Sonaba el teléfono de madrugada y era invierno. Yo me levantaba y al coger el auricular contemplaba la calle solitaria cubierta de nieve. Una voz suave pronunciaba al otro lado de la línea mi nombre. Quién eres, le respondía. La voz: soy la nieve, no dejes que me vaya. Entonces yo abría la ventana de par en par y los copos entraban ocupando mi cabeza, invadiendo mi torso, arañando mis labios. No sentía frío en modo alguno. La línea se cortaba y en ese momento la voz parecía seguir dentro de mí. Yo también soy la nieve, me confirmaba a mí mismo mientras los copos se diluían lentamente sobre mi piel. Por la calle quedaban las huellas delicadas de unos pies que avanzaban en dirección a mi casa.
(Fotografía de Roger Mayne)
Me encanta este relato por candidez y fantasía del suceso y el objeto. La nieve como protagonista me resulta muy sugerente por los varios simbolismos que tiene. El frío se nos mete en casa, en el alma; la humanidad se entumece, se hace insensible...
ResponderEliminarPero como me gusta fantasear, también puedo oír en tu relato la voz del Àrtico en su deshielo,una llamada de socorro de la nieve: "no dejes que me vaya"...
Bueno, en cualquiera de las interpretaciones, tu relato me resulta atractivo.
Saludos.
Huy, qué lejos viajas. Todo está más cerca a veces. Pero sí, el frío, siempre el frío...
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