¿No sientes esas manos? ¿Se ahueca tu piel entre esos dedos perfilados y rugosos? ¿No es tu cabeza la que se reclina en el regazo? ¿No es esa sensación vaporosa la que te hace eludir el mundo? ¿No te apetece cambiar al calor de un tacto que te acaricie calmadamente? ¿No te atrae un cierto abandono a una seguridad que te libre de las obligaciones? ¿Dónde se disuelve tu respirar? ¿Qué aroma inhalas que parece precipitarse desde una montaña? ¿No se te antoja cerrar los ojos a las inclemencias? ¿Serán esos sueños más volátiles que los que te apremian con su densidad? ¿No sientes en esa postura una suerte de apartamiento de lo que te desgarra? ¿No te incubas de nuevo en ese reposo? ¿Qué plenitud te está librando de tu corporeidad para permanecer en un espacio que ya no recuerdas? ¿Qué lengua de afecto habla cada dedo que gira sobre tus sienes, que moldea tus pómulos, que estira lentamente los mechones de tus cabellos? ¿Llegas a escuchar la cadencia suave de una canción que desciende sobre tu rostro? ¿Atraviesa tus oídos la delicada pronunciación repetida de tu nombre? ¿Te embriaga el acomodo de tu nuca sobre ese vientre protector? ¿Te percibes como la prolongación del cuerpo que te mece? ¿Desearías sentirte atrapado en la entrega? Y sin embargo tuviste tu momento.
(Dibujo de Käthe Kollwitz)
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