Leo que por estas fechas, hace un siglo, salió el primer número de TBO, aquella revista dirigida al público infantil...y no tan infantil. Porque TBO era compartido por los mayores, al menos en mi casa. TBO, hoy ramalazo de nostalgia, fue mi segunda cartilla. Por libre. La primera cartilla, obviamente, había sido la típica escolar pero más allá del espacio de la enseñanza oficial estaba el TBO. Lo que muchos aprendimos en él y en otros tebeos posteriores -Roberto Alcázar y Pedrín, El capitán Trueno, el Jabato, El guerrero del antifaz, Hazañas bélicas...- no sé si habrá sido suficientemente valorado por nosotros mismos. En mi infancia de doble dictadura el mundo de TBO y de los tebeos suponía una tímida cultura alternativa, no tan sujeta a la reglada, porque el humor siempre tiene algo o mucho de subversivo. Y en la descripción de las historias siempre se podía filtrar algo díscolo o con alguna brizna disidente frente a los cantos a las glorias patrias que se llevaba en una escolaridad y en general en una sociedad extremadamente controladas. También suponía una cultura de relajación que impedía al niño permanecer como muermo o aburrido, si es que un niño puede en algún momento ser esto. Por otro lado, los tebeos fueron una buena base, no necesariamente de efectos homogéneos, para el posterior desarrollo de la lectura.
El hecho mismo de que se compartiera en familia -cada miembro tenía sus personajes favoritos, aunque los mayores no leyeran el resto- le daba un cariz cálido, pues propiciaba comentarios y, por lo tanto, una opinión y clarificación ampliada para la mente infantil, algo que el niño apreciaría como un tesoro. Nunca estaré suficientemente agradecido al TBO y las puertas que abrían las sucesivas publicaciones de viñetas e historias, como no lo estaré al cuidado y fidelidad de mi padre en comprármelo todas las semanas. En tiempos en que no estaban las cosas para tirar la peseta. Así que TBO ampliaba mi mundo imaginativo y también una cierta suerte de información que iba más allá de los catecismos, los cuentos ejemplares de santos y los libros de aritmética. El TBO, los tebeos, tenían una buena dosis de aprendizaje emocional, de manifestación sentimental y de ensoñación que no podían desarrollarse por otras vías, o que completaban los afectos que pudiera recibir el niño de otras maneras. Es curioso también que fuera el primer medio a través del cual supe de la existencia de una ciudad llamada Barcelona. Simplemente porque figuraba en su cabecera el nombre de la calle Aribau. Así que cuando puedo pasarme por aquella ciudad he instalado en mi intimidad nostálgica la extraña costumbre de peregrinar hasta el portal de la calle donde sospecho que se hallaba ubicada la redacción de TBO. Manías de hombre que peina canas.
El hecho mismo de que se compartiera en familia -cada miembro tenía sus personajes favoritos, aunque los mayores no leyeran el resto- le daba un cariz cálido, pues propiciaba comentarios y, por lo tanto, una opinión y clarificación ampliada para la mente infantil, algo que el niño apreciaría como un tesoro. Nunca estaré suficientemente agradecido al TBO y las puertas que abrían las sucesivas publicaciones de viñetas e historias, como no lo estaré al cuidado y fidelidad de mi padre en comprármelo todas las semanas. En tiempos en que no estaban las cosas para tirar la peseta. Así que TBO ampliaba mi mundo imaginativo y también una cierta suerte de información que iba más allá de los catecismos, los cuentos ejemplares de santos y los libros de aritmética. El TBO, los tebeos, tenían una buena dosis de aprendizaje emocional, de manifestación sentimental y de ensoñación que no podían desarrollarse por otras vías, o que completaban los afectos que pudiera recibir el niño de otras maneras. Es curioso también que fuera el primer medio a través del cual supe de la existencia de una ciudad llamada Barcelona. Simplemente porque figuraba en su cabecera el nombre de la calle Aribau. Así que cuando puedo pasarme por aquella ciudad he instalado en mi intimidad nostálgica la extraña costumbre de peregrinar hasta el portal de la calle donde sospecho que se hallaba ubicada la redacción de TBO. Manías de hombre que peina canas.
Biennnn....biennnnn
ResponderEliminaresto huele bien....
Nos vemos el sábado 11..en Tot...
Salut
Misteriooooo, profesor Franz de Copenhague.
EliminarPues tuviste suerte. En mi infancia tenía prohibido leer tebeos, por eso le birlaba a mi padre La Codorniz, y aunque no entendía al principio,acabé por hacerme adicta al sentido del humor de la revista.
ResponderEliminarEl TBO estaba reglado, digamos. Cuando entrábamos en la dinámica de leer muchos tebeos, tiempo después de iniciarnos en TBO, se consideraba que nos desviaban de los trabajos escolares u otros quehaceres, y sí, también se nos prohibían o incluso nos los quitaban para tirarlos. El código de valor de aquellos Sapiens de nuestra infancia tenía límites y equívocos a mansalva.
EliminarLa Codorniz fue una época ya de adolescencia avanzada, como había trasfondo me desbordaba, y eso que un primo se empeñaba en leerme artículos completos. Qué cosas.
TBO y el resto de los tebeos, qué infancia. No recuerdo si tuve cartilla, sí aquellas viñetas.
ResponderEliminarBUena expresión. La ficción siempre superando lo real y obligado. Creo que a mí lo que me pasó es que la primera cartilla siempre la interpreté como un tebeo, sin saber todavía de este.
EliminarNo lo conocía, consecuencia lógica de no haber vivido en España. Tuve en mi niñez una lectura semanal de historietas que por mucho tiempo coleccioné y releí. Se llamaba Disneylandia y como te imaginarás (si no la conoces) se trataba de una serie de historietas con los personajes clásicos de Disney. No sé qué valor didáctico o literario podría tener, pero te aseguro que la esperaba con mucho entusiasmo y por supuesto, de alguna manera fue la llave para agilizar mi lectura y mi imaginación.
ResponderEliminarSaludos.
Te creo en lo del entusiasmo y la espera. Y como llave imaginativa. No importan los nombres de las publicaciones sino la fortuna que tuvimos por disponer de ellas. Luego está la adecuación de cada medio al país. Uno era hijo del otro. Sin el TBO y los tebeos la infancia de aquellas décadas hubiera sido un sufrimiento. Si te digo la verdad llegó un momento en que incluso me agobiaba tanto tebeo, no veía la manera de dar prioridad a unos sobre otros, porque existía además el intercambio, entre amigos o en mercadillos callejeros. Aún esta mañana en la puerta de una librería de lance he visto algunos del Capitán Trueno ¡a 1,50 euros! Me dio una tentación...
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