"...Y es que en la noche hay siempre un fuego oculto". Claudio Rodríguez





lunes, 28 de junio de 2010

Acompañamientos

No sé qué tienen los pequeños objetos para que se sientan atraídos por los libros. Entran en la estancia formal de éstos y los libros se corren hasta el fondo, se estrechan unos contra otros, hacen un hueco. Es como si los estuvieran esperando. Unas estanterías sin cositas parecería una biblioteca ordinaria de un centro público. Y también anodina. Pero las bibliotecas caseras tienen que parecer otra cosa. Tienen que tener algo más de alma. Probablemente haya secretas aproximaciones entre los libros y las menudencias que se van instalando en su entorno. Compañías parejas que han podido llegar en distintos tiempos, pero acaso por las mismas manos. O no por las mismas manos, pero sí con arreglo a motivaciones análogas. O no por causas semejantes sino por arte del azar venturoso, sin más. A veces me pregunto qué tienen en común objetos dispares como los que cito a continuación: un cenicero de Castro de cuando fumábamos; un tintero de cerámica con el palillero de barro también; una palomita de Sargadelos que conviene no abrir con frecuencia porque contiene hierbas peligrosas; un diminuto tintero florentino; un viejo topo; un zapato de loza finísima de la madre muerta que ésta conservó con misterioso afecto toda su vida; y suma y sigue si continuáramos el zapeo. A primera vista se pensará que lo que liga a todos estos objetos es simplemente el destinatario, ese maniático de los libros que además decide agitar su magín con memorias que se tocan, y que se activan cuanto más se palpan, más allá de las letras. Ese vulgar poseedor que hace de mercachifle de sus propias ilusiones. Ese haragán de atardeceres recoletos dañinos para su miopía. Sin embargo, el propietario piensa que él es sólo un mediador aparente, concurrente. Una excusa para provocar una coincidencia de geografías, de intenciones, de sentimientos y de significados. Cierto: él cataliza la disparidad, la preserva, guarda sus arcanos. Si las cosas que hay colocadas por los anaqueles hablasen ellas mismas escribirían nuevos libros. ¿Será ése el vínculo soterrado y el deseo en potencia que hace que se busquen mutuamente? Variedad de palabras, algunas explícitas; otras, contenidas en formas múltiples que muchas manos laboraron.




jueves, 24 de junio de 2010

Noche de fuego


Me dicen que hoy es una noche tradicional. Que en algunos lugares hay hogueras, pólvora, quema de trastos viejos y música. Que hay también símbolos ocultos tras esos gestos abiertos a los que la gente se deja conducir. Y en los que se envuelve con entusiasmo. Donde yo estoy no llega ruido alguno. El calor del día se ha evaporado y el relente toma los espacios interiores incluso. Las estancias vacías se ofrecen mucho más frescas que en las horas de labor. Una puerta golpea por efecto de alguna corriente, pero no me apetece levantarme para cerrarla. Diría mejor que no puedo moverme. Cierta memoria deambula por un breve instante entre mis sesos y me llegan imágenes de una infancia lejana que hablan de hogueras. Mi niñez era insegura pero muy intensa. Absorbía con curiosidad y pasión cuanto se la otorgaba por azar. Aunque sin la publicidad ni la sucesión de hábitos que existen hoy día, bastante recurrentes y menores, ya tenían lugar entonces determinados acontecimientos. La celebración congregaba y agitaba modestamente a las gentes. Se la esperaba con impaciencia y jalonaba los ciclos de los días con mayor solidez. Ha sido un devaneo fugaz. Las imágenes se extravían de nuevo. Donde me encuentro ahora la noche se extiende como otra noche cualquiera. Es un placer, también simbólico, divisar las estrellas, pero yo permanezco aturdido y calmo ante el hogar tradicional, lógicamente hueco. El hogar y yo estamos mudos. Sin embargo, hay una representación del fuego que intenta abrirse paso, tratando de ocupar el vacío de mi pensamiento. Pero no imagino el fuego. Tengo unas rosas delante y las miro. Veo en ellas más que una conformación floreal. No puedo apartar los ojos. La luz es menuda y favorece la mirada. El espacio que nos rodea a las rosas y a mi se borra. Emerge una luz incendiaria, cegadora. Los pétalos se despliegan, giran y brotan incesantes. Es una espiral que crece sobre sí misma. Pero yo no veo pétalos ni veo rosas ni me llega aroma. Oigo, sí, una crepitación. Veo una oscilación de colores. Los matices de una combustión silenciosa. Siento una proximidad. No puedo desviar la atención. Una bocanada de calor lame mi rostro. Adquiere forma física. Una rosa ya no es una rosa. Es una mano que toma posesión de mi nuca y me sujeta firme. Sólo contemplo llamas. Las llamas se extienden y me rodean. Rozan mi pecho, lo sacuden, lo comprimen. El fuego es ya una hoguera. Acaso la que me está designada. Donde debo purificarme o perecer. El aire pega un portazo.

martes, 22 de junio de 2010

Combate desigual


Mientras las divisiones acorazadas avanzaban, los indígenas se removían azorados y cautos esgrimiendo sus armas de puntas de sílex. No sabían bien si ir hacia adelante o retroceder. Se avecinaba un combate desigual. Los pobladores no sabían cómo iba a manifestarse el invasor. Éste apenas se movía o, si lo hacía, se desplegaba sigiloso y efectivo. Los nativos no veían grandes movimientos del enemigo en ciernes. Pero cada vez los tenían más próximos. Todo era irregular. El empaque del adversario. La naturaleza de su impedimenta. El carácter de su armamento. Esto confundía a los aborígenes y les agotaba en su propia tensión. Cada vez que se movían tratando de rodear las máquinas éstas cambiaban de táctica y les rodeaban a ellos. Resistieron un tiempo en esa actitud defensiva y heroica. Padecieron grandes penurias y el extremo desquiciamiento fue mermando su resistencia. Algunos no llegaron a ver la rendición. Se libraron al menos de la nueva época de sumisión que iba a transformar la vida de la aldea.



(Representación del grafitero británico Banksy)

sábado, 19 de junio de 2010

Rescate

Durante años había estado creyendo que aquel escritor era sólo escribiente. Como si un escritor fuera o consistiera en ser solamente un técnico de la sintaxis. Un día leyó una de sus novelas. Tal vez le pillara en blanco, o en negro, ambos colores cual representaciones de la crisis personal perenne en que vivía. Se le reveló entonces tras aquellas letras un mundo que ya sospechaba. El escritor no le descubría el mundo. Sólo se lo confirmaba. Le mostraba que lo que había pasado por la cabeza de él también se había criado, incluso antes, en la cabeza del escritor. Averiguó en aquel instante, guiado por las conclusiones a las que llegaba sobre la lectura de la obra del escritor, que el mundo de la metáfora es una prospección sin límite sobre los vericuetos de la vida. Después, siguiendo los pasos del hombre que escribía, supo también más. Supo de sus criterios sobre lo inmediato. Donde además de la metáfora, hay que hablar en plata. Y escuchó la voz del escritor, que también era la voz de los momentos de la historia. Y oyó, entre otras, aquellas aseveraciones que le parecían flotantes, inciertas, incluso exageradas. Pero el tiempo corre como el viento. Hoy, a la vista de los últimos acontecimientos donde el que no quiere ver es que quiere ser ciego, teme que las opiniones del escritor rocen ya la certeza. No lo desearía, pero las denuncias del descriptor de metáforas suenan definitivamente a profecías. Mira al escritor con entrañable respeto y gozosa admiración por su clarividencia. Porque acaso escribir no sólo es ocultarse tras las letras. Y porque leer no es simplemente pasar el rato, sino ratificarse como parte del barro del que estamos hechos.


jueves, 17 de junio de 2010

Asociación de ideas


Días de fútbol y rosas. Como en todo, lo mejor es la preparación y las vísperas. Eh, oiga, no es cosa de pensar ahora en el negocio bárbaro que mueve millones con el beneplácito del Fondo Monetario Internacional ni en sus antípodas, los desequilibrios del reparto de la riqueza mundial o los recortes salariales. Hoy es el tiempo de las rosas y del fútbol.

Así que cuando sale a la calle y todo se halla a punto de partido que involucra el orgullo nacional, procura hacer los recorridos rápidos. Como es de alma en él, los aspavientos de los energúmenos de los símbolos le retraen. Se topa con algún grupito -la unión hace el desfogue, más que la fuerza- y un yogurín le pasa por las narices una de esas bufandas deportivas con los colores de la bandera de la monarquía borbónica. Texto de la bufanda: “Esto es España y al que no le guste que se vaya. Caray, ¿me lo dirán a mi?, piensa. Como si hubiera adivinado su pensamiento, el forofo firme y convicto (con su conveniente dosis de cerveza en las vías digestivas) la esgrime cual piuma al vento ante sus narices, casi se la restriega. Él trata de procesar el mensaje. Esto es España y al que no le guste que se vaya, Esto es España y al que no le guste que se vaya, Esto es…

Asociación de ideas: en su pubertad hacía pinitos como otros respecto a su disgusto con el país que le vio nacer, que no el que le dio la vida. Pero tenía mala conciencia. Sometido aún al vaivén de la personalidad sobre la cual el catolicismo caía como ave de presa, se sentía culpable de su desacuerdo incipiente con la patria (en realidad con lo que sucedía en el país y con la calaña que mandaba con mano criminal en él) Lo consideraba incluso pecado. Así que un día que se sentía sumamente pecador (imagínense, se le acumulaban onerosamente los pecados: a la desafección con los padres se le amontonaban masturbaciones, misas que incumplía, pensamientos sumamente impuros, pequeños hurtos en el bolso de la madre y algún deseo temprano de la mujer de algún prójimo) entró en una iglesia. Se dirigió a uno de esos artefactos llamados confesionarios y se dispuso a acusarse despiadadamente en busca de la salvación, si no eterna, al menos la que le permitiera llegar en gracia de Dios hasta el siguiente cúmulo de pecados que justificaran un nuevo pase por el sacramento. Tras soltar la retahíla habitual de pecadillos, vergonzante y confeso le dice al confesor: Padre, me acuso de haber hablado mal de España, de sus gobernantes, de lo que pasa…Y el solícito franciscano, amable y tierno hasta ese momento, que sólamente esperaba las culpas de un treceañero vulgar y débil elevó el tono de la voz, abrió la rejilla y a voz en grito clamó: ¿Que no te gusta España? Pues vete a Rusia (y la R de Rusia resonó por el templo casi como un agravio), a ver allí…

Tras un momento de confusión, el chico mantuvo las formas, se dejó absolver y se alzó confuso. Algo le decía interiormente que de rodillas nunca más. Fue una revelación, la doble caída paulina del caballo. La última confesión. El vencimiento de la última resistencia contra el régimen político. Desde entonces empezó a conocer la libertad. También el precio que hay que pagar por ella. Pero fue nuevo.

Conclusión. Los que sobran son siempre los energúmenos.




(La fotografía, de Jorge Molder)

martes, 15 de junio de 2010

Aforismo del empleado probo


Se sabía turbio por naturaleza. Hasta el punto de que beber con cierta intensidad le proporcionaba claridad y sentido. Era entonces cuando se manifestaban sus sentimientos más reservados. Cuando se relajaba su gesto hierático. Cuando se modificaba su comportamiento extremadamente severo. Cuando mudaba su hurañía antipática. Hasta miraba con una ternura vergonzante pero sincera. En ese estado era capaz de amar a la mujer de pago con la convicción de un amante sagrado. Incluso hay quien dice que le vieron hacer sonreír a un niño. Necesitaba aquel tratamiento dionisíaco, pero que él percibía como homeopático, para salir de su cerrazón. Su personalidad estaba siempre demasiado ebria de la enajenante insensatez que se había dejado inocular. Incapaz de romper el esquema del modelo de empleado aparente y perfecto. Prefería, y así lo había decidido, un hígado condenado a un alma maldita.



(Fotografía de Jorge Molder)

lunes, 14 de junio de 2010

La mirada ciega (o simplemente ceguera egoísta)


Ayer vi un capítulo del programa Redes, que conduce Punset, donde se planteaba lo que los neurocientíficos llaman la mirada ciega. Es el término para explicar cómo la mirada humana se desvía ante un acontecimiento determinado, por ejemplo, en la sesión de trucos que los magos hacen delante de nuestra narices. Era divertido reflexionar sobre cómo la habilidad de los magos y nuestro propio cerebro condicionado nos llevan a mirar donde no se debe para mientras convertir sus apariciones y desapariciones en una sorpresa que parece real.

Y es que ¿acaso no está sucediendo también esto en los terrenos de las relaciones sociales y de la política? La sentencia judicial reciente del caso Bhopal, en India, donde una fuga de gas letal producida en la fábrica de pesticidas de la empresa estadounidense Union Carbide acabó hace casi veintiséis años con miles de vidas en esta ciudad, produciendo una secuela en cadena de malformaciones para generaciones posteriores, se ha saldado con una condena simbólica a los representantes de la empresa. Decir que apenas dos años de cárcel y nueve mil euros de multa es lo que les ha caído a unos cabeza de turco ejecutivos, sería una mera anécdota si no fuera porque además es un insulto y seguramente una sentencia injusta.

Pero se trata de que el suceso tuvo lugar en ese otro mundo que normalmente no vemos ni queremos ver, y del que huímos en nuestras imágenes como alma que lleva el diablo. Observemos, por el contrario, lo acontecido estos días en Estados Unidos, la fuga de petróleo provocada en una plataforma petrolífera de BP en el Golfo de Méjico. Simplemente la cobertura informativa ya nos dice que estamos en el primer mundo, el cual, dicho sea de paso, tampoco se libra de los males naturales o de mano humana. Pero donde se reacciona de otra manera. Desde las medidas urgente, si bien no muy acertadas en principio, hasta la limpieza de las costas, siempre insuficientes, pasando por la condena enérgica e inequívoca de Obama, con esa frase tan yanqui de que se les va a patear el culo a los responsables de la catástrofe, es decir que van a tener que pagar el cien por cien de los desperfectos ocasionados, todo hace ver que la comparación entre los dos casos ofrece una desproporción.

Me pregunto si en un mundo en que la información ha alcanzado niveles extraordinarios (no se informa el que no quiere hacerlo) no existe sino una mirada ciega social semejante a la del cerebro individual. Puede que, en parte, las reacciones de nuestro cerebro individual ante los acontecimientos sociales y políticos sea también semejante a la que desarrollamos ante los magos del espectáculo. Pero sospecho que esa mirada ciega tiene otros resortes no tan instintivos y biológicos, corporalmente hablando. Podría aplicarse la idea -los mecanismos habría que detallarlos, para saber qué hay de reacción refleja del cerebro o de insolidaridad egoísta manifiesta- a ese mirar para otro lado ante la evolución de la economía en los últimos años. No hacía falta ser muy “economista” para olernos, como muchos lo hacíamos, que la vaca se estaba inflando sospechosa y desproporcionadamente. Cómo hemos mirado donde no había que mirar cuando la banca se hinchaba, cuando los recurso del Estado se ponían a disposición del libre mercado, cuando se producía corrupción a raudales en una tupida red de comunidades autónomas que involucran al partido de la derecha.

Mucho me temo que la ceguera llegará hasta el momento electoral. Y que habrá millones de supuestos ciudadanos dispuestos a perdonar la corrupción de los corruptos. ¿Será por efecto de otro mecanismo de cerebro individual? ¿Por una oscura identificación con los modelos de corrupción que tienta a cualquiera de los españolitos, esos mismos que luego gritarán pidiendo que vengan otros -ellos, los mismos- a arreglar el país? Mirar para otro lado, no mirar, no querer ver, ceguera, invidencia, inconsciencia visual, o simplemente decir que es de noche cuando es de día, son diferentes vocablos que nuestra rica lengua proporciona como otros muchos para hablar de aspectos sobre las labores y los días de los humanos. Muy bonito si no fuera porque por debajo a cierta gente lo que les conduce son aviesas intenciones, desde el enriquecimiento fácil, mantener un estatus privilegiado, el miedo o la falta de ejercicio del pensamiento libre. Porque la facultad del pensamiento ordinario también está sujeta a los juegos de trileros que se imponen en el planeta.

sábado, 12 de junio de 2010

Aforismo del reencuentro


Es muy agradable volver a reconocer tu cuerpo, dijo él. También lo es reconocer de nuevo el tuyo, le contestó ella. Ambos se habían desnudado y permanecían frente a frente, mirándose en calma. La luz tibia de aquella habitación de hotel barato esparcía sombras que difuminaban la distancia del tiempo y acortaban la del espacio entre los dos. Habían transcurrido tantos años desde su último encuentro que ahora, aunque se sentían reclamados por el deseo, no querían apremiarse ni arder con urgencias en él. No eran ya aquellos jóvenes inexpertos y ansiosos. Ahora buscaban de otra manera el vínculo. No les bastaba cabalgar alocadamente con los sentidos como antes, aunque su nerviosismo les delatara, sino que necesitaban llenarse con una mística superior. No has cambiado demasiado, le espetó ella, así de pronto. Yo también te veo como siempre, reaccionó él de inmediato. No advirtieron en lo dicho frases de cortesía sino confidencias sentidas. Siempre había habido sinceridad, no obstante el alejamiento. Sus recuerdos del pasado fluían vívidos y generosos en el húmedo destello de sus ojos. Y ello les daba la medida de sus sentimientos. Él avanzó sus dedos sobre el cuerpo de la mujer y la mujer proyectó los suyos camino del hombre. Mírame fijamente como el primer día, le rogó ella. Tus ojos brillan expectantes como entonces, apostilló él. Se pasaron gran parte del tiempo de la cita consumiéndose entre miradas. Al fin, el hombre no pudo resistir más y oró sobre la pelvis angulada de su amante. Ella se echó hacia atrás y le meció lentamente sobre su vientre. Incluso en aquella posición siguieron mirándose. Se contemplaban en el silencio de sus actitudes, más que en la brasa de sus cuerpos. Como si jamás hubieran permanecido separados.



(Composición de Eikoh Hosoe para la portada de un libro)

viernes, 11 de junio de 2010

Aforismo de los sueños traicionados


Siempre tiene a punto sobre la mesilla una libreta para apuntar los sueños. Pero las páginas están en blanco. Cada día, al levantarse, pasa una nueva página, aunque nada aparezca escrito en la anterior. Al acabar el cuadernillo, pone en la tapa de atrás un período de fechas y lo guarda en un cajón. A veces echa mano de alguna libreta atrasada y la hojea. Incluso se demora en el pulso de sus dedos sobre las hojas blancas. Cualquiera pensaría que no sueña. O que no recuerda. O que ha perdido la cordura. Sin embargo, sus sueños son muy fecundos. Incluso muchas mañanas recuerda con extraordinaria viveza lo acontecido tras la frontera. Entonces toma el lápiz, mira la luz del flexo y vacila. El argumento discurre a través de su cerebro despierto, nuevamente, como si se tratara de un sueño gemelo. Le parece demasiado intenso lo vivido dos veces como para desvirtuar su sentido al transcribirlo. Suele quedar impresionado y cualquier intento por editarlo lo considera una traición . Una vez le dijo en confidencia a una mujer ocasional que no podía soportar que los sueños no se reencarnaran en la vida ordinaria. No puede despechar el ritual por el cual deja el lápiz y la libreta a un lado, con la página huérfana. Hace esto porque necesita escenificar para sí mismo su propio vacío.

jueves, 10 de junio de 2010

Aforismo del ocurrente


No puede dejar pasar sus ocurrencias. Si un verbo y un sustantivo se cruzan cuando va andando por la calle se para y busca el lápiz. Si cuando está con un amigo en un bar un adjetivo se adhiere al sustantivo o le sustituye ligeramente, se aparta con la excusa de ir al lavabo. Si al dejar correr el agua de la ducha sobre su cuerpo cansado ve venir dos verbos tensos que dividen por la mitad una oración apenas pergeñada escribe sobre el vaho de la mampara. Si en medio de la velocidad del tren de cercanías siente agolparse una ilación de verbos y de pronombres que se contradicen abandona el asiento en dirección contraria al destino y garabatea en combate con el movimiento tractor. Si cuando está comiendo oye una cascada de preposiciones que tratan de deshacer los tiempos conjugados abandona precipitadamente la mesa y traza en una servilleta una retahíla de conjunciones que intenten frenar el desvarío. Es un maniático de las ocurrencias. No es un domador de conceptos, pero activa los recursos de la sintaxis sin saber nunca si lo suyo es recoger la cosecha o prender fuego al campo para devastarlo.



(Fotografía de Jorge Molder)

martes, 8 de junio de 2010

Aforismo de la ignorancia


Cada vez sabe menos. El paisaje -el paisaje que no es mero espacio, que es sobre todo tiempo, y principalmente ocupación- se le manifiesta cada vez más inabarcable. Crece tanto que esa zona de extensión nueva que se abre le empequeñece. Cuanto más mira para el pasado, y cuando creía ir comprendiendo algo, más enigmas se le dispensan. Cuanta más atención presta al entorno, más se diluye su mirada abstracta y el acontecimiento en tránsito le produce más desconcierto. Cabalga entre tiempos diferentes y no se conforma con echarles un vistazo. Sabe menos, y se siente un náufrago del conocimiento. Pero su acendrado optimismo le sostiene.


(Fotografía de Jorge Molder)

sábado, 5 de junio de 2010

Aforismo de lo hurtado


Escribe en las vigilias interferidas al sueño. Se despierta de improviso -nunca se sabe por qué uno se desprende del fondo de una ensoñación arrebatadora- y hurta la última imagen. La postrera imagen de un sueño interrumpido es fronteriza y nunca queda claro si pertenece a una orilla o a otra. Entonces escribe para reconstruir la historia soñada o simplemente para conjurar la pesadilla. Sospecha que escribir es eso: disputar a los sueños una parte transgresora de la realidad. Con frecuencia se guarda lo escrito suspicaz y recelosamente. No quiere que nadie entre a saco en lo poco que le pertenece.


(Fotografía de Jorge Molder)

viernes, 4 de junio de 2010

Aforismo del abandono


Escribía sin concentración ni plan ni orden ni horas. No lo sometía a la opinión de nadie. Escribía sin intención de ser entendido, sin ganas de que nadie supiera lo que llevaba dentro, sin pedagogía. Escribía para él. O acaso, y esto suponía el escarnio pero a la vez la clave de su escritura confusa, escribía contra él.


(Fotografía de Jorge Molder)

miércoles, 2 de junio de 2010

(Autocrítica)


Qué ignorante soy. No sé cómo se llama. No sé, y esto es peor, cómo, para qué y de qué manera se manifiesta. No sé dónde nace, cómo se reproduce, ni cómo muere (suena a lección colegial) Soy tan analfabeto que habré pasado por su lado muchas veces, muchos años, muchas primaveras. Jamás me había parado ante su presencia. Soy tan insensible que no he escuchado su voz (porque la tiene) ni he admirado su textura (es evidente) ni me he dejado arrebatar por su gracia (que la invade) Soy tan injusto que la he desconocido (los humanos somos injustos con las expresiones propias incluso) Y de pronto, una revelación. Cuando piensas que el tiempo declina y no te va a interesar lo que nunca te llamó la atención. La desconocida, la que permanecía próxima pero no detectabas, la que celebraba con su albor tu paso cansino. Ahora sigues ignorante, pero un poco menos. No hace falta que sepas demasiado sobre sus características. Ella ha entendido que la miras con ojos nuevos. Te has parado y la has gozado. Sin racionalidad, sin explicaciones, sin demora. Sabe que vas a volver. Eclosión efímera, te esperará de par en par.


(Dedicada a Presencia de Espíritu, que las entiende tan bien)

martes, 1 de junio de 2010

Una carne o un dibujo


El ser llegó a uno de esos momentos en que todo era posible. Un despertar o un acostarse. Una danza o una paralización. Un repliegue o una huída. Una resistencia o un desgarro. Un atrapamiento o un abandono. Una carrera o una caída. Una acogida o un enfrentamiento. Una proyección o un límite. Una gravedad o una ligereza. Una decisión o una duda. Un crecimiento o un retroceso. Una improvisación o un plan. Un recibimiento o una despedida. Un grito o un ahogo. Una contracción o un despliegue. Un tiempo o un espacio. Un perfil o una mancha. Una carne o un dibujo. El ser se sabe posible pero se queda en probable. Si se abre busca la grey. Si se cierra cae en sí mismo. Pero al buscar a la tribu y arroparse en ella deja de estar en sí. Pero al estar dentro de su profundidad no se aísla de los personajes que habitan el exterior. El ser ni es una cueva ni es un ágora. Ni es el altar del lar ni el templo suntuoso. Ni es el barro ni es el titanio. Ni es la nada ni es el ente. Es el movimiento. Un junco, un chopo, una espiga. A veces quiere convertirse en el viento. Lo imita, juega con él, sopla hasta agotarse. A veces pretende convertirse en el fuego. Frota, prende, expande. A veces desea revelarse en agua. Llora, llora abundantemente. A veces trata de ser raíz. Se hunde sobre sí, palpa cuanto hay debajo de él. Y casi siempre el ser se queda sólo en la palabra. Que es decir en el pensamiento recóndito. Y él entonces cree, necesita creer, que en la palabra se abarcan todos los elementos. Que se sujeta toda la vida. El ser llegó a uno de esos instantes en que no es ni fugacidad ni permanencia. Pero en ello está.