mejor que no baje Moisés; no quiero iluminados ni caudillos ni salvadores tecnócratas ni pontífices máximos; tampoco quiero esa actitud genuflexa, rendida, vendida; ni ese culto ruin, esa fila interminable donde todas las máscaras bailan una adoración, una adulación, excesivas; venid y vamos todos a porfía y bien a porfía; autómatas de un paisaje egocéntrico y a la vez sacrificado; tanto mirarnos al ombligo para llegar la conclusión de que carecemos de él; del becerro áureo al big brother solo han pasado una centurias de nada; el becerro trajo en su momento un mesías controlador, dos, unos cuantos, hasta el mito definitivo; los becerros siempre traen a sus perros de presa; los becerros no son meros ídolos, no nos equivoquemos; los becerros tienen voz, voto, decisión y propiedad; los becerros tienen poder, no la riqueza en abstracto; miro y repaso uno a uno los personajillos de este grabado, que es obra del checo Augustin Tschinkel; un trabajo realizado entre la segunda y tercera década del siglo de las matanzas europeas por excelencia (hubo más siglos y más matanzas antes); una crítica efectuada en un tiempo que se iba vislumbrando decisivo; las llamadas a la reverencia eran incesantes; ¿cuándo no se obstinan en reclamar nuestro doblegamiento?; trato de cifrar y descifrar el simbolismo de cada muñequito arrodillado; el grafista reproduce un panel de clases y subclases de la Mitteleuropa que iba viendo, viviendo; perfila una adscripción religiosa, donde mulás, rabinos, brahmanes, popes, sacerdotes y pastores van en la misma dirección; otrosí los industriales, los tenderos, los intermediarios de toda estirpe; cómo no van a estar también los hombres de armas, pues sin ellos la procesión no estaría garantizada para el dios becerro; quiero distinguir la gente común, que la hay, y eso me preocupa todavía más, desde la mujer embarazada al recadero o los escolares; cada figurita humillada y humillándose sobre su rótula, agachando su cerviz, portando su atributo, definiendo un rol, una posición, una entrega, una dejación; ese punto satírico no tendría su acierto definitivo de no incluir en el extremo izquierdo una caracterización que es y no es de este mundo; y sin embargo se trata de la explicación definitiva, la guinda, la resolución última que el becerro del capital pone a sus pies: la muerte; entre esta figura extrema y el poderoso buey adorado media la supuesta vida; muerte y poder se erigen como los polos; hace tiempo que éros y tánatos cedieron el paso a este tándem en la penúltima versión de la estupidez humana.
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Hace 21 minutos
la estupidez humana es cual la sombra, va con uno
ResponderEliminarsaludos
Es un destino cruel el humano. Tiene que elegir entre la maldad activa y la pasividad manifiesta. En ese territorio de nadie acontece la supervivencia. Pero no tiene escapatoria. Solo la ilusión (en todas sus derivaciones) puede ser la alternativa al culto. Y ya ves, la ilusión es lo que es.
EliminarGracias por entenderlo, Omar.