"...Y es que en la noche hay siempre un fuego oculto". Claudio Rodríguez





miércoles, 31 de enero de 2018

Aprovechando que el Pisuerga pasa por Barcelona
















No, tranquilos. Que vivamos en tiempos de la denominada por los medios de comunicación posverdad  -¿y cuándo no hubo mentiras, verdades a medias, alteraciones interesadas y difamaciones múltiples, si bien hoy más generalizadas, extendidas y en tiempo real?-  no quiere decir que me atreva a modificar la geografía. Simplemente leo en Metrópoli abierta que la remodelación de una calle de Barcelona rotulada Pisuerga -carrer del Pisuerga, para ser más precisos, en el distrito de Les Corts- costará dos millones de euros. La vecindad y su asociación barrial sabrá si es mucho o poco, o si va a ser una remodelación positiva o deficiente, no entro en ello, no moro allí. Mi asombro ha sido que un río de los no principales de España, pero tampoco de los insignificantes  pues casi son trescientos kilómetros de recorrido y aumenta su caudal con otros afluentes, tenga una nominación a orillas mediterráneas. Me congratula que su nombre sea al menos posterior a la desaparición del dictador, aunque más me hubiera encantado que proviniera de épocas anteriores a las barbaries del siglo XX. Pero no tiene ninguna importancia.

Siempre he defendido que las calles de nuestras ciudades deberían dar prioridad en sus nomenclaturas -y a ser posible circunscribir en exclusiva- a todos los accidentes geográficos del país o de otros países y continentes, así motivarían al menos a los vecinos a ubicarlos. O bien a otros territorios, sean naciones, regiones, comarcas y urbes del mundanal ruido, y de esta manera habría una intención de recordar los parajes más alejados del planeta. O bien a astros, fenómenos naturales, dimensiones siderales, con lo que nos sentiríamos más hermanados con el Universo. O bien a personajes mitológicos de todas las culturas, cuidando mucho, claro está, que no se evoque en exceso a algunos que aún medran y perduran entre nosotros con su legión de seguidores. O bien a individuos humanos que hayan aportado a la humanidad con cierta o considerable calidad en los terrenos de ciencia, técnica, arte o relaciones humanas probadamente constructivas. Tal vez algún día nuestras ciudades estén libres de referencias bélicas, conquistas, prohombres aprovechados, mesías inexistentes, pregoneros religiosos, líderes con pies de barro y manos peor intencionadas, caudillos infaustos y simples oportunistas de los ciclos de crecimiento de las ciudades, es decir, los vinculados al negocio urbanístico e inmobiliario, que aún cunden entre plazas, rúas y travesías.

Me pasaré un día de estos por la orilla del Pisuerga real y le diré por lo bajines lo de su calle en Barcelona, aunque le traerá al pairo. Porque lo suyo es fluir, que ya lo hacía antes de que los romanos de la IV Legio Macedonica lo bautizaran Pisoraca, desde el norte de la provincia de Palencia hasta su desembocadura en el padre Duero, en la provincia de Valladolid. 

Por cierto, aún no he sabido el significado preciso de la frasecita manida Aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid. No me huele muy antigua, porque el río bífido del primitivo asentamiento romano o de la ciudad medieval eran las Esguevas, dos ramales que penetraban por diferentes orientaciones de la ciudad y recorrían su urdimbre habitada. El Pisuerga era un río extramuros y solo a partir del XVI se le empieza a considerar el río de la urbe, con la ampliación del casco. También el Duero es otro río del municipio pero, este sí, queda apartado en uno de los barrios más lejanos. Ciudad de ríos ésta y de capas freáticas a poca profundidad. Si alguien podría reivindicar al Pisuerga antes de llamarse tal sería el poblador celta -vacceo, para más señas- que tuvo su modesto poblado de ochocientos años antes de nuestra era en uno de los meandros que forma el río de manera espectacular en los límites de la ciudad. Y todo esto viene a cuenta de una calle de Barcelona que se bautiza Pisuerga.















(Ambas fotografías corresponden al paso del Pisuerga por Valladolid, en dos direcciones opuestas)



martes, 30 de enero de 2018

Quo usque tandem abutere, Catilina, patientia nostra?




Quo usque tandem abutere, Catilina, patientia nostra? quam diu etiam furor iste tuus nos eludet? quem ad finem sese effrenata iactabit audacia? 
Nihilne te nocturnum praesidium Palati, nihil urbis vigiliae, nihil timor populi, nihil concursus bonorum omnium, nihil hic munitissimus habendi senatus locus, nihil horum ora voltusque moverunt? Patere tua consilia non sentis, constrictam iam horum omnium scientia teneri coniurationem tuam non vides? Quid proxima, quid superiore nocte egeris, ubi fueris, quos convocaveris, quid consilii ceperis, quem nostrum ignorare arbitraris? O tempora, o mores! Senatus haec intellegit. Consul videt; hic tamen vivit. Vivit? immo vero etiam in senatum venit, fit publici consilii particeps, notat et designat oculis ad caedem unum quemque nostrum. Nos autem fortes viri satis facere rei publicae videmur, si istius furorem ac tela vitemus. Ad mortem te, Catilina, duci iussu consulis iam pridem oportebat, in te conferri pestem, quam tu in nos [omnes iam diu] machinaris.




(Cuadro de Cesare Maccari)

sábado, 27 de enero de 2018

Apunte sobre parir y ser parido y una premonición




















Dice Gracián en El Criticón: "¿Cuál puede ser una vida que comienza entre los gritos de la madre que la da y los lloros del hijo que la recibe?" El acto de parir y el correspondiente de nacer tienen, además de ser hechos de vida, mucho de premonición. El dolor y la queja abren la senda de lo que vendrá después. En esos momentos es lo que se impone, biología pura y durísima. Salto de calidad, tributo natural, violencia transitoria. Otro tipo de consideraciones -racionales, emocionales, afectivas, éticas o de economía familiar- se desencadenan instintivas u ordenadas a continuación para hacer llevadero el camino, para compensar y dotar de un cierto grado de significados la existencia que se da y la que se recibe. Para proporcionar recursos de subsistencia y defensa ante las dificultades y adversidades que irán llegando paulatinamente. Con frecuencia se olvida aquel punto crucial del parir y del nacer. De hecho, es desigual. Una madre puede recordarlo toda la vida. Un hijo crece con la idea de que estuvo siempre en el mundo. Obviamente una hija que un día sea madre pasará la experiencia que la madre ya había tenido, pero que el varón no conocerá jamás. La ventaja siempre es de la madre, del rol o figura madre, del hecho madre. Al final de sus días vinculará de alguna manera su acción generosa -confiada y proporcionada por su propia y exclusiva naturaleza- con el acto de morir ella misma. La paradoja está servida para todos. Sin embargo, para su alivio y bien llevar la última etapa, no recurrirá a evocar sus partos, sino a invocar a la madre que una vez también a ella le dio la vida y la crió. La agonía en la mujer o el hombre siempre reclama a la madre: el origen, el calor, el cuidado, la oportunidad. La madre se nos aparece en las últimas como vértice. Cuando el vórtice está a punto de desinflarse del todo. Las puertas del final vuelven a los humanos orantes de una protección que ya nadie les proporcionará.


(Ilustración: un obstetra y escritor de Zurich, Jacob Rueff, publicó en pleno Renacimiento un libro dirigido a parteras, el Hebammen Buch o Libro de parteras, plagado de ilustraciones instructivas y de alta calidad. Pero tras su muerte, el editor contrató al artista Jobst Amman, para ilustrar una nueva edición, considerada una de las mejores de medicina del siglo XVI) 


viernes, 26 de enero de 2018

Apunte sobre un retrete áureo que decorará la Casa Blanca
















Ah, no, en absoluto es envidia, pero ¿qué ven ustedes aquí que no vean en la pieza que tienen en su casa? Mas imaginen por un momento que disponen en su servicio de esta lujosa taza. ¿Acaso el refulgente brillo propiciaría la motilidad intestinal o bien la refrenaría? ¿Serían más vívidas las heces que ustedes expulsen si se sientan en este trono o más sospechosas de que algo no funciona bien en la intimidad de sus vientres? ¿Se sentirían más cómodas sus barrigas y más distendidos sus genitales sabiéndose abrazados y protegidos por el patrón oro? ¿Acaso cambia en algo la forma, no obstante el material de que está fabricado? ¿Proyectaría más su imaginación este retrete que aquel en que ustedes se sientan cada día? ¿Transmitiría la áurea sedosidad del apoyaculos más relajación o, por el contrario, suscitaría inquietud? ¿Tendrían devaneos eróticos más liberados o los reprimirían? ¿Serían más hondas y resolutivas sus reflexiones apoyándose en lo dorado? ¿Tomarían mejores decisiones sobre los planes del día? ¿Resolverían mejor los crucigramas sabiendo que sus glúteos acarician el noble metal? ¿A ustedes les parece que su limpieza implicaría menos labor? ¿Temerían cometer sacrilegio si lo que ustedes desalojasen pringara la fina y delicada textura del invento? ¿Lo mostrarían a sus familiares y amigos cuando estos les visitaran en sus domicilios? ¿Acaso se postrarían ante él con más veneración cuando la borrachera les exigiera el tributo del vómito? Confiesen: ¿se sentirían acomplejados o realizados en la profunda esencia filosófica de su ser?

Por la módica cantidad de un millón de dólares se lo fabrica el artista de turno, además de manera personalizada, esto es, según sea su culo grueso o fino y su volumen pesado o ligero. 

El Museo Guggenheim de Nueva York ha remitido esta pieza del artista italiano Maurizio Cattelan a la Casa Blanca como elemento decorativo de dicha mansión. ¿Será únicamente destinado a este fin?

Convénzanse, hermanos. No padezcan envidias innecesarias. La más humilde choza es tan digna y casi acogedora como el palacio más deslumbrante. Al fin y al cabo todos venimos del barro.


miércoles, 24 de enero de 2018

Apunte brevísimo sobre el momento presente o cómo nadie quiere ir a la cárcel




Nadie quiere ir a la cárcel en este país. Los privilegiados pueden elegir y pactar. Los desgraciados, desafortunados y miserables no tendrán tanta suerte. España asiste perpleja a la tenaza entre corruptos que dirigen en mayor o menor medida aparatos del Estado y sus administraciones, y supremacistas que se lanzan a aventuras destructivas en nombre de un anhelado e imaginario dios Estado para ellos solos. Y un tercer mango de la tenaza, la incapacidad del resto de partidos del espectro político de dialogar siquiera para que salgan adelante los Presupuestos del Estado. Camino de la paralización legislativa que tiene muy mala traza. Escasa talla de políticos en todos ellos y jugando con fuego. Digo que España asiste perpleja. ¿Me lo creo? No sé. Es una manera de hablar. Corrijo, por lo tanto.

Ciertos ciudadanos son sensibles y advierten la deriva peligrosa. No me atrevo a hablar de España con la desmesura del presidente del gobierno cuando se arroga que su punto de vista lo respaldan todos los españoles o cuando los nacionalistas catalanes hacen causa general de Cataluña, como si unos y otros fueran portadores del sentir general de un país plural, mientras resulta que solamente son respaldados por una parte. Muchos españoles estamos cada vez no solo más perplejos o desconcertados sino irritados y seriamente heridos por la desfachatez política. Entre todos están haciéndonos a la gente común y corriente mucho daño, sin entrar ahora en sus discutibles defectuosas gestiones de lo público. Para librarse de la cárcel  -a nadie gusta ir a ella incluso sabiendo que se ha vulnerado la legalidad, en cualquiera de los casos-  varios políticos o acólitos se traicionan y chivan estos días, otros cantan por peteneras, otros se arrepienten (en falsete), otros prometen ser buenos (el tiempo dirá si en vano), otros se fugan, lo cual dice poco en aras de esa imagen mesiánica que intentan adoptar. Y otros, muy altos, se resguardan en su silencio ¿cómplice?, callan, se hacen los locos, sabiéndose desbordados y temerosos no vaya a ser que un día ellos también tengan que vérselas con la Justicia. El mundo al revés y todos incoherentes con el país en nombre del cual dicen hablar y defender. Y, en el panorama quebradizo del país, una oposición cabal e inteligente de izquierdas o progresiva o simplemente que dé alternativas racionales, ¿dónde mora? Todo huele a oportunismo, a tentarse la ropa, a observar el error del otro y pensar en la perspectiva electoral, a lo que emitan las encuestas, y el ciudadano medio no ve que se traten los grandes temas que le afectan, que se tomen medidas, que se avance en propuestas. Un antiguo sindicalista ácrata de mi ciudad decía el otro día que cuando entró a trabajar hace cuarenta y cinco años en cierta fábrica de coches importante y, por lo tanto, a enfrentarse con los problemas laborales, "no sabía lo que era la izquierda ni la derecha". Y apostillaba: "En 2018 sigo sin saberlo, y eso sí que jode". Puede parecer una conclusión reduccionista y exagerada pero da que pensar.

NB. No me siento cómodo hablando de este tipo de temas, pero me resisto a morder los anzuelos que nos ponen los pescadores de pacotilla del panorama político.


(Imagen de Pavel Kuczynski)

lunes, 22 de enero de 2018

Amores efímeros. Maya y el amanecer












A veces las mañanas se levantan cansinas, lentas, traicionando el proyecto de los quehaceres. Entonces las mañanas no son las horas ni el juego de las luces ni tampoco el calendario. Se desproveen de rostros, se libran de recuerdos. Remolonas y ausentes se encarnan en un cuerpo. Mi cuerpo. Se flota en una especie de llanura suave, cuya geografía uno quiere retener sin que acierte a saber cómo es. No importa si en nada se asemejan a los accidentes que nos dejó la naturaleza convulsa donde habitamos. Cautiva la ausencia de sonidos y sobre todo el vacío de voces. Los objetos, no solo los del entorno donde reposas, sino los de la mente, se han volatilizado. No hay lugar para objeto, cosa o individuo, en las mañanas tibias. Y si estás muerto, te preguntas de pronto. Y si esto es el instante de contrición del que algunos hablan en ocasiones pero que nadie ha logrado definir. Y si no existe retorno. Retornar para qué, si no hay dónde. Ni siquiera bostezo, por no romper la mística del templo. Éste, un ámbito que se me obsequia a camino entre materias que disputan entre sí. La única decoración reside en los contornos de mis sensaciones, que no lo son realmente, y si la quietud más extensa se roza con ellas es porque mis confines no se despegan del todo y de una única vez de lo que regularmente me ata a este mundo. Pero qué digo o ensueño o me engaño sobre las ataduras del mundo. Qué importa aquí, a esta hora, la palabrería moral que sale al camino a hurtar la luz. La naturaleza se carcajea de mí. La materia se divierte con la pretensión del ser por reconocerse y sentirse reconocido. Nada está más huero que lo ocupado. Los objetos mueren al día siguiente de ser colocados en un estante o en una mesa o en el pensamiento. No. Los objetos del pensamiento, a diferencia de esas cosas fabricadas que envejecen sin sentido en la casa, se inquietan, se agitan, se conmueven. Mutan. Cuándo un pensamiento deja de ser sueño y cuándo un sueño deja de ser una emoción, piensas fugazmente. Pienso. No pienso. Los amaneceres no existen para ser interpretados. Ves lo que te parece un resquicio luminoso y te asombras. Como te sorprendes de lo acogedora que puede ser la oscuridad. Se te permite acceder a su superficie cambiante. Tu asombro premia el fenómeno de cada día, aunque su mirada accidental lo ignore. Mi asombro. Demoro cualquier acto, desprecio cualquier llamada, resisto cualquier movimiento (cualquier atadura, preciso) Los amaneceres deben ser imperceptibles. Como si no arrancaran.   

Maya llega, agarra la sábana y me cubre. Juega. Como si no estuvieras, dice.   



sábado, 20 de enero de 2018

San Antón, San Antón (con retraso)















Cuando Pedro habla de San Antón me trae recuerdos. Aquel día algunos avispados y curiosos de la clase salíamos deprisa para asistir a la ceremonia de bendición de los animales. El atrio de la iglesia nos pillaba muy cerca. Nos parecía algo atípico dentro de los rituales católicos. La presencia viva y agitada de perros, gatos, pájaros y algún lorito al pie de la iglesia nos atrapaba. Nada que ver con otros actos lustrosos, esto es, procesiones y boatos varios que se gastaban en aquellos tiempos un día sí y otro también los funcionarios del clero. Creo que para justificar aquella costumbre que, por otra parte, no habían inventado ellos, recurrían al seráfico de Asís, así lo nombraban, pues por mucho que afirmaran a los animales los religiosos no les habían tenido especial y salvífica consideración. Habían establecido aquella división bruto/hombre y con ella pontificaban para reprobar a sus ovejitas de la fe cuando no se portaban bien. Cualquier comportamiento del hombre que la religión no aprobase era identificada sistemáticamente con la conducta del animal puro y duro. Dicho de otro modo: todos nos convertíamos en bestias irracionales y dejábamos de ser "hijos del Señor" en cuanto contraveníamos las normas morales establecidas por la sacra institución. La bendición de los animales era, sin embargo, un alarde excepcional que se permitían un día al año a solicitud de sus fervientes partidarios de Dios y de la mascota. Pero los niños buscábamos únicamente el lado de espectáculo callejero: los aderezos que colgaban a los perros, los cascabeles del cuello de los gatos, las jaulas casi de oro de algunas aves, el comportamiento propio de sus especies que trataban de zafarse del control...y el exhibicionismo de sus dueños, que se daban cita para garantizar una parte de cielo a los hijos brutos frente a los hijos humanos. 

Ah, un especial recuerdo para la rifa del cerdo de San Antón. ¿O eran varios? Aquel puesto donde durante algunas semanas previas, junto al viejo mercado del Campillo de mi ciudad, se exponían entre fiemo los animales objetos de sorteo. Mi madre compraba siempre el boleto. Nunca nos tocó ni nunca supe si tocó a alguien.

Al pie del artículo de Pedro y a la sombra aún de la piedra de la locura, solo se me ocurre este refrán: San Antón, San Antón, saca la piedra y destripa el terrón. Si alguien lo entiende, que me lo diga.


(Foto José Demaría Vázquez, "Campúa", de 1953)


martes, 16 de enero de 2018

La extracción de la piedra de la insania




















¿Por qué la obsesión de los antiguos por extraer la piedra instalada supuestamente en algún lugar del cerebro? ¿Por qué adjudicar la imagen de una piedra a la melancolía y por extensión a la enfermedad mental, cualquiera que sea su manifestación? Tal vez sea cuestión de representaciones en conflicto. Lo pétreo invoca la dureza, la materia bruta, lo sólido cuyo reino, creían, nada tiene que ver con el cuerpo humano. Este, por su parte, sería la materia sensible, la carne débil, la sustancia fluctuante, la inteligencia transformadora. Consistencia inmutable versus obra de un demiurgo. 

Olvidado para muchos quedó hace tiempo el relato de que Dios hizo al hombre de la arcilla. En aquella metáfora había una relación velada entre dos materias aparentemente tan dispares. Al fin y al cabo las arcillas surgen de la descomposición de minerales, luego emparentados estamos si tomamos con rigor la narración fantástica del Génesis. Mas la realidad siempre supera la ficción y hoy se sabe cómo nuestro cuerpo está repleto de sustancias químicas propias, muchas de ellas reelaboradas a partir de nuestras dietas, que actúan en muchos casos en su formación de manera análoga a las demás expresiones naturales y geológicas.

Pero al humano le gusta no solo diferenciar sino sentirse diferente, pues la apariencia forma tanta parte o más de su identidad como el esfuerzo por conocer los hechos. Nos ha costado imaginar que nuestra plasmación carnosa y ósea, compleja y permanentemente mutable en su adaptación al medio y a sus propias respuestas evolutivas, pueda acoger lo pétreo que, además de extraño, lo consideramos dañino. Los mitos son muy bonitos pero nadie quiere sentir el tacto del mineral más allá de la superchería que contaban del cerebro, esto es, en el riñón, en la vesícula o en la vejiga. Por poner ejemplos ordinarios. Y sin embargo somos creadores inconscientes de algunos materiales que se ubican en nuestro cuerpo. Pero lo extraño o inhabitual no es ajeno. Nada habita dentro de nosotros que no esté ya dentro, decía el sufí.




Maestro, saca rápidamente esta piedra. Mi nombre es Lubbert Das, dice la leyenda de exquisita caligrafía que orla el cuadro de El Bosco. Como todo lo que pinta este autor genial la imagen es una  composición irónica y crítica que hoy nos puede parecer menos inteligible pero que en su tiempo podía ser entendida a la primera. Hasta el texto que acompaña incide como un grito desesperado que pone la guinda. El enfermo, atacado por la locura, pretende ser tratado por las fuerzas vivas de la época, la que se ocupa del cuerpo y la que pretende la cura del alma. Ambos personajes, decisivos en la vida de las personas de entonces, nos son presentados por  Hieronymus Bosch como poco menos que charlatanes de feria. El médico -el embudo en la cabeza es chanza del pintor por medio del cual le desacredita- trata la enfermedad del paciente por la vía brava, como si el mal fuera tratable con una trepanación burda que extrajera la locura. El clérigo, mientras, muestra el lado habitual de los curas: la oferta de la consolación a través de su verbo y de la exhibición de un objeto litúrgico propio del simbolismo eclesiástico. O tal vez se trata de un recipiente de vino al que tan entregados estaban estos ociosos. Pero, ¿es la supuesta locura de Lubbert Das su verdadera condición grave, por mucho que suplique que se le libre del mal? ¿O el pintor quiere decir que lo loco, o transcribamos también como lo necio, es precisamente ponerse en manos de curanderos sin mayor capacidad científica, que solo se prestan a sacar los cuartos al ingenuo que se ponga en sus manos?

Hay un personaje en la escena cuya posición espectadora le vuelve intrigante y a la vez distante. Es marginal a la acción de los charlatanes y al sufrimiento del paciente. En general se muestra contemplativo respecto a toda la trama. En esa mujer que se apoya con aire de aburrimiento y dejadez hay quien ve una representación alegórica de la Melancolía. Pero el libro que mantiene de manera circense sobre la cabeza ¿es un mero capricho de El Bosco?¿O el libro cerrado expresa el verdadero drama al guardar en su interior el conocimiento y la sabiduría que no aplican ni el supuesto doctor ni el charlatán de lo divino? Una interpretación más lineal diría que se trata de una monja, y en ese caso su actitud contemplativa no sería sino parte del grafismo que la sitúa.

Un último apunte sobre el detalle de la extracción. Lo que el curandero saca del cerebro del pobre Lubbert Das no es una piedra, sino un capullo, una flor. ¿Es la locura lo que se pretende tratar o es la imaginación lo que se elimina del cerebro humano? Si la piedra es la dificultad y el tapón del pensamiento, el capullo representaría la eclosión de los sueños creativos del artista, el brote de la imaginación, la libertad, al fin y al cabo, de las ideas y de la fantasía. ¿Todo esto es propiedad de locos? Los agentes del control social en cualquier tiempo y circunstancia de la Historia disponen de un repertorio de recursos para anular la capacidad creativa y libertaria del individuo. Y teniendo en cuenta que La extracción de la piedra de la locura es un cuadro de juventud de El Bosco no sería nada raro que hiciera su particular y satírica interpretación de las cosas de ese modo.





domingo, 14 de enero de 2018

Amores efímeros. Telaraña y Laberinto















Laberinto se ruborizó al encontrarse con Telaraña en una de sus callejuelas. No somos lo mismo pero coincidimos en análogo objetivo, dijo Telaraña a Laberinto. Es verdad, contestó éste, para quien entra en tus dominios o en los míos no hay salida. La mejor salida es no entrar, respondió ella dicharachera. Laberinto encontró contradictoria aquella opinión. Pero tú has entrado en mi territorio, le espetó. Puede suponer riesgo para ti. Telaraña no se arredró.  Aquí he estado siempre, pero no te habías fijado. Cuando yo entré tú eras pequeño y no advertías mi presencia. ¿Quieres decir que no me temes?, se asombró Laberinto. Si te hubiera temido jamás habría entrado. En tu red o en la mía solo entran los despistados o los ambiciosos. Laberinto miró a Telaraña con curiosidad. La encontró atractiva, novedosa. Además el desparpajo de la intrusa le confundía, y no se anduvo con reticencias. Telaraña, ¿a cuál de las dos clases de necios perteneces?, soltó con dureza para ponerla a prueba. Me atraías tú, llegué aquí por la pasión de conocerte, le confesó. Telaraña casi se arrepintió de lo que había dicho y se abochornó. Pero ese es el mayor peligro para ti, repelió él rápidamente la osadía. Que quieras conocerme. Quien intenta saber cómo soy acaba perdiéndose, sin que me importe lo más mínimo. Si no te interesaras por mí no te habrías parado a hablar conmigo, supo defenderse Telaraña. Llevabas varios días coqueteando con la mirada y variando la dirección de tus calles para que yo estuviera siempre cerca. Reconoce que el despliegue de mi cuerpo te hipnotiza. Laberinto tuvo miedo de que la trampa verbal fuera más efectiva que la exuberante trama deslumbrante de Telaraña. Permaneció en silencio. Ella aprovechó esta actitud para atacar de lleno. Yo no quiero conocerte para que cambies, como tú jamás debes rozar siquiera mi silueta de seda pretendiendo saber cómo está urdida. ¿Qué invasión podría haber entre nosotros si nos aceptamos tal como somos y nos amamos en la distancia? Entonces Laberinto abrió su corazón de par en par. ¿Sabes, Telaraña? Llevaba tanto tiempo perdido en mi soledad que ya ni siquiera me atraía que entrara nadie. Los aventureros audaces son tontos. Los héroes no dan más talla que la apariencia. Los buscavidas son extremadamente egoístas. Los que claman por los dioses se ponen las máscaras de ellos. Y los dioses...hace tiempo que se revelaron como el eco insolente de los hombres. Es muy aburrido ver que todos se obcecan en buscar aquí una salida que no prospectan dentro de sí mismos. Y lo que les espera a todos tiene el mismo fin. Resulta tan desagradable ver morir de locura, más que de cualquier otro mal...

Telaraña se vio subyugada por las reflexiones de Laberinto. Te sugiero un juego, propuso. Tú cambias las calles de tu ciudad de la confusión y yo me acomodo a cada rincón de manera imprevista, hasta que me encuentres. En lo que nos buscamos nos entretenemos. A Laberinto le pareció divertido. ¿Cuándo empezamos?      


(Fotografía de Tomás Saraceno)

sábado, 13 de enero de 2018

Apunte sobre una mujer que iba leyendo a Nietzsche en el autobús















En el autobús  -día lluvioso, huidizo y frío-  una mujer muy joven que iba de pie junto a una de las puertas, leía las primeras páginas  -también subrayaba- de El ocaso de los ídolos. En los autobuses las personas son próximas y lejanas. Simpatizan y se repelen. Se observan o se ignoran. Aprovecho la cercanía de la parada próxima para levantarme y decir a la mujer: enhorabuena por leer a Nietzsche (con pedantería elegida pronuncié el apellido en un alemán lo más aproximado posible) Gracias, me responde, estoy empezando. Insisto: te felicito por intentar leer a uno de los grandes. Casi nadie lo hace, no es fácil, pero es luminoso. Sirve para descreer de las mentiras (me sorprendí de la frase que me había salido) Ella asegura: lo estoy intentando. Luego he pensado: tal vez fui lejos. Defendí mi criterio y ella tiene que descubrir los significados. Pero, ¿quién sabe si mi comentario relajado no estimula su elección? El autobús paró, me bajé, me despedí. Me has alegrado el día, dije, lo que haces es tan excepcional...La mujer desconocida volvió a agradecer mis palabras. Me pareció que la luz de su mirada se revelaba atónita. Que el autor te llegue, incidí aún. Chapoteé accidentalmente sobre el primer charco que me salió al encuentro. Qué cosas se me ocurren, caí en la cuenta (sin pensamiento de culpa) una vez solo. Esta clase de conversaciones no son ordinarias en un autobús, ni fuera de él. Sentí el bajo de los pantalones empapado. Pudo más la sensación de haber hecho una buen a obra, o de haberla recibido por azar.

     

(Fotografía de Saul Leiter)

miércoles, 10 de enero de 2018

El viaje de invierno de Inés González y Juan Carlos Gargiulo, más allá y más acá del Winterreise de Schubert















Winterreise from Juan C. Gargiulo on Vimeo.



Juan Carlos Gargiulo ha confeccionado este vídeo con los dibujos de Inés González. No se sabe qué impacta más. Si el conjunto de representaciones cargado de simbolismo y vivencia personal que esta artista ha realizado a lo largo de dos años y medio o la formidable composición Winterreise del profundo Schubert. Inés González se alimenta de Schubert para corresponder el dolor de su memoria. En pleno y lento viaje de invierno -de la estación y de la vida- que todos realizamos, este trabajo a tres bandas me parece un obsequio que hay que ofrecer a los demás. Ofrecer para disfrutar. Participar para elevarnos. Escuchar para resistir. La vida siempre está en lo que se nos oculta o en lo que permanece como propiedad individual, y no tanto en los acontecimientos que se nos relata de modo superficial cuando no publicitario. Gargiulo aporta una forma añadida con este triángulo de sensibilidades. González exorciza sus demonios. Las heridas pueden cicatrizar en apariencia, porque hay que seguir viviendo. Pues es sabido que dentro pueden seguir corroyendo y, por lo tanto, reproduciendo daño y horror más allá del tiempo de los verdugos. De ahí que fuera necesaria la catarsis con base real -la aparición de los restos del hermano asesinado- y no solo la de la fantasía, hermosamente avanzada por el trabajo de la artista. Tras escuchar a Schubert y contemplar las imágenes gráficas sugiero leer el texto final de Inés González. La vida no ha sido fácil para mucha gente.


Dos poemas de 'el hombre en la noche' en memoria de Hernán González, estudiante secuestrado en 1976 por la dictadura argentina, torturado y asesinado por sus agentes, y hallados sus restos cuarenta años después en un pozo de Tucumán:





Aparición


...Y allá estaba, en el fondo, en el sedimento
que reconvierte incesante la materia en materia,
en el fósil que retorna para hacerse memoria,
en la textura de costra antigua y de dolor de hombre,
seca postilla que al dividirse enciende luz,
como las formas de vida más recónditas,
cual indicios de orígenes maltratados que no renuncian
a su emergencia, y desde allá nos reclamaba,
en la morada de su escondite tenebroso
deviniendo recurso de las huellas más sabias...
¿para saber qué? ¿cómo se siente la violencia
natural acoplada a la mano de los canallas? ¿cómo
se desvirtúa el don de las tormentas
al atravesar los cuerpos más puros? ¿cómo se vuelve
a un principio de vacíos sin apenas
haber probado goces o sin dar tiempo a caer
en los errores que cualquier humano
debe acumular para aseverar que se  ha vivido?
¿o para escuchar cómo chirrían los sonidos
de lo más distante, o cómo se andan los caminos
de lo más obscuro, o cómo paraliza
hasta el último llanto
el amargo sabor de lo abyecto?

Y allá estaba, tejiendo con hilos invisibles
lo que otros llaman historia en abstracto, inútil empeño
si no se protege la vida,
esperando con el silencio más humillante, el del vencido
que no ha tenido opción a defenderse,
mientras vosotros, los supervivientes
normalizábais los quehaceres, pues vivir es seguir,
dicen los profetas de la necedad, pues seguir es olvidar,
claman los corifeos del orden que urgen a preservarlo,
y él esperaba porque intuía,
desde su dimensión de ángel,
que la impotencia no puede quebrar de un golpe
a toda la especie, no puede acabar con la presencia
íntima que se revelaba día a día
en el gran corazón de los fuertes y de los esperanzados.

Él, allí, en otro espacio, donde ya no cabe la tribulación
ni el desamparo, propiedades éstas
de los maltrechos vivos,
pronunciaba vuestros nombres.
Tú le escuchabas, mientras en noches sucesivas
de décadas infinitas te hacías las preguntas: ¿cuántos
están cayendo mientras esperan su vuelta? ¿cuántos
están rayendo su cuerpo con el filo de la angustia?
¿cuántos se esfuerzan en olvidar para no ser pasto
de cualquiera de los infinitos rostros del mal
que se conjuran para destruir a los hombres?
¿cuántos piensan que no va con ellos
sin caer en la cuenta de que la barbarie va a por todos?

Al fin el diálogo ha dado su pequeño fruto.
Y en lo hondo la tierra se manifiesta como siempre:
sagrada y generosa para acoger a los muertos.
Él no renunció a sus propias voces. Y el hombre
se disfrazaba de otros hombres, y su hilo inconsistente
y tibio, pero no apagado del todo,
os enseñó nuevos lenguajes. También el detritus
conjuga sentimientos y aguza
inteligencias que ponen a prueba la bondad.
Aquella sintaxis de resistencia, tesón y búsqueda
removió la tierra falsa que cubría las conciencias
invencibles. No fue tu corazonada
sino su clamor
lo que abrió la ciénaga seca.



Luminosidad


Allí, donde habitas un alma única
nadie puede romper tu rostro de cristal
ni traspasar tus lágrimas de océano.
Nadie suplantará tu voz, su viaje interminable
por los canales inconfundibles de la memoria.
En tu ámbito leve y cómplice
de los últimos animales de la tierra se entrega a ti
la materia más vieja,
la sustancia indescifrable a nuestros ojos,
que muta en tu pureza hasta erosionar
los gestos de los frágiles bárbaros.
Tu tegumento es ahora la luz
invisible y astral
porque también en las profundidades
hay planetas
y su irradiación incandescente no se apaga
nunca.






















(Dibujos de Inés González)



lunes, 8 de enero de 2018

¿Qué hacías tú en el 65? (Apunte no apto para nostálgicos llorones)
















¿Que qué hacía yo entonces? Así, a bote pronto, comprobar que mi voz era más ronca, firme y menos inocente. Luego, apencar con asignaturas a trancas y barrancas, beber los primeros claretes y fumar las iniciáticas poses de tabaco (no era otra cosa fumar a tal edad) Ver y temer a las primeras mujeres a distancia. Soportar el control familiar, que empezaba a perder los papeles. Dejarme picar por la curiosidad de las minorías resistentes que, cargadas de misterio y no escasa capacidad de auto sublimación, me hablaban de otro país posible, que no probable. Ir cargando el cerebro de ilusiones rupturistas con las que me esperaba un largo recorrido y más adelante me devolvería un retorno de no menos cantidad de decepciones comprobadas. Vivir la camaradería interclasista e inter ideológica como un fenómeno depurativo, cargado de otro sentido, oxígeno puro a ser posible, o eso creíamos. Se buscaban atmósferas diferentes y abiertas. Había que abrir ventanas y puertas en el cuarto pútrido que era este país. Todo lo que iniciaras con otro perfil te conducía a conocer algo que rompía el escenario de cartón piedra. Así, estábamos receptivos igualmente a las músicas de cualquier otra parte que decían y sonaban novedosas, lúdicas, impactantes.  Admito que mi favorita francesa (en canción y en fantasías menos musicales) de aquel tiempo seguía siendo Françoise Hardy. Tenía un temple de pronunciación y de cadencia que me deshacía. Naturalmente los 60 fueron una década rica en expresión musical, costaba preferir a unos cantantes respecto a otros, y lo francés, tan aparentemente cerca, solamente ahí al otro lado de los Pirineos y sin embargo tan lejos cultural y políticamente hablando, pesaba en nuestras almas cándidas que ya no lo eran tanto. Bien, si soy sincero, nunca superé que Serge Gainsbourg me quitara a Jane Birkin antes de tiempo (no había llegado mi tiempo y él corrió más), aunque les he perdonado, uno ya murió y la viuda no es la misma, aunque la sigo admirando, el arco de su boca y el puente de su mirada sonrientes siguen siendo idénticos. Ah, ya me había olvidado de aquella chica que ganó un concurso de Eurovisión con una canción tonta, pero interpretada por una voz mimosa y deslizante para los que íbamos dejando de ser púberes, y que cantábamos en nuestras excursiones juveniles una y otra vez, como una matraca amable. Éramos alegría refleja y cualquier canción de moda nos enervaba. Y había que estar a la última. Puedo poner nombres a paisajes y compañeros que ahora me viene de golpe por mor de la canción. Y el hecho: France Gall ha muerto ayer domingo y solo con setenta años. Una cría, crecida, eso sí. Conclusión. ¿Qué hacía yo en los 65 sino pensar que todos nosotros, incluidas ellas, íbamos a ser eternos?  







sábado, 6 de enero de 2018

Apunte sobre un transcurrir de arena





















No me lo había pedido, pero me lo han traído. Lo he colocado ahí, delante de los escritos de algunos díscolos geniales. La primera conclusión que saco, pues llevo un buen rato observando como un bobo el reloj de arena, como quien mira el culebrear de los peces en una pecera, es que su dinámica es prácticamente imperceptible. No sé si el secreto está en su cuello estrecho, calculado como el ecuador de dos hemisferios caprichosos, o en la visión del espectador que apenas percibe las micras de segundo ocultas tras la caída de la arena. Otra observación que me guiso es que mientras se produce el desparrame ordenado e inapreciable de norte a sur yo también me voy vaciando un poco más, aunque, de vez en cuando, me dé la vuelta para disimular y seguir fantaseando con que nada pasa, al menos no excesivamente deprisa, nada envejece, siquiera no prematuramente, nada se inhabilita, y hago movimientos de manos y de piernas y giros cervicales de izquierda a derecha para asegurarme de que aún estoy en servicio. Considero esta última mirada personal divertida y en absoluto dotada de dramatismo alguno. No soy el recipiente ni la arena, y quiero creerme que mi cuerpo es tan solo una metáfora que se agotará por aburrimiento. No ha sido carente de intención que haya puesto el reloj de arena ante nombres de autores y obras de otros siglos, para los que el instrumento de medición vital se hizo añicos hace mucho tiempo. Sin embargo, hay algo en lo que el reloj de arena no ha vencido hasta la fecha. Ni más ni menos que en la obra de aquellos pensadores, vigorosa y plena de sentido en medio de un ciclo escasamente consistente en ideas como el que estamos viviendo. Según he estado escribiendo este apunte el contenido de la parte superior del reloj de arena ha pasado a la parte inferior. Entonces se me ocurre que más que un medidor temporal es un cubilete de truco con dados. Giras el reloj y te aseguras que otra vez comienza su tiempo o, lo que es lo mismo, tu tiempo. Echas los dados jugando a la distracción para engañarte a ti mismo con la pretensión de que estás echando los dados del universo. No me había pedido el reloj, no, pero bienvenido ese recipiente paralelo de nuestra conciencia en transcurso.




miércoles, 3 de enero de 2018

Amores efímeros. Los primitivos














Al poco de saberse próximos se reconocieron pertenecientes a la misma especie, hijos del huerto y también de los eriales, atraídos por las diferencias, mudos en su insólita sorpresa. Ninguno de los dos disimulaba su arisca condición y contenían su voz imprecisa, dejando correr las miradas sobre sus cuerpos de perfiles brutos, apenas afinados por ciertas poses que les separaban y a la vez les atraían. No se sabe quién dio el primer paso pero los animales salvajes les observaron a distancia, como si intuyeran el peligro de lo ignoto. A un ademán enérgico de cualquiera de ambos se producía un estampido de las manadas y los seres del sotobosque se escurrían hacia sus cavidades secretas, pidiendo abrigo en la tierra edificada dentro de la tierra. Ellos, desconcertados por los efectos de sus bravuconadas, también buscaban dónde refugiarse. Huían de los contrastes de la temperatura, de los cambios de los días y las noches, de las traiciones del cielo que tan pronto les proporcionaban luz y calma como negrura y furia. Se resguardaban, en fin, de la acechanza de otras especies cuya constitución anatómica, sus griteríos ansiosos y los giros violentos que efectuaban les infundían pavor. Incluso entre sí mismos se veían apresados por el temor de poseer rasgos tan desiguales, cuyas manifestaciones confundía a su entendimiento. ¿Les ponían en contacto las carencias de uno frente a las del otro? Nada se sabe de quién se acercó primero a quién y si les guiaba una intención previa y manifiesta. Tal vez se trataba solamente de la curiosidad, en cuyo caso transcurría dentro de ellos un elemento que superaba al mero instinto. Se brindaban a la observación de los atributos corporales de cada cual, a las características de fuerza que desempeñaban sus cuerpos, cuando no a demostraciones aparentemente elementales y sin embargo extraordinariamente complejas. Acaso era la disposición de un gesto o de una serie de comportamientos reflejos que ellos mismos percibían con extrañeza. El espontáneo ofrecimiento que se hacía uno a otro de un objeto cualquiera tomado del entorno. Una porción de arcilla, unas ramillas masticables, un fruto silvestre, un canto rodado que agradecía el tacto. O puede que en lo que les conectaba vibrase la perplejidad ante un paisaje superior, contemplado desde lo más alto de una elevación, que les invitaba a compartir admiración por algo todavía más inexplicable que ellos mismos. ¿Se sintieron tentados al encuentro desmedido antes o después de sentir hambre? ¿Tuvo lugar aquel arrebato imprevisto a despecho de la noche? ¿O se dejaban llevar por un indescifrable intercambio de olores que congregaban a todos los demás sentidos? Así se hallaban los amantes primitivos, desviviéndose por una incipiente entrega compartida, tentados por una posesión mutua que sospechaban fugaz. Tras aquellos amantes salvajes parecía ocultarse una descripción secreta de otros encuentros anteriores a su propia existencia, a través de los cuales ellos habían llegado a estar donde estaban, uno contra el otro. Si era el primero y el último de los escarceos o iba a haber más que viajaran desde su materia agitada hasta llegar a lo inmóvil era algo que no estaba al alcance de discernimiento para ninguno de los dos. No podía afirmarse con certeza si la hembra se imponía al macho o si éste había decidido derribar a la hembra con conocimiento de causa. Ambos, cuando el roce de sus pieles se ofrecía a familiarizarse más allá de la superficie, detuvieron de pronto el agónico golpe del instinto. Al mirarse fijamente los amantes, atrapados en un lenguaje visual que los interrogaba, dudaron. La serpentina aguda de un relámpago ocasional estremeció a  los dos. El hombre y la mujer se derrumbaron, viviendo como una privación su primer acto de amor.




(Fotografía de Jörg Heidenberger)