Los asaltantes se conjuraron. Impactados ellos mismos por la tajadura letal dudaban sobre si presumir de la hazaña u ocultar el desmán. Digamos que fue un rayo, propuso uno. O que estaba ya resquebrajada, sugirió otro. O que la calidad del mármol era pésima, opinó alguien más. El más fiel a sus principios de tomarse la justicia por su mano, y nunca mejor dicho, impuso silencio. Con voz firme e intimidante avanzó su sentencia. Hemos venido a hacer esto. ¿Por qué, entonces, deberíamos avergonzarnos? Nadie va a sancionarnos por ello. ¿Acaso este golpe de tajo tiene menos justificación que los que hemos dado en otras partes? ¿O es que otros grupos no han hecho de estas y peores, y no solo con estatuas? Ya sé que antes hemos creído en unas u otras clases de divinidades, pero ahora sabemos que estábamos obligados a creer en ellas. ¿Vamos a perdonar a quienes nos sojuzgaron durante años y ahora están derrotados? No hay mejor demostración de nuestra venganza que arremeter contra sus símbolos. Porque ni siquiera los individuos que habitan en esta ciudad se deben tanto entre ellos como cuando suelen recurrir a las deidades y a las tradiciones tras las que pretenden sentirse seguros. Sin símbolos se doblegarán. Sin rostros en los que contemplarse se perderán. Antes o después acabarán aceptando nuestras nuevas leyes.
Los hombres se miraron entre sí, titubeantes y avergonzados. Los argumentos del líder de la partida no podían ser rebatidos. Pero algo latía en ellos que les dividía en su propio interior. Hemos venido a hacer lo que hemos hecho, misión cumplida. Un dios menos; lo mejor sería que lo sepultáramos bajo las ruinas, arriesgó el más razonable. El líder le lanzó una mirada que el otro percibió como cuchillada. Los arengó. Hemos venido a eliminar lo que encarnan las estatuas. A borrar la historia de quienes las erigieron. A que todos vean de lo que somos capaces con la nueva fuerza que nos guía. No solo hay que derribar sino que debemos exhibir lo derribado. Que la ciudad tome nota de su fragilidad y sepa que no hay esperanza invocando su pasado.
* Fotografía de Mimmo Jodice.

No solo hay que derribar, sino que debemos exhibir lo derribado. Ese es el auténtico objetivo de los asaltantes, de los bárbaros, solo aplicable al ser humano, matar por matar, destruir por destruir, sin razón aparente, sin motivo razonable, sin remordimiento, solo por el mero placer de matar, de destruir sin apercibirse tan siquiera, que ello les acerca a ser lo más parecido a Dios.
ResponderEliminarSaludos
Y hemos vivido tantos casos en estos nuestros tiempos...
EliminarEsta serie tuya sobre la iconoclasia y la destrucción de la memoria es sobrecogedora. El ser humano es capaz de la mayor vileza y de la mayor generosidad, una tensión constante entre comprender al otro y negarlo ferozmente. La historia del mundo -de nuestro mundo- no es otra cosa, con una u otra forma tecnológica de construcción y de destrucción. Yo soy de un tiempo que creía firmemente en el encuentro con el otro. Un tiempo que parece amenazado.
ResponderEliminar¿Alguien duda de la capacidad de maldad que conllevamos los humanos? Individuamente o en grupo la maldad, casi siempre hija de la ignorancia consentida (autoconsentida y aceptada), conduce al crimen.
EliminarMira lo que acabo de leer:
https://elpais.com/internacional/2025-11-11/la-fiscalia-de-milan-investiga-safaris-humanos-en-sarajevo-viajes-a-la-guerra-en-los-noventa-pagando-por-disparar-a-personas.html
¿De verdad crees que la belleza puede detener o al menos hacer dudar a las bestias destructivas? Me gusta la idea pero me cuesta pensar que pueda ser así. Y si lo fuera los agresores saben que corren peligro si disienten y tienen que cumplir órdenes. Las órdenes, esa gran excusa una vez que han tomado partido.
ResponderEliminarAnder
La belleza puede hacer dudar. Detener no. La belleza es eros. La brutalidad y el crimen es tánatos. Pesa demasiado el instinto brutal. Ha habido desertores en todas las guerras, y no solo por miedo sino por no querer ser cómplices de las matanzas.
EliminarLos que hacen daño a las estatuas, no te lo hacen a ti porque no te tienen a mano
ResponderEliminarNo respetan nada.
Los que no se pararon ante estatuas o templos antiguos o centros de saber tampoco se detuvieron frente a la población.
EliminarAy de lo vencidos.... estas creando una serie de estampas muy convincentes, seguro que fue así, y si no bien pudo serlo
ResponderEliminarEse vae victis! me ha sugerido una idea para un texto, porque el crimen también se sacraliza, no creamos que solo se penaliza en algunas circunstancias.
EliminarAy de los vencidos. Y eso se puede aplicar a las vencidas, especificamente.
ResponderEliminarEsas agresiones tan irreversibles contra las esculturas podrían simbolizar actos violentos contra mujeres que no son de mármol. Ya ha pasado en la historia universal.
Saludos.
Podrían simbolizar, sí. Y aún sigue esa violencia específica, a mayor escala de lo que vemos en nuestro entorno.
EliminarA violência continua a crescer... e atacar símbolos é a forma de se fazerem ouvir...
ResponderEliminarBeijos e abraços
Marta
En un intento de acabr con elementos culturales, y no solo con poder político de otros. Historia de la Humanidad, Marta.
EliminarFáckel:
ResponderEliminarqueda creer en que se cumpla eso de que quien a hierro mata...
Salu2.
Pero eso no debería traducirse en el mandato judaico, y también heredado por los cristianos, de ojo por ojo, ¿no?
EliminarMe refería a que las estatuas del nuevo dictador sean también mutiladas...
EliminarLa destrucción de las estatuas era colateral a la destrucción de vidas y de bienes. Era y es. Y mientras, a la destrucción del honor, la dignidad, la verdad y el bienestar de las personas, que se da todos los días.
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