"...Y es que en la noche hay siempre un fuego oculto". Claudio Rodríguez
jueves, 12 de octubre de 2006
Las hormas
Orfandad de las hormas. Los ángeles abandonan el corazón del bosque. Sólo se espera la incursión de los bárbaros. Su hieratismo estremece. Entre el equilibrio y la prueba. Desafío de la adaptación. Una estructura aparentemente firme, casi inmóvil. Canon de la robustez. Alternancia de sensaciones: ora se sienten encorsetadas, ora liberadas.
Transitamos el tiempo, proseguimos echando raíces, ilusiones que nos permitan sobrevivir en el fragor de la cotidianidad. Una raíz no es un origen, es un ancla. Pretensión de arraigo, conjura para no perecer. Siempre pendientes de una cadena, de un hilo, de una vinculación, de un azar.
En la imagen hay algo de navío varado o de náufrago en pleno rescate o de hallazgo secular bajo la capa arcillosa y reseca de un terreno baldío o de quijada descarnada o de anciano de la tribu discurriendo consejos para las nuevas generaciones. Hay nobleza en el semblante de la horma, mas su condición pendular la mantiene sujeta a otros poderes que se nos ocultan a la vista.
Lamentándonos silenciosamente, resistimos: entre sujeciones, apegos, vaivenes. Sentimos que la costra crece y que nos vamos dotando de una pátina descolorida, de una callosidad agrietada, de una gravedad densa. El precio de la quebradiza perduración es como en la horma. Mas nuestros modelos son siempre efímeros. (Fotografía de Chema Madoz)
La sugerencia de la horma fangosa me interesa, Daniela. Después de todo queda la duda de si la cadena es la que extrae el objeto del barrizal o la que lo sumerge, ¿no?
Vaya, Pardo, una horma con rostro humano, eso me remite a Pericoli y su tratado sobre los rostros, del que hablé hace unos días. Tienes razón, ¿por qué no verla así?
"Yo he elegido ser un poeta troyano. Pertenezco decididamente a la facción de los perdedores: los perdedores, privados del derecho a dejar huella de su derrota, privados hasta del derecho a proclamarla. Ahora bien, acepto la derrota, no la rendición". Poeta palestino Mahmud Darwish.
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"-¡Ay! -respondió Sancho llorando-. No se muera vuesa merced, señor mío, sino tome mi consejo, y viva muchos años; porque la mayor locura que puede hacer un hombre en esta vida es dejarse morir, sin más ni más, sin que nadie le mate, ni otras manos le acaben que las de la melancolía."
La han arrancado del fango, pero sigue encadenada, aunque parece algo más libre, más eterea.
ResponderEliminarDonde Fackel ve una horma, yo veo un rostro, un cuerpo, un alma errante. Buenos días.
ResponderEliminarLa sugerencia de la horma fangosa me interesa, Daniela. Después de todo queda la duda de si la cadena es la que extrae el objeto del barrizal o la que lo sumerge, ¿no?
ResponderEliminarVaya, Pardo, una horma con rostro humano, eso me remite a Pericoli y su tratado sobre los rostros, del que hablé hace unos días. Tienes razón, ¿por qué no verla así?
Saludos encadenados.