"...Y es que en la noche hay siempre un fuego oculto". Claudio Rodríguez





domingo, 29 de abril de 2012

La elección





 
…Y si esa nervadura raída te arrastra a la fatiga
si ese ámbito desolado apenas es vano recuerdo
de borrados nombres y voces y caricias
si ese paisaje hiriente no cicatriza nunca
si tu silencio es pérdida si tu flaqueza olvido
de los primeros pasos que fueron decisivos
si te instalas en la duda refugio de los necios
y no te atreves a rozar el borde amargo
donde te esperan en confuso duelo lo insensato y lo incierto
donde oferentes brindan un grito contenido
donde te azuzan rabiosos hacia insólitos destinos 
probablemente un salto en medio de la niebla
probablemente la vertical rugosa y amarga del misterio
probablemente la tierra ignota pero aún la tierra
probablemente la última exploración de tus entrañas
probablemente el rostro que jamás habías visto de ti 

...¿Y por qué no un rescate en medio de tu vuelo 
al albur de algún brazo de la rosa de los vientos?


jueves, 26 de abril de 2012

Un día una diosa





Un día una diosa
o acaso un demiurgo primerizo en las artes de la creación
te colocó en el filo de los días.
Y desde entonces caminas
en el filo. No hay otro paisaje para ti
que la cresta finísima que no acaba jamás
en ningún llano.
Y desde cada diente, desigual e incisivo,
de ese débil farallón
imaginas que habitas una vasta extensión
y que eres el rey de los dominios.
Incipiente aprendiz del azar:
tus pies están heridos de tanto hollar las piedras
y tu aliento huele a orfandad de aire.
¿Con qué fuerza sostendrás la mirada de los sueños
que no sabe sino de aristas puntiagudas?



domingo, 22 de abril de 2012

El acecho de los desesperados



Cuando se hace el silencio los que estamos aquí abajo nos contemplamos expectantes. Las miradas convergen en la mirada única de un cuerpo de soterrados que aún no saben qué suerte les espera. Hay alivio, también indecisión. Todos esperamos el sonido de la sirena. Pero no llega. Abundan las toses, el polvo recubre los cuerpos, se escuchan más lentas las palpitaciones. Persiste el silencio. Demasiado para no concebir esperanzas. Pero nadie se atreve a tomar una decisión. No sé por qué me miran a mí. El más incrédulo, el infiel, el que trae pautas de comportamiento y modelos de costumbres que muchos no aceptan. El que no es entendido y al que se observa con desconfianza, porque es pero no es de los suyos. Sobre todo por parte de aquellos ancianos que nunca salieron de su demarcación. Pretenden que ese individuo, yo, del que han recelado durante tanto tiempo porque no comulgaba con sus doctrinas ni con sus fanatismos, sea ahora el que les guíe. Probablemente esperan que sea también el que les salve. Como si la salvación proviniera de algún ungimiento secreto que ven en mí. Su miedo les paraliza. Tampoco yo estoy libre de ese temor, que me hace sudar y permanecer desconcertado. Siento de pronto varias manos que, amigablemente, empujan mi cuerpo, aún indeciso también, en dirección a la trampilla de salida del refugio. Las miradas sugieren, reclaman, incitan. Una mezcla de solicitud angustiosa y de bondad rendida. Miradas que comienzan a volverse más exigentes. Alzo las palmas de mis manos y pido calma agitándolas con parsimonia. Deberían reconocer la situación y decir allí mismo lo que piensan: tú no eres el enemigo, pero sácanos de aquí. El ambiente se encrespa con  palabras ahogadas, no pronunciadas, pero que han elegido destinatario. Han hecho un pasillo para abrirme el camino. Todo está decidido sin que nadie haya abierto la boca. Me ven dar un paso y sus rostros se llenan de una luz invisible, pero que yo intuyo. Lentamente me dirijo hacia la salida. Meto la mano en el bolsillo del pantalón y agarro el amuleto. Llevo el puño cerrado, como si me concentrara en él. Todo el mundo entiende que no voy a dar marcha atrás y me siguen; cautos, temerosos, también entusiasmados. Carraspeo porque el polvo forma un grumo en mi garganta. Empujo la trampilla, que se resiste, que luego cede en medio de una nube polvorienta y una masa indefinida de cascotes. Aquel montón de cuerpos resistentes allá abajo emiten un insólito e indescifrable sonido de satisfacción. Se disuelve por el sótano como un eco. Luego todos se precipitan hacia fuera, me sobrepasan, corren por las calles ruinosas. Permanezco parado, solo, olvidado. Tranquilo, no obstante el panorama. Pienso en ese momento en la capacidad constante de acecho que alberga la naturaleza humana sobre otras naturalezas humanas. El talismán se ha clavado en mi piel, pero no siento dolor alguno. 



(Fotografía de Marijke van Warmerdam)


(Para tomar el hilo de estos capítulos ver  http://laciudaddelanostalgia.blogspot.com.es/ ,
donde se agrupan los que anteriormente han aparecido en La antorcha de Kraus)


miércoles, 18 de abril de 2012

Un poema perdido



También aparecieron algunos poemas entre los papeles de Marina Ivánovna L., escritos a mano. A raíz de abrirse diversos archivos de los antiguos servicios de seguridad estatales, encontré una fotografía suya e indagué sobre la personalidad de esa mujer, sin éxito. Sigo su pista. Es probable que este poema fuera escrito inmediatamente a la muerte de Vladimir M.



Odiaré al ángel exterminador
por los siglos de los siglos. Odiaré
su flagímera venganza 
que me arrebató el secreto de la vida.
Odiaré tu mirada
de pose
que fotografiaron tus amigos magos de las nuevas teorías.

No la que jamás pasará a la historia
                                      y que vuelvo a desbrozar en cada anochecer
porque es solo mía.
                                     La mirada abierta y repentina
la mirada fractal
la mirada curiosa
                           la que extraviaba sus lágrimas en mi garganta
la que tomaba a la mujer 
como si probara la mejor fruta: la que se hurtaba de niños
en las huertas del vecino.

Mirada nueva con la que se tejía el hilo de funambulistas
                                   que nos llevaba a encontrarnos como primitivos.
Tú no lo supiste nunca
                                   pero yo no la desviaba para que no cayeses del todo.

                        Mirada frágil
que trasladaba no una sino mil estrellas
de un extremo a otro de las ilusiones de los hombres. 

Odiaré una de tus dos miradas
                                       aquella que se impuso 
a la que me has querido arrebatar
Vladimir
estrella del silencio.



*

lunes, 16 de abril de 2012

Recordando a Vladimir



Vladimir Maiacovski dejó escrito en un poema largo, cuya resonancia volvió a escucharse al final de su vida:

Aunque vivan sobre la tierra,
los hombres son barcas.
No se puede vivir la propia vida
sin que una costra de conchas
se pegue a los flancos.


El sábado 14 de abril hizo 82 años que se suicidó de un disparo. Dejó escrito que su barca hacía tiempo que se había estrellado para siempre.


(La fotografía es de Alexandr Rodchenko)


Una carta misteriosa



Carta sin destinatario de una tal Marina Ivánovna L. hallada en los archivos de la Seguridad del Estado de la extinta URSS, sección Unión de Escritores Soviéticos:


“Acabo de saber que ha sido a la altura del corazón. No quiero imaginar el olor a pólvora sobre la piel que yo amé. No me desgarra tu manera de morir, sino el abandono de ti mismo. Sería inútil hacer llegar esta carta a un muerto. Pero necesito escribirla para salir de la obscuridad, siquiera por el tiempo que dure su escritura. Luego la quemaré o no sé, acaso la guarde con los recuerdos: algunos ejemplares de tu revista LEF, una macla de pirita que me dijiste que procedía de tu tierra y que la habías conservado desde niño; una flor que pusiste entre las hojas de aquel poemario que me obsequiaste una tarde de nieve en la calle y de calor en mi cama; varios dibujos a borrador que tus futurismos te hacían recrear mientras tomábamos café sin parar en madrugadas desveladas; aquella foto que te había hecho Aleksandr con el cráneo pelado y la mirada firme y desafiante, como si una locomotora atravesara veloz la tundra desafiando el descarrilamiento.

Si leyeras esto sabrías enseguida que no soy tu Lili eternamente deseada (o eso te empeñabas en demostrar), ni la Verónica Vitóldovna con la que dicen que has medio vivido el último año. No haber sabido de ti recientemente no me ha hecho pensar que me hubieras ignorado para siempre. No me citaste nunca expresamente en ninguno de tus poemas, pero yo siento que estoy en todos. Principalmente en aquellos en los que eres más explícito sobre el amor. No, no te permitiría ahora que dijeras que hay otras cosas más importantes que el amor.  Aquellos arrebatos sobre la clase o el futuro o el valor revolucionario del arte se vinieron abajo cada vez que yo te tomaba. ¿Había en ese instante algo más importante que la caída de tu arquitectura entre mis brazos?

No puedo quitarme de la cabeza la idea de no haber llegado a tiempo. Mi duda es: si durante los últimos días de tu desesperación me hubieras encontrado ¿habrías hecho igualmente lo que has hecho? Un amigo común me ha dicho que hacía poco que habías preguntado por mí. No sé si yo te hubiera salvado o sólo habría llevado tu decisión a un aplazamiento. Acaso los dos nos hemos quedado con la duda. Tú por no haberte decidido a tiempo por la mujer en la que te veías renovado y sincero; yo por no haberte buscado con más decisión. ¿Serviría de algo que te revelara ahora que jamás he podido quitarme tu calor de la piel de mi mente? ¿Que tus mejores poemas no llevaban  letras ni composiciones sintácticas sino que se hacían con las marcas de nuestra pasión? ¿Que tus mejores mensajes surgían de nuestros mutuos sentimientos?  ¿Que yo acudía fiel a la presentación de cada obra que sacabas a la luz, aunque no me vieras, sometido y doblegado como estabas al ritual de los consagrados?

Mañana iré a ver cómo te rinden culto las autoridades falsas y las amigables, los escritores que te combatieron y los artistas que hicieron piña contigo, el pueblo curioso y los trabajadores esperanzados, que todavía los hay. Al fin y al cabo tu entierro será el epílogo de tu particular ópera bufa que, si lo presenciaras, te aturdiría: recuerda que siempre odiaste y te molestaron los despliegues aparentes. Llevaré tu pirita conmigo, la mantendré bien fuerte en el puño, para que enfríe esta quemazón que siento y que”


(la redacción se interrumpe en este punto, probablemente por la pérdida de una segunda hoja de papel)       

viernes, 13 de abril de 2012

Lástima mundo




Lástima lástima mundo
te gobiernan futuros muertos;


Odysseas Elytis,  María Nefeli.
 


Cuando el poeta cretense escribió estos versos ya había visto lo suficiente.
Y aún le quedaba por ver más.
Todos hemos visto lo suficiente y no hemos querido ver.
Todos hemos hecho crecer las ciudades de la corrupción y las hemos habitado.
Todos hemos elegido a los muertos que ahora nos mandan y nos desprecian.
No sabemos mirar para otra parte. No sabemos buscar otro lugar.
¿Qué tenemos que hacer para encontrarnos con un paisaje distinto?
¿Tiene que ser destruido el paisaje y empezar de cero una vez más?
Volver al vacío no garantizaría superar los errores.
Volver al vacío no aseguraría encontrar un camino diferente. 
Volver al vacío sólo sería útil para algunos, los muertos ocultos y a resguardo.
Sanearían sus posibilidades de negocio.
Reinventarían el mercado para ser repetido.
Ellos quieren otra humanidad;
ya han hablado con sus voces más altas: vamos a ser todos demasiado viejos.
Nos ven a los seres humanos como problema.
¿Acarician nuevamente la idea de la aniquilación?
Tenemos que hallar otro paisaje. El actual no se sostiene.
Un espacio donde haya sitio para todos. No para ellos.
La tramoya quiebra.
No lo hace por ese recurrente viento de la historia, que no es un fatum en absoluto,
Sino por la debilidad de su propia cimentación y consistencia.
Todos hemos visto los límites de la locura en la que se empeñan. ¿Por qué la aceptamos?
Todos hemos visto lo que no nos gusta. ¿Por qué repetimos?
Todos hemos visto lo que nos distrae. ¿Por qué sucumbimos a la atracción de lo superfluo?
¿Por qué cedemos la representación en esos futuros muertos?
¿Por qué renunciamos a las propiedades humanas más interesantes,
Nombradas como pensamiento, ayuda mutua o libertad?
Las cualidades que arrebatamos a la materia.
Las cualidades que nos transforman.
Las cualidades que nos vinculan.
Todos hemos visto de lo que son capaces los futuros muertos.
¿Por qué dejarlos vivir?


jueves, 12 de abril de 2012

Lecciones de otro tiempo




En un período en que nuestro padre no pudo trabajar establemente nos llevó a recorrer algunas zonas del norte del país. Lo que vais a ver, nos dijo, es importante para todos. No solo para nuestra historia sino para cualquier humano. Los occidentales y algunos de nuestros próceres dicen que entre el curso de estos dos ríos amplios y generosos tuvo lugar la cuna de las ciudades. Creo que exageran, que cunas ha habido en muchos territorios y aún falta tanto por descubrir. Y sobre todo por interpretar. No creo que la cultura naciera en un solo lugar del planeta, así que no hay que conceder tanta importancia a su origen como a su desarrollo, a lo que llegaron a ser y a extenderse. Y menos hacer objeto de patriotismo moderno de aquello que nos ha hecho simples herederos. Casi siempre desagradecidos herederos. No somos propietarios de aquel pasado, pero debemos rescatarlo para conocerlo; también para cuidar de sus restos. Él nos hablaba así, con palabras claras para que entendiéramos, pero con conceptos reveladores. Donde los niños veíamos sólo montículos desenterrados a medias él ya estaba percibiendo el trazado de calles, la zona del palacio o los templos que, de ordinario, eran lo mismo. No os fiéis de los dioses, nos decía, y menos de quienes viven de ellos. En las lejanas  civilizaciones que habitaron estos lugares el gran mandatario era también el dios. Luego cambiaron algo las cosas, porque mientras unos se hicieron fuertes por servir con las armas al gran jefe otros se consolidaban creando castas que sostuviera el culto a aquel personaje medio dios medio rey. Las explicaciones de mi padre me fascinaban principalmente a mí. Era tan diferente lo que pensaba mi padre sobre la vida de antes y cómo la proyectaba en la de ahora. ¿O era a la inversa? Tenía tan poco que ver con lo que contaban la mayoría de nuestros vecinos. Mantener con mis amigos una conversación sobre la historia de nuestro país fue casi siempre algo bastante polémico. Pero transmitir lo que me enseñaba mi padre y defenderlo delante de otros me hizo fuerte. Sobre todo para acrecentar mi tenacidad interior, para respaldar mis empeños posteriores. 



(Para tomar el hilo de estos capítulos breves ver  http://laciudaddelanostalgia.blogspot.com.es/ ,
donde voy agrupando los que anteriormente han aparecido en La antorcha de Kraus)


lunes, 9 de abril de 2012

nueve de abril tras Salgari (o los monstruos)




no aparecía dentro de la casa; al fin su perfil se mostró y le encontré sentado en el porche, envuelto en el rocío, mirando la boira que aislaba la altura de los montes; verle así me ha transmitido escalofríos, pero a él no parece importarle; esto es peligrosamente sano, me ha dicho; o te depuras o te sumerges; y ha continuado: esta noche he tenido un sueño de niño; me encontraba en Mompracem, y para llegar tuve que hacer una travesía agitada; ¿Salgari a estas alturas de tu subconsciente?, le digo; precisamente por eso, el subconsciente repone lo que creías abandonado para siempre; pero ahora no pensaba en el sueño, pensaba en un libro póstumo suyo, Mis Memorias, que es tan póstumo tan póstumo que ni siquiera es suyo; pensaba en que el paradigma Don Quijote aparecía en él con una interpretación liviana, pero no menos interesante; y hasta concluyente en ciertos aspectos; se incorpora y avanzamos los dos hasta su biblioteca; ayer hojeé el destartalado libro que no sé cómo llegó a mis manos; sabes lo que significa el hombre de La Mancha para mí, pero me gusta saber cómo lo ven los demás; escucha esto:

“…no conocía siquiera la existencia del inmortal héroe de la locura generosa. Más tarde me convencí de que el viejo y buen maestro de escuela tenía en parte razón. Un poco de la enfermedad de don Quijote se incuba en el alma de todos los que aman las aventuras y que son arrastrados a combatir contra los molinos de viento y los odiosos monstruos de la realidad.

Pero, ¿es una enfermedad, de la cual se deba uno curar por completo? No lo sé. Todavía hoy, después de haber dado, sin ningún provecho material, varias veces la vuelta alrededor del mundo, impulsado por la ilusión de descubrir siempre alguna cosa y de salvar a alguien, todavía hoy pienso que un poco de donquijotismo no hace daño a la humanidad.

Después de todo, cuanto es bello, noble y generoso; acaso cuanto es verdaderamente espiritual y humano en la vida, tiene por impulso secreto la locura que lanzó al pobre hidalgo a combatir, débil y escuálido, contra tanto fingido gigante con el vientre lleno. Sí, es verdad, combatir a los fingidos gigantes es tonto: la gente seria se ríe de ello, pero yo pienso también que combatir a los monstruos es una gimnasia útil, porque nos prepara para luchar contra los monstruos verdaderos, y cuando llega la ocasión nos encontramos en condiciones de poder darles una buena paliza.”

¿ves?, el escritor bebe de la retórica de la exaltación de la belleza y la generosidad, pero eso no me interesa tanto; combatir a los monstruos, ésa es la clave; aquel profesor que años después del harakiri de Salgari escribió por encargo de sus hijos Mis memorias extraía su particular epílogo moral sobre la aventura ¿espiritual? de Don Quijote; pero, ¿no hemos estado toda la vida preparándonos a luchar contra los monstruos?; ¿tal vez nos venían ganando la partida porque se disfrazaban de molinos, pastores o arrieros?; cada vez siento más en mi nuca el respirar de los monstruos; y me pregunto si nosotros mismos no nos habremos metamorfoseado en ellos; al borde de una nueva ocasión, los monstruos se nos ofrecen lo menos claro que nos hubiéramos podido imaginar; todo es difuso para el futuro, pero juegan con nuestro proceder anterior; nos ven sujetos a una manera de aceptar la vida que nos desarma; acaso la gimnasia se acabó, pero ¿estamos en condiciones de afrontar sus manifestaciones tan imponentes como injustas? 


viernes, 6 de abril de 2012

Estaban bajo nuestras aceras



Los muertos proclaman la vergüenza. Exhiben la mala conciencia de los vivos. Los muertos sacan a relucir la ignominiosa desfachatez  de quienes prefieren seguir sin saber nada. Los creímos desconocidos; o, peor, inexistentes. Ciertas voces nos habían contado durante décadas: están ahí, en las cunetas, o bajo tal encina o junto a las tapias del cementerio o en unas canteras o en la linde de aquellas tierras de labor o en el fondo del acantilado. Un rosario de lugares que solo desgranaban en su intimidad los familiares supervivientes. Lo oíamos contar en silencio. Escuché tantas veces decir a mi abuelo y a mi padre: si la subida al páramo hablase…si aquel pedregal contara…No iban más allá pero mantenían esa pequeña muestra de memoria avergonzada. Tal vez fue la víspera de su asesinato cuando hombres escondidos entre las mieses de julio le pedían a mi abuelo: Indalecio, tráiganos un cacho de pan. Hombres que se conocían entre sí por una vida cotidiana de años. De pronto, al día siguiente las mieses no hablaron. El trigo y la cebada no quieren saber del lenguaje de los hombres. Pero escuchan también los susurros de estos. Como espectros, las voces han perseguido sin parar a los habitantes del país de Caín. A perseguidos y a perseguidores. A los que plantaron cara y resistieron o siquiera tuvieron un gesto de compasión, y a los que se inhibieron por cobardía, por venderse, porque, como decían ellos, no querían líos ni verse mezclados. ¿Y si el problema es precisamente esta especie, la de los que no quieren saber, no quieren verse mezclados y actúan como si ellos no fueran humanos? Las voces de los muertos nos han salpicado y los teníamos olvidados. Peor: ignorados. Peor: irreconocidos. Fatalmente arrojados a las tinieblas exteriores de nuestra conciencia y de nuestra responsabilidad. Aquellos muertos comprometían a los vivos. Mira que aún lo hacen. ¿Dónde han ido a parar los jueces que dicen que imparten justicia? ¿Por qué los gobernantes actuales no quieren que se mueva el tema? Tantas veces las voces. Quienes las transmitían en nombre de los muertos eran tachados de locos, imprudentes, irreconciliables, vengativos, rencorosos simplemente. La razón  -humana, afortunadamente, al fin y al cabo-  tiene muchas vestimentas y siempre abre sendas por las que transitar. Los creímos, a aquellos ajusticiados sin opción, enterrados en lugares inaccesibles o alejados. Pero ahora descubrimos que estaban bajo nuestras aceras o en nuestras parcelas de jardín. Veámoslo de otra manera. Que no nos dé repelús haber pisado sobre su vacío. Sintamos su calor: el mismo de la palabra, de la cordura, de la sensatez. Mientras no se salde con ellos la cuenta pendiente  -que no es la de Némesis-  la reconciliación del país de Caín no habrá concluido.





(Fotografía extraída de El País de hoy. http://politica.elpais.com/politica/2012/04/05/actualidad/1333653419_849770.html )     

miércoles, 4 de abril de 2012

el miedo a la libertad




pasa, pasa, no te quedes ahí contemplando las flores de mi modesto jardín; ya sé que la floración nos desborda a todos; incluso algunas que pueden estar engendrándose con otras características y en otro terreno; hoy me han contado una anécdota provinciana; porque más que noticia es un simple detalle; aunque los detalles aparentemente nimios suelen ser frecuentemente exponente de otro calado más profundo; me dicen que en cierta ciudad de provincias, ni mejor ni peor que otras, de tamaño medio y de sociedad soterradamente dividida en tendencias de opinión prácticamente por la mitad, un pintor local de toda la vida, había realizado una pintada mural en varios actos en recuerdo de los maestros republicanos represaliados; se trataba del acompañamiento plástico a una serie de conferencias que tuvieron lugar al amparo de la Universidad del lugar; así mismo, ese mural secuencial quedó plasmado en los muros de un edificio perteneciente a la misma Universidad, sito en el centro urbano; me cuentan que al alcalde de dicha ciudad  -personaje medianamente célebre por sus desatinos e incontinencias verbales, por su afán impositivo cuando no totalitario, escasamente dialogante con los entes de la diversidad cívica-   le faltó tiempo para ordenar a sus municipales que borraran toda la representación mural; su excusa: que las pintadas están prohibidas por las ordenanzas municipales, o algo así; pero ni la calle es de ese señor ni las paredes son de propiedad municipal, por lo que la polémica en esa ciudad de provincias que estos días alardea de su principal oferta turística, a base de de procesión y pasos, puede estar servida, como suele decirse; el tema parece tonto, si no fuera por ciertas cuestiones: porque las pintadas representan una creación artística; porque fue solicitada y apoyada por varios entes ciudadanos, porque se trataba de un homenaje recuperador de memoria del pasado; porque cada viñeta era un símbolo democrático  -no olvidemos que la República Española fue democracia, y a mayores una democracia traicionada-; porque esos símbolos representaban elementos tan peligrosos como: un lápiz sobre un libro; unas palomas; una mano que emerge desesperadamente desde un libro; una urna electoral; una ramita de olivo emergiendo de otro libro; ventanas abiertas al campo; un nudo de la convivencia; un barquito flotando entre las páginas de otro libro…etcétera; como ves, se trataba de una iconografía extremadamente radical y subversiva, capaz de remover los cimientos de una sociedad; y  no es broma, pero es así; el elemento enseñanza fue dinamizador en la España pobre y atrasada que el nuevo Estado votado se encontró en 1931; sí, los maestros, los profesores, los artistas, los comunicadores de aquel momento, jugaron un papel fundamental en la alfabetización y la creación de opinión y criterio entre la ciudadanía más atrasada; ¿homenajear todo aquello con una pintada simbólica es una falta, un delito, un atentado?; ah, claro, se me olvidaba…me cuentan que lo que no pueden aguantar las autoridades de esa ciudad ni mejor ni peor que otras, y en concreto su inefable regidor, es el despliegue de los colores que formaban el fondo donde la iconografía se desarrolló; me hacen saber que al pintor local y a sus secuaces y cómplices les faltó tiempo a su vez para volver a pintar en los mismos espacios que el alcalde había ordenado borrar; que luego la típica mano ultra haya trazado rayas encima y puesto algún lema carca no destroza mayormente la obra, sino que la ennoblece; ladran luego cabalgamos, parecen decir ciertas voces provenientes de esa ciudad que el día de la huelga congregó a cincuenta mil manifestantes y donde una bandera traicionada a sangre y fuego hace setenta y seis años se exhibió espontáneamente con relativa abundancia; me dicen también que el título del mural era, es, La alegría de la República; qué mal llevan algunos esa alegría;  y es que ciertos personajes efímeros, hermano, no logran superar el espíritu caciquil, propietario y déspota del pasado, y es su propio veneno lo que hace que conviertan en problema lo que no es sino expresión ajena libre






(El autor del mural se llama Manolo Sierra)


martes, 3 de abril de 2012

lise london




cuando me he dirigido a él ha sido repentino en su exclamación: sé qué me vas a decir, lo de Lise; ya ves, pensé que había muerto hace tiempo, incluso tengo  superpuesta la imagen de la Signoret por encima de la verdadera Lise, debe estar ahí mi confusión; no, no me digas eso tan manido de cómo pasa el tiempo; pasa la muerte, más bien; primero destroza a las gentes, las envejece y luego las devuelve al silencio; ¿sabes cuándo supe de Lise por primera vez?; al leer la novela L’aveu, un relato autobiográfico olvidado, como aquellos acontecimientos, como prácticamente toda la barbarie acumulada en el siglo veinte; fuimos pocos los que al principio decidimos leer a contracorriente el testimonio de Artur London; no estaba bien visto leer pensamientos y testimonios que no eran del gusto de los dogmáticos; en esa confesión este sombrío y angustioso concepto adquiría su vena más fatídica y se desdoblaba esquizofrénicamente; La confesión era el relato de la experiencia vivida dramáticamente en su propia carne, porque era a su vez el relato de la confesión (falsa y bochornosa) a que se vio forzado por parte de las autoridades estalinistas de Praga y de Moscú para salvar el pellejo; pellejo que salvó probablemente por presiones de amigos y camaradas franceses; es ahí donde Lise London, aquella mujer hija de emigrantes aragoneses en Francia, se revela en su rol de esposa y compañera política del procesado Artur London, víctima éste de un juicio arreglado, verdadera farsa kafkiana, donde de lo que se trataba no era solamente de condenar a los acusados, sino de destrozar a los individuos, a sus relaciones familiares, de amistad, de camaradería; de privarles de su integridad digna;  lo que más me espantó del libro La confesión es cuando va contando Artur London como su propia compañera, Lise, llega a dudar de la integridad personal de él, cómo llega un punto en que casi o no casi acaba por aceptar que las instituciones dogmáticas e ideológicas del Estado y del Partido no pueden equivocarse; recuerdo un párrafo de una de las cartas de Lise a Gerard, nombre de guerra anterior de Artur London: “La vida no se termina ahora, Gerard. Si, como deseo ardientemente, te das perfectamente cuenta de tus faltas, y si, de ahora en adelante, te encaminas por la senda de la redención, tienes que comprender que desde hoy debes buscar en ti mismo las fuerzas y la voluntad de volver a ser un hombre útil a la sociedad”; ¿llegó Lise a verle culpable?; ¿qué había de creencia segura en Lise respecto a la traición de la que acusaban su marido?; ¿qué de reconocimiento formal y grotesco que sirviera para aligerar su condena?; inmersos en la red del totalitarismo estalinista Artur y Lise fueron víctimas  -y antes ingenuos o no tanto (habría mucho que hablar y aclarar sobre el asunto) y entregados militantes sin asomo de duda-  que tuvieron mejor suerte que otros; debe ser de lo más terrible sentirse en la soledad más absoluta en las cárceles de las dictaduras; perseguidos por unos y desdeñados por otros, machacados por los que ejercen los poderes más omnímodos y renegados por los más allegados que, en la dinámica del envenenamiento ideológico, pierden el horizonte de la dignidad más profunda del hombre; no obstante, cuántas luces y sombras acompañaron a aquellos fervorosos revolucionarios o antifascistas que no siempre pudieron ver con claridad que el enemigo es siempre el que se opone a la libertad de los demás   



* Lise London, antigua peleona de las Brigadas Internacionales, murió a los 96 años el pasado sábado.

domingo, 1 de abril de 2012

escritura versus memoria



los inquietantes textos antiguos; aquellos que cuestionan algo que hemos considerado durante siglos un avance inapelable, tal como la escritura; leer en el Fedro, de Platón, este fingido diálogo critico y sabroso resulta sorprendente a estas alturas:


"Sócrates

Puedo referirte una tradición de los antiguos, que conocían la verdad. Si nosotros pudiésemos descubrirla por nosotros mismos, ¿nos inquietaríamos aún de que los hombres hayan pensado antes que nosotros?

Fedro

¡Donosa cuestión! Refiéreme, pues, esa antigua tradición.

Sócrates

Me contaron que cerca de Naucratis, en Egipto, hubo un Dios, uno de los más antiguos del país, el mismo a que está consagrado el pájaro que los egipcios llaman Ibis. Este Dios se llamaba Teut. Se dice que inventó los números, el cálculo, la geometría, la astronomía, así como los juegos del ajedrez y de los dados y, en fin, la escritura.

El rey Tamus reinaba entonces en todo aquel país, y habitaba la gran ciudad del alto Egipto, que los griegos llaman Tebas egipcia, y que está, bajo la protección del Dios que ellos llaman Ammon. Teut se presentó al rey y le manifestó las artes que había inventado, y le dijo lo conveniente que era extenderlas entre los egipcios. El rey le preguntó de qué utilidad sería cada una de ellas, y Teut le fue explicando en detalle los usos de cada una; y según que las explicaciones le parecían más o menos satisfactorias, Tamus aprobaba o desaprobaba. Dícese que el rey alegó al inventor, en cada uno de los inventos, muchas razones en pro y en contra, que sería largo enumerar. Cuando llegaron a la escritura:

«- ¡Oh rey!, le dijo Teut, esta invención hará a los egipcios más sabios y servirá a su memoria; he descubierto un remedio contra la dificultad de aprender y retener.

- Ingenioso Teut, respondió el rey, el genio que inventa las artes no está en el caso que la sabiduría que aprecia las ventajas y las desventajas que deben resultar de su aplicación. Padre de la escritura y entusiasmado con tu invención, le atribuyes todo lo contrario de sus efectos verdaderos. Ella no producirá sino el olvido en las almas de los que la conozcan, haciéndoles despreciar la memoria; fiados en este auxilio extraño abandonarán a caracteres materiales el cuidado de conservar los recuerdos, cuyo rastro habrá perdido su espíritu. Tú no has encontrado un medio de cultivar la memoria, sino de despertar reminiscencias; y das a tus discípulos la sombra de la ciencia y no la ciencia misma. Porque, cuando vean que pueden aprender muchas cosas sin maestros, se tendrán ya por sabios, y no serán más que ignorantes, en su mayor parte, y falsos sabios insoportables en el comercio de la vida.»"


en tiempos de reproducción con medios ultramodernos, ¿no suena a llamada de atención la fábula egipcia que pone Platón en boca de Sócrates?; ¿no nos hemos entregado a la supuesta verdad de lo escrito y abandonado la memoria que se transmitía oralmente de generación en generación?; ¿se compensa con la invención del estilo, literario o no,  la pérdida de lo que antes se recordaba?; ¿no rehacen y recrean los nuevos sistemas de imágenes lo realmente acontecido?; ¿sonará el pasado de los hombres a verdad histórica o más allá de la escritura y de las imágenes dominantes se revivirá una ficción?; sabes, a veces pienso en el trabajo de los prehistoriadores y arqueólogos reconstruyendo, no obstante los datos y las informaciones, con idealidad lo que se supone que fue; me dirás que eso no ocurrirá en el futuro, dada la cantidad de información registrada sobre nuestras vidas y sociedades; me dirás que precisamente gracias a un cierto tipo de literatura las generaciones venideras podrán saber cómo vivíamos; pero ¿lo sabrán realmente?; ¿no es el lenguaje precisamente  -escrito o en imágenes-  el intermediario que nunca nos acaba de trasladar la verdad?; en su efecto de aproximación, los lenguajes caracterizan los hechos, pero ¿los explican y nos lo hacen saber?; no sé, tengo la impresión de que siempre siempre se procede a una puesta en escena en la vida; que se puede relatar pero difícilmente palpar lo acontecido; tal vez hay algo de misterio en esa masa enrevesada denominada tiempo que se venga de los humanos condenándoles a no acabar de saber de sí mismos



(La imagen está extraída de El País de hoy. Fotografía del esqueleto de un español fusilado en Sevilla por los facciosos sublevados contra la República en 1936)