No suelo prestar atención a ese tipo de individuos que creen saber todo y que dicen no sorprenderse por nada. En realidad les zahiere su cansina renuncia a saber más y a un jubiloso sentido de la admiración. Si se rasca la capa exterior de su insólita presuntuosidad, se advierte en ellos una envidia hiriente y un grado de frustración que les perturba. El asombro es la puerta de la admiración y ambas actitudes nos conducen al reconocimiento del valor de las cosas. Busquemos, pues, sin alharacas. Sin duda nos procuraremos así la pequeña sabiduría del goce. ¿No es suficiente aliciente durante la permanencia?
(Fotografía de Francis Joseph Bruguiere)
El día que perdamos la capacidad de sorpresa podremos decir que nos ha vencido la vejez.
ResponderEliminarSalut
Llegará, supongo, pero no tengamos prisa. Aunque también hay sorpresas deprimentes, sobre las que uno no desearía manifestar asombro alguno.
EliminarTu entrada me ha inspirado un comentario tan largo y exhaustivo que ya lo escribiré en word esta noche, cuando acabe con mi programa diario. Ya te lo enviaré. Gracias por inspirarme.
ResponderEliminarNos sugerimos unos a otros, eso está bien, somos receptivos.
EliminarMientras el mundo sea mundo no se acabará la capacidad para sorprendernos. Miente el que diga que nada lo sorprende.
ResponderEliminarUn saludo
Aunque sea nuestro mundo personal, chiquito pero grande...
Eliminar