Cuando yo era niño me dijeron que no se me ocurriera jamás levantar el puño. No supe la razón, pero sumiso como yo era, acaté el mandato, no sé ahora si paternal, magistral, clerical o del funesto partido único. Sería cosa de todos. Tampoco entonces se me habría ocurrido, nadie me enseñaba a intentarlo. Qué pena, pienso ahora, que se reprimiese una actitud que el bebé esgrime por necesidad y sin vergüenza. Me llamaba la atención entonces, por el contrario, eso sí, que algunos levantasen con energía desmesurada la palma de la mano en dirección oblicua. No era frecuente ni cotidiano, solo en determinados ámbitos y circunstancias. Preciso: eso en mis tiempos; en los anteriores debió estar a la orden del día.
Años después ya fui sabiendo del simbolismo de ambas posiciones de la mano que sobre todo hacían ejercicio de las propiedades de su maravillosa anatomía. En ambos casos el puño hacia o contra el cielo y la mano extendida a medio camino entre el cielo y el infierno -lo oblicuo siempre es tan dual e impreciso, al menos hasta que se define por otra trayectoria- se pretendían Poder, si bien en aquel país de cementerios osar por el puño definía al hundido, al resistente, al que basaba su humilde pretensión de Poder en el agrupamiento, siempre perseguido, de los proletarios. Mala cosa, pues, levantar el puño aunque hubiera infinidad de motivos.
Poco a poco del mapa político fue desapareciendo la mano larga y atreviéndose, con alto coste, el puño en alto. Aunque esta exhibición solo se decidía grupalmente, a ver quién era el majo que lo hacía por su cuenta por la calle. Impensable. Levantar en puño en una huelga era anhelar un poder en potencia, una entelequia probablemente como tantas otras. Ya se encargó la revolución -¿demediada, traicionada, utópica...?- de la soviética Unión de demostrar que a un Estado sustituye otro Estado cuyo poder siempre queda en manos de élites.
La sorpresa para muchos nativos de aquí fue cuando empezamos a saber de otros que levantan el puño allende el océano. Los negros. ¿Se acuerdan de aquello del black power? Vaya, dijeron algunos por estos lares, esto del puño tiene un carácter más religioso y universal de lo que nos pensamos. Y los negros maltratados de toda la vida y los que se revolvieron contra la guerra de Vietnam, allá en el país de los ricos -es un decir- de los USA, lo levantaban con el orgullo de quien adquiere fuerza y cree que se va a comer, esta vez sí, el mundo para siempre.
Con el tiempo, uno empezó a distinguir entre alzar el puño de rabia, gesto de una lucha, en una situación y contexto de conflicto, y levantarlo convencionalmente en una procesión organizada festivamente y respaldando a siglas. Con todos mis respetos a la expresión de cada cual.
Y entonces llegaron ellas. Las triunfadoras de una competición, pero doblegadas a unas estructuras de empresa deportiva que las tenía por debajo, para no variar. Porque el deporte negocio del fútbol siempre fue de hombres macho hasta en las cúpulas de sus negocios, equipos y federaciones. Y en las gradas, mayormente. Llevaba cuatro días como quien dice esto del fútbol femenino y hay que ver cómo han espabilado estas mujeres en tan poco tiempo, debieron pensar los tuteladores federativos. La historia es presente -algunos dirán que por lo tanto no es historia- pero quiero decir que la narración está en marcha sin estar claro del todo qué desarrollo argumental tendrá y mucho menos si habrá final o permanecerá abierto. De momento ellas, las jugadoras, las futbolistas -miren que futbolista siempre me pareció femenino por mor de la vocal a, solo traicionado por el artículo masculino- además de ganar una competición mundial han plantado sus reales y sin vergüenzas ni complejos han levantado el puño. Ojalá se cumpla el lema de la pancarta. ¿Se habrá acabado del todo, no solo en este ámbito sino en todos? Poco a poco, esperemos.