Parece mentira pero mi artículo ha causado revuelo. Me defiendo con argumentos ante este petit comité donde soy escuchado con avidez. Los movimientos en la calle están siendo cada vez más audaces, digo, y ya no responden a simples escritos, y tampoco sé hasta qué punto a los líderes que van de carismáticos. Y esto lo sabemos todos. No se para así como así al que poco tiene que perder. No digo que haya que pararlo, sino que propongo no caer en el abismo, como ya ocurrió en otras circunstancias. Porque después se benefician los mismos, los que desde su cómoda posición, tan distante de la nuestra, mueven hilos oscuros tratando de manipular a quienes de buena fe han tomado derroteros osados.
Todos me miran con asombro, como pensando: ¿de dónde sale este? ¿Es el que creíamos que era o un rebelde oculto? Las razones por las cuales se ha llegado a este fuego vienen de muy atrás, continuo. Por un lado, nuestros gobernantes están desacreditados o, mejor dicho, incapacitados para una tarea que les viene grande. O peor, no están dispuestos a aportar soluciones imprescindibles con las que no se identifican. Mala herencia dejó un kaíser que está manchado de sangre. Por otro lado lo que cunde es la desesperación y el anhelo generalizado por alcanzar un cierto bienestar que saque a tantos de la miseria. Y siempre latiendo el temor a volver a peores situaciones. Judith es implacable y lo expone. ¿Peor que esta a la que hemos llegado? Helmut me mira como diciendo: ya le previne. No digo que discrepe de la integridad de su artículo que parece sensato pero genera dudas, prosigue Judith. Lo que me pregunto es si a estas alturas de la revuelta pueden interesar los devaneos de un filósofo, y así te veo a ti, a una masa que ha llegado ya a sus propias conclusiones dispuesta a jugarse el todo por el todo. Me solivianta su exageración oportunista. ¿Crees, Judith, que la masa, como la llamas, quiere suicidarse? Por supuesto que no, salta virulenta, por eso necesita que gente pensante, con ideas y perspectiva, sepa dirigirla, pero no desviarla. Me quedo con ganas de decirle: crees demasiado en los mesías y yo no creo nada. Pero no quiero caer, por respeto a los demás, en su red de provocación.
Else, que por fin ha dado señales de vida tras salir indemne de una comisaría, es más sagaz. Sus palabras me respaldan. Toda opinión debe ser publicada. No hay que considerar idiota a la gente. Si ven en nuestra revista distintos enfoques no solo elegirán entre pluralidad de criterios sino que les estaremos ofreciendo un medio menos uniforme pero que sabe plantear las cuestiones en una dirección de avance. Por mi parte, dice con aplomo, no tengo inconveniente en que se edite. No podemos demorar la salida, si queremos ser tenidos en consideración aún en esta sociedad convulsa.
Judith ha venido hacia mí y me suelta al oído con socarronería: ¿Eres tú quien ha convencido a Else? Porque ella era más decidida antes de conocerte. Voy a tener que tomarme contigo unas buenas henkel un día de estos para ver si me convences a mí también. He sentido el calor inquietante de su aliento próximo a mi cuello. Sigue mordaz. Puestos a un debate podemos jugar al juego de la salvación, ¿lo conoces? ¿No? Aquel en que los jugadores van sorteando entre sí quién se salva y quién se condena...a base de unos buenos tragos de cerveza.