Sé que no me crees, Antonello. Pero estás poniendo la misma cara que en el cuadro de aquel hombre más joven que pintaste. Hasta Vasari se ha dado cuenta. Una cara mitad expectante mitad escéptica.
Por supuesto, ya no tienes tan cuidado el rostro como hace unos años y avanzan algunas arrugas desordenadas si no salvajes. Probablemente porque te tomas la vida con más desapego y no corres como antes a aprender para que otros no te hagan sombra. Hoy la barba, a la que sigues poniendo límite, no se queda en leve sugerencia, ni el peinado a lo zucotto se te concede, ni los ojos muestran el orgullo de la viveza de entonces, ni el arco ciliar es tan moderado, ni el cuello estirado habla de un porte firme. Los años no han pasado en balde y tu cuerpo ya va teniendo alguna queja que otra, vapuleado como ha estado día tras día por tu exigente actividad.
Que según te califico con estas observaciones estés haciendo lo posible por mantener aquel esbozo suave de tu rostro, que yo he conceptuado siempre de avispado, expectante y tierno, me place. Uno puede pasar por sucesivas pérdidas y deterioros, pero creo que si se ha tenido buena estampa en los años mejores de la vida, así llamábamos a la juventud, no lo olvides, la impronta no se pierde del todo. Tú, como preciso retratista, lo habrás percibido mejor que nadie, no solo en otros, sino en ti mismo.
Y aquí, Antonello, llego yo tras dar contigo en esta patria en la que te refugias, dispuesto a que levantes acta de la verdad que mis facciones actuales exhiban. Un acta sin adulteraciones ni falsificaciones, una imagen más nítida y expresiva que la del espejo, donde las motas de azogue de mis años hablen con sinceridad. Me pongo a tu disposición para que un retrato de este mi tiempo de senectud compense nostalgias, reavive recuerdos y sirva de legado para mis descendientes.
* Imagen. Retrato de un hombre, de Antonello da Messina (Mesina, 1430-Mesina, 1479) Museo Nacional Thyssen-Bornemisza.