"...Y es que en la noche hay siempre un fuego oculto". Claudio Rodríguez





miércoles, 28 de febrero de 2018

La barbarie puritana. O prohibiendo a Schiele, a Waterhouse o al genial escultor de la Venus de Willendorf




Cuando hace  años los talibanes dinamitaron brutalmente los budas de Bamiyan, en Afganistán, o por citar otro ejemplo más reciente, cuando el Estado Islámico hizo saltar por los aires los arcos y templos de Palmira, se produjo una conmoción en todo Occidente, y a los ejecutores de la barbarie se les llamó de todo. Se calificó aquellos actos destructivos de claros ejemplos extremos de fanatismo, intolerancia y dogmatismo, derivados de una determinada ideología. Pero, en fin, se consolaba la opinión mediática, es algo muy propio de los bárbaros que, siempre son los de fuera, parecían sugerirnos, y de paso dejando así bajo sospecha a otras culturas que no son las nuestras, aunque no hayan estado implicadas en la barbarie de la minoría ciega y perversa. Pero ¿acaso existe alguna cultura que esté libre de los movimientos extremos? ¿No tenemos en nuestro pasado sobrados ejemplos que van desde la animosidad verbal hasta la devastación si llega el caso, pasando por un sinfín de modalidades de censuras, represiones culturales y prohibiciones varias de las manifestaciones que han dado el Arte y la Cultura? ¿Acaso este Occidente que gusta de escandalizarse de la barbarie de otros no tiene en su haber atentados contra herencias de civilizaciones periclitadas? ¿No se han justificado destrucciones monumentales por acciones de guerra, de las que Europa tiene un buen registro? ¿No se han perseguido elementos culturales de pueblos, cuando no a sus mismos habitantes? Ah, pero eso fue cosa del pasado, se suele hacer la observación. 

Sin embargo hay otra clase de barbarie, sutil y ladina, pero muy obsesa. Se advierte de un tiempo a esta parte cierta clase de manifestaciones de intolerancia e incomprensión con determinadas obras de arte, que incomodan a los rigurosos principios de viejos y nuevos moralistas de poco pelo, a las que se ponen bajo la sospecha de representar actitudes machistas o que devalúan el papel de la mujer. Pero es la excusa. Un simple desnudo parece concitar iras de puritanos de toda la vida y de nuevas especies acogidas bajo el paraguas de un tipo de feminismo que ha perdido el norte. Cuando no de las mismas autoridades de la administración pública o de museos. Unos casos muy recientes: prohibición en Reino Unido y Alemania de la publicidad de una exposición en Viena sobre obras de Egon Schiele; retirada del cuadro Hylas y las ninfas, obra del pintor prerrafaelita John William Waterhouse, de su ubicación en Manchester Art Gallery. O la censura por parte de Facebook de la reproducción en sus redes nada menos que de la Venus de Willendorf, una de las piezas fundamentales de la estatuaria paleolítica, con casi treinta mil años de existencia. ¿A qué viene esta fiebre hipócrita de rechazar la exposición pública del desnudo en museos, galerías o redes sociales? ¿Por qué se erigen en rectores de conductas tantos guardianes inflexibles, hijos de aquellos otros vigilantes morales de la historia religiosa, represores de la libertad sexual, que, eso sí, se reservaban las pinturas de desnudos para sus cámaras privadas? ¿Hasta dónde puede llegar la ignorancia, el desatino y el rigor obseso de los que tienen miedo a la libertad, que diría Erich Fromm? ¿Qué hay de enfermizo en muchas mentes que aún consideran tabú el desnudo del cuerpo humano? 

Así que cuando leo lo que la crítica de arte mexicana Avelina Lésper dice en su blog sobre las actitudes de inflexibles adalides feministas que van escrutando y persiguiendo por doquier la libertad de otros, reconozco el valor de la denuncia de Lésper: "Las feministas puritanas e ignorantes pretenden ser las dueñas del cuerpo femenino a nivel físico, simbólico y social, han llegado tan lejos como las religiones y culturas absolutistas que niegan los derechos humanos de las mujeres. La cosificación del cuerpo de la mujer se manipula, hacen de ese cuerpo un objeto de activismo y le niegan posibilidades eróticas y lúdicas; para el feminismo, como para los religiones monoteístas, la mujer es un ser insensible que es obligado a entregarse o participar del placer". Y más adelante dice: "Lo que molesta al feminismo es el punto de vista masculino, su enemigo son las relaciones entre dos sexos. ¿Por qué una mujer no puede seducir y ser dueña de su cuerpo para entregarlo? ¿Por qué toda relación se debe ver como abuso hombre-mujer? Esa obsesión con reducir relaciones sensuales y sexuales en víctima y verdugo, es maniqueísmo que deja a la mujer en una vulnerabilidad irresponsable. El arte y la belleza tienen derecho al erotismo y la poesía, lo que vemos es la violencia iconoclasta que castiga y prohíbe a las imágenes. La consecuencia es sustituir a la pintura por algo sin belleza, sin aportación poética, con la flagrante mediocridad de las autoras, una vez más estamos ante la persecución del verdadero arte por los dogmas de una ideología".

No, la barbarie no es un comportamiento importado. También anda por los alrededores y en nuestra propia casa, y quiere crecer. Si lo hace vaya usted a saber hasta dónde puede llegar. ¿Se aunarán los intolerantes culturales a los movimientos políticos reaccionarios que se están fraguando en los países democráticos? Sería dramático para la libertad y para la cultura.







(Arriba, cuadro Hylas and the Nymphs de John William Waterhouse. Abajo, la escultura paleolítica Venus de Willendorf)


martes, 27 de febrero de 2018

Habla Ismael, embarcado en el ballenero Pequod
















"Creo que nos hemos equivocado terriblemente en esto de la Vida y la Muerte. Creo que lo que llamamos nuestra sombra, aquí, en la tierra, es nuestra sustancia verdadera. Creo que al contemplar las cosas espirituales nos parecemos demasiado a ostras que observan el sol a través del agua, y creen que esa agua tan densa es la más sutil de las atmósferas. Creo que nuestro cuerpo no es sino las heces de nuestra mejor parte. En suma: llévese mi cuerpo quien lo quiera, lléveselo repito: no es mi yo".


No sé a quién pretendería impresionar Herman Melville con este párrafo contundente de su Moby Dick. La sombra, la sustancia, nada es sin nuestro cuerpo. Las cosas espirituales nada son, ni siquiera aquella ficción y fantasía que puebla nuestra mente bajo esa denominación, sin nuestro cuerpo. Las heces no tendrían sentido sin nuestro cuerpo, pues ellas también son expresión de lo que nos alimenta, aunque sea el exponente de lo que no asimilamos o resulta superfluo. Y el cuerpo, obviamente, se lo llevará quien quiera llevárselo: nuestro agotamiento, la enfermedad, la mano alevosa de alguien externo a nosotros, el accidente fortuito o nuestra propia decisión. O se llevarán la verdadera sustancia de él: el haber permanecido vivo durante equis años. Pero si alguien se merece quedarse con nuestro cuerpo ése debe ser el demonio que llevamos dentro. Por lo mucho que sabe trabajar y trabaja en el episodio llamado vida de cada individuo. Sin él poco haríamos, poco activaríamos, apenas reaccionaríamos. Anda, al final he recurrido a una imagen metafórica, qué contradictorio me apetece ser. Pero acaso, ¿no es mi Yo mi cuerpo? ¿No me domina, no marca mis horas, no se desgasta, no me habla, no me chantajea, no me mima, no me invita a seguir para saberme yo mismo? Lo bueno de la aventura es que nunca lloraremos por la muerte de nuestro cuerpo, por la desaparición de nuestra sustancia, por la desposesión de la vida. Esa tarea emocional, de variados y ocultos significados particulares, se la dejamos siempre a otros, y no siempre otros nos lloran.

Bueno, me intrigó un poco la cita, y quise traerla aquí. Se admiten todas las disidencias posibles al respecto.



(Ilustración de Rockwell Kent)


sábado, 24 de febrero de 2018

Y no te olvides de (leer a) Antonio Machado















El azar depara fechas de efemérides -nacimientos, muertes, ceremonias, acontecimientos múltiples- que no tienen mayor valor que ser eso, casualidades. Un 22 de febrero nos recuerda siempre la triste desaparición de Antonio Machado en Collioure, como otro 22 de febrero nos traerá en el futuro el adiós de Forges. Una fecha parcial apenas significa nada si no se la matiza. Y el haz y el envés de la existencia siempre jugando a los dados. Aquel febrero de 1939 era frío y no sólo de invierno estacional. Lo era gélido total: el exilio, la guerra perdida por los que habían mantenido la legalidad constitucional (eso que antes y ahora se desprecia tanto por parte de algunos), el remate absoluto a sangre y fuego de un régimen republicano elegido, el abandono, la carencia, incluso el olvido. El invierno de Machado fue también el de innumerables españoles que supieron de la represión y de la persecución verdaderas -ciertos personajes de ahora deberían ser más considerados al utilizar los términos alegre e indebidamente- y para los que no hubo nunca vuelta atrás ni retorno a su casa.  

Habría que aplicar a Antonio Machado las mismas palabras -pido que se lean atentamente porque siguen en vigor en nuestro tiempo- que él dedicara a Francisco Giner de los Ríos, inspirador y rector de la Institución Libre de Enseñanza, con motivo de su muerte:

"...Y hace unos días se nos marchó, no sabemos a dónde. Yo pienso que se nos fue hacia la luz. Jamás creeré en la muerte. Sólo pasan para siempre los muertos y las sombras, los que no vivían la propia vida. Yo creo que sólo mueren definitivamente -perdonadme esta fe un tanto herética- sin salvación posible, los malvados y los farsantes, esos hombres de presa que llamamos caciques, esos repugnantes cucañistas que se dicen políticos, los histriones de todos los escenarios, los fariseos de todos los cultos, y que muchos cuyas estatuas de bronce enmohece el tiempo han muerto aquí y, probablemente allá, aunque sus nombre se conserven escritos en pedestales marmóreos".

Pues lo dicho. Forges popularizó aquella coletilla que colgaba abajo en sus viñetas de No te olvides de Haití, a propósito de las tragedias que sufrió aquel país, y estos días los periodistas lo retoman con un No te olvides de Forges, muy de circunstancia, supongo. Me sumo al No te olvides. En este caso de Antonio Machado, al que hay que seguir leyendo para entender algo de la historia y nuestras maneras de estar, que no sé si de ser, y de paso y sobre todo entendernos.



viernes, 23 de febrero de 2018

Refrán del día







A Forges muerto, Forges puesto.



(Pero no sustituido por cualquiera. Nos acostumbró tanto a su diáfana y exacta interpretación de nuestra sociedad durante tantas décadas que no es fácil encontrar sustituto. Y eso que todavía quedan otros intérpretes sesudos. Pero cada cada cual es diferente y único. Yo también le he seguido durante años y años. Con el talante relajante y bonachón de sus personajes, aliñado de una carga crítica que iba en la mejor dirección de nuestra idiosincrasia hispana, compensaba con creces los textos de la prensa y me ayudaba a asimilar los acontecimientos -livianos o dolorosos- de cada jornada. Salud siempre, hermano Antonio)    







miércoles, 21 de febrero de 2018

Apunte sobre una canción de cuna





















Las canciones de cuna son propiedad de todas las culturas y de todos los tiempos. Conocemos aquellas canciones más cercanas pero ignoramos las que traspasan los límites de nuestra cotidianidad. Habría que considerar por qué se reservan este tipo de cantares a los niños de cuna y no se aplican también a los adultos para aplacar nuestros estreses, nuestras cuitas, nuestras angustias, nuestros desencuentros. Tal vez dormiríamos mejor al son de su musicalidad que bajo los efectos del valium. Porque no se trata solo de dormir y soñar, se trata principalmente del descanso emocional y afectivo. Algo de lo que los adultos carecemos con frecuencia. Ah, ¿que no hay madre? ¿Que ya estamos criados? ¿Que sería situarnos en una vuelta imposible a los orígenes? No nos engañemos. No era la canción en sí la que nos adormecía, sino la persona que nos la cantaba, las manos que nos balanceaban, el tono de seguridad que percibíamos. O el calor o el olor o la sonrisa de quien nos seguía haciendo aún suyo. Hasta en las criaturas más inquietas cumplía la canción de cuna su cometido. Y nos despertábamos nuevos. Naturalmente, aquí el abogado del diablo nos dirá que más allá del sueño feliz no teníamos exigencias ni compromisos ni responsabilidades que condicionaran el día recién abierto tras el sueño. Cierto en parte, aunque no creo que todo fuera así de simple en la niñez acunada, ni siquiera en la de los primeros pasos. El animal niño percibe en otra dimensión -más instintiva y biológica- su dosis de roce con el mundo. Es un plano que no tiene nada que ver con el que experimentamos de mayores, pues de niños nos parecía que los anhelos valían por sí mismos y nos daban todo el sentido y realización. Quién sabe si nunca superamos del todo aquellas sensaciones primitivas de nuestra vida, y si no se habrán mutado con otros rostros y complicado con diversos quehaceres, pero manteniendo siempre la lucha por armonizar realidad y deseo. Normalmente inalcanzable.

¿Hace una canción de cuna de la negritud africana para rememorar nuestros acunamientos? Abandonados como estamos a la intemperie diaria, para paliar la cual nos entregamos a toda suerte de actividades y responsabilidades, no viene mal escuchar algo así.







lunes, 19 de febrero de 2018

El falócrata
















Hay imágenes a las que cuesta añadir palabras, simplemente porque ya lo dicen todo, porque han nacido sin ellas. Porque la expresión reside en los objetos que se ven sin más, que balbucean, hablan y cantan por sí mismos. En algunos casos supondríamos que las palabras serían la antítesis de la imagen. Podrían haber sido matadas o, mejor dicho, se trataría de palabras nonatas, abortadas en su inicial fase de primigenia concepción. Pero la única verdad ante la pose del falócrata es que cualquier palabra sobra, simplemente porque nunca ha existido vocablo alguno ante un calibre, un cargador, una mira telescópica, un gatillo, una velocidad de salida de la bala. Aquel honrado ciudadano, cumplidor con sus impuestos y de moral supuestamente íntegra, se levantaba y se acostaba pasando revista a cada una de sus amantes de culata adaptable y cañón seductor. Sabia alternar tanta poligamia no solo con sus intenciones prácticas sino también con sus fantasías. Este rifle para el sábado, destino los ciervos. Aquel otro, más liviano, para los patos. Aquel tan voluble como preciso para las aves en tránsito. Ese tan sofisticado para los concursos de tiro del municipio. El más corto y de menor peso para enseñar a mi hijo de diez años su manejo. El recortado lo llevo en el coche para cuando los amigotes salimos de fiesta. Naturalmente, alguna de estas armas son mero coleccionismo, su belleza exige ser contemplada más que gastada. ¿Y este M-16?, le preguntaba uno de sus amigos falócratas. De momento en reserva ante el enemigo mayor, que siempre es el desconocido, el que menos te esperas. ¿Sabes que el desconocido puede ser tu propio vecino?, le sugería otro de sus próximos de análoga afición.  Es una probabilidad, respondía ufano y seguro de sí, pero controlo la situación. Paso revista todos los días a cada una de mis mejores amantes, las que de verdad me hacen sentirme seguro y me garantizan fidelidad. Las trato bien, las pongo a punto, las acaricio, las proporciono la satisfacción que ellas piden. Ellas me devuelven el ciento por uno, nunca me dejan insatisfecho. Su amigo le mira con cierta envidia, el pobre tiene que conformarse con poco, su economía no le da para más, y se basta con tener un par de amantes de esa clase, una como repuesto de la otra. Te devora mucho más a ti que a mí la erótica de las armas, suele decirle al otro. Cuestión seminal que abunda en uno y no le merma, le responde el falócrata mayor entre carcajadas, extensión de pelvis y lingotazos de un buen whisky de Tennessee. 
  


(Fotografía tomada de El País)



domingo, 18 de febrero de 2018

Sin permiso de Thomas Mitchell



Hijos, no me vengan a estas alturas con esos cuentos. Son creciditos para arreglar sus asuntos por ustedes solos. Todo me pilla ya muy descreído.


Claro que si lo que pretenden es convertirme en cómplice de su ruidoso galimatías no cuenten conmigo. Soy muy mayor para dejarme embrollar. Cansa mucho.


¿Que no les parece bien que quiera permanecer al margen? Créanme, estoy al margen de ustedes, pero no de mí mismo. Solo les pido que no hablen en mi nombre para justificar sus desatinos. Por lo demás, digan de mí lo que les venga en gana. Voy desaprendiendo las palabras y trato de que cada vez me hagan menos daño.




sábado, 17 de febrero de 2018

Aforismo solicitante




















Cuando nos atropella el ruido es mejor sentarse a la orilla del arroyo y escuchar su rumor. Es un ejercicio sencillo. A veces el hombre necesita sentirse ausente.


jueves, 15 de febrero de 2018

Mujeres, sed sumisas a vuestros maridos (un opúsculo irónico de Voltaire)




En estos tiempos de debate entre quienes siguen la red #metoo o se escoran por los razonamientos más flexibles de las francesas del artículo Mujeres liberan otra voz o simplemente quienes no firman manifiesto alguno pero también discuten y argumentan y no quieren verse embarcados en planteamientos excesivamente rígidos, no está mal recordar voces más antiguas. Por ejemplo la de Voltaire que ya en su tiempo daba en la clave del papel de las religiones del Libro en la condición de la mujer. Hizo sus observaciones no sólo sobre la influencia católica sino también sobre la islámica, y hay un delicioso opúsculo suyo titulado Mujeres, sed sumisas con vuestros maridos, que no tiene pérdida. Extraigo unos párrafos de este texto irónico y mordaz, como era habitual en el escritor ilustrado.


"...El abate de Châteauneuf la encontró un día [a Madame la Mariscala de Grancey] toda encendida de cólera. '¿Qué os pasa, señora?', le dijo. 

- Por casualidad he abierto, respondió ella, un libro que andaba rodando por mi gabinete; me parece que es una colección de cartas; he visto en él estas palabras: Mujeres, sed sumisas a vuestros maridos; he tirado el libro. 

- ¡Qué decís, señora! ¿No sabéis qué son las Epístolas de san Pablo?

- No me importa de quién sean: el autor es muy grosero. El señor mariscal nunca me ha escrito en ese estilo; estoy persuadida de que vuestro san Pablo era un hombre muy difícil para la convivencia. ¿Estaba casado? 

- Sí, señora. 

- Pues muy buena persona tendría que ser su esposa; si yo hubiera sido la mujer de semejante hombre, lo habría enviado a paseo. ¡Sed sumisas a vuestros maridos! Si al menos se hubiera limitado a decir: sed dulces, complacientes, atentas, ahorrativas, yo diría: ése es un hombre que sabe vivir. Y ¿por qué sumisas? ¿Me lo podéis explicar? Cuando me casé con el señor de Grancey, nos prometimos sernos fieles: yo no he cumplido demasiado mi palabra, ni él la suya; pero ni él ni yo prometimos obedecer. ¿Somos esclavas acaso? ¿No basta con que un hombre, después de haberse casado conmigo, tenga derecho a darme una enfermedad de nueve meses, que algunas veces es mortal? ¿No basta con que yo dé a luz con grandísimos dolores un hijo que cuando sea mayor podrá pleitear contra mí? ¿No basta con que todos los meses esté sujeta a molestias muy desagradables para una mujer de condición, y que, para colmo, la supresión de una de esas doce enfermedades al año sea capaz de causarme la muerte, para que encima vengan a decirme: Obedeced?"



(Imagen de un cómic de los años 50 extraída de Weird Love)


miércoles, 14 de febrero de 2018

De balleneros y carniceros, según Herman Melville

















El narrador Ismael en Moby Dick: "Sin duda una de las razones principales por las cuales el mundo rehúsa honrarnos a nosotros, los balleneros, es ésta: la gente cree que, a lo sumo, nuestra vocación equivale a la de un carnicero; y que cuando estamos activamente ocupados en nuestra faena, nos rodea toda clase de inmundicias. Carniceros somos, en verdad. Pero carniceros han sido, también -carniceros de la especie más sanguinaria-, todos los jefes militares a quienes el mundo se complace invariablemente en honrar". 

De carnicerías al por mayor y al detall está la historia de las sociedades llena. Y de preparación para carnicerías futuras -sin descuidar las que nos traen las noticias cotidianas- implícitamente anunciadas por el aumento disparado del presupuesto bélico aprobado por el ínclito presidente de la denominada potencia number one del planeta. Consolador. Tal vez la ciudadanía adulta estadounidense debería de leer de nuevo este párrafo de Moby Dick. Aunque uno sospecha que no prestarían mucha atención. Total, el aumento de presupuesto militar implica producción masiva en distintos sectores, beneficios empresariales, subida de la Bolsa y garantías a cierto plazo de puestos de trabajo. Eso mola, que dicen los niños. O America first, que dijo el otro. Y luego se acusaba a los balleneros...



(Ilustración de Rockwell  Kent, 1930, para el libro de Melville)

lunes, 12 de febrero de 2018

Amores efímeros. Domingo de Carnaval en la posguerra

















Muerta y Cerdo comparten mesa de taberna. Es la década del hambre y ellos aparentan alimentarse del tinto peleón. Se saben alterados en su personalidad y, como son forzosamente de orden, esto es, porque se les fuerza a que lo sean y además del orden imperante, se les permite la transgresión formal. Siempre que se mantengan dentro de unos límites poco públicos. ¿O es la personalidad auténtica la que aflora y la máscara apenas una excusa para revelarse tales como son? Disfracémonos de lo que somos y pasaremos más desapercibidos, le dice riendo Cerdo a Muerta. ¿Lo que somos?, responde Muerta con cierto asombro. Claro, nadie puede conocer quiénes nos ocultamos realmente más allá de las máscaras, y ambos sabemos que somos cerdos, muy cerdos, y estamos muertos, muy muertos, le dice el otro. Las tabernas del pueblo llano, él prefiere llamarlo aplanado, se ofrecen como el mejor lugar para ser y no ser, y el vino ayuda. El vino mantiene el temple. Ambos no se engañan entre sí, y eligen el lugar para desviarse de sus vidas cotidianas  -nefastas, indignas, desordenadas, rendidas a la pleitesía- y hacen trascender sus amores en espacios humildes. Donde nadie los localizaría. Los pobres apenas se disfrazan, pero ellos rompen la norma, sin que el disfraz, heredado de una generación anterior acaso más permisiva, les haya costado un duro. También para disfrazarse se necesita dinero, observa Cerdo. Dicen que los ricos hacen sus bailes en el Casino; ¿sabes dónde está? Muerte le responde que su casino es éste, el momento y el lugar  en que comulgan con la sagrada frasca. Él mueve su cabeza porcina y desde su interior sale una risa entrecortada y ronca. En las otras mesas de mármol de la cantina pasan las horas muertas viejos del barrio y hombretones sin trabajo que se pone cada día de madrugada a la cola de peonada, justo en la travesía que hay a la vuelta. Si no les elige algún asentador del mercado o un contratista de obra se refugian a la vera de los tinos. Huele hoy esto mucho a grasa de sardinas y mugre, dice Muerta, cuyo sentido de la higiene está distante del que posee Cerdo. Me han dicho que hay una pensión dos pisos más arriba, le sugiere a su compañero. Además, nunca nos hemos querido con el disfraz puesto. Cerdo gira su cabezón hacia Muerta y cree reconocerla en su recuerdo del día anterior. Incluso de muerta estás muy atractiva, la adula. Las caretas se contemplan frontalmente; hasta su rigidez permite adivinar el asombro. ¿Tú crees que así, de esta guisa, tendremos ganas?, le responde. Muerta se rasca con delicadeza bajo la dentadura decrépita. Depende de la imaginación que tengamos los dos, dice. Además de alguna manera hay que matar la gazuza.



(La imagen pertenece a la película Domingo de Carnaval, de Edgar Neville, 1945)


viernes, 9 de febrero de 2018

Amores efímeros. El solitario
























Cada mañana, al tirarse de la cama, aquel hombre flacucho y desgarbado se contemplaba en su propio reflejo. No era narcisismo, era horror al tiempo. En la flacidez de sus carnes trataba de ver aún al hombre que antes había sido y jugaba a adivinar lo que algún día, o tal vez en cualquier momento, dejaría de ser. Si el espejo no recogía toda su imagen el hombre del alba se distanciaba hasta encajar en el marco adecuadamente. Pero aquella reproducción general de sí mismo era deficiente, pensaba, perdiendo en ella la visión de los detalles. Entonces se aproximaba nuevamente a la fría superficie del engaño y, con parsimonia y mirada escrutadora, buscaba los espacios concretos y diversos de su cuerpo, los que él consideraba que le devolvían un día sí y otro también su tierna y protegida intimidad. La misma que había permanecido fiel y satisfactoria, a salvo de cuerpos depredadores, no obstante las arriesgadas experiencias asumidas. Había protegido toda la vida con obsesión los recovecos de su cuerpo frente a los embates de las intrusas que buscaban en ellos el amor. O como más de una le confesó: los arcanos y la esencia del amor, frase que él consideraba un tanto cursi pero que debía aceptar como un cumplido a su masculinidad.

La última amante le asustó de manera decisiva. Quiero que cada una de tus oquedades y cada uno de tus salientes sean míos, que el vértice encendido de tu pasión sea mío, que tus gemidos y ahogos sean los míos, le dijo con una voz sacra, más bien sacrificial. Míos en mi propio cuerpo, míos como si nacieran de mí, míos para sentir como dos géneros. Tal vez fue un arrebato puramente verbal  y lascivo que el hombre no supo captar. O que leyó al pie de la letra; y en ese momento tuvo pavor a verse desprovisto de lo más propio. Al sentir el cuerpo de la mujer sujetándose al suyo con vehemencia temió la desposesión de su intimidad. Trató de librarse de la agobiante apretura, pero era tal la fuerza que la mujer ejercía con las manos sobre su torso frágil, y tan intenso e intrincado el trenzado a que sometía las piernas del hombre con los pies, y tan afilada la dentellada caníbal que horadaba con la boca las axilas velludas, y de una envergadura frenética la succión hiriente que se convertía en arrebato sobre la crecida pelvis, que el hombre se desgarró de pánico. No reaccionó, no se resistió al principio a un combate que le parecía desigual. Procuró proteger las manifestaciones recónditas de su identidad, para evitar que la mujer atravesara el limen seguro que tenía establecido. Luego decidió que el mejor modo era tratar de no ser él, y se transfiguró en la fiera que la amante furibunda buscaba con ardor homicida.

Se hizo la firme proposición de que aquella iba a ser la última vez que se acoplaba con una mujer que se revelara con un clamor apasionado y perdido por su personalidad. Desde entonces cada mañana el hombre salta del lecho solitario al frío embaldosado para advertir la integridad amorosa de su cuerpo. Para comprobar el poder de las imágenes retenidas frente a la huella descarnada de la pérdida. 
     



(En homenaje al pintor expresionista Egon Schiele, aún denostado en nuestros días por el hipócrita puritanismo de quienes solo conciben el arte como mercancía o como moralidad interesada)


jueves, 8 de febrero de 2018

Apunte sobre la penúltima invención, en este caso, o una vez más, china














No cesan de inventar, esta vez para controlar sospechosos, dice la policía china. Unas gafas que sabrán distinguir al malo del bueno, al fichado de clase A del fichado de clase B (porque fichado está todo el mundo), al penado del preventivo. ¿Distinguirán también al corrupto del chorizo común? ¿Al acosador que discretamente acosa a su partenaire del que lo hace descaradamente? ¿Al cuadro sutil de una empresa del encargado arreador de una fábrica? ¿Al mando de una autoridad que es sibilino en su abuso de poder del que se pasa kilómetros de muralla china en sus métodos? ¿Al delictivo empresario de guante blanco del autónomo que trapichea para llegar a fin de mes? ¿Al turista rico del turista pobre? ¿Al inmigrante adinerado del inmigrante miserable? ¿Distinguirán al que tiene las ideas del régimen de las que calla el disidente? ¿Al que cree en un dios o un zen del que no cree en ninguna divinidad? Creo que para ciertas visiones no se necesitan gafas especiales, pues los personajes que encarnan la obra cotidiana resaltan por sí solos, bien por su ostentosidad o bien por las carencias que exhiben. Así que uno mismo se responde: todo se andará, una vez descubierta una técnica se acaba perfeccionando al día siguiente. Las gafas ¿acabarán con los especímenes del chivato, del infiltrado, del traidor o del arribista que vende a su hermano por el plato de lentejas? Supongo que no necesariamente. Muchas técnicas han desplazado a métodos anteriores, pero acaban coexistiendo. Todo es complementario en esta vida, para el afán persecutorio del control social.



(Fotografía de AFP tomada de El País)

miércoles, 7 de febrero de 2018

Apunte sobre un imaginado día sin noticias




















Hoy me he levantado con el pensamiento de que no había noticias. ¿O lo he soñado sólo? Era una idea fugaz y extraña pero muy firme. No me llegaban noticias desde ninguna parte, no existían medios habituales donde se cuenta lo de todos los días, ni siquiera circulaban mensajes de móvil ni se producían llamadas telefónicas. ¿Será el Día Internacional sin Noticias? ¿Se habrá parado el mundo? ¿Me habré apeado yo, que diría Mafalda? ¿O se trata del primer día del futuro en que no haya nada que contar? Porque, total, para seguir sin saber...Pensé por un momento si no estaría en el pueblo turolense donde el alguacil aún sale a la calle con su cornetín para anunciar de ciento en viento a los vecinos un bando o un acontecimiento, que no una noticia al uso. Así que a esperar que suene el instrumento convocante porque sé que antes o después me entrará mono de los dimes y diretes, de los dichos y contradichos, de las buenas y malas nuevas con que uno se refocila todos los días. Soy tan animal de costumbres como el que más. Sólo que, como dicen que hacían los nobles patricios romanos con la comida de los banquetes, tras cada ingestión de noticias me voy a vomitarlas. Siempre será un mal menor, antes de que algún corneta mayor toque generala de pensamiento único o algo parecido para todos.


sábado, 3 de febrero de 2018

Günther Anders poniendo la guinda, y bien puesta




















Cuántas veces nos justificamos los de mi generación en aquella tesis 11 de Marx: "Los filósofos no han hecho más que interpretar de diversos modos el mundo, pero de lo que se trata es de transformarlo". (Tesis sobre Feuerbach, de Karl Marx, 1845) Dicen que Engels la matizó así: "Los filósofos, hasta el momento, no han hecho más que interpretar de diversos modos el mundo, ahora de lo que se trata es de transformarlo", la cual resultaba más firme y enérgica, casi una exigencia si no una incitación a intervenir. Cuántos nos lanzamos a la acción harto descarnada, poco reflexiva en ocasiones y siempre generosa, y no digo que no nos guiara una sana y justa intención, de la que se beneficiaron tirios y troyanos del sistema con sus diversos rostros e intereses internacionales. Creímos que las palabras de un filósofo y economista político importante, y las de muchos otros de su época y posteriores, eran cuasi religiosas, que habían descubierto el universo y como tal inequívocas, sin vuelta. Poco menos que axiomas, vamos. Pero el mundo del pensamiento no se agota y menos con verdades reveladas, que muchas veces carecen de veracidad, esto es, de suficiente comprobación en un mundo cambiante e inagotable en sus contradicciones y novedades.

Andando el tiempo y con la manía que uno ha ido adquiriendo de leer -o de tantear y picar lecturas- de todo lo posible, y con el riesgo asumido de no saber siempre comprender todo lo que lee, se ha ido topando con libros intensos y jugosos, de harto esfuerzo y no siempre fácil y lineal comprensión. Pero sobre los que se presume que dan una visión ampliada, abierta, relativizada y más elaborada de las circunstancias históricas, sociológicas y, en general, de vida, que acontecen. Por eso no me resisto a reproducir la cita -sin duda una dedicatoria al lector-  que me encuentro al abrir el tomo II de la obra del filósofo Günther Anders La obsolescencia del hombre, apellidada Sobre la destrucción de la vida en la época de la tercera revolución industrial, que dice: 

"No basta con transformar el mundo. Eso lo hacemos sin más.
Eso sucede ampliamente incluso sin nuestro concurso.
También tenemos que interpretar esa transformación.
Y precisamente para transformarla.
Para que el mundo no siga cambiando sin nosotros.
Y no se transforme al final en un mundo sin nosotros".

Disfruten de su sabio contenido.


(Fotografía del filósofo alemán Günther Anders /Breslau 1902-Viena 1992/ de joven)

jueves, 1 de febrero de 2018

Apunte a propósito de una lectura de Javier Marías donde sale el pueblo
















Berta, la protagonista de la última novela de Javier Marías, Berta Isla, reflexiona (páginas 324,325): 

"El pueblo, que a menudo es vil y cobarde e insensato, nunca se atreven los políticos a criticarlo, nunca lo riñen ni le afean su conducta, sino que invariablemente lo ensalzan, cuando poco suele tener de ensalzable, el de ningún sitio. Es sólo que se ha erigido en intocable y hace las veces de los antiguos monarcas despóticos y absolutistas. Como ellos, posee la prerrogativa de la veleidad impune, no responde de lo que vota ni de a quién elige, de lo que apoya, de lo que calla y otorga o impone y aclama. ¿Qué culpa tuvo del franquismo en España, como del fascismo en Italia o del nazismo en Alemania y Austria, en Hungría o Croacia? ¿Qué culpa de estalinismo en Rusia ni del maoísmo en la China? Ninguna, nunca; siempre resulta ser víctima y jamás es castigado (naturalmente no va a castigarse a sí mismo; de sí mismo se compadece y apiada). El pueblo no es sino el sucesor de aquellos reyes arbitrarios, volubles, sólo que con millones de cabezas, es decir, descabezado. Cada una de ellas se mira en el espejo con indulgencia y alega con un encogimiento de hombros: 'Ah, yo no tenía ni idea. A mí me manipularon, me indujeron, me engañaron y me desviaron. Y qué sabía yo, pobre mujer de buena fe, pobre hombre ingenuo'. Sus crímenes están tan repartidos que se desdibujan y se diluyen, y así los autores anónimos están en disposición de cometer los siguientes, en cuanto pasan unos años y nadie se acuerda de los anteriores". 














Sin duda habría que pedir cuentas al pueblo, sea cual sea en la realidad ese término, sea cual sea el concepto gris que se agazape bajo tal denominación, sea cual sea el grado de valor que se le haya concedido, pero quién puede pedir a quién en este caso, si es incapaz de exigirse y revolverse contra sí mismo, pues su propia condición es la inercia, y en absoluto la razón, y tal parece que se trata de un tejido sacro y difuso, donde los rotos y descosidos campan como si tuvieran el mismo significado y valor que los tramos enteros, que sirve para tragarse todas las mercaderías que se le publiciten, o venderse en unas elecciones, o para lograr consenso acerca de un líder por más dudoso e incluso siniestro que sea o para ceder a la aquiescencia sobre unos objetivos cuyo alcance suele ignorar, que permanecen en poder de aquellos que los proponen, y quienes se encuentran tras los que los proponen, o se entregan a los mesías de turno que volverán a loar al pueblo para que éste los eleve, y para ese pedir cuentas no habría que esperar al día después de la catástrofe, una recurrencia habitual en la historia cuando el pueblo se ha empecinado en sus desatinos, y entonces no hay solución, y entonces el castigo va a llegar de forma e intensidad diferentes pero atroces, porque el coste de la pérdida o del fracaso o de la rendición es un castigo que se siente como inferido por el otro, por un castigador ajeno, nunca el pueblo se pide cuentas a sí mismo, y sin embargo habría que reclamar al pueblo, antes de llegar al borde del abismo, que reconsiderase los pasos, los apoyos que está dispuesto a prestar, que no hubiera precipitación por muchos cantos de sirenas o de apocalípticos que truenen con sus trompetas, y adoptar a cada momento una parada en el tiempo, una puesta en cuestión de cada uno de los profetas y candidatos y modelos que emergen con soluciones de vendedores de crecepelo, y revisar si los embarques en que quieren meter algunos al conjunto calificado pueblo son merecedores de ser aceptados,  y desear esto es ingenuo, ya lo sé, pero muchas situaciones se ven venir, se han visto venir en tiempos pasados, en circunstancias de lo más precarias y conflictivas, y no se atendieron a tiempo los nubarrones que acaecerían en tormentas y desastres, el pueblo no suele ser muy previsor que se diga, no suele estar atento a la racionalidad de los más impuestos en el conocimiento ni siquiera a los clarividentes, que no iluminados, que avisan de los riesgos, y entonces uno se pregunta si no será que no está interesado el pueblo en dejar de ser esa masa consentida y mimada falsamente por la tribu de los elegidos, si no prefiere ignorar lo que no le gusta, si se nutre solo de lo que le ponen en la mano para el día y para de contar pues, como dice el refrán, un dios, no sé qué dios, proveerá... 



(Dibujo a carboncillo de Albert Birkle y litografía de Joseph Hirsch)