Búscale detrás de cada álamo de la arboleda,
o entre los agujeros de sus troncos antiguos.
Registra su huella dentro de las oquedades de los eremitas
que abandonaron sus soledades hace siglos.
Mira tras las estatuas de la plaza,
cuyo mármol es enteramente núbil.
Adéntrate hasta lo más frondoso de las higueras,
donde un niño te verá llegar temeroso de ser descubierto.
Indaga en las aldeas de adobe perdidas entre dunas,
te guiará el olor acre de su pereza.
Recorre los claustros desvalidos y en ruinas
a través de los cuales sólo deambulan las estrellas.
Si escrutas los ribazos de los ríos
hallarás su presencia entre cañaverales y endrinas.
Al ascender al arcaico poblado abandonado
sabrás que mora allí dialogando con la sombra de sus habitantes.
Acércate al frío páramo donde no hay protección,
donde todo está a la vista sin que nadie lo vea.
En cualquier lugar del mundo de sus días
él se ocultará de los demás para esperarte.
Escribir y viajar son el mismo verbo. La búsqueda se emprende desde el mismo momento que uno acomoda la pluma a su mano, Y vuela.
ResponderEliminarYo añadiría también el verbo prospectar. Una manera de escribir, una forma de viajar, un modo de recorrido cuyas direcciones pueden estar abiertas o hay que descubrirlas. Y, siempre, la sorpresa del azar, naturalmente.
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