ITINERANCIAS que acababan en un café. Esgrimíais el vaso como parte del argumento. Aderezo de la palabra, oasis en la fronda del barullo coloquial, gesticulación fraterna que dirimía posibles enconos en las disputas. Tú llegabas y se te ofrecían. Tus cómplices, sus razonamientos, el tono acogedor del grupo. Ella llegaba y era el silencio. Cada comentario quedaba congelado. La presencia de su cuerpo menudo y su alegre luz se imponía. ¿A dónde nos llegábamos?, sugería uno de vosotros. Y ella, en un guiño: por mí podéis volver a empezar. Allí la itinerancia no tenía fin. Y las horas se hacían fecundamente leves. Nadie se distanciaba por las opiniones mantenidas. Ella recababa todas las miradas abiertas, menos la tuya, sigilosamente envidriada. La mujer siempre supo que la desafiabas.
Haz feliz al perro; no cuesta nada.
Hace 1 minuto
Desafíos que van más allá de las palabras...
ResponderEliminarProbablemente, Neo.
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ResponderEliminarLas manos también denotan la manera de ser y actuar de un individuo, creo.
EliminarEste comentario ha sido eliminado por el autor.
EliminarDigamos que una relativa autonomía.
EliminarUna de las mejores fotos que decora tu blog. Tu mano, que es tan tuya, aunque a veces se te olvide.
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