"...Y es que en la noche hay siempre un fuego oculto". Claudio Rodríguez





jueves, 27 de septiembre de 2018

Naxos. Habla Odiseo

















Las sirenas se sintieron despechadas cuando me hice atar al palo mayor. Revoloteaban locas en torno a la nave. Los demás tripulantes, siguiendo mi ejemplo, buscaron la manera de no sucumbir a los ofrecimientos y tretas de las ágiles nadadoras. Ante la decisión de mis hombres ellas se encabritaron más y pidieron apoyo a los céfiros. Todos temimos que pudiéramos perecer en aquella improvisada galerna, impedidos como estábamos para controlar el timón y los aparejos. Los hombres más rudos, enmaromados a los remos, se veían impotentes para maniobrar y enderezar alguna clase de rumbo que nos permitiera escapar de aquel vórtice. La constante bofetada de océano que sacudía mi cuerpo me imposibilitaba de emitir orden alguna y, lo que era peor, de pensar con serenidad. Mi objetivo era simple. Resistir y salvar a la tripulación.  Un único destino sellaba nuestras vidas. O nos salvábamos todos o perecíamos sin dejar rastro de nuestra miserable condición. En pleno abandono, agitados por la furia y las proposiciones de aquellos seres fantásticos, perturbados por el cansancio y el incontenible deseo que hace enfermar a los navegantes que llevan tiempo sin pisar puerto, tentado estuve a ceder y renunciar a la aventura. No pedí ayuda alguna a los dioses, que poco habían hecho hasta entonces por privarnos de dificultades. En aquella situación miserable y de práctica derrota me di cuenta que todo dependía de aguantar y resistir los embates de sirenas, vientos y tormentas. Que, si bien el azar se había portado con nosotros de manera alterna y contradictoria, era nuestra inflexible determinación la que podía inclinar la situación a nuestro favor. Entonces oí la voz firme, no carente de melodía, de la que parecía dirigir el coro de sirenas. Odiseo, tú y tus hombres os perdéis las compensaciones que están en nuestra mano proporcionaros, dijo. Nada habéis conocido antes de tanto cuanto podéis obtener de nosotras. Vuestra obstinación os perderá, pues no sabéis si más allá llegaréis a tocar costa. Esta es vuestra oportunidad y, por lo tanto, la verdadera meta. Los hombres escucharon también el contundente argumento y se miraron unos a otros, interrogándose. Yo temí que se rebelasen y se entregaran sin mi consentimiento a las propuestas. Con suma astucia las tentadoras sirenas habían hecho cesar los vientos y rebajar el oleaje, la claridad se apoderó del día, y una dulce calma chicha cautivó a la tripulación, que interpretó todo aquello como un signo de que debían entregarse. Quise elevar la voz, pero no obstante la tenacidad que todos saben que es tan definitoria de mi personalidad, no pude emitir palabra alguna. No porque mi garganta estuviera afectada, sino porque la duda me paralizaba. La suerte estaba echada. Nadie vino a desatarme. La nave vacía y yo nos miramos con repugnancia. Aquí sigo al pairo, esperando que otros navegantes me encuentren. Y, si soy sincero, y a pesar de mi vergüenza, no tengo ánimo de perecer pues sé que un gesto épico, aunque otros me recordasen con fervor pero inútilmente, no podría jamás devolverme la vida.




(Fotografía de Silvia Grav)


miércoles, 26 de septiembre de 2018

Rincones. Fidelidad



En la regresión a la que te ves abocado la sombra es más fiel al hombre que tú. Te es consecuente, te proporciona un indisimulado bienestar. Sin duda prefieres el reflejo en la pared al que percibes en el espejo. Perfiles y fondos indefinidos te hablan del que fuiste y te hacen seguir siendo. ¿Ves cómo al final lo abstracto te interpreta mejor que la precisión aparente de tus rasgos visibles, cuyo ajamiento tanto temes? Empiezas a entender lo que es la imagen de la vaguedad imperante. Despójate del rostro, vacíate del cuerpo, desvirtúa tu nombre. Que tus ojos no miren más que lo que fuiste, siempre abundante sombra; perecedera carne ahíta de nostalgia, hasta que se disuelva en ceniza. 



(Imagen de Michal Macku)


lunes, 24 de septiembre de 2018

Rincones. Aullidos

















"Dejadme con las cosas
Fundadas en el silencio".


Sophia de Mello Breyner Andersen, Instante, de Libro sexto.



Te desmarcas del griterío. Allá van todos en la misma dirección. Pero aunque unos y otros marcharan en sentidos opuestos te molestaría el ensordecedor y clamoroso aullido grotesco. ¿Cuál es la diferencia entre proferir voces ininteligibles dirigidas hacia un lado o voces que se enfrentan, igual de incomprensibles, procedentes de lados distintos? Las voces que no son interpretadas, sea cual sea el punto hacia el que se invoquen, llevan sangre en su punto de hervor, dispuesta a rebasar el contenedor de emociones. ¿Por qué no revisar entonces la sustancia de las voces, pelar las palabras que se emiten y desnudarlas de falsos significados? Es difícil soportar el apartamiento, pero necesario. Más cuando desde tantos rincones se concita a la grey a sustituir al individuo. Pero tú pugnas por desligarte del griterío. No estás por dar un talón en blanco a ningún profeta, a ningún iluminado, a ningún mindundi que se apropia de tu nombre y habla en tu nombre.




(Fotografía de Michal Macku)


domingo, 23 de septiembre de 2018

Rincones. Reclamación de la asimetría

















Es el movimiento lo que me hace parecer simétrico, pensé esta mañana cuando la luz del día me hizo emerger de la pared. Si permanezco quieto mi cuerpo se hace dos y en cascada cada órgano adquiere dos posiciones, dos medidas, dos volúmenes, dos desigualdades. Pero estas no son nunca dos desentendimientos. Lo asimétrico es cómplice, se aviene una diferencia con la otra en mí. Lo asimétrico, además, me divierte. Todo se multiplica hasta lo grotesco. Soy sombra, efecto de la irregularidad. Procedo de ella, me muevo a lo largo de las horas en ella, me refugio ante el desatino en ella, me acojo en el dulce regazo de su umbría cuando el cansancio me vence. Un pulso inevitable frente a la sombra que me da forma y caracterización es el movimiento. Inverosímil ejercicio donde se disuelven las partes de mi cuerpo y se hacen menos perceptibles a mi mirada. De hecho mi propio movimiento, impulsado desde dentro de mí o desde fuera de mí, me transforma. No me hace ni mejor ni peor, ni más sabio ni más torpe, ni más generoso ni más egoísta, ni más comprensivo ni más déspota. Es sorprendente cómo esa condición etérea del movimiento paraliza los cuerpos que hay en mí, los aísla de la madre sombra, bloquea su diálogo. Busca armonía imposible sin mi consentimiento. No me reconocería en la armonía, un término excesivamente espiritual, digamos, para mi comprensión sencilla de las cosas complejas. Cuando el movimiento me agita me paralizo. Dejo de pensar, me ausento de sentir, traiciono la conciencia, bloqueo la imaginación. O soy yo o soy movimiento, me dice una voz imaginaria que a veces escucho inoportunamente. Porque el movimiento es un tránsito que nos acompaña y no se estabiliza nunca. No sabe de las geometrías de los cuerpos disímiles. Su propiedad es poner en cuestión permanente la aparente seguridad de nuestras estructuras. El sueño es movimiento total. Cuando me incorporo sobre la cama y el cuerpo proyectado por la sombra empieza a tomar carta de naturaleza de un nuevo día sé que he ganado una porción de tiempo al movimiento, le he hurtado su capacidad dinámica para materializarlo en una imagen. Eso que suele llamarse individuo, que se adjudica un nombre, que contabiliza una edad, que afirma contradictoriamente una condición, etcétera. Mil maneras desiguales de ocupar el espacio estrecho entre mis firmes y garantizadas asimetrías. Al fin y al cabo la sombra, el hombre.   




(Fotografía de Michal Macku)


viernes, 21 de septiembre de 2018

Rincones. Mis cabezas, a contemplación














Una vez me hice hacer unas radiografías especiales, que no se llaman así, su nombre es más complejo y adecuado a técnicas ultramodernas. Mi intención original no era intentar saber lo que había dentro de mi cabeza, sino que perseguía simplemente la contemplación. Las tengo enmarcadas frente a mi cama. Nada de crucificados ni de profetas latinoamericanos demodés, me dije, nada de fotografía de los padres, y no os sintáis traicionados, añadí, ni siquiera aquella reproducción de El sueño del Franz Marc, que ya la tenía muy vista. Lo que necesitas, dijo un día una cabeza a la otra de las dos que alterno, es contemplar por las noches tu secreto perfil hasta caer redondo. Pero no tardando mucho caí en la cuenta de que al mirar no buscaba la relajación ni el posterior estado meditativo que te excluye en teoría del mundo, solo en teoría, sino percibir efluvios de esas zonas recónditas que al emerger desde sus profundidades ignotas puedan hablarme de mí más que la clásica fotografía exterior o, mejor dicho, aparente. Al fin y al cabo creo que he acabado cansado de mirarme a través de un espejo tan mentiroso como el del retrete, para adecuarme al ritual cotidiano de salir a la calle. Y más agotado aún de que la gente crea reconocerme por el aspecto que la piel, el cabello, la barba, los labios entreabiertos, mis ojos tristes o mis muecas van emitiendo día tras día al transeúnte cotidiano. Entiendo que unos y otros con quienes nos cruzamos y frecuentamos, incluso íntimamente, no tengan otra faceta de uno a la que aferrarse sino la de mi disfraz carnal. Por supuesto, mi sentido del pudor se resiste a mostrar mi calavera de segundo plano y no digamos el coqueto cerebro cuya polilobulación tiene enamorado a las dos testas que me acompañan. No me basta. La formación ósea sigue siendo apariencia; el cráneo no conoce otra misión que la de escudo protector de otros órganos; los lóbulos occipitales, frontales, parietales o temporales son hermosos y si fueran visibles desde fuera las personas nos enamoraríamos unas de otras por la esbeltez de su exquisita disposición o por la variedad del ajustado encaje o por la textura suave y sensible que nos ofrecen. No me basta. Por esa razón mi mirada nocturna, antes de combinar las posiciones de decúbito o la fetal, tiene que prospectar en el dibujo de esas líneas concéntricas que la tomografía me proporciona. Noche tras noche hago el seguimiento visual de las líneas, me introduzco por recovecos desconocidos, me detengo donde advierto una ruptura. Busco señales, razones, respuestas. Hay un inconveniente. Que la vista no me dota de suficiente agudeza como para no perderme en el recorrido. De tal modo que con frecuencia me extravío y tengo que comenzar desde el principio. ¿Que hay algo de viaje laberíntico en mi obsesiva intención? Sin duda. Pero no veo otro modo de conocer mi interior dual, ni de apaciguar la curiosidad de mis dos cabezas, ni de saciar mi multiplicada sed por aprehender los motivos por los que alienta dentro de mí la necesidad de combatir el tedio vital. Eso sí, al amanecer ignoro esos fotogramas cuyo tiempo y espacio van quedando obsoletos a medida que transcurren mis días.




(Imagen de Michal Macku)

  

miércoles, 19 de septiembre de 2018

Rincones. El día que paso por delante de mí mismo





















"Decían que el día que un hombre pasase corriendo delante de sí mismo, aquel día aquel hombre lo tendría todo ganado o casi todo, que ya es mucho".

Mercè Rodoreda, La muerte y la primavera.


No ha sido solo en sueños cuando he visto que pasaba yo mismo delante de mí. También ha sucedido en una abstracción cualquiera, uno de esos ratos en que me quedo absorto, como ido, cuando alguien se dirige a mí y no me entero, cuando pierdo el autobús que estaba esperando, o una de esas circunstancias en que por ejemplo estoy tomando el café y tiro el café porque hay una fuerza oculta que se está despegando de mí y me empuja. Y no solo es una fuerza, no se trata solamente de un impulso, sino que por un instante veo con claridad que mi propia imagen me desborda, y entonces me veo a ras de perfil, tomándome la delantera, agitando mi cabello, alargando pausadamente una pierna y un brazo, pero sin marcialidad alguna, y luego acabo de pasar y me veo por detrás, sorprendiéndome de que la espalda vaya menos recta, y me transmito a mí mismo un aire desgarbado que nunca había tenido antes. No hay truco, ni proposición, ni me he preparado para el ejercicio. Lo más interesante es cuando paso por delante de mí y hago una mueca, que a veces percibo como burla, y no me molesta sino que más bien pienso: soy capaz de todo conmigo mismo. Hay veces que me reconozco a duras penas con ese otro que soy yo, hay veces que no le siento diferente y no me perturbo, y es chocante cuando en alguna ocasión me pongo delante de mí, me vuelvo hacia mí y me digo: ahí te quedas. Y entonces es cuando se difumina el flash. Y me alarmo por haber perdido el autobús o pido perdón al camarero por tirar el café o saludo con retraso al conocido que tan atento él como yo despistado ya se estaba alejando. Pero pasar delante de ti mismo no es sobrepasar. Uno no se sobrepasa a sí mismo salvo que quiera tomarse la vida como competición. Y si no lo has hecho antes no tiene ahora ningún sentido que intentes demostrar que eres más citius, más altius, más fortius cuando precisamente se te hacen sugerencias de oscuras resignaciones y nada te invita a correr ya ni contra nadie ni a pesar de nadie ni más allá de nadie.   




(Fotografía: Michal Macku)

lunes, 17 de septiembre de 2018

Rincones. Al fin solos, mientras varios milenios nos contemplan





















¿Recuerdas, mi señora, cuando te decía que te reconocería más allá de la muerte? He aquí el instante en que te descubres y una vez más me descubro. Me basta tu desnudez desprovista y esbelta, dotada de una pose de eterno retorno al origen, para recrear desde mi recuerdo tu hermosa desnudez vital. Con mi osamenta no han dado todavía, acaso la tierra sublime me haya precipitado aún más en lo hondo de sus entrañas, junto a otros desdichados, ignorados a causa de la dispar fortuna y de la inapelable condición. Tal vez la tierra considera que lo que quede de mi cuerpo no es digno de manifestarse y su castigo es hacerme permanecer en la oscura región de los sin nombre. Y, sin embargo, bendito el suelo que nos dio sus frutos y que nos acoge en su fecundo seno. ¿O es el papel que jugamos en vida lo que aún nos persigue en este sueño irreversible y marca todavía las diferencias? Soy ahora, como entonces, un don nadie. Tú la dama deseada por muchos pero selecta hasta el extremo de no atenerte en tu elección a los desposorios designados para tu clase. Yo, el servidor fiel que gozó de tus reconocimientos íntimos, aunque a los ojos de cuantos te rodeaban no fuera más que un fámulo discreto y cumplidor. Fui tu vasallo por partida doble. Una, en la prestación de atenciones a tu casa. Otra, por mi rendición a los reclamos que me llegaban de ti. Pero esta circunstancia, ¿no te exponía a su vez a rendirte tú misma a las imprudentes sugerencias que mi insistente mirada, mi conversación fluida o el esmero en el ejercicio de mi trabajo iban calando en tu inexperiencia? Corrimos riesgos ambos. Pienso ahora en nuestros encuentros subrepticios, cuando el entusiasmo superaba al temor de romper las reglas y saltarnos los cometidos que marcaban a cada cual inflexiblemente. Haber sido descubiertos te hubiera costado que te cercenaran la libertad; a mí, sin duda, la muerte. ¿O fue esa la razón por la que yo estoy fuera del mundo de los vivos mucho antes que tú? Mi pensamiento se solaza ahora en la memoria de los tiempos felices. Mi espera nerviosa y vigilante al caer la tarde junto  los álamos de la alberca. Tu salida disfrazada, atravesando la luz crepuscular de los callejones. Qué valor tenías, prescindiendo de la protección de algún confidente, afirmándote de ese modo en la prudencia. ¿Te bastaba saber que yo te esperaba para sentirte segura y firme en la arrojada decisión? Pero si nuestra mutua atracción fue fértil y placentera, ¿qué futuro podía tener más allá de los instantes clandestinos? ¿Devolverías al destino las joyas con las que te adornaban en los ceremoniales a cambio de habernos consagrado a nosotros mismos bajo otras circunstancias más admitidas? Era imposible otra situación. Ninguno de los dos podíamos escapar a la naturaleza de las cosas que nos hacían estar donde estábamos. Salvo que nos hubiéramos arriesgado a perderlo todo. Te reconozco más allá de los milenios. Muchos de los actuales vivos se preguntarán qué mujer habría tras el esqueleto mecido por la tierra. No voy a decir nada ni a traicionar nuestros sueños, señora mía. Además, desde los estratos donde me oculto no puede llegar mi voz.



(Fotografía de Sara Genicio aparecida en El País. Reproduce los restos de una dama importante hallados en el yacimiento prehistórico de Humanejos, Parla)


domingo, 16 de septiembre de 2018

Lobos de purpurado




Muy oportuno El Roto en la edición de hoy de El País. Lo veo como una primera parte. Sugiero que la segunda entrega de este genial pensador de la realidad histórica, y más en concreto hispánica, que es El Roto, se centre en Los lobos con piel de oveja de la Iglesia, que son más manada, dan el pego y pasan (o quieren pasar) inadvertidos. Más adelante podrían venir otros lobos: de la política, de las finanzas, de las instituciones, de los negocios...Ah, pero ¿qué culpa tienen los lobos de que les adjudiquemos propiedades y vicios humanos abusando de su santo nombre? Larga la tradición española de los prejuicios, segregaciones, tópicos y sambenitos. No solo española, miren Hobbes qué desacertado anduvo con aquello de el hombre es un lobo para y consigo mismo.  Algún día los lobos también se quejarán de que les tildemos de mala fama cuando queremos hablar de las perversas conductas humanas. Y exigirán que se borren del Diccionario de la Real Academia las connotaciones estrictamente fieras de los humanos que se les ha colgado a ellos. 



viernes, 14 de septiembre de 2018

Rincones. ¿Desintoxicarnos intoxicándonos? ¿O el desierto?




Comentario entre íntimos, digo: hemos pasado de ser marcados por la religión a ser marcados por la política. Es que una nos llevó a la otra, me responden. (Aquí se debe aclarar que no nos referimos a la política profesional, a lo de vivir del cargo, que se lleva ahora, sino a aquello otro de la conciencia política o social, etc., que daba más disgustos que compensaciones) ¿Cuestión de fe, luego una sola línea mental producto de la ideología idealista que todo lo impregna, para beneficios de otros?, insisto. Sin duda, me comenta mi interlocutora. Pero lo curioso es que creímos liberarnos de la nefasta influencia católica para reproducir el esquema con la supuesta libre conciencia política. De ahí que la primera crisis y rechazo, allá por la adolescencia asentada, haya trasuntado en la crisis más reciente con evidente hastío por la situación del momento, me responden. De intoxicación en intoxicación, vamos, matizo. Más bien un viaje de las intoxicaciones al desengaño, y ojalá sea así porque al menos el desengaño permite libertad de pensamiento, matiza ella. Ah, ¿que ya no podemos siquiera aplicar la receta de la mora que quita la mancha de mora?, se me ocurre. Por supuesto, siempre podemos desintoxicarnos intoxicándonos de nuevo, pero ¿no volverá a ser lo mismo? Y lo mismo es tan cansino. Y además a estas alturas de la película en la que actuamos es tan arriesgado...Siempre quedará el desierto, le digo; me han contado que en la casa de un anacoreta de Turín había una pintada en la pared que decía: quien va al desierto no es un desertor. ¿Probamos? Yo, leo y escribo, dice ella, es la manera de apartarme pero no desertar. Voy a probar, respondo, pero mientras te invito a Vivaldi.







(Fotografía de Saul Leiter)


jueves, 13 de septiembre de 2018

Rincones. Impulso nocturno















Los cuerpos se desordenan por la noche. La mente se torna caos. Los pensamientos se rebelan. Los deseos se confunden. La carne se extravía. Respiramos nuestro aliento. El sueño, una criatura incontrolable. Dicen que eso permite reorganizarnos y volver a tomar impulso al día siguiente. ¿Cuál de las dos partes en que nos dividimos somos mientras dormimos? ¿Qué zona se habrá impuesto al despertar? Leves brotes de luz. Hay un punto, acaso un instante, en que espacio y tiempo son lo mismo. No alcanzamos a ver con claridad. ¿Permanece el mismo carácter, sexo, corporeidad, habla, conciencia, circunstancias del día y el hombre anterior? Apariencia. Seguimos siendo lo que soñamos.



(Kazemir Malévich de nuevo)

miércoles, 12 de septiembre de 2018

Rincones. Impulso mañanero

















Saber sobre los desatinos que cometen los hombres es llorar. Más frecuentes, con más vertiginosidad, más peligrosos. Cada vez tardo menos en leer los titulares de la prensa por la mañana. Unos hacen religión de la política (sin dejar de hacer su política interesada) Otros hacen política de la religión (esta siempre fue secundaria) Otros más crean  a su imagen y semejanza nuevas religiones y cultos a su personalidad. Y unos y otros se alían con los diablos que siempre acaban llevándose el alma de los inocentes (estos son los primeros que se llevan por delante y en abundancia) Y todos, los unos y los otros, los de más acá y los de más allá, manipulando a las masas, y las masas, ay torpes, dejándose querer neciamente por los más maquiavélicos y siniestros. Cada vez tardo menos en pasar las páginas del cotidiano. Nunca hubo orden, solo descomposición.




(Cuadro de Kazemir Malévich)


lunes, 10 de septiembre de 2018

Rincones. Contrarios




Toda construcción de mano humana lleva implícito su propio derribo. ¿Qué permanece tras el derrumbe? ¿Qué sobrevive al abandono humano? Como mucho una materia anterior a ser alterada por la cultura, que a su vez crecerá generando desierto. Tal vez la flecha del Tiempo esté operando siempre en sentido inverso a nuestra pretendida obsesión por llegar más allá. Medimos equivocadamente nuestro destino, ignorantes de que el universo -tan desconocido- es el que impulsa también nuestras limitadas leyes.





viernes, 7 de septiembre de 2018

Rincones. Persecución de los orígenes














Sueño que todo permanece extrañamente quieto a mi alrededor. Que llamo a personas y no responden. Que las busco y no se muestran. Que ando por un camino y el paisaje está borroso o ha desaparecido del todo. Que me expongo al aire y al sol y no me llega un soplo ni siento calor en mi piel. Cuando estoy a punto de pensar lo peor me miro y compruebo que tampoco yo me muevo. Me alarmo, pero soy incapaz de gritar, de dar un paso, de agitarme por la emoción. Entonces una voz, que rompe tanta monotonía siniestra, sentencia. No sueñes más, ni te angusties, dice. Aún eres limo del suelo de la caverna y no tienes suficiente sustancia para dotarte de pensamiento. Solo supe responder con convulsiones; hasta que abrí los ojos.   


miércoles, 5 de septiembre de 2018

Rincones. Tiempo de ciruelas (por ejemplo)




















Solo el niño sabe reproducir con fidelidad la historia del antepasado del humano.

Te ves de pronto trepando a un árbol, cruzando de una rama a otra, te arañas las piernas, se golpean tus codos. Chillas con los otros chicos que lo intentan contigo, en el mismo árbol o en uno próximo. La satisfacción por conseguir la altura y permanecer en ella no va a tener parangón en el futuro. Estás allá arriba por tu propia osadía. Tu cuerpo no tiene gran envergadura pero la naturaleza te ha dotado de la proporción suficiente para realizar el esfuerzo. También de una capacidad de energía que nadie diría de verte parado. Subir a coger los frutos es una excusa. El primate que llevas dentro te pedía que fueras fiel a tus lejanos antecesores. 

Nadie te ha explicado, cómo van a saberlo, qué es un recolector primitivo. En unas semanas tú y los tuyos os habréis subido a manzanos, a nogales, a ciruelos, a higueras. Todo va estando a punto. Algunas veces no respetáis el plazo, es tanta la impaciencia. No importa que en algunos casos la fruta esté al alcance. Eso no motiva lo suficiente. El instinto os pide poneros a prueba. Catar el empuje de superaros. Probar qué se siente en lo alto. Entre el ramaje, en unos árboles más denso, en otros más despejado. Sentir. Sientes percepciones diferentes, aunque solo sean pocos metros los que te separen del suelo. El aire corre de otro modo, los olores te rozan, los sonidos se multiplican. Sujetas las ramas y te parece que ellas y tus manos se han entendido desde siempre.

Nadie te ha contado todavía que lo que tú haces lo hacían hace miles de años otros individuos como tú, que llevaban camino de ser uno más de los tuyos, y que necesitaban alimentarse para sobrevivir con lo silvestre. ¿Por qué te entran unas ganas tan intensas de quedarte subido allí? A la relativa incomodidad de la adaptación se impone un extraño placer que no es de dominio. No dominas nada. Es el árbol el que te domina a ti. Tu flexibilidad sortea el abigarramiento de la enramada. El árbol te devuelve su amable condescendencia. ¿Cómo te verá él a ti? Árbol cómplice. Árbol lúdico. Árbol que participa de vuestras risas y griteríos aunque no os deis cuenta.

Pero sobre todo te aturde, y esto lo notas por un nerviosismo axial que te sube desde la planta de los pies hasta la cabeza, sobre todo te admira la mirada que se puede llegar a tener desde un árbol. Por un rato no eres el niño que camina erguido o que al andar no alcanza a ver lo que le rodea porque muchos elementos del paisaje se lo ocultan. Desde aquí, no. Esto es una dimensión inhabitual, y te pide el cuerpo disfrutar de ella. Pero esa dimensión te permite en ciertos casos ocultarte. De pronto te has callado. Los otros se han ido, pensando que tú te has ido. No haces ruido y te camuflas en el corazón de la higuera frondosa. Va a caer la noche. ¿Saldrán a buscarte los adultos de la tribu?

Allá arriba, allá detrás, no hay ya Tiempo. Sueñas con que el valle se ofrece fértil y que animales fieros amenazan el entorno. 



domingo, 2 de septiembre de 2018

Rincones. Monólogo del orate

















Una voz: bien podría decirse que has vivido lo soñado. También lo que nunca llegaste a sospechar que vivirías. La misma voz, insistiendo: tal vez ahora los sueños te devuelvan realidades oscuramente vividas. El orate responde: pero la pérdida acecha, siempre la pérdida. ¿Cuánto ha durado cada espacio que hemos ocupado, cada conocimiento que nos hemos esforzado en retener, cada afecto que nos hacía tocar el cielo, cada vigor corporal que nos invitaba a considerarnos eternos, cada mirada con la que descubríamos los días? Las pérdidas, siempre las pérdidas. ¿Es que no hay otro modo de conciencia más claro y sincero? Aquella voz de nuevo, socarrona, alejándose: no te quejes, puesto que eres rico en posesiones imaginativas, y admite que no hay mayor riqueza que ser propietario y administrador de tus pérdidas.



(Pieter Bruegel, grabado)