Unos dicen que su huida fue su perdición. Otros que su redención. Cuando estaba a punto de quedar terminada para incorporarse a la galería decidió negar el futuro que se le deparaba. No le seducía la idea de verse escoltada por las demás obras que el escultor de Paros creaba. Prefirió sentirse incompleta antes que ser identificada como una mortal disciplinada y aquiescente. No había dado el demiurgo el último toque a todo su contorno cuando ella se quiso tal cual se contempló aquel día de luz voluptuosa. Menos bruñida. Más tosca. Nada rígida. En absoluto modélica. Y muchos menos condescendiente. ¿Qué vena había en aquel mármol creciente de la isla que había dotado de alma a la Ménade?
Aprovechando la noche y que el taller dormía abandonó el estrado donde estaba siendo cincelada. A las afueras de la ciudad soplaba una brisa marina que halagó a su piel delicada. Los cabellos, agarrotados por el cincel metódico del egeo, se desarbolaron caprichosamente. El cordón que sujetaba el ligero peplos se desató, dejando volátil la gasa, ondeante a cada salto. Se ensimismó con la contemplación de su joven desnudez. Le pareció escuchar un sonido que no era fragor de oleaje. No supo si la musicalidad que llegaba cada vez con más nitidez a sus oídos venía del lado oceánico o del interior agreste. Tampoco entendió bien el dialecto de una voz tenue y sutil que iba haciéndose más precisa. ¿Procederá de la lejana isla donde dicen que una instruida poeta congrega a sus amigos bajo una cultura de la alegría y el placer?, pensó entusiasmada.
Se afirmó en aquella tentación salvaje. Empujada por su osada independencia sintió la sacudida de sus propios actos. Sus pies adoptaron el ritmo que llegaba con el viento. El salitre húmedo hería sus perfiles más rudimentarios. Los matojos rasgaban sus pasos. Había en aquella soledad de la noche cierta ebriedad sensual. Cuando la canción y la flauta estuvieron cercanas se dejó arrastrar a una extraña ceremonia que el artista podría haber intuido pero no plasmado. Era una incitación desconocida. ¿Tal vez es esta la medida de mi libertad?, se dijo. Con moderación primero, con frenesí más tarde, la Ménade fue poniendo en acción cada parte de su cuerpo. Sabía que tras los arbustos era observada. Le dio lo mismo. Ella solo tenía mirada para sí. Y movimiento, y contorsión, y un agitado bamboleo de su cabeza que distraía voluntades ajenas, que frustraba voluptuosidades extrañas, que ahuyentaba obediencias, que rechazaba metas. Los brazos describían geometrías incontroladas. Las palmas de las manos constituían una exultación al éter. Los pechos emergían cupulares. La tensión dinámica ponía al descubierto la inconmensurable belleza del caos. No había zona de su cuerpo que no fuera ejecución de una danza improvisada y fiera.
No volvió nunca al taller. Tantas cosas se dijeron de su desaparición. Que alguien le facilitó la huida. Que fue el viento de la bahía quien la trasladó a otras regiones. Que los mil ojos escudriñadores la disolvieron con sus lascivos deseos. Que cierto dios ingrato la hizo pagar el precio de rebelarse contra su destino. Que acaso el mismo hombre que la tallaba renunció a condenarla a un mero futuro pétreo y la dejó convertida en sueño.

Simplemente, no quiso compartir espacio, prefirió ser única.
ResponderEliminarY auténtica.
EliminarNada como la libertad. Creo que se escapó sin consentimiento de su creador, porque dicen algunos que, cuando el escultor vio que había desaparecido, se quedó de piedra, literalmente.
ResponderEliminarNo subestimemos de todos modos al autor, sabía mucho del pathos y aunque se quedó corto con la Ménade no ha habido otro artista igual en esta representación del desenfreno que nos transmite.
EliminarLa libertad suele tener un precio muy alto a pagar. Las Ménades lo sufrieron en sus propias carnes petrificadas.
ResponderEliminarLa libertad a ultranza ya sabes con qué se paga. Tánatos sabe de ello.
Eliminar¡Fackel, magnífico!
ResponderEliminarQué potente alegoría sobre la negación femenina a ser una obra terminada y modélica por manos ajenas. La Ménade rechaza el destino "disciplinado y aquiescente" que le depara el demiurgo, eligiendo su propia independencia salvaje.
Su danza, su "belleza del caos", es un acto de apropiación de su propio cuerpo y voluntad. Su huida es una ruptura con el pedestal que la condena a ser un objeto de contemplación masculina.
Un texto brillante sobre la agencia y la libertad de ser "incompleta" antes que dócil. ¡Abrazos!
Sacas interesantes conclusiones, Bara. Todos deberíamos ser más incompletos, y menos mediocres.
EliminarSu deseo de ser única tal vez la haya llevado a no serlo.
ResponderEliminarA no tener rasgos físico que podrían haberla hecho distinguible de otras.
Saludos.
O a tenerlos, sobre todo después de sus bailes desenfrenados donde se cree independiente. Al menos baila para sí misma.
EliminarPocas de las estatuas de la antigüedad han podido escapar a su destino finito. Y demasiado que muchas han sido encontradas, en mejor o peor estado. Han padecido de todo, del clima, de las vicisitudes de las culturas y civilizaciones, y de la ignorancia y el olvido . Está bien esta ficción de la estatua rebelde a su destino.
ResponderEliminarAnder
Es tal como dices. Me sorprendo de la cantidad de imágenes que siguen apareciendo por doquier. Sigo con más frecuencia los descubrimientos en Italia, por un blog que publica diariamente, y es incesante la aparición de estatuas, de piedra o bronce, en los lugares más sorprendente o más usuales. Y muchas de ellas de alta calidad.
EliminarMuchas veces es mejor un destino imperfecto que hayamos elegido, a uno perfecto que nos hayan impuesto...
ResponderEliminarSi el destino imperfecto nos ha enriquecido, y no me refiero al aspecto económico lucrativo, seguro que percibimos grandes satisfacciones. Que cada cual lo valore.
EliminarEstá muy bien escrito e insuperablemente descrito.
ResponderEliminarCreo que lo que he leído por aquí está muy acertado, por lo que me sumo a ellos, aunque encajo más con la respuesta de BEAUSEAU.
Salut que no falte ¡
Quien más o quien menos, Miquel, somos hijos de la imperfección, de lo híbrido, de lo demediado, y negarlo es de necios. Pero vivimos tiempos en que todos nos creemos insuperables.
EliminarCuántas esculturas parecen esclavas de su destino...
ResponderEliminarSeguramente todas, incluso aquellas que tienen sus copias y por lo tanto están doblemente esclavizadas.
EliminarNegarse a ser moldeada como el escultor soñaba fue su acto de rebeldía consagratorio. Fue ella misma, aunque a la vista de otros aparenta estar inconclusa o desechada. . Un abrazo
ResponderEliminarAunque no sé por qué sospecho de cierta complicidad del escultor. La Ménade en su enajenación caprichosa no renuncia a su conciencia. Nada pétrea por cierto..
EliminarAquesta frase final teva no hauria de desaparèixer mai en l'oblit.
EliminarTal vez todos somos estatuas de piedra de un sueño.
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