“¡Qué alivio!...
Eres un árbol
y no puedes seguirme.”
La memoria olvidada.
Félix Francisco Casanova.
Podrían ser las cinco avanzadas y se desplazaba sin sentido. Las calles a punto de perder la luz. El precio del invierno. Llevaba el gabán abierto. Ese hombre que era de otro tiempo se enfundaba en un abrigo de solapas erectas. Prestas a ser dobladas como almenas sobre la parte alta de su pecho. Tosía a veces. Aquel tabaco todavía de cuarterón le irritaba la garganta. En pocos estancos se encontraba ya. Caminaba pegado a las paredes. El roce con la cal le dejaba pequeñas huellas en las mangas, pero no cedía el espacio. Cuando algún viandante se cruzaba con él no le dejaba pasar por la orilla. Las paredes eran suyas y él las decoraba con su sombra. Si en una esquina había una farola se paraba bajo su tibia lámina. Erguía su cabeza y miraba para todos lados. Luego alzaba la mirada y guiñaba a la lámpara. Aquel hombre caminaba también saltando de farola en farola. Odiaba que los bordillos estuvieran desgastados. Y los charcos; el agua es más fría todavía cuando un coche veloz salpica. Y las piernas siempre están debajo del pantalón. Pero solo se distanciaba de los edificios cuando precisaba cruzar la calle. Miraba con frecuencia para atrás. No por quedarse con el rostro de nadie. Tampoco temía a la policía; lo pasado pasó. Miraba porque no estaba seguro de su sombra. Cuanto más pegado a los muros fuera menos espacio para la sombra, pensaba. A veces buscaba un ángulo cercano a una farola y se movía lento de derecha a izquierda. Hasta que se proyectaba un amplio campo de su figura sobre una pared blanca. Entonces comprobaba que no pasaba nadie. Después venía el diálogo. Si algún peatón se acercaba lo interrumpía. Porque se trataba de un diálogo. Él hablaba a la sombra. La sombra le respondía. Una tarde llegó a casa con una marca en uno de los ojos; otra, con magulladuras en el cuello. La sombra se había puesto enérgica con él. Incluso agresiva. Eso le contó a su mujer, mientras caminaba por el cuarto de estar pegado a los muebles. Su mujer estaba harta de que rozara tanto la madera o la pintura; al principio parecía que limpiaba, pero con el tiempo desgastaba las superficies. Su mujer le había comprado un batín de rafia áspero. Y al caminar por las habitaciones o por el pasillo sonaba su costado estruendosamente. Cuando peor lo tenía era al ir al excusado. Literalmente saltaba desde el lavabo a la taza, limpiamente. Había educado a sus intestinos para el ejercicio. Después de todo, pensaba, los intestinos también van pegados a las paredes de una cavidad. A la hora de acostarse lo tenía peor. Su mujer no soportaba sus maneras y había acondicionado hacía años una habitación a su medida. Ella procuraba no enterarse de cómo se echaba en la cama. Y él tampoco se lo contó jamás a nadie. Dentro de la cama encendía y apagaba la luz de la mesilla alternadamente. Se ponía de medio lado y permanecía rígido y tenso contemplando la parte vacía de las sábanas, esperando un signo. Muchas noches se quedaba dormido en diagonal y los brazos y las piernas se le agarrotaban hasta producirle calambres. Soñaba que bajaba por un prado dando saltos o que atravesaba pequeños arroyos. Empezó a preocuparse cuando se instaló en sus noches un sueño en que se veía caminando desenfadadamente por un desierto. No. No le preocupaba sentirse exento a campo abierto. Sino que se veía a sí mismo riéndose sin parar y que un hombre idéntico a él, acostado en una cama, le respondía con otras carcajadas. Sin poder alcanzarse nunca el uno al otro.
(Fotografía de Yamasaki ko-ji)
No he podido evitar acordarme de las compulsiones de un paciente con TOC al que conocí al leer el texto... muy interesante.
ResponderEliminarSobre el libro de Twain, a mí me gusto mucho.. shora, tal vez está un poco sobrevalorado.
Es en plan satírico y tiene sus puntazos (si encuentras una buena traducción o incluso lo lees en inglés mejor que mejor).
Otro punto a favor (o en contra, según se mire...creo que en este caso a favor) es que tiene solamente 30 páginas y se lee con una facilidad pasmosa.
Saludos.
Pues es chocante, porque no conozco casos de TOC, se ve que no es difícil navegar por las mismas corrientes, jaj. Tu coment me obliga a revisar esos males. No sé si es parte de la neurosis el TOC o diferente. Cuando lo he escrito no tenía ningún modelo delante (no sé si eso me preocupa más, no fuera a ser que lo llevase dentro) Pero casi al final recordé de un vecino joven y extraño que andaba pegado a las paredes. Qué curioso, qué casualidades.
ResponderEliminarGracias, Inner, buena noche para ti.