"...Y es que en la noche hay siempre un fuego oculto". Claudio Rodríguez





jueves, 28 de noviembre de 2019

La llamada de Naida




Soy Naida, escucha el hombre del otro lado del teléfono. Él duda entre mostrar alegría o cierto distanciamiento para hacerse valer. Opta por saludarla sin manifestar emociones. Pero también sin reprochar nada. Deja hablar a la mujer. Sigo en Tuzla, dice sucintamente. Naida se siente obligada y concede cierto calor a sus palabras: sé que debería haberte llamado antes. No voy a usar excusas. Simplemente quería poner a prueba nuestro mutuo silencio. No lo interpretes mal. El silencio no es siempre apartamiento y menos olvido. Alguno lo llaman de modo cursi o moderado paréntesis. Pero en los casos en que este elemento prescinde de sus signos y acaba en interrupción definitiva el término se vuelve hipócrita, cuando no cruel. No me quejo de nada, responde escuetamente el hombre. Sabes que pienso como tú respecto a esa manifestación, con frecuencia necesaria. El silencio es simplemente un espacio personal donde uno tiene derecho a detenerse para relajarse o para entrar en un vórtice de confusiones. Eso es algo de cada cual. El silencio como tal no daña. O no tendría por qué hacerlo. Tampoco tiene por qué alejar. Son otras las causas que hacen que las personas se distancien. Al hablar con esta racionalidad cálida el hombre tiende un puente a Naida. En efecto, dice esta, y no sabes qué estimulante es percibir que sigues pensando como es habitual en ti. No solo pensando, sino teniendo esa actitud de comprensión más templada. Justo la que a mí me falta en ocasiones. Dime al menos que no te ha afectado demasiado que no me pusiera antes en contacto contigo. Él se queda callado. Di algo, le provoca Naida. Digamos, responde él con diplomacia, que la sangre no ha llegado al río. Y suelta una carcajada leve. Ella la enlaza con un conato de risa análogo. Veo que eres el de siempre, pero no quiero que seamos imprescindibles entre nosotros. Él teme la escalada tensa y echa un cabo a la mujer. Confírmame al menos que te encuentras bien, que tu estancia en Tuzla es provechosa, para tu calma y para el trabajo que buscas. Sí,sí, responde ella aliviando el diálogo. No te preocupes. Tengo posibilidades de que me contraten como traductora. También en otra parte necesitan ocupar algún puesto de bibliotecaria, pero está más verde. Sabes de mi pasión por los libros, como otros tienen delirio por la escultura, por ejemplo. El rictus que se le puso al extranjero en ese momento solo podía intuirlo él. Pero no se descompuso. Por supuesto, dijo, hay infinidad de objetivos que nos pueden reclamar entusiasmo y volcarnos en ellos. Eso es sentirnos humanos, ¿no?, y no solamente las emociones paralelas que podamos desarrollar con otros. Naturalmente, asintió ella, pero tú también eres para mí un objetivo que me apetece. El hombre creyó sentirse confuso. Pero ella, ¿le confundía o le aportaba claridad? Tal vez solamente tanteara el terreno del hombre, que nunca se conoce lo suficiente. Creo que no tardaré en volver, dijo Naida, normalizando la situación, pero eso depende de si me aceptan pronto y me proporcionan trabajo. ¿Todo depende de eso?, acertó él a sugerir. Naida fue parca: ya lo hablaremos, ambos estamos de paso.

El extranjero estaba a punto de colgar el teléfono, absorto en algunas palabras de la mujer, que le sonaron a claves. Pero no incidió en ellas. Consideró que la llamada no iba a dar para más. De pronto, Naida le sacó de su ensimismamiento lacio. ¿Sabes que Emina anda por aquí? El hombre no dijo ni sí ni no. De hecho, ya se había desconectado. Qué conversación tan lineal y sosa, se le ocurrió concluir. Y total, para no obtener nada en limpio, se zahirió a sí mismo.





(Fotografía de Inés González)

martes, 26 de noviembre de 2019

Naida. El sueño del extranjero




La vigilia agotó al extranjero. Y en el sueño tardío y tenso soñó lo que no se habría atrevido a pensar. En aquel submundo la nieve era violácea y las cornejas picoteaban en ella, revolcándose hasta teñirse de la albura. El hombre se entretenía observándolas y una mujer con un vestido negro se aproximaba a él y le preguntaba si le gustaban aquellos pájaros. Son pájaros afables, no se asustan de los hombres, respondía. A mí me resultan repulsivos, decía ella. Su presencia hace que me acuerde de los muertos. Eso quiere decir que de lo que te asustas en realidad es de los muertos, o de los asesinos de los muertos, y utilizas a las cornejas de excusa, le replicaba el hombre. No, tampoco me preocupan los muertos, ni me atemorizan aquellos ejecutores de la traición, precisaba la mujer, sino el silencio de amor que nos dejó de herencia la guerra. El amor puede hablar de nuevo en cualquier momento, basta con olvidar, decía el extranjero mirando a los ojos nublosos de ella. La mujer callaba. Enséñame a comprender a las cornejas, decía de pronto, enséñame a quererlas. Y eso, ¿como se hace?, respondía él sorprendido. Haciendo que recupere el amor, arriesgaba la mujer.  Entonces vieron que una de las aves, al alzar la cabeza de la nieve, llevaba el pico untado en sangre. ¿Ves?, observaba la mujer. Las aves beben ahora las huellas perdidas del amor.  La nieve arreciaba, el horizonte se oscurecía, y la figura de otra mujer destacaba desde el fondo, acercándose a ellos. Vestía del color de la nieve y detrás sobrevolaba una bandada de pájaros que ella parecía ignorar. ¿Eres también una huérfana de los sentimientos?, le preguntaba la mujer que se hallaba junto al hombre. Y la mujer de nieve respondía mirando a ambos: no, yo soy quien hace revivir los sentimientos y los llevo y los  traigo y los alimento para que no se pierdan en la soledad de las tumbas. Quédate con nosotros, proponía con osadía el hombre, pues yo no sabría devolveros aquello de lo que fuisteis privadas. La mujer de la claridad y la mujer de la penumbra se miraban formando un claroscuro cómplice. Luego, sujetando cada una de ellas con decisión un brazo del hombre, le decían: ven, vamos a adiestrarte en el metálico graznido de las cornejas. Aprenderás a soportar el calor íntimo que contiene el hielo. Volarás por el éter que antes no hubieras osado atravesar. Leerás por última vez en las lápidas para nosotras los nombres desprendidos de los cuerpos que debemos olvidar.

El tono agudo del teléfono sacudió al extranjero. Se incorporó somnoliento, se precipitó alarmado, dando tumbos, sin saber si le sujetaba el sueño o había despertado. Escuchó al otro lado de la línea una voz que no identificó ni con la mujer de la luz ni con la mujer de la tiniebla.



(Fotografía de Inés González)

lunes, 25 de noviembre de 2019

Esto va que chuta. Juan, más allá de la utopía




En recuerdo de Juan. Compartimos tantos momentos: de diálogo, de protestas, de reivindicaciones, de planteamientos constructivos, de logros, de agrupamiento, caracterizados a veces por momentos tensos, pero también relajantes y esperanzadores. De búsqueda en aquella lenta salida de la noche ibérica. En la calle, en la asociación de vecinos, en la federación, en mi casa. Cuando la niña, que te adoraba, era pequeña. Eran, fueron, otros tiempos. De utopía limpia. De ofensiva de propuestas frente a la atonía de otros. Fueron tiempos de Hacer, con mayúsculas. Mientras muchos, confusos y dogmáticos, se preguntaban todavía ¿Qué hacer? tú, con otros, ibas haciendo.

Imposible recordarte enfadado -tengo que hacer un esfuerzo para verte de esa guisa- porque lo tuyo era la cordialidad de recibimiento, la risa de la chanza permanente, el optimismo compensador frente a las dificultades. Siempre con los brazos abiertos y el ser entregado. La afabilidad materializada. El rigor no te abandonaba, o tú a él. La capacidad de mediación te caracterizaba. Y mantenías actitud severa cuando había que discutir con las autoridades. Del compromiso eras adalid. De la polémica sana eras contribuyente. De la colaboración desinteresada, maestro. Frente a la turbulencia ideológica que no conducía a nada, eras un esforzado en desbrozar hierbas y hierbajos. Junto con una piña de vecinos construiste asociacionismo en tu barrio, después lo coordinaste en la ciudad. Apoyaste con cariño y tenacidad la necesidad de expresión, totalmente desinteresada, potenciando revista de los barrios y programa de radio realizadas en la base. Otros sectores de la ciudad tenían voz y apoyo. ¿Cómo llamar a todo aquello?  Simplemente calidad y riqueza humanas.

En fin, fue una época de hacer de la que muchos demagogos y arribistas de ahora, consagrados solo por las siglas de un partido, pero sin el caché del compromiso, no tienen ni idea de lo que supuso. ¿Utopía? Creo que la utopía abstracta y de blablá de otros tú la conjuraste de sobra con la actividad desenfrenada. Siempre se quiere más. Bien se te podría aplicar, solo en parte, aquel aforismo de Eduardo Galeano: "La utopía está en el horizonte. Camino dos pasos, ella se aleja dos pasos y el horizonte se corre diez pasos más allá. ¿Entonces para qué sirve la utopía? Para eso, sirve para caminar ". Porque en cantidad de asuntos colectivos no solo caminasteis, sino que asentasteis para el mejoramiento social que otros iban a heredar. Hoy te recuerdo porque, sin duda, ya estás más allá de la utopía.



domingo, 24 de noviembre de 2019

Divagación festiva con Omar Faruk Tekbilek





Revolviendo escritos de atrás el hombre piensa: cómo ha transcurrido el tiempo.

Y de todo lo escrito, ¿qué queda?, se pregunta.
Y se responde: la interpretación.
Con otros ojos, con otra actitud, con otro sosiego.
¿Y qué te trae la interpretación?, se insiste.
Y se contesta: el dolor de las pérdidas.
Y ese dolor ¿qué te revela?
La soledad de las pasiones, se escucha quedo,
desolado.
Y la soledad, ¿qué crees que te reserva?

En ese punto las palabras se desvanecen. Solo el eco:
La comprensión del vacío.


Como reposo del día festivo, repaso viejas y caóticas sintaxis. Compartid conmigo Whirling Dervish, del compositor e intérprete turco Omar Faruk Tekbilek. Disfrutad de la música, abriros a todos los mundos concéntricos que hay en este, prescindid del ruido.



(Fotografía de Angèle Etoundi Essamba)








jueves, 21 de noviembre de 2019

Naida. Oscuros pensamientos nocturnos del hombre




Aquella noche el extranjero no podía dormir. No acababa de dar crédito a lo que le había dicho el zampón de Petar. ¿El taller cerrado porque Emina se había marchado a Tuzla? Precisamente la escultora se hallaba volcada en la fase final de una obra en la que ponía especial empeño. El municipio le había encargado hacía tiempo una escultura que evocase a Edin Gorik, el poeta al que uno de los francotiradores cazó con insidia durante el asedio. El mismo que había sido amado por Emina y cuya muerte la había afectado tanto. Emina, concienzuda y resuelta, le había explicado un día al extranjero que aquel encargo era un desafío. Que necesitaba toda la concentración posible para representar al poeta sin que detrás de la escultura pudieran detectarse la angustia y el rencor que le habían embargado a ella durante tanto tiempo. Aunque todo el mundo supiera del vínculo entre el poeta y la tallista la obra tenía que estar por encima de la historia personal de ambos. Incluso más allá de la tragedia. Emina había comentado a su amigo cómo buscaba que la escultura contuviera exclusivamente un carácter poético. Se trataría de rematar con la piedra la obra literaria incompleta del autor. Expresar la personalidad vital de Gorik. Ella quería, y vibraba al hacer la confidencia, que el mármol pariese análogos anhelos a aquellos conque el amante muerto visualizaba los acontecimientos y las pasiones de la vida. La piedra y sus manos. Sus manos y el impulso. El impulso y la técnica. La técnica y la transformación. Con estos términos precisos Emina había revelado a su último amante el proceso de creatividad de la escultura. El desvelo sufrido le hacía recordar al hombre. Es más, incidía, con una intención que a él mismo se le imponía, en el significado para Emina de aquella escultura con la cual, y ella había insistido tanto, clausuraba para siempre una etapa amarga y difícil de su vida.

El hombre miraba desde la cama la ventana que daba a las laderas pobladas del monte, captando del exterior una luz difusa, tibia. Los primeros copos distrajeron sus pensamientos obsesivos. Se levantó, envuelto en una manta, a contemplar la nevada desordenada y transversal que iba posándose sobre los tejados. Las cornejas llevaban ya desaparecidas varias horas, en cuanto la noche había tomado el vecindario. Él, buen observador de los detalles que completan el mundo de los humanos, echaba su compañía de menos. ¿Es la nieve o la oscuridad las que las aleja?, se preguntaba con la ingenuidad de un viajero novato. Si las cornejas hablaran de aquella guerra inicua... ¿Conocerían esos pájaros al poeta? ¿Verían a los dos amantes correr a sus encuentros habituales? ¿Presenciarían el momento fatal en que el asesino de amores de la ciudad aniquiló para siempre uno de ellos? Las pesadillas, con ser caóticas e incontrolables, con generar inquietud e impotencia en el durmiente, son más benévolas que los pensamientos cruzados de una noche de insomnio. La nieve iba borrando el paisaje exterior y el extranjero se enredaba en la confusión nerviosa. Pensaba: no puedo creer que Emina, apremiada por terminar la obra, traicione sin embargo la memoria y el sentimiento que le llevaron a asumirla con todas las consecuencias. ¿Por qué se habrá ausentado sin decirme nada?

Pero la noche, que todo lo mixtifica y desbarajusta también echa los dados. Se acordó, con una relativa mala conciencia, de Naida. Expulsó el vaho de su boca contra el cristal de la ventana. Trazó parsimonioso una espiral con el índice y suspiró. Sólo se le ocurrió concluir: qué distintas son. 



(Fotografía de Inés González)

miércoles, 20 de noviembre de 2019

El trono donde casi todos nos sentimos reyes




Leo que ayer 19 de Noviembre fue el Día Internacional del Inodoro, término este que yo prefiero denominar retrete o letrina. Nuestras palabras castellanas son menos finolis pero más precisas. La ONU dice que casi 700 millones de personas hacen sus necesidades al aire libre. Me parecen pocas. Y dice también que 4.200 millones no cuentan con servicios sanitarios básicos. Me ha gustado que la organización internacional haya decretado un Día del Inodoro, nos recuerda a todos los occidentales que lo que para nosotros es un privilegio para otros es carencia. Parece cosa de risa pero cuando pensamos en las carencias de muchas zonas del planeta en materia higiénica de broma no tiene nada. Desde nuestro soberbio ámbito llamado civilizado lo que tenemos como normal desde que nacimos tendemos a obviarlo, cuando no a menospreciarlo. Menos mal que las bacterias intestinales saben valorar y dirigir nuestro ser como ese segundo cerebro que dicen que son las tripas. Ellas sí que saben honrar el retrete.


(Fotografía tomada de DW Made for minds)





lunes, 18 de noviembre de 2019

Privación de Naida y Emina




Me siento raro al no tener noticias de Naida en Tuzla. No estaría de más intentar conectar con ella, pero es tan independiente que prefiero que tome la iniciativa. Tampoco sé nada de Emina, a la que supongo concentrada en su última escultura. Entiendo que ambas estén muy atareadas, pero ¿es solo casualidad el silencio al que me condenan estos últimos días? La extrañeza de verme privado de ellas comienza a hurgar de manera insidiosa dentro de mí. No obstante, trato de ventilar posibles fantasmas, al fin y al cabo actividad tengo de sobra y debo entregarme a fondo a mis reportajes balcánicos. No, nunca doy vueltas a si una sabe de la relación de la otra conmigo. Ahuyento las preguntas imaginarias, como probablemente también ellas las espanten, al menos parece que eso hacen cuando están junto a mí. Tampoco se me ha ocurrido nunca preguntar. Puede que los mensajes enigmáticos de Naida sean de comprensión y condescendencia. Y Emina, ¿reverdece conmigo o reencarna a su amado desaparecido en mi cuerpo? Así que, ¿por qué razón debería incidir en sus relaciones, si las tienen, con otras personas? Me gusta la situación viva que nos da sentido, algo que, por otra parte, no he buscado. Nos adaptamos todos a lo que podemos dar y a lo que tenemos al alcance. ¿O hay algo más? Es el azar y la personalidad que ellas desprenden los factores que han propiciado este triángulo desigual. Tanto ellas como yo somos individuos respetuosos de nuestros comportamientos. O eso parece. Acaso no quieran saber más que lo justo. Es difícil, pues son amigas. ¿No van a contarse entre ellas? Si en algún momento han tenido ganas de enseñarse uñas o dientes se han cuidado de hacerlo con mucha habilidad. No pongo en duda que tienen un control de sus actos y que están muy seguras de sus emociones. ¿Será porque consideran que soy una ave pasajera? En lo que a mí respecta, ¿son menos sinceros los afectos que vuelco con cada una por el hecho de compartir a las dos? No, no es que parta mis afectos, ni los dosifique, ni trocee el cariño. Mi comportamiento amoroso es una manifestación íntegra, yo diría que auténtica, sin reservas. Ninguna de las dos mujeres se apropia de más afecto ni más sensualidad que la otra. Ni yo tengo la impresión de que dé más a Emina que a Naida. Oh, qué fatuo soy. ¿Cuánto da uno en el terreno de los afectos? ¿Cómo medir lo que se recibe? Darse al amor es operar con otra clase de voz, donde también hay tonos y gestos distintos, que se pueden compartir o reservar. No es el caso que yo regatee mis impulsos más íntimos con ninguna de ellas. Ni puedo reprocharlas nada ni creo que Naida o Emina puedan echarme en cara ser descuidado con ellas. Pero al fin y al cabo, ¿por qué habría que hacer del amor algo sublime y exclusivo? No me he parado a considerar si entre ellas pueden suscitarse celos o si pudiera latir algún conato de enfrentamiento, más o menos recóndito. Probablemente si ellas conociesen mis pensamientos, propios de un silencio incómodo que me deja huérfano, se burlarían de mí. Tal vez lo sano sería que estallara el conflicto, que ambas se conjuraran contra el hombre y me echaran en cara mi comportamiento dual. ¿No es un absurdo que los hombres aspiremos siempre al entendimiento, de manera obsesiva e incluso utópica, cuando precisamente el entendimiento es la excepción? ¿No es la disensión, la disputa, hasta el choque mismo lo que precisamente acaba modificando la vida de los humanos? Me sorprendo inquietándome. Echando de menos a estas mujeres que me cercan. Me encuentro molesto con los pensamientos turbios con los que intento justificar actitudes naturales que acaso no son leales. Y sin embargo, me siento tan cerca de las dos mujeres que no me planteo ninguna clase de elección. Nunca he podido elegir. ¿Por qué iba a hacerlo ahora si el único plan de vida se da en el día a día y en la veracidad de los actos más íntimos por los que compartimos el individuo que llevamos dentro? 

Me acerco al taller de Emina. Está cerrado. En la taberna El gato de angora me dicen que se ha marchado fuera un par de días. El viejo Petar, que está comiéndose un cevapi, y que habla poco pero escucha mucho, traga el bocado. Luego me dice reservadamente: creo que está en Tuzla.



(Fotografía de Inés González)

domingo, 17 de noviembre de 2019

¿Y si no fuera otoño? Leve crónica de una sucesión de sorpresas



Domingo 17.

Hay días en que te llevas sorpresas. ¿Es el hallazgo o la aparente sencillez de las cosas lo que te admira? Que de una planta humilde broten flores en los días más crudos del otoño te deja perplejo. Que descubras de pronto una frase en una calle adoquinada te parece sublime (Tolstoi se maravillaría, rabiando, eso sí, por no aparecer al lado su nombre). Con qué pequeñas cosas te entusiasmas, me dice el demonio chino. Para rematar, otro hallazgo leyendo a Rubén Darío: No tornó mi piedra al mundo (Poema Hondas). ¿Cómo sabía él que era así? ¿Cómo tenía tan olvidado a este poeta?

El demonio chino me inquiere desde su gesto imperturbable: Las flores, ¿serán en mi honor? Yo le contesto que dialogue con ellas.





viernes, 15 de noviembre de 2019

Atracción solar (Entre luces y sombras)




En la interrupción del día brumoso, tanteando tras un efímero resquicio de luz, los dedos del hombre buscaron el calor. Luego volvieron a hibernar, para no convertirse en hielo.

(Nunca vimos con tanta claridad las luces ni tuvimos tantos elementos para comprobar que acechaban las tinieblas. ¿Por qué dudamos?)



NB. Con mi felicitación al poeta que aprecio y degusto, Joan Margarit, cuyo mensaje llevo: "¿Qué hacer con las palabras al final?/ Solo puedo buscar, para saber qué soy...")


jueves, 14 de noviembre de 2019

Advertencia de Salvador Espriu para la piel de toro





Si corres siempre adentro
de la noche de tu odio,
caballo loco Sepharad,
el látigo y la espada
te han de gobernar.

No puede escoger príncipe
quien vierte sangre,
quien fue traidor o roba
o quien no alzó
poco a poco el templo
de su trabajo.
Con el fuego primero quemas
la libertad.

Acércate a mirarte
en este hielo,
aprende el verdadero
nombre de tu mal:
en el rostro del ídolo
te has contemplado.


Salvador Espriu (1913-1985) fue un escritor y poeta catalán. ¿Quiénes de su región de origen o de otras regiones del país -es decir de Sepharad- han leído con atención y consecuencia a Espriu? ¿Quiénes del otro lado del Ebro lo valoran conforme a lo que escribió y aprecian con inteligencia cuanto dejó escrito? ¿Cuántos de esta parte del río íbero estamos dispuestos aún a descubrirlo? Pues un poeta no dice menos que otros hombres. Pues un buen poeta no vocea más que los malos políticos, por ejemplo, o la gente que repite tópicos horrendos en la barra de un bar. Un poeta habla con mayor claridad. Pero se tiene que tener la actitud y la voluntad de entender lo que dice. Y dice con mayor profundidad que la que suele ser exigida por el ciudadano común y superficial. El problema es que a los buenos poetas no se los escucha, no se los quiere escuchar. El problema es que lo que escribieron y cantaron desde lo profundo se ha tomado como agua de un río pasado. El problema es que aunque no pasen dos veces las mismas aguas por el mismo río, puede que el curso de este se mantenga con unas características que pueden provocar nuevos accidentes para las tierras y los hombres. El problema es que no podemos seguir siendo ni toro de embestidas ni minotauro perdido, cuando no enloquecido, dentro del laberinto. Salvador Espriu, y en concreto su poemario La piel de toro (La pell de brau) al que pertenece el poema de esta entrada, sigue teniendo una vigencia y una enseñanza incluso desgarradoras.



(Dibujo de Picasso)



(Salvador Espriu)


martes, 12 de noviembre de 2019

I Ching entre bostezos




Los bostezos de la noche me confirman que desconexión y tedio deben tener como objetivo el sueño. Diluirse en él. Antes, echo un vistazo al día, al que fenece, al anterior, a los otros, ya casi olvidados. ¿Ha pasado algo estos últimos días? No lo sé. Los acontecimientos se precipitan con tanto ruido que se devalúan camino de no se sabe bien qué horizonte. Nada está claro y a uno, que no es esotérico, ganas le entran de echar los dados lúdicos al Juego de la oca o de escuchar a los trigramas del I Ching. Abro este, el Libro de las Mutaciones, al azar. Me sale el 29, hexagrama K'an: Lo Abismal, El Agua, dice el libro. Varias recomendaciones. En El dictamen, por ejemplo, leo:

Lo Abismal repetido.
Si eres veraz, tendrás logro en tu corazón,
y lo que hicieres tendrá éxito.

No está mal. Confiar en la veracidad se lleva poco, pero acaso la excepción confirme llegar a buen puerto. La lectura de Las diferentes líneas me aportan otra interpretación:

Nueve en el segundo puesto significa:
El abismo tiene peligro.
Solo debe aspirarse a alcanzar cosas pequeñas.

Vaya, parece un consejo prudente y moderado. ¿Será más acorde con una actitud realista? A continuación hay otra cita:

Seis en el tercer puesto significa:
Adelante y atrás, abismo sobre abismo.
En semejante peligro primero detente,
pues si no caerás en un hoyo dentro del abismo.
No actúes así.

No es el Yi Ching lo que da miedo. Después de todo advierte, y eso que no lo he consultado de verdad. Sin embargo me pegunto: ¿a quién irá dirigido el mensaje cuando se echen las monedas? ¿Solo a los cambistas que están a punto de apostar por la jugada de la gobernabilidad del país? ¿A los envidiosos mirones que no van a tocar juego pero que se frotan las manos dispuestos a hacer la vida imposible no solo a los jugadores sino a los espectadores todos? Nuevo bostezo. Cierro el libro mutante. 




lunes, 11 de noviembre de 2019

¿Quiénes son los indómitos?




¿Es indómita la caballería o los indomables son los jinetes que nos quieren montar? Entre estos aprendices de caballeros los hay broncos, cerriles, tercos y con gran éxito aparecen los montaraces. ¿Seguimos pensando aquello de qué buenos vasallos habría si hubiera un buen señor? Yo no. Sigo pensando que aquí todos queremos ser caballistas y cabalgadura, con muy malas consecuencias. Que los que nos jinetean (uso una apropiada voz americana) son procurados por los remisos que les dejamos hacer. ¿Vamos a ir siempre de rucios ignorantes que encima creemos que sabemos? Cuidado, porque al final quien se puede beneficiar más es el que dé más firme con el látigo y nos aguijonee con sus espuelas. ¿Es esto de verdad lo que queremos?



(Viñeta de Manel Vizoso, http://cachondodejahve.blogspot.com/2019/11/ . Gracias, Manel )

domingo, 10 de noviembre de 2019

Espejo en el espejo. Música para un día apartado del ruido. Invitación de Arvo Pärt a la calma




La calma se aprende. Quién dijo que es instintiva. Y aunque lo fuera, ¿sobrevive por las buenas? Decido aplicarme al esfuerzo de introducirla y extenderla. ¿Dormir sobre ella como si fuera un colchón? Dormir es otra cosa, tiene mérito, pero ponemos poco de nuestra parte para que el fenómeno del sueño nos acoja. ¿Reposar en su interior como si se tratara de una dádiva de la naturaleza? La naturaleza da lo que nosotros tomemos de ella. La calma puede ser activa. Debería serlo, lo cual implicaría una acción consciente por nuestra parte. ¿No es la sabiduría de la conciencia  -difícil término de no siempre claro concepto- la que nos hace descansar más allá del subconsciente, si la damos herramientas que detengan el ruido? Me hace pensar en ello Spiegel im Spiegel, de Arvo Pärt. Si escuchas solo la composición -cierra los ojos, no mires el vídeo, pero aunque lo mires es tal la amable lentitud de la armonía de los intérpretes que no sufrirás interferencias- entras en ella. En la calma. O es la composición la que te saca de ti mismo, con tu permiso. Se te ofrece un espejo, reproducción de espejos, aparentemente simétricos y paralelos. ¿Lo son? ¿Alguno se rompe para mostrarte otra imagen? Los espejos no se traicionan unos a otros. Hoy te has abandonado a un espejo que se multiplica en superficies de reflejos y te va arrastrando hasta el infinito. Porque para ti el infinito existe, la eternidad no. Está en el pasado y por él se mide nuestro cuerpo. Cuando no estés el infinito seguirá existiendo, pero no tendrás necesidad ya de él. Piensas en Epicuro y en su saber usar la vida. ¿Sabes seguir sus recomendaciones? ¿Has pensado alguna vez en el complejo proceso que hay detrás de ti y de todos los de tu género para ser como sois? El espejo no te ofrecerá jamás el porvenir. Sus reflejos se detienen y retrocede tu imagen. Estás donde estás. Hoy, en días sucesivos, habrá mucho ruido, pero tal vez hayas catado de la calma que te ha regalado el espejo.






jueves, 7 de noviembre de 2019

Naida. Bebiendo rakia con Emina




En la taberna La gata de angora Emina ha invitado al extranjero a rakia, haciendo un alto en el trabajo. Un nombre muy sugestivo para este lugar, comenta él echando una ojeada al local. Es un lugar apacible, veterano, precisa la mujer. Venía aquí con frecuencia junto a mi poeta muerto. Fue otra época, ¿o fue en otra vida?, y a aquel tiempo sucedió otro más indigno. Hasta que dejó de existir el tiempo mismo. Aunque hay quien dice que se veía venir. ¿Crees que se puede ver venir la muerte? Después de aquello dejó de interesarme la historia, renegué de las creencias, dudé sobre las vidas, ignoré a los hombres. O eso creía yo. ¿Fue la escultura un escondite o el flujo de una habilidad? Puede que ambas cosas. Nunca se sabe en la vida cómo y de qué manera coinciden las circunstancias más adversas para abrir puertas a situaciones imprevisibles. Tú, por ejemplo, apareces y ocupas, sin darte cuenta, mi mundo. Te interesas por mi oficio. Te arriesgas a verme la otra cara, el alma distinta que no suelo desvelar. ¿Podría pulirte a ti tal como hago con la materia bruta? El otro día me di cuenta que sí, pero utilizando herramientas diferentes. Con la piedra soy taxativa, trazo, hiendo, aligero perfiles, redondeo los volúmenes que van saliendo. Con útiles de escultor. Contigo comprendí, así de golpe, que solo puedo aproximarme a tu personalidad desconocida siendo yo la materia y tú el artífice. No siendo la enojosa tallista, no viéndote como una masa, casi obviando tu físico. ¿Será que me pillas en un punto de mi vida en el que no sé situarme? Un estado, más que una edad, en que una desconoce qué suelo pisa, qué paisaje tiene alrededor, qué horas suenan para ella. Una vez leí en una novela de un escritor que nació precisamente donde está ahora nuestra amiga Naida algo que me impresionó. Las mujeres jóvenes sueñan con la vida y creen en las palabras, venía a decir. Las viejas temen a la muerte y oyen entre suspiros hablar sobre el paraíso. Eso lo dice Mesa Selimovic en un relato precioso sobre derviches. Entonces me di cuenta que yo no encajaba. En mí ya no habitan los sueños, y las palabras son desahogos, pero no esperanza. Y el temor a la muerte lo exorcicé cuando él murió, simplemente porque yo moría ya un poco con él. Si la parte menor del paraíso en la tierra me la habían arrebatado con crueldad, ¿puedo ir aún suspirando por aquel otro irreal, que no existe más allá? 

Emina calla, abstraída, mordisqueándose sus labios carnosos. Me gusta este rakia de higos, dice mirando el aura del licor. ¿Será porque de niña me entusiasmaba esa fruta? ¿O por la ceremonia lúdica de subirme a aquellos árboles generosos cuyas hojas utilizábamos como platos para nuestros convites infantiles? Frondosos escondrijos que no recuperaré jamás. Las manos ásperas, blanquecinas, de Emina juguetean con el vaso. Quiero esculpirte de nuevo, impetra de pronto al hombre con su voz diferente, la tenue, la temerosa. Sus ojos sumisos, suplicantes, entregados a los extrañados de él. El extranjero coloca sus dedos sobre los dedos de Emina, midiendo las palmas, contrastando texturas. enardeciendo su calidez. Hágase, pues, del barro con estas manos a la mujer y al hombre, replica con un tono jocoso, bíblico.





(Fotografía de Inés González)

martes, 5 de noviembre de 2019

Naida en Tuzla




Naida, sentada en un café del casco viejo de Tuzla, se dispone a escribir a su amante extranjero. Contempla las flores colocadas en un alféizar y que lentamente se van ajando. No quiere pensar en la condición de las flores, para no sentirse atrapada por paralelismos humanos. Ha comprado una postal antigua, de esa clase en que vienen colocadas varias fotografías pequeñas como formando un puzzle, con distintos rincones representativos de la ciudad. Las casas alegremente pintadas de la Stari Grad, una vista del río Jala, la mezquita de Turali Beg, algún edificio importante de época del urbanismo austro húngaro. Es tan grande el contraste de lo antiguo y lo actual en esta ciudad que te desconciertas un poco, empieza diciendo. El río Jala atraviesa la ciudad pero no forma un paisaje tan recogido y sereno como el de Sarajevo. ¿Será que en cuanto una sale de su patio más frecuentado empieza a echarlo en falta? Según por qué zonas vaya se tiene la impresión de que la modernidad es más ruidosa aquí. Pero si se compara la parte histórica de ambas ciudades parecen primas hermanas, que dirías tú. Fue una ciudad con un pasado industrial importante, eso se deja notar, pero ¿a qué viene desplegar un atlas para tus ojos como si no hubiera temas más interesantes? 

Detiene su escritura porque ya ha ocupado gran parte del espacio de la tarjeta. Y porque no está convencida de lo que dice; suena tan formal, como si le escribiera a un extraño. Una postal debe incluir solo unas cuantas líneas, muy precisas, piensa, lo más significativas posibles, que se aderecen con un detalle afectuoso. Una postal se caracteriza por ser una especie de recordatorio, no obstante haber caído en desuso. Pero a mí me gusta utilizar aquellos objetos que van siendo desplazados. Objetos o sujetos, como fue el caso del empleado de edad avanzada, casado, de la Vijecnica. Acaso nos usamos mutuamente, así que no debo tener mala conciencia si él quedó desolado tras romper la sinuosa relación. Era un hombre sabio y bueno, también torturado e insatisfecho, pero ¿quién no lo ha estado más o menos en nuestra bendita ciudad? Una tarjeta postal es, o era, o debería ser, un puente, y no solo simbólico, tendido para paliar separaciones temporales. Para crear un margen en que espacio y tiempo queden congelados, y disimulen la frialdad de las interrupciones afectivas. A veces simplemente una excusa para saber si existe todavía la otra orilla. Me pregunto qué suponen estas postales que escribo a mi amigo. ¿Un mero recuerdo? ¿Un cebo para que no deje de picar en la mujer que le dio amor en medio de la nieve o adentrados en la silenciosa soledad de aquel caserón sombrío? ¿Un lazo melancólico de sujeción como si fuéramos adolescentes?

Naida alza la vista y otea nuevamente la flor. Va perdiendo lozanía a cada instante, medita. Pero se sigue resistiendo a comparaciones turbias. Vuelve de un lado y otro la tarjeta. Se habla insatisfecha: Debía haberme limitado a escribir: Espero que no estés perdiendo el tiempo, que es tanto como decir la ocasión. Me gusta proponer frases oscuras, cuya redacción atrape el interés y la preocupación. Que haga pensar al otro y desajuste su pensamiento. Son imágenes que retraen o incitan al que las recibe, según se deje impresionar o bien confundir. No, en modo alguno es juego sucio, aunque reconozco que es poner el suelo resbaladizo. Bien, en la dificultad se crecen las personas, ¿no? Se crecen y se revelan unas a otras. En nuestro caso, una desea saber hasta dónde quiere llegar él. Es un hombre que habla con sencillez pausada, pero intuyo que no es sencillo interiormente. No quiero decir que sea falso ni retorcido, sino que no expone claramente todo cuanto piensa, al menos en relación a nosotros. ¿Será que me he precipitado y él se debate entre dudas y escasa seguridad en sí mismo? Y sin embargo aparenta tan firme, tan inequívoco en sus criterios sobre el mundo. Muestra tanta sinceridad afectiva y se entrega a canalizar sus emociones con una necesidad que no deja lugar a dudas. Cuando estamos juntos, está, con intensidad. Se diría único y no se deja sustituir por ninguna otra personalidad. Pero a medida que me habla con fluidez y entusiasmo se deja llevar por un arrebatamiento extraño, incluso excesivo. Tengo la sensación de que me llegan desde él voces de procedencias diferentes. Y entonces pienso: ¿cuántos hombres le habitan dentro?  ¿Qué hombre de ellos es el que está conmigo? Naturalmente, podría preguntárselo pero, además de parecer una pregunta capciosa, al plantearla tan directa arriesgo obtener una respuesta escapista. ¿No será mejor que lo descubra por mí misma?




(Fotografía de Inés González)

domingo, 3 de noviembre de 2019

Au revoir, Marie




En aquella década maravillosa, a los que íbamos de mods a la española, es decir, divertidos pero pobres, nos gustaba enamorarnos de chicas de nuestro entorno como Marie. O como Silvie o como France o como Mireille o como Françoise (ay, Françoise, nunca superé tu presencia ausente) Y si no eran las nuestras como vosotras, procurábamos que se os parecieran. No era solamente la voz, era lo que hacíais con la voz. Larga mano acariciadora, que prolongabais con vuestros particulares cabellos, las figuras atractivas, el vestir rompedor para nuestro barroco país. L'invasion des femmes de la chanson de l'autre côté des Pyrénées que nos sacaban a las nuevas generaciones del letargo aldeano de la carpetovetónica España. Y las chicas que nos enamoraban en los guateques o en las complicidades de las aulas o en secretas reuniones donde las atrevidas desclasadas confratenizaban con los que aún seguíamos indisolubles con nuestra clase, nos iniciaban en mil y una melodías, no necesariamente todas tonales. Quien más o quien menos ellas, las de aquí, tomaban como modelo a aquellas divinidades de la chanson que venían en los discos. Y nosotros soñábamos con ellas, con unas y con otras, porque cuando se nos metía en la cabeza una mujer éramos fieles hasta que la próxima nos separaba. Fuera la cantante de moda o la compañera de aula.





Los que vamos sintiendo que poco a poco nuestra casa va siendo tomada no podemos dejar de mirar con perplejo dolor que a otras personas, como hoy sucede con Marie, la casa cortazariana se la hayan ocupado del todo. Ahora que se ha ido solo queda la meditación. El recuerdo. El estremecimiento. Hasta la belleza es desalojada de este injusto mundo. Qué asco.







viernes, 1 de noviembre de 2019

Las voces de Emina y Naida





Hablemos de voces. De la de Naida y de la de Emina. O digamos más bien: hablemos de la voz de cada una de ellas. Si usamos el plural pensamos en tonos altisonantes, en vocerío, mientras que decir voz a secas sugiere inmediatamente serenidad, delicadeza, temple prudente, cuando no susurro, porque susurrar también es hablar. Aunque tenga un sentido más reservado y su característica apocada lo deje en una frontera entre la indecisión y la apuesta expresiva. Hablemos pues de la voz de Emina, por ejemplo. Una voz dispuesta a tomar iniciativa, tanta que a veces se impone al interlocutor, no para llevarle la contraria necesariamente, sino para ratificar sus planteamientos sin verse desbordada. Esta actitud oral implica entonación elevada, con una horquilla de tonalidades variable, pero siempre grave. Aderezada frecuentemente con carcajadas gélidas o relajantes, según. Por el contrario, Naida se expresa con una voz melódica, de baja intensidad, que apenas altera salvo cuando se considera no entendida lo suficiente por el otro y se reclama de un sobre tono, eso sí, limitado, retráctil. Ni la comodidad de escuchar a Naida ni el esfuerzo de seguir la enérgica pronunciación de Emina se contradicen. Uno sabe entrar al ritmo, bien pausado, bien excitable, de ambas mujeres. ¿En qué momento ellas alteran su oralidad ordinaria para apostar por la opuesta? En la reacción ante situaciones de compasión o  repugnancia. En la toma de posición emotiva ante el despliegue de la belleza, sea en forma física o de manera intelectual. En la reivindicación de reconocimiento y la exigencia de saber hacer. En la urgencia por salir al paso de las incomprensiones o, simplemente, necedades que abundan por todas partes. En la mirada al pasado y su capacidad para encarar los tiempos que se les regala tras haberles sido respetada la vida. Y en el amor, por supuesto. La templada Naida se transmuta en fuente de energías secretas, a las que da salida de manera desbordante. Emina, la vertiginosa, por el contrario se vuelve entregada, dúctil, necesitada de una contención que busque su personalidad recóndita y que solo puede obtener dejándose llevar. Naturalmente, mis impresiones, probablemente pasajeras, inexactas, son simplificaciones peligrosas. Si tanto Naida como Emina oyeran mi punto de vista se rebelarían, heridas en su amor propio. Pero yo escribo para un diario íntimo, sin páginas de papel ni archivos de ordenador. Apunto en la corriente fluida y generosa de mi pensamiento. Y repaso, probablemente sin ser demasiado justo, las actitudes que percibo de ellas. ¿Elegir? Imposible, hay en las dos mujeres tanto de mí mismo que no sabría separar. De hacerlo sería mi quiebra.



(Fotografía de Inés González)