Cuenta John Berger: Un día alguien le preguntó a Alberto Giacometti: cuando tus esculturas tengan finalmente que abandonar el estudio, ¿dónde irán? ¿a un museo? Y él respondió: No, que las entierren, así podrán hacer de puente entre lo que está vivo y la muerte.
Desde el borde de sus labios al cabo de sus pezones se alza una estructura de nácar. Cómo se mide la luz entre los dos pivotes que consolidan el puente de la vida. Cómo se puede hacer el recorrido sin desviar la mirada, sin desorientarse, sin caer al abismo. He aquí que un funambulista se arriesga y se yergue hasta lo más alto del hilo invisible que comunica los pilares de su territorio. Acaso allá arriba ejecute una danza oferente donde el equilibrio sea el verdadero homenaje. Tal vez se trate de una peregrinación de ida y vuelta, donde prospección y ritual se complementen para mayor gloria y armonía de la naturaleza. O el impulso fatal le seduzca y se deje imantar por el vacío, en cuya flotación efímera le sea permitido contemplar el poderoso armazón de contraluces. ¿Sabes que los antiguos imaginaban de esta forma la cúpula del firmamento? Y todo lo que tenía lugar bajo las estrellas de sus poros, decían, invitaba al tránsito suave, a perseguir la calma, a obtener la carencia de ansiedad. El manto de sombras sobre la superficie del puente libera de opacidad el volumen. No hay otra fijación, quizás, sino la tímida mirada exterior. No hay otra sujeción que la prudente observación relajada. El paradigma es en sí mismo demasiado poderoso. El funambulista se sienta en la orilla, contempla el paisaje y admira la suave ondulación de las dunas. Trata de entender si forma y estructura son un mismo ente, o las dos caras de una dimensión inexplorada.
Hola, F. Sugerente disquisición sobre la belleza del cuerpo femenino. Potente en sí mismo. Fundamental la mirada ajena que puede covertirse en propia. El objeto del puente es acercar, no sólo salvar vacíos. Me gustan tus comentarios sobre fotos, o inspiradas en fotos, o espoleadas por fotos. Saludo.
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