivamente me revuelves los cabellos, te desposees, te fundes sobre mi cuello. El alba se ha detenido de la ventana para dentro.
Fackel, me gusta el tono de incertidumbre con que planteas ese tipo de encuentros, debes persistir y marchar más allá. Buen jueves, que no sé si para ti tampoco será festivo.
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