Allá donde no se sabe di con Exequias y se lo pregunté sin vacilar. Era una cuestión que me había perseguido toda mi vida. ¿Qué quisiste representar en aquella ánfora con los héroes Aquiles y Ayax? (En el inframundo el tuteo es ley) Mira cómo sois los modernos, que todo lo queréis saber sin esfuerzo ni imaginación. ¿Acaso no te basta con lo que aparenta la escena?, respondió con carcajada.
Había imaginado siempre que Exequias se trataba de un anciano curtido por el sol, con las manos agrietadas y secas, el espinazo torcido, la mirada cargada de opacidad. Ninguna de estas características rudas se ofrecían a mi vista. Es que he vivido sin fiarme de las apariencias, dije. Los acontecimientos me enseñaron que lo que se muestra abiertamente no suele ser lo que se pretende por detrás. Exequias me miró fijamente. Joven, porque tú eres para mí un joven, en mi época también distinguíamos entre lo imaginario y lo real, aun contando que la realidad fuera defectuosa y harto fingida. Y que lo fantástico también se trataba de una expresión real. Puede que por ello algunos nos entregáramos a la invención, a generar leyendas o a practicar el disimulo como arte de la supervivencia.
Debí poner cara de lelo, pues su filosofía era tan fina como sus pinturas e incitaba a un debate más allá de la oratoria a la moda. Esto ha pasado también en los tiempos que he vivido, que son más recientes, me justifiqué. Me paró en seco. Pero no creo que hayáis tenido las generaciones de ahora mayor calidad que nosotros en cuanto a crear mundos imaginarios. ¿O acaso habéis creído que rozáis ese espacio indescifrable al que los mortales siempre hemos aspirado, y que hemos llamado verdad, con mayor conocimiento de causa que hace milenios? La humanidad, por lo que veo, sigue siendo ingenua al reclamar un concepto esquivo, incierto y manipulable.
Me rasqué la cabeza, no porque me picase pues ya no disponía de los sentidos, sino a causa de la inercia a la que había estado acostumbrado por ley natural. Insistí. ¿Debo conformarme, por lo tanto, con lo que a primera vista ofrece la escena entre dos compañeros de fatigas, cuya existencia no se sabe si fue o se fabuló? Es decir, un descanso en la batalla interminable. La exhibición de sus armaduras. Las armónicas líneas de sus cuerpos. Una partida de dados. Una apuesta sencilla para ver a cuenta de quién de los dos correrán las copas a escanciar. Pensé, Exequias, que el tan agudo y delicado pintor de las pinturas negras estaría escondiendo en la imagen de los guerreros un mensaje más profundo, arriesgué con cinismo.
Exequias no se inmutó. ¿Más profundo? ¿Te parece poco la diabólica hondura que puede haber en una escena de feroces combatientes, aunque hayan hecho un alto en el oficio más terrible de la vida? Conocerás el relato que se ha adjudicado a un aedo ciego sobre una guerra larga, donde se exhiben todas las tensiones humanas, supongo. Pues bien, en ese relato están todas las respuestas. Un simple alfarero, por muy trabajadas que hayan estado sus vasijas, no puede alterarlas. Tal vez tampoco el poeta reveló las confidencias entre el Pelida y el Telamonio, dejando abierta la narración a cualquiera que se sienta interesado por las contradicciones de la naturaleza mortal.
Exequias me invitó a sentarme sobre una ficticia roca para contemplar un horizonte ilimitado.
* Ánfora del pintor Exequias.