En aquel sueño iba a mirarme ante un espejo y no me veía reflejado en él. Es el vaho, me decía a mí mismo, y frotaba con un trapo, pero la imagen seguía opaca. Es la falta de luz en la habitación, descubría de pronto, y levantaba con energía la persiana permitiendo la entrada de plano del sol. Pero el espejo aparecía más cegado todavía. Ah, soy yo que no me coloco bien delante, me sorprendía. Decidía avanzar ufana y precipitadamente hacia él. Entonces una dispersión de cristales desgajados al unísono me ensordecieron, clavándose por todas partes en mi cuerpo desnudo. Después me tocaba con lenta morbosidad aquellas agudas heridas, de las que no manaba sangre.
(Fotografía de Jorge Molder)
Inquietante. Uno es el espejo de sí mismo.
ResponderEliminarY a veces un espejo opaco o ante el que no nos situamos con claridad.
EliminarEn muchas ocasiones no se que responder...
ResponderEliminarLo importante es no perder la referencia de nuestra mirada interior, Miquel.
EliminarEl espejo y su afán por gritarnos la verdad a la cara.
ResponderEliminarY nosotros no queriendo en ocasiones escuchar su voceo.
EliminarMirarse en el espejo es gratis, verse puede salir muy caro.
ResponderEliminarSi al menos diéramos con su utilidad descarnada...
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