"...Y es que en la noche hay siempre un fuego oculto". Claudio Rodríguez





sábado, 30 de septiembre de 2023

No respetan nada y si pudieran lo borrarían todo

 


No sé si es la mala conciencia que arrastran algunos, o que no creen en absoluto en la Democracia y la libertad de expresión, pero estos son algunos de los efectos con olor a odio que cunden por estas tierras castellanas. De mano de quienes siempre están quejándose demagógicamente de una España suya que dicen que se (les) rompe (porque no logran que sea suya del todo como hace décadas) 

Lo siento por Manolo Sierra, por los reivindicadores de la memoria histórica, o simplemente por cualquier ciudadano con mentalidad sinceramente democrática. Lo siento por las nuevas generaciones que van a estar condenadas a escuchar el discurso de falseamiento de la historia una vez más. En esta ocasión le ha tocado el turno a un mural de Manolo en el pueblo de Castroñuno (no llega a mil habitantes) En esta población había gobernado la izquierda muchos años. Pero tras las últimas elecciones municipales cambiaron las tornas. Lo primero que ha hecho el nuevo alcalde de la derecha es borrar el mural. ¿Por qué les suscita tanta repulsión que se reivindique la memoria de quienes aún permanecen en cunetas y páramos? ¿No superan algunos la verdad sobre 1936/1939 y la dictadura? Se ve que no gustan de que los muertos salgan de cunetas y páramos. Porque los muertos hablan siempre. Y cuando hablan cuentan.

En las viejas tierras de la Castilla profunda la libertad de expresión y las demás libertades corren alto riesgo. Se empieza borrando murales incómodos -o censurando conciertos o autores- y ve a saber cómo desearían acabar. Léase:


https://elpais.com/cultura/2023-09-27/el-nuevo-ayuntamiento-del-pp-borra-un-mural-republicano-de-manuel-sierra-en-un-pueblo-de-valladolid.html

https://www.eldiario.es/castilla-y-leon/sociedad/borran-mural-homenaje-victimas-franquismo-artista-manuel-sierra-castronuno-valladolid_1_10545268.html


miércoles, 27 de septiembre de 2023

Ariadna desde el laberinto grotesco

 



"El país que había perdido su alma estaba sentado con las manos vacías cerca del puerto y, cuando yo llegué, miraba con tristeza las aguas muertas. Pronto seré como ellas. Ya lo ves, no expreso nada, nada auténticamente mío. Pronto seré como estas aguas, un espejo indiferente, exclamó".

De Ariadna en el laberinto grotesco, de Salvador Espriu.


Vivías desde siempre en el laberinto y te preguntabas: ¿hay salida? Era la pregunta inocente, casi refleja. Infantil. Porque aunque te gustaba recorrer sus calles, sumergirte en los pasadizos y asomarte a las amplias galerías -el laberinto no es una geometría oscura y menos lineal- tenías la sensación de estar yendo y volviendo. Cada paso adelante sugería uno dado anteriormente. Al principio cada descubrimiento se te mostraba como una puerta abierta por donde podías escapar. Pero una vez que incorporabas lo nuevo a tu acervo tendías a resguardarte, con tu novedoso tesoro, porque el exterior, aun siendo atractivo y tender a dejarte llevar por él, solo lo observabas con temor y con incertidumbre. El laberinto te ofrecía seguridad y si había monstruos dentro de él los tomabas como propios. Si se presentaban aguerridos libertadores los recibías con la ingenuidad propia de quien confunde deseos con posibilidades, pero o se sometían al hábitat indestructible o se destrozaban entre sí, pues el guerrero solo es carne de otro guerrero y pocas veces hacedor de paz. Si a veces confiabas en la aparición de una Ariadna, que acaso solo anidaba dentro de ti, te deslizabas tras sus encantos, que no dejaban de ser ficción imaginativa tuya. Porque, ¿se reveló alguna vez como real la intuida presencia de una Ariadna? Probablemente más de una, o varias. O muchas. Todas las que cabían en tu afán de búsqueda y alguna que otra que se personificaba y acompañaba tus recorridos arriesgados. Allí fuera hay otro país, decíais en aquel corro de Ariadnas, guerreros, monstruos y tú mismo, cuando os arrimabais a la balconada donde el horizonte adquiría formas verbales y revelaba ansias corporales. Pero el otro país era también parte del laberinto, porque el horizonte no era territorio ajeno, sino reflejo del que habitabais.  


Si te interesan las citas comentadas de Ariadna de Asterión pásate por

https://ellaberintogrotesco.blogspot.com/



*Ilustración de Balbi López Santos.

lunes, 25 de septiembre de 2023

Las del puño, o cuando la mano se ajusta a los signos de los tiempos

 




Cuando yo era niño me dijeron que no se me ocurriera jamás levantar el puño. No supe la razón, pero sumiso como yo era, acaté el mandato, no sé ahora si paternal, magistral, clerical o del funesto partido único. Sería cosa de todos. Tampoco entonces se me habría ocurrido, nadie me enseñaba a intentarlo. Qué pena, pienso ahora, que se reprimiese una actitud que el bebé esgrime por necesidad y sin vergüenza. Me llamaba la atención entonces, por el contrario, eso sí, que algunos levantasen con energía desmesurada la palma de la mano en dirección oblicua. No era frecuente ni cotidiano, solo en determinados ámbitos y circunstancias. Preciso: eso en mis tiempos; en los anteriores debió estar a la orden del día. 

Años después ya fui sabiendo del simbolismo de ambas posiciones de la mano que sobre todo hacían ejercicio de las propiedades de su maravillosa anatomía. En ambos casos el puño hacia o contra el cielo y la mano extendida a medio camino entre el cielo y el infierno -lo oblicuo siempre es tan dual e impreciso, al menos hasta que se define por otra trayectoria- se pretendían Poder, si bien en aquel país de cementerios osar por el puño definía al hundido, al resistente, al que basaba su humilde pretensión de Poder en el agrupamiento, siempre perseguido, de los proletarios. Mala cosa, pues, levantar el puño aunque hubiera infinidad de motivos. 

Poco a poco del mapa político fue desapareciendo la mano larga y atreviéndose, con alto coste, el puño en alto. Aunque esta exhibición solo se decidía grupalmente, a ver quién era el majo que lo hacía por su cuenta por la calle. Impensable. Levantar en puño en una huelga era anhelar un poder en potencia, una entelequia probablemente como tantas otras. Ya se encargó la revolución -¿demediada, traicionada, utópica...?- de la soviética Unión de demostrar que a un Estado sustituye otro Estado cuyo poder siempre queda en manos de élites.

La sorpresa para muchos nativos de aquí fue cuando empezamos a saber de otros que levantan el puño allende el océano. Los negros. ¿Se acuerdan de aquello del black power? Vaya, dijeron algunos por estos lares, esto del puño tiene un carácter más religioso y universal de lo que nos pensamos. Y los negros maltratados de toda la vida y los que se revolvieron contra la guerra de Vietnam, allá en el país de los ricos -es un decir- de los USA, lo levantaban con el orgullo de quien adquiere fuerza y cree que se va a comer, esta vez sí, el mundo para siempre.

Con el tiempo, uno empezó a distinguir entre alzar el puño de rabia, gesto de una lucha, en una situación y contexto de conflicto, y levantarlo convencionalmente en una procesión organizada festivamente y respaldando a siglas. Con todos mis respetos a la expresión de cada cual.

Y entonces llegaron ellas. Las triunfadoras de una competición, pero doblegadas a unas estructuras de empresa deportiva que las tenía por debajo, para no variar. Porque el deporte negocio del fútbol siempre fue de hombres macho hasta en las cúpulas de sus negocios, equipos y federaciones. Y en las gradas, mayormente. Llevaba cuatro días como quien dice esto del fútbol femenino y hay que ver cómo han espabilado estas mujeres en tan poco tiempo, debieron pensar los tuteladores federativos. La historia es presente -algunos dirán que por lo tanto no es historia- pero quiero decir que la narración está en marcha sin estar claro del todo qué desarrollo argumental tendrá y mucho menos si habrá final o permanecerá abierto. De momento ellas, las jugadoras, las futbolistas -miren que futbolista siempre me pareció femenino por mor de la vocal a, solo traicionado por el artículo masculino- además de ganar una competición mundial han plantado sus reales y sin vergüenzas ni complejos han levantado el puño. Ojalá se cumpla el lema de la pancarta. ¿Se habrá acabado del todo, no solo en este ámbito sino en todos? Poco a poco, esperemos.



viernes, 22 de septiembre de 2023

Nunca se va el pasado del todo

 



"Ese vuelo apartado
la mirada ya ajena
disolviéndose"

Del poema Adjetivo demostrativo, de Ariadna de Asterión.


Fue el instante después. ¿Después de qué? Ese instante se llama alejamiento. 

La grávida se vuelve una vez más y observa la espalda del hombre, menos erguida y firme que hace años, cuando lo amó. Aquello, ¿solo fue una iniciación pasajera porque las circunstancias no permitían asentar nada más? ¿Experiencias de juventud? ¿Hacer lo que hacían todos? Pero lo nuestro cuajó y hasta cierto punto duró, se dice en su debate repentino. Una apenas recordaría lo efímero. Maldito encuentro, se irrita. Y encima, ¿por qué he tenido que vincularle al despedirme? ¿A cuenta de qué se me ha ocurrido sugerirle si iría a ver a mi hijo cuando naciera? 

Le asaltan recuerdos que había soterrado y ahora le parece un desatino hurgar en ellos. Para apaciguarlos pone la mano con parsimonia protectora en la expresión de su preñez. Acaricia despacio aquel hábitat de vida. Imagina al individuo que se va haciendo allí dentro y suspira. Solo desea concentrarse en su estado actual. Conjurar con él toda frustración. Desdeñar pensamientos inútiles, del tipo: si yo hubiera seguido con...No puede ser que un encuentro haga reverdecer mi pasado, se tortura con levedad. Salvo que...Se queda pensando. Y ella misma se responde. Salvo que una situación que quedó abierta pero que tuvo significado siga alentando una morbosa curiosidad. Cuando no un oscuro deseo latente. Es lo que algunos llaman cierre en falso. ¿Cuántos cierres en falso no hay a lo largo de la vida en nuestros comportamientos? 

La mujer se detiene ante un escaparate. Se contempla con orgullo. Exultante en su coquetería merecida. Hace resaltar su vientre creciente para que la imagen le devuelva una realidad que desea completa y, si es posible, feliz. Ya no cabe en mi momento actual el hombre. Y menos ese hombre -está a punto de corregirse y decir este hombre- con que la casualidad me ha cruzado. Mi hombre ahora mismo es el que hago. ¿Por qué le atosigan los rescoldos de una hoguera extinta? ¿Por qué la memoria busca resquicios y subterfugios para desbaratar una realidad inapelable? 

Se tortura con las últimas palabras, que creía olvidadas, y que reviven misteriosamente, de aquella separación dolorosa y antigua. Cuando ella, yo, se dice, me levanté áspera y con urgencia diciendo que iba a perder el último suburbano. Y él: ¿No puedes quedarte siquiera por esta noche? Ya sabes que no, le repliqué con soberbia. Pero tu lugar está aquí, porque yo soy tu lugar, trató él de imponerse o de proporcionarme al menos una esperanza. Huí, lo reconozco, tal vez sin calibrar que aquello no había terminado en una discusión más. Que concluía más bien con todas las discusiones.

Continúa observándose ostentosa en el reflejo del escaparate. Se sonríe a sí misma, ahuyentando cualquier atisbo de amargura que no debería ya caber. Decide premiar su ánimo, aprobar su decisión. Tú eres ahora mi hombre, le  habla con una palmadita al feto que está construyendo en sus entrañas.





*Fotografía de René Groebli.

martes, 19 de septiembre de 2023

Paisaje tras la ceremonia

 



"Hace ya algunas horas que está aquí.
Partes de su cuerpo, no las más íntimas
pero partes de su cuerpo, se han esparcido
y repartido por cuatro o veinte esquinas
de esta habitación. Y ahora vivo
dentro de lo que amo".

Del poema Útero, de Gabriel Ferrater en su poemario Las mujeres y los días




Él duerme, yo velo. Él se agota en el esfuerzo, yo me recompongo. A él se le impone el desgaste. Yo me nutro de su cansancio. Ni vencedores ni vencidos. Ni sometedores ni sometidos. Ni fantasmas ni ataduras. Fue el instante y yo lo tomé. Él exudora inconsciente en esa mezcla de sudores y jugos que le explican como hombre y le abandonan a una orfandad que yo debo sujetar. Porque todo hombre es un desvalido que no es consciente de su estado. Yo me conformo con verle apaciguado y sin huida. No, este hombre no es como los demás. No, tampoco se ha tratado de repartirnos los roles. A estas alturas una distingue de sobra qué persigue cada cual. Busco la coincidencia, no utilizo a nadie. Asiento la libertad de mi placer, que hoy ha sido convergente con el suyo. Él sonríe bajo sus párpados caídos. No puede evitar esos labios aún suplicantes, diría que sedientos. Incluso al moverlos ligeramente debe creer que aún prosigue en su entrega. Quiero observarlo, no por curiosidad, que ya he constatado con otros, sino porque no me ha amado como si fuera una conquista. Su lasitud es parte de la ofrenda que ha realizado para mí. No es casual que sus manos aún palpen mi espalda, o que  sus piernas no se hayan desenredado del todo de las mías. Al contemplar su modorra me reconcilio con el hombre. Conjuro las malas experiencias. Repongo el infortunio de haberme sentido sometida, si no obligada, en determinadas ocasiones. Cuando una condescendía, y aún no sé por qué, sin haber querido. Cuando una se levantaba a la ducha, huyendo y buscando una purificación, mientras el hombre que se había desahogado a su costa caía en una reposición puramente animal. Con este hombre, por el contrario, he bailado ritmos nuevos, donde los sentidos y las emociones han ido de la mano. No es un hombre más, solo en apariencia y acaso ante ojos ajenos. No ante mí. Él se sabe a prueba. Yo me sé a prueba, como si fuera la iniciación de dos púberes ante el papel en blanco del amor. Hemos desafiado aprendizajes mediocres y comportamientos convencionales, que es tanto como decir haber mitigado ahora viejas insatisfacciones. Haber llegado hasta aquí desentraña incógnitas perseguidas desde siempre. Vivo el instante, intento que persista. De pronto balbucea algo en sueños y sus labios dibujan el perfil amable de la sonrisa, acaso el del agradecimiento. Yo le tomo la mano por si llega hasta sus sueños. Está calmado y en estos momentos en que los dos nos reponemos la partitura de nuestra música permanece abierta. Hay una ejecución pendiente. Tal vez la buena composición, la creativa y que nos hace volar, nunca se cierra del todo. Solo se amolda y se recrea conforme se orienten los sentimientos y los significados. Yo me busco. Él se deja encontrar.





*Fotografía de René Groebli.

domingo, 17 de septiembre de 2023

Desplazamientos

 



La mujer durmiente tal vez soñaba lo vivido. O vivía lo imaginado. Acaso ensayaba subconsciente lo que hubiese deseado y no tuvo. O bien quería prolongar lo tenido pero que una vez desapareció. Los sueños son justicieros. Devuelven posesiones y compensan carencias. Reviven goces pero pueden resucitar fantasmas. Estimulan anhelos íntimos y acogen rechazos. El traqueteo del tren incentivaba ritmos que ella traducía desde la fuga somnolienta. ¿A dónde pretendía ir? ¿A una vida rutinaria y sin compensaciones? La duermevela es traidora e inestable. Recurre tan pronto a pensamientos como bucea en las fantasías. Aquellas propuestas del hombre en el baile, ¿hasta dónde alcanzaban? Fundían sensibilidades. Traspasaban desconfianzas. Aproximaban apetencias. ¿Por qué no se había decidido a viajar al firmamento en el preciso momento en que la noche lo propiciaba y él, respetuoso y delicado, le brindaba una contemplación menos metafísica pero más satisfactoria seguramente que la del parterre? En aquel jardín ambos habían observado el universo exterior mientras paralelamente trataban de tantear el más próximo. Sus personalidades, sus emociones, sus apetencias. Pero los instantes o se toman según llegan o se extravían, sin garantías de una nueva oportunidad. El cabeceo de la mujer seguía a un ritmo onírico que no podía controlar, pero que era suyo. Y en aquella convulsión, que le hacía sentir pero no estabilizar, percibía la intensa llegada no solo de aquel hombre enigmático que había bailado con ella, tan desconocido aún, sino el azoramiento producido por antiguos rostros casi olvidados, cuerpos que la habían elevado o personajes que la perjudicaron. En un cruce de vías se sobresaltó. Alarmada por el despertar brusco las escenas soñadas la golpearon a la par que se rompían. Percibió emociones contradictorias. Miedos agudos, temores confusos, estímulos apasionados, urgencias que la cargaban de ansiedad. Peleaba consigo misma. ¿A qué origen pretendía retornar en una huida que la frustraba? Se espabiló y a punto estuvo de levantarse airada y tirar del freno de emergencia. En la primera estación me bajo, chilló. El viajero que tenía enfrente la miró sorprendido. ¿Qué traviesos son los sueños a veces, verdad?, arriesgó con cortesía.



* Fotografía de René Groebli.

miércoles, 13 de septiembre de 2023

Grávida

 



Pasó a mi lado. Acababa de dejar en la estación a mi bailarina del azar. Al principio no la reconocí. Fue ella la que detuvo sus pasos. Oh, eres tú, dije. Me costaba pronunciar su nombre. Yo y no solo yo, dijo descubriendo lenta y teatralmente su chaquetón. Al ver su gravidez no sabía si contestar ¿y esto?, pero sonaría vulgar y despersonalizado, algo así como la exigencia de una explicación que no tenía por qué darme. Opté por algo convencional. ¿Te falta mucho? Luces espléndida. Acaso lo dije a la inversa, y puede que fuera muy estereotipado pero ella no iba a rechazar mi impresión. Ganas me entraron de saber con quién o de quién iba a ser parte aquella obra que a tenor de su redondez se intuía tan hermosa. Reprimí la curiosidad que, en todo caso, hubiera sido malsana. Además de irrespetuosa e impertinente. Un mes, aclaró, si no hay dificultades imprevistas, que espero que no las haya, y suspiró. Yo tartamudeé ligeramente. ¿Lo deseabas? Fue categórica. Lo deseaba, sí, ha sido buscado. Intensamente buscado, tanto que el padre no ha pasado de ser la ráfaga de una noche. No sé qué rostro pondría yo o qué quiso ver en él. Tal vez la pista del asombro. O de la contrariedad. Como un golpe a mi antigua soberbia fue taxativa. En realidad lo hubiera querido ya cuando tú y yo estuvimos juntos hace dos décadas largas, me soltó mirándome a los ojos con una mirada de veinte años atrás, pero que ahora sonaba a desquite. Por un instante permanecí petrificado. Hace dos décadas. La frase resonó en mi archivo despreocupado de la memoria. Y pensé en qué hacía uno entonces. O qué hicimos ambos, nosotros que no vivíamos el mundo si no lo participábamos con una intensidad inusitada. Que queríamos prolongar una juventud despreocupada y soñadora. Sé que irá todo bien, te lo mereces, acorté el encuentro. Volvió a fijar su mirada en la mía. El silencio que se asentó en ese momento entre los dos me pareció espantoso, preñado de tormenta. Creo que a ella le faltaba decir: si tú aún quisieras, aunque el hijo no sea tuyo... Y yo, presuntuoso de mí, a punto estaba de ceder a una emoción que me obstinaba en reprimir. Pero ¿puede y debe uno sucumbir a los mejores tiempos del pasado, cuando ya son inexistentes? No sé si cometí el error de acariciar un instante su mejilla. Como si nada hubiera quebrado entre ella y yo hacía siglos. Ella sonrió agradecida, esbozando un rictus de cierta aflicción. Cuando ya partía cada uno para su destino se volvió. ¿Irás a verlo?, alzó la voz tímidamente.



*Fotografía de Isa Marcelli

lunes, 11 de septiembre de 2023

Fuga en la noche

 



"...como ríos secretos de la noche
que habitan la piel de otros cuerpos"

Del poema Solo entonces el cielo, Victoria Díaz



Usted sabe que aquí no podemos proseguir ni un minuto más, estimado amigo. ¿Quiere decir que un baile que merezca la pena hay que ejecutarlo como ejercicio de libre invención, señora mía? ¿Y en un espacio más desenfadado? Esa es mi impresión, señor desconocido. Continuar en este salón, además de asfixiante sería perder el tiempo. Bien debe saber que dos bailarines no deben verse nunca abocados a desaprovechar la ocasión. Y no me cabe duda de que ninguno de los dos somos convencionales. ¿Quiere decir que mejor dejarnos llevar por una danza menos artificiosa y acompañarla con una música secreta? Salgamos a un espacio más libre, pues. La noche es fresca, pero clara. ¿A quién no le inspira una noche apacible en que se diluyen las obligaciones? Y este firmamento bien vale una contemplación que otros se empeñan en rechazar. El hombre, decidido, no ha esperado respuesta y ha tomado la dirección de salida. ¿No pensaría usted dejarme sola, a merced de esos ebrios de mirada turbia?, le detiene ella.  Yo no pienso, no obligo. Si es atrevida preferirá arriesgar una diversión donde se encuentre a gusto. La partida comienza. Podemos intentarlo, si me garantiza...No garantizo lo que usted no quiera, señora. Además usted se pregunta qué propongo. Pregunta vana porque a su vez usted tiene en su cabeza la misma proposición. ¿Qué le parece si...? Los dos se detienen en el parterre, apoyan sus manos en la baranda. El cielo está salpicado de planetas, dice él. Unos se ven, otros hacen guiños. Todos ocultan. Pero nunca defraudan. ¿No ocurre como con el baile de aquellos que se encuentran por azar? Ante este paisaje, tan fantástico como sobrecogedor, uno no se aburre nunca y a poco que distingas la ubicación de las estrellas más próximas te sientes compensado. Le intuyo decepcionado, amigo mío. ¿Por lo que hemos dejado dentro? ¿Por ese escaparate donde ambos hemos sido objeto de comidilla? ¿Con toda esa turba lasciva que la ha desnudado y que a mí me ha envidiado? En absoluto. Simplemente no me entusiasma. Aunque mi experiencia de esta noche es diferente. Nadie lo diría, se muestra irónica la mujer. ¿Usted cree? Parece entonces que usted pretende comparar...¿El universo que se oculta tras otros universos? ¿Con dos meras partículas de otras partículas como nosotros? Sería tan presuntuoso de mi parte...Mas estamos aquí ambos, recién nos hemos conocido, ¿o habría que decir mejor coincidido?, y usted sigue esperando una propuesta determinante por mi parte que acerque algo del firmamento a nuestros sentidos. ¿Oye el rumor de esa corriente de agua próxima que refresca el pensamiento e incentiva el saludable deseo? ¿No le recuerda que las vidas siempre se mueven al borde de ríos? ¿Quiere decir que...?  Quiero decir que...




* Fotografía de Vee Speers

sábado, 9 de septiembre de 2023

La mujer de la tierra

 


Una vez yo nací de una mujer de la tierra. Escuché el mundo desde su vientre cálido y mi salida fue abrupta. Si lloré en aquel instante fue por aquello que otros humanos llaman instinto y acá en mi tribu denominamos desarraigo. Llorar por abandonar una rara, pero apacible, condición oculta, y destinado a afrontar la luz de un mundo visible diferente y no siempre claro. Y sumamente agitado. Al nacer me aferré tanto a aquella hembra que solo sabía nutrirme de ella. Bebía y comía de su exuberancia frutal. Me calentaba entre los firmes vericuetos de su cuerpo. La protección me llegaba enredándome entre las lianas de sus extremidades. Los cuidados de mi organismo eran reflejo del esmero higiénico del suyo. Su pìel me aportaba sensaciones que se renovaban. Sus caricias desarrollaban lenguajes primigenios que me hablaban con los tactos del placer y del apaciguamiento. Ella sabía estimular mis risas y calmaba mis llantos. Y lentamente se procuraban en mí profundas emociones inclasificables, porque todo era único y procedía del mismo origen. Porque entre ambos no había división. Si algún adulto me la disputaba, yo me interponía. Fui intuyendo que ella precisaba también del hombre de la tierra y, aun odiando a este, aprendí a disimular, que es una de las formas primitivas de la mentira. Mas la mujer siempre volvía a mí. Yo no renunciaba a la dependencia hacia ella, buscando de esa manera que permaneciera una mutua sujeción. Yo que la motivaba. Ella que se mantenía, sin retroceder, para que yo avanzara. Yo que la consideraba pertenencia. Ella que aceptaba someterse a servidumbre conmigo. No sé en qué momento quebró el vínculo, acaso solo parcialmente. Supongo que de mí la tribu exigía una actitud acorde a los roles. Tal vez ella sabía lo que nos esperaba a ambos, pero jamás vi que se sumergiera en la resignación. Siguió apoyándome. Porque antes habíamos generado nuestra propia religión impenetrable. Los dos nos adaptábamos sin invadir espacios propios. No quiero olvidar, no olvido. El hombre de edad nunca prescinde de la mujer de la tierra. En sus carencias la evoca. En sus desgracias la invoca. En su estertor la exige (otra vez el niño llorón) una salvación imposible. Ella a cambio no le niega este postrer consuelo. 



(Dedicado de nuevo a los territorios ignotos de América)


* En la fotografía Kanamashi Yawanawá, por Sebastiao Salgado.

jueves, 7 de septiembre de 2023

La danza del fuego

 



La está mirando fijamente mientras habla, pero ella desvía los ojos hacia el aura que percibe en el contorno de su cuerpo. El hombre lo advierte y le divierte. Se lo hace saber. ¿Por qué no me mira de frente? ¿Le recuerdo a alguien o no se fía de mí? ¿Teme la incandescencia de mi aspecto fatigado? ¿Le decepciona la imagen que mi astenia dibuja? ¿Esperaba que mi vigor interior fuera correspondido por una apariencia acorde? ¿Imaginaba que el ritmo que impongo hiciera crecer un canon apolíneo? ¿Qué teme descubrir en mí? Y sin embargo usted sigue mis pasos, se deja llevar absorta, se abandona a una letra no escrita. Nada hay preestablecido en mi conducta. No repito nunca el pasado. No doy por aprendido del todo lo experimentado. Aunque dé la impresión de que me deslizo sobre el viento en realidad no me muevo tanto. Solo espero. Usted, como yo, atiende a la ejecución de una cadencia, pero los sonidos no permanecen nunca con su misma entonación, ni los movimientos se asientan, ni los tiempos quedan definidos y ajustados. Observe que no soy una mirada, sino  que soy sobre todo la palabra. Quédese inmóvil pero no inactiva, siguiendo el curso de una voz y deleitándose con la contemplación. Entiendo que usted es una mujer avisada ante la llegada de un hombre. Y que se reconoce muy avezada a la hora de sentir la llamada de la pasión. Mas, ¿acaso una nueva llamada se parece a la anterior? Déjese fluir. El paisaje despeja su frondosidad. La partitura no está escrita. Los sonidos son ancestrales. Los movimientos, primitivos. Los rituales, tribales. Los gestos, invocaciones. No tema la danza del fuego. 




*Fotografía de Sally Mann

lunes, 4 de septiembre de 2023

El elegido


 
¿Por qué me ha elegido?, susurró a su oído. ¿Tiene eso alguna importancia?, musitó ella,  obviando el fragor de la orquesta. Le he escogido y ya está. ¿Cree que este baile es nuestro baile?, preguntó muy quedo el hombre. ¿Por qué no? Los bailes son lo que tienen. Su ritmo los convierte en una impecable presencia. Se ven empezar pero no terminan cuando parece que lo hacen. Incluso después de acabarse uno lleva en la mente la música y también su cadencia. Yo no hablaba del baile. Yo tampoco. Y sin embargo ¿qué otra cosa hacemos los humanos sino saltar, danzar, sujetarnos y disolvernos, y volver una y otra vez sobre nuestros pasos? Para mí sus pasos son tan nuevos como los míos, apuntó la acompañante. ¿Sabe por qué? Porque son diferentes. Y para mí también, no me veo el bailarín de siempre ni usted se presta a seguir ordenadamente mis movimientos, y el hombre mientras hablaba hizo un quiebro. La mujer se apretó sin remilgos al cuerpo nuevo. He bailado con muchos, y aunque no todos sabían conducirse conmigo yo dejaba que fluyera su iniciativa. Bailar con otros cuerpos no era ni mejor ni peor que este baile de ahora. Pero este, este...no sé lo que tiene. Intente precisarlo, sugirió él. La mujer acopló con firmeza el brazo a la espalda del hombre. Es, ¿cómo decirlo?, el que se adecua al instante. El hombre se siente instalado con comodidad en aquella aparición que le ha sacado a bailar. Necesitaba aquellas palabras tan libres como sinceras. Precisaba ser acogido. El instante que merece la pena, dice, ¿no es aquel que proporciona a la par serenidad y disfrute como una armonía improvisada? ¿No es el que otorga seguridad a los que han aceptado el juego recóndito? Ella le mira con desafiante ternura. ¿Ha pensado que acaso a una le apetece a veces ir más allá de la calma para procurar un goce que puede resultar implacable? Lo he pensado, responde el hombre, pero usted marca el paso. 




*Fotografía de René Groebli

sábado, 2 de septiembre de 2023

El cuerpo del amor

 


No te rindas a ti mismo. Tampoco te resistas a mí. Aquí no habrá ni vencedores ni vencidos. Ambos tenemos que ofrecer al otro el valor del cuerpo. Valga el intercambio. A ninguno de los dos nos enseñaron tal valor y menos la manera de afrontar lo que dentro iba reclamando. ¿Hemos aprendido de manera contradictoria? Las contradicciones son maestras permanentes. Apenas superamos una cuando otra agazapada nos asalta. Error, defecto, imprudencia, indecisión, riesgo, incertidumbre...Cuántas caras utilizan las contradicciones. Pero solo hay una verdad. Nuestros cuerpos. Tú te muestras, yo me enseño. El punto de partida va a convertirse en el destino. Origen y fin se revelan como complementarios. ¿Quiere decir que convergen o solo se prestan? Somos coincidentes: también un préstamo, una intercesión mutua. ¿Sin sublimar? El encuentro de los cuerpos conlleva una cierta sublimación. Pero no es la posesión definitiva del tiempo, es disposición circunscrita al límite. Es la adaptación a un ámbito generado por el azar. El cuerpo sabe. Reclama, recrea. Es hábitat donde participamos. Sin él no hay ni respiración ni afectos ni ideas ni emociones. Ni un nombre detrás. Ni ese personaje de la obra con una duración llamada vida, aleatoria pero ineludible, que se empeña en su rol. Cuando vienes aquí yo estoy yendo ahí. De explorar el cuerpo se pasa a ocuparlo. De sentir el cuerpo se va a rozar la evanescencia. Tú lo tomas. Yo lo acepto. ¿Cuántas derivas en esta navegación? Yo las nombro a voleo. Adopción, arrebato, aprehensión, disolución. No me resisto. No me rindo.



*Fotografía de Taichi Gondaira