"...Y es que en la noche hay siempre un fuego oculto". Claudio Rodríguez





sábado, 27 de julio de 2024

Se olvidaron de la Commune de 1871 en la inauguración de las Olimpíadas

 



Se inauguraron las Olimpíadas. Todo fue decorado, imagen, técnica, espectáculo, valores retóricos e incluso épicos, la ciudad luz, la ciudad del amor, etcétera. Los franceses siempre han sabido muy bien barrer para casa y hacer que los demás les envidiemos (es un decir, no necesariamente hay que incluirse)

Nos venden la magnífica y magnificente estructura urbana, los monumentos emblemáticos, los bulevares acogedores, el río (secuestrado, eso sí, y encorsetado), su propia revolución burguesa de 1789 que dio lugar a la República. También nos venden el arte de sus museos, en parte sustraído de otros países, como es sabido, y las canciones líricas del pasado, y los ambientes no menos fenecidos y hasta esa universalidad de la que presumen, tras la que subyace el viejo colonialismo de siglos pasados. 

Los franceses, y todos, desearán algún día un tiempo nuevo y verdadero de las cerezas porque tanta parafernalia y exaltación de su tradicional grandeur no pueden ocultar su propia crisis de Estado y de sociedad, tan paradigmática y que a su vez nos roza a los vecinos de los demás países.

Tocaron tantos palillos, aleccionados desde hace meses parece ser que por el historiador Boucheron, y con una mezcla de ingredientes que unos no entenderán, otros caerán hechidos de gozo patrio o de envidia, según desde qué país se mire, con una dosis multibarroca y exuberante, que han debido caer exhaustos. Un gran montaje de barrer para casa. Reclamo para más visitantes, muestra de alta técnica, derroche de dinero. 

Y qué decir del desfile de barquitos de la inauguración, algunos eso, solo barquitos, la mayoría paquebotes de envergadura. Durante el largo recorrido no dejé de pensar en la diferencia entre las reprsentaciones de las distintas naciones del mundo. Cuatro gatos en muchas de ellas, ya se sabe, los pobres de África, Asia, América o la Micronesia. Mogollón de triunfadores en potencia, los USA con 600 participantes, los franceses, los ingleses, los australianos y hasta los españoles tenían su buen número. 

Liberté, egalité, fraternité...qué bien vendidos los lemas, ojo, que yo hago míos y ojalá fueran auténticos en todas partes. Y luego el archisabido pero no cumplido eslogan de la paz que, en un mundo convulso, herido, de alto riesgo, ya no sé si sonaba ni bien ni mal, o solo cínicamente.

Vamos que los franceses estuvieron en todo. Como productores de eso, de productos, de dinero en circulación, de saber recabar la atención mundial. Se olvidaron, y no ahora sino desde hace mucho, de citar siquiera de pasada a la otra Revolución, la de la Commune de París de 1971. La incómoda, la que nadie de las clases altas ha deseado nunca, y que quedó como una utopía más. Claro, aquello fue la primera y breve, acaso solo conato, revolución obrera de la historia que fue sofocada a sangre y fuego por la reacción, y algo así les conviene a las élites olvidar. Ya lo hicieron al poco tiempo, al erigir la mole del templo del Sacré Coeur, un homenaje al triunfo despiadado de las élites contra los insurrectos.

  



viernes, 26 de julio de 2024

Los que se resisten a ser alistados para la muerte

 


Jean Giraudoux estrenó en 1935 La guerra de Troya no tendrá lugar, ficción con más deseo de futuro que comprobación de un pasado. En esa obra de teatro se planteaba las posibilidades de que hubiera sido todo distinto, si hubieran tenido otra opinión y comportamiento, y acaso negociado, los miembros del drama épico de Homero que iba a desarrollarse después. Los Héctor, los Paris, los Ulises, las Andrómaca, las Hécuba, las Helena...que de haberse comportado de otro modo no habría dado lugar a la guerra troyana. Metáfora que, por cierto, aun siendo su verdadera intención incidir en la situación europea de la década de los 30, no sirvió para detener ni el nazismo ni la Segunda Guerra Mundial.

Uno quisiera creer que algo va cambiado en la psicología individual y de masas para sentir cierto rechazo a la guerra. Leo en la prensa que en Ucrania hay una parte de la población importante reacia a ser alistada. Pero los Estados son de poder omnímodo sobre la población, y como tales poseen instrumentos de control y de forzamiento para decidir a sus sociedades hacia el lado épico. Aunque la épica esté causando, como siempre en todo el pasado, dolor, expulsión, destrucción territorial, amputaciones y muerte. 

Como la épica ha pesado más en la historia que la lírica, y ha llegado a doblegar a esta, cualquier opinión por mi parte sería irracional y hechida de emociones y no de razonamientos...épicos. Pero ahí está la realidad de una guerra en que un invasor con aires zaristas pretende reconquistar sus territorios del pasado, echar el pulso de hegemonías con países occidentales y sobrevivir a sus propios problemas internos, que los tiene y variados. Y un invadido, con menos posibilidades logísticas, materiales y humanas, con sus propios límites democráticos internos, trata de contener lo que está siendo inevitable. También dice la prensa que crece la opinión dentro de Ucrania de quienes cederían territorios ocupados por los invasores si eso supusiera el fin de la guerra. Ve a saber. Pero las dudas son razonables. Como los deseos, como las ganas de vivir, como la necesidad de la convivencia pacífica, como casi todo menos la irracionalidad de no llegar a ninguna parte. Bueno, sí, a la que se está llegando, negra y sangrienta, al abismo.


 


jueves, 25 de julio de 2024

John Mayall forever




Con el blues de los 90 ya cumplidos, otro que se va. John Mayall. Desempolvaré los lp que tengo en el trastero, siquiera por recrearme en su música y en el recuerdo de mi época de descubrimientos. 

Como homenaje, dos versiones de su imprescindible Room to move. Una con la portada de aquel disco y otra ya bastante mayor en directo.














miércoles, 24 de julio de 2024

Para algunos ni dignidad, ni justicia, ni solidaridad

 


Dignidad, justicia, solidaridad...Estas palabras o, mejor dicho, los conceptos que expresan, ¿ya no están en vigor? La pregunta habría que hacérsela a la alcaldía, de Zafra, Badajoz, por eliminarlas de las Bases del Premio Dulce Chacón de Narrativa, lo cual ha motivado el rechazo de la familia, que ha decidido mantener el premio pero alejado de una alcaldía que no está, por lo que se ve, interesada en promover ni solidaridad, ni justicia, ni dignidad. Cada vez se les ve más el plumero a cierta gente. Y su aversión por quienes piensan diferente. Se empieza eliminando el vocabulario castellano tan ajustado y preciso, y se acaba por despreciar y desterrar los conceptos vivos, es decir los que deberían inspirar valores. Ay, los valores. Ese término que tanto gusta a muchos para llenarse la boca en sus discursitos y luego vomitarlos. 





*En la imagen, la escritora Dulce Chacón (1954-2003)


viernes, 19 de julio de 2024

El vaivén de la vida, monólogo

 


¿Ha sentido alguna vez el vaivén de la vida?, dijo. Usted es aún bastante joven para hacer una pregunta de esa clase, dije. Mueca escéptica por su parte. No crea, ni tan joven ni tan inexperto. Además, no es cuestión de edad sino de percepción. Ni hace falta haber vivido experiencias extraordinarias para darse cuenta que el impulso y el rechazo nos acompañan permanentemente. Cuando éramos niños se nos entretenía como si fuésemos tontos. Y se nos impartían ya pequeñas lecciones morales para ser buenos. Buenos podía significar tener bondad pero también conceder a los mayores, es decir, acatar, obedecer. A medida que fuimos creciendo nos arengaban más y más en la intención de prepararnos para la vida. ¿Lo recuerda? Mas, ¿servía para algo? Acaso para tenernos sujetos, para evitar...¿cómo decían?, ah sí, que nos descarriásemos. Nos ofrecían como modelo el estado de adultos, pero no de cualquier adulto. Solo el de aquellos que cumplieran con el orden y las ideas de su religión. Le llamaban el responsable. Las religiones siempre han estado al servicio de un orden social, aunque diverjan en sus rituales e intereses. De hecho su moralidad, tan contradictoria como fraudulenta, se imponía al orden de los poderes públicos, que mamaban de los preceptos que invocaban constantemente un más allá. O una venida mesiánica. Pues bien, una vez fuimos ya adultos, en que somos sobradamente adultos, ¿en qué nos hemos convertido? En constantes y retorcidos aduladores de los que nos sometieron y en implacables represores de los que vendrán por detrás nuestro. ¿No lo cree? No lo crea del todo. Yo mismo me escapo de esa misión, a mi manera. Ladina, deslizante, esquiva. Y cuanto más veo la perversión de ese estado que se nos ofreció como superior y digno de alcanzar y consolidar, más siento la pérdida de los años que yo llamo de la posibilidad. Todo era posible y abierto en la infancia, hasta cierto punto. El control estaba ahí pero el escape era frecuente. El juego era el territorio definido que nos hacía felices, aunque la excesiva tutela de nuestros progenitores frustrara el salto del juego a lo probable. Cualquier desliz por nuestra parte, o desobediencia, que decían, era luego justificada como cosa de niños, de juego de niños, más bien. Y el juego estaba, pues, condenado a desaparecer como tal, como lo que había sido siempre: receptivo, abierto de par en par, comunicativo, influyente y cómplice, susceptible de no distinguir el bien del mal o, mejor dicho, lo que entendían los mayores interesadamente por lo bueno y lo malo. Y mire por dónde, amigo mío, hoy siento como nunca la necesidad de recurrir a lo que se carece para extraviarme de las obligaciones y el desatino del presente. Ya le he hablado algo de mis sueños. También de mis deseos vagos y reprimidos. Pero mirar atrás, ¿para qué sirve? No diga que para nada, no. Sirve para ver la roña que todavía llevamos en nuestra piel. Sirve para deleitarnos mentalmente, e incluso escribiendo y describiendo sobre ello, sobre el ejercicio antiguo e inocente de la prospección. De niños fuimos exploradores natos, pero ¿y hoy? ¿Nos queda margen de aquel ánimo aventurero?




*Ilustración de José Hernández para La metamorfosis, de Kafka, en la edición de Círculo de Lectores de 1986.


miércoles, 17 de julio de 2024

Coloquio de los sufrientes del amor



Ha sido directo conmigo. ¿Ha sufrido usted alguna vez por una mujer? Me pareció que su pregunta incluía ironía y me puse en guardia. Por una mujer...¿quiere usted decir a causa de mi obsesión por una mujer?, he respondido. ¿Debido a la idea que yo me había hecho de una apetencia que no se logró? Mi amigo exteriorizó cierto sarcasmo. Es obvio que no le falta experiencia, y que ha sabido racionalizar, lo que quiere decir controlar, sus estados de enajenación. Esa actitud le habrá curado de desdenes e insatisfacciones, pues el embeleso que no llega a buen puerto resulta insano. Porque al fin y al cabo lo que llaman enamoramiento ¿no es acaso una suerte de alienación que puede conducir hasta el delirio? Pero siempre hay algo más. ¿Cree usted que hay más detrás de las conductas sufrientes?, sugerí. No se contuvo. Hay mucho más. Hay el bagaje de necesidades mejor o peor reconducidas desde la infancia y muchas más frustradas. Hay dificultades y límites en la comunicación, pues cada cual tiene una procedencia única. Del mismo modo que necesitamos testigos que nos escuchen, que sepan de nuestras ideas y motivaciones a lo largo de la vida, precisamos que una mujer sea nuestro testigo íntimo, algo que pocas veces debe lograrse plenamente, por lo que se ve en los matrimonios. ¿Cuántas veces ha intentado usted entenderse y buscar una satisfacción con otra persona? Debí ruborizarme por el modo en que mi acompañante hacía avanzar la conversación. Las justas, respondí por responder, para no sentirme obligado a ser más explícito. Pasé a la obligada correspondencia. ¿Y usted? Me sorprendió su sinceridad. Mis fijaciones amorosas nunca cuajaron, no culpo a nadie de ello. Donde ha habido complicidad no ha existido entendimiento carnal. Y el entendimiento carnal lo he obtenido de modo menos exigente y en absoluto complicado. Aunque le diré que toda mujer a la que me he acercado me ha suscitado algún grado de emoción e incluso de afecto. Ataqué nuevamente. ¿Quiere decir que ha tirado la baraja de naipes en cuanto a considerar una relación estable? Puso cara de indisimulada resignación. Luego dijo: en el fondo uno está siempre solo ante las exigencias más hondas. De ahí la intemperie en la que vive, la precariedad en que subsiste, incluso la miseria que lacera. Acabamos siendo sufridores de nuestras propias invenciones, por lo tanto ¿se le ocurre otro modo de conjurar el aguijón de la ebriedad erótica? 




*Ilustración de Luis Scafati para La metamorfosis en Libros del Zorro Rojo.

sábado, 13 de julio de 2024

El pánico de los sueños recurrentes

 



No sé si usted tiene sueños recurrentes, dijo. Yo, con frecuencia. Uno de los sueños que se repiten con tenacidad malsana consiste en que otro individuo con mi mismo rostro habla conmigo frente a frente y me reprende. 

Nos acababan de servir una jarra de cerveza oscura, cuyo vidrio goteaba transmitiendo ansiedad. Echamos el primer trago y relamimos la espuma, que en mi caso se había quedado de testigo en la barba. Interpelé a mi acompañante. ¿Tan obstinado es ese otro individuo que juega a ser usted? ¿O se trata de una mirada en el espejo? Volvió a ingerir otro trago, preludio de que necesitaba ser más explícito. El otro lado de la vida es el sueño, no la muerte como dicen muchos. La muerte no tiene mérito. Más allá de lo de aquí, y permítame el juego de adverbios, es algo inconcebible, salvo para la invención de cierta literatura y de muchos mitos. Simplemente porque nada hay ya. Pero los sueños, ah, los sueños, propician infinidad de situaciones alternativas que se pueden vivir con extraordinaria dureza mientras agotan sus horas, pero de los cuales nos salvamos siempre. Sin embargo...

Mi amigo se detuvo en un golpe de despiste. La mesonera pasaba una bayeta por la mesa próxima y él pareció enajenarse con la joven. Inevitablemente me involucré también en dirigir la mirada hacia ella, y la mujer lo advirtió. Rio. ¿Qué miráis?, dijo con picardía. Mi acompañante restableció su seriedad aparente y trató de continuar sus reflexiones. Como no acertase a tomar el hilo, o no quisiera, le ayudé a recordar. Decía que nos salvamos siempre, pero como si no estuviera seguro de ello. Asintió, luego negó. No, en efecto, no estoy seguro de que los sueños siempre nos pongan a salvo, dijo con tono enérgico. Los sueños, en algunas ocasiones, se saltan la barrera permitida. Principalmente sucede en esas situaciones en que se sueña una y otra vez con el mismo tema. 

Ese personaje que dice que es usted pero no acaba de ser usted, y que parece abrumarle, ¿qué cree que busca?, pregunté. Mi amigo puso un gesto grave. Tal vez busca venganza. Su rostro se endurece, las venas se le marcan en exceso, se pone vociferante, gesticula con las manos exageradamente. Le percibo amenazador. Y yo me achico. Me pide cuentas de mi pasado. Primero me echa en cara ciertas conductas que a él no le agradan, a veces hace referencia a defecciones mías, e incluso de modo desagradable y justiciero me recuerda mis fracasos. Todo lo acompaña utilizando epítetos rudos, algunos insultantes. Puede golpear una mesa o señalarme con el dedo la puerta. Si yo trato de poner distancia con él y le doy la espalda él me sigue y me increpa.  Dirá usted que yo, al ver al tipo con mi misma configuración y características, podría tener más tranquilidad, pero es todo lo contrario. Porque de pronto su rostro ha dejado de ser mi rostro, y se parece al del hombre de una fotografía más antigua que hay sobre una repisa en mi casa, al lado de una mujer. En ese momento del sueño me embarga una perturbación nerviosa que me aprisiona. Siento temor, un miedo espantoso. Y entonces entro en una espiral de sudor y pánico que me paraliza y persiste incluso tras el despertar. ¿Me cree usted? 

La muchacha trajo de nuevo dos jarras. ¿Las habíamos pedido?, dije. Corre a mi cuenta, contestó la chica. Pero no babee usted con la espuma. 




*Ilustración de Luis Scafati para La metamorfosis en Libros del Zorro Rojo.

miércoles, 10 de julio de 2024

Somos lo ajeno incluso para nosotros mismos




Deduzco de sus reflexiones que usted piensa que estamos llenos de mundos que ni siquiera controlamos. Fui tajante para sonsacarle más puntos de vista. Hizo una mueca sarcástica. ¿Qué se pensaba usted, amigo mío? ¿Que nuestro cuerpo es un sistema completo y único? ¿Que cuando uno nace y en cada fase de la existencia controlamos los pasos? Quien habita cada cuerpo, al que muchos llaman ente, no es sino huésped y no está en su mano toda la capacidad de regirlo. Y ni siquiera es el mismo invitado a lo largo de su vida. El humano es un individuo  que toma prestado tanto el tiempo como el espacio. Habita su pasado e intenta sobrevivir en un presente en pelea con circunstancias y otros individuos semejantes. Y, sobre todo, ignorante de otros mundos, vamos a llamarlos así, que le fraguan y se manifiestan dentro, en espacios recónditos y con rostros invisibles. ¿Acaso usted controla el movimiento de sus tripas? ¿Puede tal vez apartar por voluntad propia sus migrañas? ¿Rige sobre la circulación de su propia sangre? Y cuando los hombres presencian el ajamiento de su cuerpo, ¿pueden detenerlo o se tienen que someter a lo irreparable? Dependemos de esas manifestaciones interiores que unos llaman organismos, otros gérmenes o bacilos, y que probablemente todo ellos son otras vidas, cuyo estudio apenas está en sus comienzos. 

No pude negar su razonamiento. Detuvo y aplacó el ímpetu con el que había hablado. Tosió y se sentó en uno de los bancos de la calle Pařížská para recuperarse de una fatiga instantánea. ¿Ve?, dijo esforzándose. ¿Le parece que yo tenga alguna suerte de control sobre esta molestia que me tortura? Somos siempre en nuestra imperfección. ¿Diría usted que lo ajeno nos ocupa?, le dije por decir algo y aliviar su pesimismo. Diría que somos lo ajeno incluso para nosotros mismos.   



*Dibujo de Franz Kafka


sábado, 6 de julio de 2024

La tentación de la fuga

 



¿Alguna vez ha intentado escapar de todo, amigo mío?, dijo con aire circunspecto aquella tarde fresca de verano, mientras bajábamos hasta la isla Slovanský. Alguna vez, afirmé, pero no ha pasado de ser un repentino deseo que supe reconducir. Por supuesto, prosiguió, no me refiero a unas vacaciones ni a una larga noche de sueños. Escapar es no aparecer más. No mostrarse ni ubicarse en un espacio que sea referencia para los individuos próximos. Ni dejar tras de sí huellas que puedan incitar a otros a que le busquen. Que nadie sepa de usted de la noche a la mañana. De eso se trata. Naturalmente tal decisión puede tener lugar trasladándose de un lugar a otro sin comunicárselo a nadie. O convirtiéndose en un eremita a la antigua usanza. Aún hay oquedades por doquier. Covachuelas, criptas, lejanas ruinas en territorios olvidados. O regiones lejanas y océanos de por medio. Pero también hay otra manera, más expeditiva e irreparable si cabe. De la que jamás se puede retornar. La más cómoda no solo para una personalidad con una conciencia clara de sí misma, que de verdad quiera escapar de todas las dimensiones habidas y por haber, sino para cuantos familiares y amigos lamentarán e incluso le llorarán cuatro días pero luego se verán libres de la angustia de si volverá, dónde estará, qué le habrá acontecido. Libres del incorregible, en definitiva. 

Debió ver en mi rostro una actitud expectante. Había entrado en una de esas conversaciones que eran monólogos y yo era un mero testigo. Le seguí escuchando. Pienso que en cierto modo, a veces de un modo total, todos somos ataduras los unos para los otros. Y hay quien sujeta más corto al otro por interés propio, eso se da mucho en las relaciones de autoridad y sumisión familiares, pero también en las políticas o en instituciones en que esa imagen eterna del padre, que no interesa que se cuestione, se sigue imponiendo para mayor vasallaje de los súbditos de cada tribu. Ya le digo, esa forma de escapar expeditiva, tan útil aunque poco meritoria a ojos ajenos, y bastante frustrante a la propia mirada que va a perder quien la adopta, puede generar cargo de conciencia en alguna buena gente que le ha conocido y amado. Obviamente usted diría que al irredento definitivo le trae al pairo si genera un estado emocional crítico en personas allegadas o si se sienten culpables, aunque la culpabilidad en esta vida es algo siempre compartido. Ya sabe usted que no existe tanto la culpabilidad tal cual como la acusación de que se es culpable. Porque si la culpa existe, ¿acaso es solo de una parte? Como si no supiéramos que la culpa es una de esas justificaciones determinantes para que alguien ejerza dominio, esa perversa doctrina de que el culpable siempre es el otro. Me entiende usted, ¿verdad?

Asentí con la cabeza, pero no tenía intención de interrumpir su discurso. Acaso entre dos maneras de huir de la realidad onerosa, la de apartarse en vida o alejarse muriendo, haya otra que cambiaría al individuo que opte por ella, dijo pausadamente. Tenía perdida la mirada entre los árboles de la isla, como si entre la agitación del ramaje buscase la luz que el viento iba sorteando. Su tono de conversación continuó más reposado. Parecía que hubiera agotado la fuerza de transmisión de las palabras. Mire, amigo mío. La mente tiene propiedades de ocultación inimaginables, como las tiene de revelación. Se preguntará usted cómo es posible.  No sé explicárselo. Creo que solo cada uno puede probar cómo es factible una fuga de este mundo viajando al interior de uno mismo. Y poniéndose a salvo allí. Registrándose como otro. Incluso como miembro de una especie diferente. 

Una racha fuerte de aire meció el arbolado. Él se ajustó el sombrero. Se impuso el silencio. ¿Me va a dejar usted a medias?, sugerí por fin. Venga hasta la orilla. Disfrutemos de la brisa del río, invitó con placidez.



*Fotografía de Zlatá ulička, Praga.


miércoles, 3 de julio de 2024

Revelaciones de un relato de familia

 



Mira lo último que he escrito. Y ha sacado de su buró un pliego, que me ofrece. Se explica. No te lo debería revelar, pero es que antes quiero proporcionar a un amigo la comprensión de lo que lea. 

Cada personaje de familia que aparece en el relato es el reverso de lo que es en realidad. Donde leas que el muchacho es un hijo decidido y valiente piensa que en realidad es un sumiso. Cuando aparezca la madre tan plena de ternura debes descubrir que tras su máscara hay una déspota. Con el padre te ocurrirá que lo percibirás autoritario y en ocasiones cruel. Sin embargo es alguien débil y que ha hecho dejación de su propia libertad. Uno de los hermanos es solícito con los padres, pero es su manera de pasar por encima de ellos. La hermana pequeña parece un personaje con la que toda la familia tiene un consenso. Se la quiere, y los demás tratan de atraérsela para su beneficio emocional, como si fuera no solo una niña, la última, sino el espacio viviente en que todos pueden confluir con cierto acuerdo. Ella de momento no se manifiesta. En realidad solo es lo que el resto de la familia quiere que sea, un ser sin dobleces, un don de lo que el resto carece. ¿Qué decir de las gemelas? La una para la otra y las dos para todos los hermanos, podría decirse. Receptoras y dadoras de condescencia. Pero en ellas late el instinto de la conspiración permanente. La tía, ah la tía, juega a estar ahí desde siempre. En el seno de la familia soñada que ella no pudo generar. Alaba a todos, disfruta congregando a todos, pero los envidia, a todos sin excepción. De vez en cuando aparece por la casa alguien que todos consideran íntimo y que, sin serlo directamente, ejerce influencia. Pretende aconsejar y se muestra dadivoso. Regalos en aniversarios, ofrecimiento de contactos poderosos en la ciudad, simpatía incesante. Un hombre llave que abre puertas a situaciones estancas. No es oneroso en cuanto a visitas, pero se le tiene como una referencia de la que echar mano ante dificultades externas. Es el último ejemplo de individuo desinteresado y altruista, pero está siempre pendiente de los negocios del padre y de sus correspondientes bienes. Ojo avizor como ave de rapiña ante el día que la quiebra sea un hecho en aquella economía doméstica. 

Te preguntarás: entonces, ¿de qué va el cuento? Va de un tira y afloja entre las pulsiones internas de cada uno y la necesidad de sobrevivir a través de esa alianza impuesta llamada familia. Va de que la familia nunca sustituye al individuo. Que este tampoco sabe muchas veces dónde está y a quién sirve, y que el apoyo dentro del clan puede tener el precio de la propia personalidad. Es decir, su sacrificio. Que el conjunto familiar, aun siendo real, es una abstracción que nunca consigue absorber del todo a sus particulares miembros. Que cada uno de los componentes del grupo va tomando y dejando. Toma de lo ajeno para incorporarse al todo. Abandona de sí incluso los lados creativos que podría darle satisfacción. Atracción y rechazo podría denominarse el juego.

 ¿Un relato más sobre la familia secular?, te preguntarás. Un crisol que es un horno. Ahí se forjan aceros personales pero también quema no solo algunas manifestaciones instintivas sino afectos y dimensiones sentimentales. Ya te he contado el contenido, no creo que vaya más allá mi corta narración, pon tú de tu parte. Por comprender o por rechazar. Pero guárdatelo para ti. 

Me quedé mudo, pensando si me había ya narrado la historia o solo se trataba del preámbulo. Tal vez las revelaciones sobre el borrador eran la excusa para conocer mis puntos de vista. 



lunes, 1 de julio de 2024

Hablar del pasado a la puerta de la taberna

 


¿Cómo se recuerda a usted mismo en los mejores años de juventud? Se lo dije con tono jocoso y amigable al pasar delante de la cervecería U Zlatého tygra. Y no por casualidad, sino porque un grupo de soldados jóvenes salían del local, cantando estrepitosa pero desafinadamente viejas tonadillas que hablaban de muchachas que atravesaban el Ultava por la noche para corresponder a sus amantes de la otra orilla. 

Mi amigo se encogió de hombros. ¿Usted cree que me acuerdo de lo que he hecho?, respondió apacible pero con una inflexión pesimista. Casi recuerdo más bien lo que no hice. El pasado de uno ya no reside en el cerebro siquiera, se ha diluído por todos los territorios y canales del cuerpo, recorriendo arterias, vías renales, líquidos sinoviales o los humores de la pleura misma. Alterando todos los órganos y espacios más recónditos. Cuando se diluye el pasado eres otro. Y si te empeñas en rememorar lo que hiciste en realidad te estás inventando parte de lo que hubo. En ese acto de volver atrás con el pensamiento hay una porción imprecisa en que consciente o inconscientemente nos engañamos a nosotros mismos. ¿Porque el cerebro confunde lo vivido y lo deseado pero que no experimentamos? ¿Porque hay una tendencia a adulterar caprichosamente el pasado, pues el deseo y las aspiraciones siempre son largas presencias que no gustan de dar el brazo a torcer? ¿Porque el ayer marca, desgarra, roe las entrañas de los hombres? Si a ello le sumas que uno escribe, sin saber muy bien con qué objetivo pero sí porque lo pide el cuerpo, y uno se identifica con personajes múltiples, que por un lado recorren el mundo y por otro danzan en tu cabeza, ya no distingues que hubo de ti ni quién fue tu padre. 

Su contundencia grisácea me asustó. ¿Se enorgullecía o se avergonzaba de sí mismo? Giré la tuerca. Pero usted mantendrá imágenes propias, solo o conversando con el padre o jugando con sus hermanas o de aprendiz en la oficina o de paseo en los parques, incluso de aquellas cervecerías que frecuentaba. Y no quiero entrar en otras intimidades que no debe usted revelar jamás, aunque llevado por el furor de la edad las expresase en algunos oscuros locales de la Malá Strana. El hombre echó una carcajada. Repentinamente calló. El pudor es una buena llave que encierra aquellos espacios que solo son tuyos. Incluso hay que preservarse frente a las personas próximas, por muy íntimas que se ofrezcan. A veces incluso se lo oculto a los personajes de mis relatos.

Nos habíamos quedado parados delante de la puerta abierta de la taberna.  La ruborosa cantinera hizo un gesto desde la barra que no pudimos rechazar. ¿Entramos?



lunes, 24 de junio de 2024

No hay tótem sin tabú. O un pequeño trago de Becherovka.

 


¿Se da cuenta de que no hemos hablado usted y yo nunca de cierto tema tótem por encima de todos los temas? Puso cara cínica. Luego me provocó. ¿Qué entiende usted por tema tótem? Busqué sinónimos para desarmar su actitud. Pues algo benefactor, gratificante, compensador, consolador. Incluso protector. ¿Se refiere a negocios y dinero?, y su cara se mostró más cínica todavía. Sospecho que o no entiende a qué me refiero o prefiere soslayar algo que usted siempre oculta, dije aun a riesgo de zaherirle. Ladeó la posición de su sombrero. Ah, claro, usted me pregunta por la bondad del alma humana. O caso por la capacidad creativa de nuestra especie. No exactamente, me irrité. Vamos, amigo mío, estalló por fin. No sea usted ingenuo ni se irrite conmigo. Sé de qué me habla aunque no sé si es algo que merezca una especial consideración, al contrario de lo que le sucede a tanta gente que se llena la boca de verborrea con la palabra.  Porque, dígame, ¿usted piensa que el amor es un tótem? ¿Que nos protege de algo cuando en realidad revienta nuestros instintos? ¿Que nos salva mientras de ordinario aporta frustraciones e incomprensiones varias, no solo entre individuos sino dentro de uno mismo? Pero todos buscamos amor, le interrumpí. Mire, y volvió a ajustarse el bombín, es uno de tantos terrenos idealizados, donde se entremezcla el instinto natural con la necesidad de apoyo o con la exigencia brutalmente congénita de imponernos a través de nuestro innato narcisismo. Indudablemente estaba didáctico, si bien quise seguir dándole guerra. Pero usted amará también, supongo. Rio largamente. Ese tótem que usted menciona tiene tantos rostros como imprecisiones. No hay una definición clara al respecto. Resulta a la larga un saco sin fondo donde todo entra, desde la pulsión más animal hasta la colaboración egoísta que consagra economías compartidas, pasando por la exaltación religiosa de sus dioses o una clase de benevolencia que juega siempre al interés del mejor postor. Busque usted dónde quiere situarse. Elija el lugar, por otra parte cambiable, donde desea sentirse a gusto para obtener el beneficio que le plazca. Llámelo a eso amor y mueva el incensario como hacen los católicos en sus catedrales. Usted sabrá. Pero piense siempre que no hay tótem sin tabú. Y ya debería saber que hay vasos comunicantes entre los opuestos.

Temí haber abierto una caja de Pandora que pudiera traer enemistad entre él y yo. Claramente mi amigo tenía puesta una armadura segura y lo que escribía también formaba parte de ella. Hubo un corto silencio. Sonrió de repente, me sujetó afable por el hombro y propuso con dulzura: vamos a tomar una copita de Becherovka. 



sábado, 22 de junio de 2024

La vida y la muerte desde la colina de Vyšehrad

 



Se lo pregunté a bocajarro un día festivo que subimos hasta la colina de Vysehrad. ¿Piensa usted con frecuencia en la muerte? Esbozó una sonrisa y los ojos se le encogieron. ¿En la muerte como hecho o en la muerte como sujeto?, respondió incisivo. ¿No es lo mismo?, dije. Mientras uno no se muere es un mero hecho ajeno, argumentó. Algo que les ocurre a los demás. Puede doler más o menos en función de la cercanía del individuo que desaparece o de la tragedia con repercusiones colectivas, por ejemplo una guerra. Se estará derrumbando el mundo a tu lado pero si tú te ves y te sientes vivo percibes una alegría interior, enormemente egoísta y por ello más sincera, como si te dijeras: esta vez no es la mía. Amigo mío, continuó su perorata franca, la muerte es una representación como tantas otras, aunque sea más significativa porque es más decisiva. Precisamente por ello, intenté razonar, es un fenómeno que nos tiene más en vilo, un pensamiento que no por fugaz es menos recurrente. Incluso a muchos individuos les asusta si no les atormenta. 

Mi acompañante tosió repetidas veces, contuvo el pecho con la mano izquierda y a la vez inhaló el aire fresco que recorría la altura de la ciudad. Todo lo que tenga que ver con la muerte, dijo, es ficción. Un montaje escénico, donde las religiones, y algunas más que otras, se han prestado siempre a hacer del hecho natural un mundo tenebroso con que afectar a los vivientes. No le voy a discutir de la necesidad humana, sobre todo en las épocas más remotas y oscuras de las sociedades, de generar representaciones que compensaran los límites. Pero esos límites siguen existiendo, le interrumpí. Como imposición personal y también colectiva. Y ya ve que millones de personas no cambian su sistema de representarse el mundo y la vida. 

Mi amigo hizo un alto al comenzar a bajar de la colina. Tomó aire, como si allá abajo pudiera faltarle y quisiera llevar consigo una provisión. Cierto. De ahí que me interese tanto el tema de lo que muchos llaman la conciencia. ¿Ha pensado alguna vez que no tenemos conciencia clara de nuestro nacimiento y que jamás tendremos ni recuerdo ni conciencia de nuestra propia muerte? ¿No le parece la gran paradoja de la vida? Toda la existencia pretendiendo controlar nuestras situaciones y la reacción de nuestras capacidades, es decir viviendo por inercia e instinto, siendo conscientes, que no siempre comprendiendo, de lo que damos de nosotros mismos, para que el alfa y el omega que llevamos cada uno sin revelarse sino en su justo momento  no se nos sometan a control alguno.

Él se detuvo de pronto bajo unos tilos. Quédese unos instantes aquí. No piense, dijo. Respire, compruebe cómo el aroma se reparte por las venas. Déjese llevar por la fragancia de estas flores que crecen hacia abajo, como si desearan hacer felices a los humanos a través de lo sensorial. ¿No le parece que son los sentidos los que nos proporcionan las mayores compensaciones?



domingo, 16 de junio de 2024

El hombre ante la cámara de la posteridad



 

Nos habíamos sentado en un banco de una de las calles de Josefov cuando el acicalado joven me hizo aquella pregunta extraña. ¿En qué piensa usted cuando le van a tomar una fotografía? Tampoco me he hecho tantas, le repliqué mientras hurgaba una explicación en mi mente. Creo que siempre estoy pendiente de la pose que me ordenen. Si estoy en tensión nunca pienso. No ceso de moverme o de intentar ajustarme a las observaciones que recibo. ¿A usted no le pasa lo mismo? Mi amigo permaneció un instante callado. No. Me abstraigo, simplemente. Debo poner una cara o una actitud corporal que nunca preveo, y que queda desvelada al ver posteriormente la imagen. Jamás me preparo, se lo aseguro, se lo pongo fácil al maestro fotógrafo. Pero si se abstrae del momento, insistí, ¿recurre a pensar en los quehaceres del día, por ejemplo? ¿O se queda acordándose de la última persona con la que habló? ¿O se siente instado por algún estado de ánimo que le zahiere debido a alguna preocupación pendiente? Y discúlpeme si me adentro en su vida personal siquiera con arriesgadas hipótesis. Él puso cara evasiva. Ya le digo que me abstraigo, que dejo de ser yo, ese yo de planes y de individuo que tiene que relacionarse con otros. Algo así como si prescindiese de mi cuerpo y me ausentase del porte con que ordinariamente me conocen. Me sorprende que me diga esto, e intenté corregirle. Siempre cuida su exterior, procura ir impecable, atiende a la perfección su afeitado y el modelado de sus cabellos y sabe andar recto, haciéndose valer. ¿Me va a decir que todo eso se viene abajo al ponerse delante de una cámara, cuando es obvio que no es así? No, todo eso que usted señala está ahí, pero yo me desprendo de ese personaje. Me aíslo. Separo lo que ustedes los investigadores llamarían personalidades. Aunque tampoco es exactamente de ese modo. Durante el tiempo que dura la toma he abandonado a uno no para ser otro, sino para no ser ninguno. Humanamente nadie. ¿Entiende ahora que siempre aparezca en las fotografías tan relajado o, mejor dicho, tan condescendiente con la imagen que los demás quieren tener de mí? 



miércoles, 12 de junio de 2024

El niño que pasó a través de una rendija bajo la puerta

 



Sí, en ocasiones me veía pasando a través de la rendija inferior de una puerta. Allá abajo, por donde siempre se cuela la luz de la habitación vecina yo me veía entrando y saliendo en el otro aposento. Qué me tentaba a hacerlo, no lo sé muy bien. La curiosidad acaso, que no tiene adjetivos morales, que es pura como manifestación de defensa de tu propio organismo. La ranura no se abría hacía mí, era yo quien disminuía y atravesaba espacios, atraído por unas voces que tan pronto subían el tono como menguaban. O por unos silencios repentinos que de repente eran quebrados por agudos gemidos. Palabras que vomitaban quejas, que rasgaban reproches, que desparramaban lamentos sin fin. Yo me filtraba aplanado y diminuto por aquel espacio ínfimo, sin lograr distinguir el significado de lo que acontecía al otro lado. Los individuos que allí generaban ruidos y se detenían, que vociferaban y a continuación callaban,  aun siendo conocidos me resultaban extraños. Se turnaban entre la condescendencia y la animosidad. Tan pronto se atraían como se repelían. Rostros de bondad se transformaban en un pispás en gestualidades hoscas. Cuerpos que realizaban aspavientos cargados de energía se trocaban en masas fofas. Movimientos apacibles y ligeros podían desembocar en un instante en ejercicios nerviosos y en desdenes. Caricias amables y tiernas se deslizaban traidoras por el tobogán de los roces molestos. 

¿Qué mundo era aquel tan próximo pero tan ininteligible para mí? Si yo me había encogido hasta límites que me permitieran traspasar fronteras, ¿en qué dimensiones mutantes e inestables vivían aquellos individuos que disponían de espacios más amplios y gratos que los míos, y donde no parecía que se encontraran seguros y sus emociones no se mostraban perdurables? Medroso y observador, ignorado por los presentes, me debatía allí, en el cuarto ajeno, entre seguir presenciando comportamientos que no comprendía o retornar al otro lado de la pared. Respaldado por mi transformación no temía ser reconocido, por lo que podría haberme quedado sin problemas para seguir husmeando. Pero tanta contradicción me resultaba difícil de asimilar y solo me aportaba desasosiego. Tuve la luminosa certidumbre de que era mejor haber visto poco y regresar a mi vida ordinaria y poco estimulante. 

Ya ve usted, qué linea tan fina separa imaginar o confirmar la realidad, sobre todo cuando esta tiene lugar en un ámbito de inframundo. La infancia y la madurez acaso no se diferencian tanto en las experiencias que percibimos, y no sabríamos decir claramente dónde abunda más la ficción. Desde aquellas visiones nunca he distinguido muy bien el sentido de las llamadas y de los avisos. Ni he creído en las advertencias y las normativas. Ni he conseguido armonía al ejecutar funciones y cumplir mandados encomendados. Y muchos días, en mi conducta imaginaria, adopto la personalidad de aquellas figuras que viven en disputa consigo mismas y con quienes les rodean. ¿Pervivirá todavía dentro de mí una especie de curiosidad tóxica?



lunes, 10 de junio de 2024

Los monstruos del hombre del sombrero

 


En el desorden habitual con que se manifiestan los recuerdos de mi mente me ha venido ahora otro de aquellos diálogos breves pero sustanciosos con el hombre del sombrero. Habíamos subido, dando un paseo, hasta Hradcany y a propósito de las gárgolas de San Vito dijo de pronto: los monstruos son tan humanos como los dioses. Él, que no procedía de la tradición iconográfica religiosa dominante, decía sentir predilección por tantos seres fantásticos que poblaban los lugares de culto, los manuscritos antiguos y la literatura en general, incluso laica. Cuando yo le recordaba al Golem, él asentía. Sí, las leyendas judías siempre han tenido muchos personajes fantásticos, pero creo que la tradición cristiana ha sido más multiplicadora. ¿Sabe por qué? Le dije, no, ¿por qué? Porque los seres fantásticos y los monstruos son personajes de carne y hueso y no son difíciles de inmortalizar con palabras o escultura. Tal vez por ello los de su religión, y disculpe que le meta en el ajo aunque sé que usted es un librepensador bastante crítico, han expurgado, o al menos lo han intentado, sus demonios interiores convirtiéndolos en ídolos, dignos de exaltarse o de condenarse, por supuesto. 

Aquel mediodía el hombre del sombrero me asombró. Nunca le había escuchado tal aleccionador. Con esto, prosiguió, no le quiero decir que tenga razón. Son observaciones que hago y que distan mucho de tener base científica. ¿Por qué dice que los monstruos son tan humanos como los dioses?, le interpelé. Mire, pienso que ambos proceden de la misma cuna y probablemente terminen en el mismo sepulcro. Hay muchas culturas, algunas poco conocidas aún, en que las divinidades tienen corporeidad fantástica y rostros terroríficos. ¿Van a valer menos para los creyentes que las adoren que las imaginaciones reducidas de las religiones que se basan en el libro proporcionado por lo hebraico? Pero si vamos más allá verá que la vivencia peermanente entre animales y hombres ha sugerido una simbiosis recurrente y a la vez cambiante en la mente humana. Los humanos han utilizado características animales para dotarse a sí mismos de autoafirmación y a la vez de autocomplacencia y de algún modo se han revestido con la representación animal. Esas gárgolas, serían un ejemplo, o los manuscritos medievales sobre el Apocalipsis, o toda la parafernalia de los templos hinduístas pletóricos de dioses y animales extraordinarios que son y no son una cosa u otra, según dicen. Por no citar genios y demonios, que son conceptos antiguos que luego han sido reinterpretados de modo equívoco. Pero, ¿no le parece que va más allá la simbiosis que ha citado?, insistí. Por supuesto, no hace falta ir tan lejos para saber que la imaginación y los sueños posibilitan nuestra cohabitación con monstruos y con dioses, llegado el caso, y según lo que cada uno busque. Mire, si le dijera que más de una vez me he visto trasuntado en un bicho repulsivo y he errado por las calles sin querer comunicarme con nadie y sin que nadie advirtiera mi paso, ¿me creería? Probablemente sea más usual de lo que se piensa, amigo mío, le respondí para que no se sintiese incomprendido.

Mientras se alejaba contemplé su elevada y afilada figura. Se marchaba ajustándose el sombrero. ¿Sacaría sus propios seres fantásticos de él, como un prestidigitador?



sábado, 8 de junio de 2024

Y aquella otra charla bajando por las calles de Kampa



Un día, mucho antes de que dejara de pasar por el café, aquel hombre asténico me dijo: he perdido las ganas de escribir y no tengo muchas de leer. O dicho de otro modo: no sé qué quiero leer y tampoco sé de qué y cómo quiero escribir. Me pareció una confidencia tan íntima, él que era un hombre pudoroso y prudente, que yo no sabía si darme por enterado o ignorar aquella exposición de crisis personal. En definitiva, ¿debía decirle algo que le animara? Aunque bien pensado si uno no quiere animarse a sí mismo ¿de qué sirven las palabras externas? Opté por hacer como si aquella revelación me afectara. Me pasa también con frecuencia, le dije. Es como si tuviese descompensada la balanza entre dos necesidades. La de indagar en las expresiones ajenas y la de dar rienda suelta a mis propias veleidades con forma literaria. Usted me lo está planteando, me interrumpió, en términos de un símil de la justicia. Y recuerde que no hay nada menos justo, afortunadamente para nosotros, que nuestras lecturas caóticas o, si prefiere, caprichosas. Y no le digo nada sobre el desempeño alocado y febril con que tantas veces hemos escrito. Es lo más alejado del ejemplo de una balanza y de la poco afortunada justicia que forma parte de las instancias burocráticas y deja que desear. Yo no había pretendido llegar a tanto, me avergoncé. Una utilización del lenguaje impensada él se la había tomado a la tremenda. Advirtió seguramente en mi rostro el desasosiego que me causaba la inoportunidad. Me consoló. Esté tranquilo, soy yo quien vive en la zozobra permanente causada por una humanidad confusa y condescendiente con los poderes, muchos de estos en las sombras. Y que me cuesta aceptar, por lo volátil y poco consecuente que es para nuestras sociedades construir nada estable. Y no le digo de qué manera los individuos se pierden con frecuencia en sus emociones estériles. Volví a asombrarme de que se abriera a mí. Prosiguió. Una humanidad que se deja engullir por las fantasías que le proponen quienes la utilizan para sus fines descabellados y que genera una y otra vez sus propios monstruos y monstruosidades, es una humanidad de poco fiar. Pero usted me dirá con razón: por esa causa leemos, por ese motivo llenamos folios en blanco. Con eso me conformo, y no le negaré que no es mi intención que mis escritos endebles y volubles sobrevivan a mí.

Me pareció tan excesiva su confianza que hizo que me sintiera halagado, aunque encontrara discutibles algunas de sus opiniones y no captara el sentido de otras.



miércoles, 5 de junio de 2024

Aquella conversación interrumpida en el café de la Staré Mesto

 


Desde mi oscuridad lo veo todo claro, me dijo. Debí poner cara de no entenderle porque insistió. Muy claro. No hay como la oscuridad para ver. Pero esa propiedad nos está reservada exclusivamente a una especie dentro de la especie. A los que no nos dejamos deslumbrar por la claridad aparente, que esa sí es la peor clase de oscuridad. Es fácil dejarse atrapar en lo que se ofrece como obvio y más si nadie lo discute, si es algo admitido generalmente. Cuando todo el mundo coincide en el mismo punto de vista es sospechoso. Es como si se hubiera renunciado a ver las dimensiones de lo existente. No lograba comprender cada puntada de su argumentación, se dio cuenta de ello. Mire, y fue paciente conmigo, lo que se da por hecho admitido suele ser el interés de alguien o de muchos, e incluya usted a la misma sociedad incluso, para obtener una satisfacción inmediata que acaso al día siguiente ya no sirve. ¿Eso es claridad? Pero usted debe vivir en una crisis permanente pensando de ese modo, fui osado al replicarle. Por supuesto, pero una crisis es un campo fértil si usted quiere que lo desea. Porque la vida de los hombres no puede ser exclusivamente un terreno estéril, pero para fecundarlo usted o yo debemos saber qué queremos. ¿Nos responde a ello el funcionamiento impuesto de las cosas? ¿O nos considera solo como parte del engranaje que obvia al individuo que llevamos dentro? Entiendo que usted se refugie en  sus escritos, dije. No me refugio en ellos. Ellos soy yo en toda su amplitud. No es refugio sino la expresión natural, oscura si usted cree, pero yo no tanto, por la que deambulo. No tengo que justificarme por ello ante nadie.

Fue una tarde en el café habitual de la Staré Mesto, en que de pronto se interrumpió al darle un ataque virulento de tos y salió deprisa. No le volví a ver.   



lunes, 3 de junio de 2024

Espérala, poema del palestino Mahmud Darwix. Canta Amal Murkus

 




Con la copa engastada de lapislázuli
la espero,
junto al estanque, el agua de colonia y la tarde
la espero,
con la paciencia del caballo preparado para los senderos de la montaña
la espero,
con la elegancia del príncipe refinado y bello
la espero,
con siete almohadas rellenas de nubes ligeras
la espero,
con el fuego del penetrante incienso femenino
la espero,
con el perfume masculino del sándalo en el lomo de los caballos
la espero.
No te impacientes. Si llega tarde
espérala
y si llega antes de tiempo
espérala,
y no asustes al pájaro posado en sus trenzas.
Espérala,
para que se sienta tranquila, como el jardín en plena floración.
Espérala
para que respire este aire extraño en su corazón.
Espérala
para que se suba la falda y aparezcan sus piernas nube a nube.
Espérala
y llévala a una ventana para que vea una luna bañada en leche.
Espérala
y ofrécele el agua antes que el vino, no
mires el par de perdices dormidas en su pecho.
Espérala
y roza suavemente su mano cuando
poses la copa en el mármol,
como si le quitaras el peso del rocío.
Espérala
y habla con ella como la flauta
con la temerosa cuerda del violín,
como si fuerais dos testigos de lo que os reserva el mañana.
Espérala
y pule su noche anillo a anillo.
Espérala
hasta que la noche te diga:
no quedáis más que vosotros dos en el mundo.
Entonces llévala con dulzura a tu muerte deseada
y espérala...






sábado, 1 de junio de 2024

Aleksandr Mijáilovich eterniza a la vieja

 


"Es absurdo que viva angustiada
y que los recuerdos me acosen.
No visito a menudo la memoria,
pero ella siempre viene a asombrarme".

Del poema El sótano de la memoria, de Anna Ajmátova.


Acaba de una vez, Aleksandr Mijáilovich, que me canso. Ya sé que te gusta probar una y otra vez ese artilugio diabólico. Y luego encerrarte en un cuarto sin luz. Vas contando por ahí que tus imágenes son algo natural. Pero yo ahora mismo estoy posando -¿lo llamáis así los de tu gremio?- para ti. Te estoy mirando por encima de la lente y me río por dentro de tanto movimiento que te traes. Esa cara risueña y a la vez atrevida que pones se te turbaría si supieras que soy yo quien te observa y te capta. Y entro en el juego de hacerte creer que lo que esa máquina plasma es lo que existe. Pero tal vez no es lo que es sino lo que parece que es. Sí, Aleksandr Mijáilovich, piensas que al mirar a la vieja, tú lo llamas eternizar, estás viendo su pasado, el pasado que, de alguna manera, también es tuyo. Pero no necesito de esas estampas que pretendéis que las cosas, o las personas, son tales como son. Si quiero verme, me contemplo dentro de mí. Y recuerdo.

Tú y tu Varvara y ese grupito de muchachos que os coméis el mundo hacéis grandes cosas, al menos lo que nunca se había hecho antes. Pintáis, diseñáis, escribís, confeccionáis trajes para los trabajos, os volcáis en mil imágenes que llegan a todos. En pro de la nueva era, repetís. No hay un caramelo de niño o una cajetilla de tabaco o un anuncio de pasta de dientes o un escenario de teatro que no lleve la marca de vuestra imaginación. Para unos es divertido, otros no lo entienden. Pero todos dicen: son los nuevos tiempos. Esa exclamación que deseáis colectiva os compensa. 

Aunque te parezca ausente yo sí entiendo lo que hacéis. Y lo aplaudo. Porque ya estaba aburrida de un mundo viejo y poco imaginativo en que los periódicos, por ejemplo, a los que tan aficionada he sido, solo sabían ensalzar a zares y popes y calcular los réditos de los propietarios seculares. No caigáis vosotros en los mismos vicios que cayeron antes los paniaguados y falsos intelectuales que justificaban los actos de los caciques. 

Pero no me estás escuchando, Aleksandr Mijáilovich, y entiendo que mi voz interior no te llegue y cuando acabes tampoco tendré ganas de sacarla. Tal vez otro día, si volvéis por aquí y traéis a ese poeta gigante y a su novia y al marido de su novia, yo os cuente mi versión sobre la vida, a vosotros que con tantas ganas enunciáis que hay que cambiarla. Al menos en algunos de sus aspectos formales y, como decís, estéticos. No os parece poco porque consideráis que la estética es la expresión del alma noble de quien no se rinde a la mediocridad ni a la sumisión. Y esta actitud puede ser la mejor senda para tocar algo de verdad.

Mas, ¿acaso la vida se puede cambiar de la noche a la mañana? Sin duda, muchas de las maneras y condiciones en que se vive deben modificarse simplemente para que la gente no padezca tanto. Otros dice que para ser felices, pero a mí me suena a palabrería de estos advenedizos funcionarios que ahora prometen y prometen. ¿Quién no ha prometido nunca antes? 

Me parece hermoso lo que os traéis entre manos,  Aleksandr Mijáilovich, aunque no me entre todo en la cabeza. Me tendrás que ayudar a entenderlo. El que sea vieja no significa que esté fuera del mundo. Y te habrás dado cuenta que vida y pasión por vivirla no me ha faltado nunca. ¿Ves cómo me permito leer aún los periódicos que tanto se llenan de propuestas de incautos y de órdenes veladas? Pero yo solo me creo lo que me apetece creer, que es casi nada. Leo entre líneas para saber. Leo lo que no está escrito para intuir.

Además es como si leyera la mitad. Este ojo casi del todo opaco me obliga a esforzar al menos malo, que es con el que me valgo. ¿Sabes que ese amigo vuestro que se dedica a otro de los inventos modernos, lo llama cinematógrafo, siempre me dice que lo mejor de ver con un solo ojo es que no ves sino la mitad de lo malo? Y yo le digo demoledora: ¡y de lo bueno! Y él siempre se ríe, con lo serio que parece, porque le gusta provocarme. Así que termina este trajín que te traes, Aleksandr Mijáilovich, que no soy una venus. Aunque lo fui.  



*Fotografía de Aleksandr Mijáilovich Rodchenko

jueves, 30 de mayo de 2024

Me pongo a leer el periódico con gafas infantiles

 



Creo que hoy me voy a poner a leer el periódico con mirada de niño. Como si no hubiera recorrido acontecimientos, padecido cólicos, sufrido necedades, algunas propias, probado frustraciones y no se hubieran hecho reales e irreparables tantas pérdidas. ¿Lo conseguiré? Incauto de mí.

Me falta el gesto risueño al levantarme. Tal vez el mecanismo de respuesta a las expectativas apenas funciona. A ver, me digo, ¿qué tenemos hoy que sea estimulante? Hurgo en el armario de las categorías conceptuales y reviso la actualidad de las palabras. ¿Me servirá?

Extraviada la candidez, agotada la inocencia que me caracterizaba, incubada otra clase de ignorancia que me iba a perseguir para siempre y desarrollada cierta clase de autodefensa que no voy a desvelar, ¿qué recursos me quedan por probar para hacer de la respiración algo más que un fenómeno instintivo? 

¿Fue antes o después de aprender a leer cuando mi sonrisa trocó? ¿O se trataba de ir adecuándome al medio, unas veces sinceramente, las más aceptando las formas de las reglas del juego? Como oxígeno la curiosidad sigue circulando por mis venas, no expectante como antes, escasamente esperanzadora, pero manteniendo un sustrato divertido. Todo resumido en: lo que te queda por ver, amigo. 

Adicción a los periódicos de papel desde entonces. Un entonces al que recurres como si su evocación fuera el presente. No solo un adverbio. Pero los adverbios de tiempo miden mejor que los calendarios el transcurrir, sorteando y obviando fechas de caducidad.

Los periódicos nunca fueron bolas de cristal. Sí espejos. No siempre nítidos. Nos gustaba mirarnos en ellos y esperábamos que nos devolvieran imágenes que deseábamos prometedoras de todos nosotros. ¿Qué prometían? No sabría responder bien.

Criba. Instintiva (el propio aprendizaje cultura es ya instinto), electiva (necesidad de no tragar cualquier cosa), bienintencionada (defensa de la propia salud mental) Las dioptrías del intelecto han crecido en exceso. Las gafas actuales deben estar dotadas de unas lentes perfeccionadas. Si no se corrigen bien las deficiencias aumentan las posibilidades de tropezar. Uno solo quiere tropezar lo mínimo.

Forma. Un periódico (que valga la pena) bien vale ser desplegado con una taza de café sobre una mesa (¿las hay todavía de mármol?) en un café (¿queda alguno que sea acogedor para un individuo consigo mismo?) Ese, aquel, modo de pasar el rato sin ninguna afectación, o reduciendo la irritación al máximo. Salir del café local con una serenidad que te permita contemplar el día por delante.




lunes, 27 de mayo de 2024

Breves preguntas a los criminales


 

Esta niña, víctima del bombardeo israelí de hoy sobre un campo de refugiados de Rafah en Gaza, ¿es antisemita, asesinos? Vuestra criminalidad es insoportable. La inacción de Oriente y Occidente aturde. La alta política y la falsa moral de las religiones se desacreditan permanentemente. La impotencia consume. Mientras, los palestinos padecen. Y los más inocentes no entienden nada. Verdugos, ¿ya no os acordáis de la Shoá? ¿La habéis borrado de la memoria?


https://elpais.com/internacional/2024-05-27/guerra-entre-israel-y-gaza-en-directo.html



sábado, 25 de mayo de 2024

La logia de los bustos




"Otros habrá -lo creo- que con rasgos más mórbidos esculpan 
bronces que espiran hálitos de vida y que saquen del mármol rostros vivos, 
que sepan defender mejor las causas y acierten a trazar con su varilla 
los giros en el cielo y anuncien la salida de los astros".

Virgilio, Eneida, libro VI, 847-850 



El responsable del taller recibió al visitante. Deseo encargar, dijo este, un busto para el senador acorde a sus características y, por supuesto, a sus acciones y labores de gobierno. 

El encargado se deshizo en amabilidades y, aunque desconocía a la autoridad citada, se tomó el capricho de alabar al poderoso magistrado. Naturalmente, le puedo mostrar los vaciados de algunas de las obras que hemos realizado anteriormente pero para mayor aproximación a la personalidad del senador le sugiero que él venga aquí o bien puedo enviar a mi mejor especialista a su villa. Los matices son importantes a la hora de elaborar un busto que se diferencie de otros. Ya sabe, qué atributos desea que queden resaltados, el aire de su vestimenta, qué clase de peinado, si con su rostro pretende emitir severidad o bonhomía. También es decisivo saber dónde piensa el senador situar su imagen ¿Dentro de su casa o en el jardín? De ser en interior interesaría conocer el espacio. Si se trata del vestíbulo o de la sala de banquete o inclusive en el propio dormitorio. En el caso de que sea en zona ajardinada importa conocer si va a ir acompañada de luz o en un rincón umbroso. Debe haber una compenetración entre la identidad del prohombre y el ámbito donde perdure su presencia a través de la escultura, incluso más allá de su vida dichosa. 

Nada de eso, y el enviado detuvo bruscamente las explicaciones del maestro. Va a ocupar un lugar concreto en una logia y ya sabe usted lo que eso significa. 

Por supuesto, intervino de nuevo el otro. Que deberá competir su imagen con una sucesión de bustos que estarán ocupando el recorrido de la arcada. Complicada propuesta aunque más apetecible aún; supone un desafío para nosotros. Porque en ese marco por una parte se corre el riesgo de minimizar su carácter respecto a otras hermas expuestas. ¿Y eso es un problema que zanjaría ahora mismo el encargo?, se impuso el mensajero. Déjeme terminar. También se garantiza que la escultura sea visualizada y, sobre todo, más conocida debido al tránsito de ciudadanos. Ya le he dicho que para nuestra imaginación es un desafío. Nos exige más. Solo trato de ver pros y contras. Habrá que buscar la manera de que se imponga el busto de su señoría a otras obras. 

El negociador del magistrado lo dejó claro. Por cuestión de emolumentos no va quedar. Los multiplicaremos si el acierto es insuperable.  Déjeme que insista en un riesgo, dijo el tallista. También en una logia importa la ubicación. No es igual un extremo que un espacio centrado, ni un ángulo que la posición más exteriorizada, ni estar en la proximidad de una columna o tener una pared detrás. Cierto, dijo el visitante. Pero de eso no se preocupe. En una logia no siempre permanecen las personificaciones de todos los próceres y además muchos benefactores vienen a menos. Los bustos también pueden ser efímeros, dependiendo de circunstancias y, digamos, de los aires que soplen. Eso del sitio reservado es cosa nuestra. Ustedes trabajen en dotar al senador de una caracterización exquisita y única, que sorprenda y destaque. 

Disculpe, caballero, pero me sigue quedando una duda fundamental, intervino otra vez el artista. Sin una referencia más exacta de su señoría, ¿por dónde empiezo a pensar en cómo voy a abordar la obra? ¿Qué rostro le voy a diseñar si no le conozco en persona? Échele magín, maestro, usted tiene una fama extraordinaria. Dote a la obra de todas las perfecciones estéticas posibles y de todos los símbolos virtuosos más reconocidos. El senador se acomodará a la imagen que usted labre de él. Al fin y al cabo son las estatuas las que sobrevivirán al tiempo más que los vivos y en gran manera serán ellas las que pasarán a la historia, ¿no cree? ¿O no sabía que en el futuro nuestros prohombres solo serán reconocidos por el aspecto que ustedes los artistas ejecuten de ellos?    





*Fotografía que hice una vez en un mercadillo callejero. La cita de Virgilio está tomada de la edición de Eneida en Editorial Gredos, traducción de Javier de Echave-Sustaeta.

miércoles, 22 de mayo de 2024

La voz que no cesa desde la piedra testigo

 




No hablo desde mi boca, desaparecida. No busquéis, pues, el órgano por donde debería emitir la voz. Escuchad más bien en la huella de mi aviesa mutilación.

Es lo que sigue siendo mi cuerpo el que narra. Este torso una vez triunfante el que clama. ¿Veis acaso en él rastro de un lloro? ¿Os transmito la imagen de rendición y de hundimiento?

Los ejecutores de mi partición creyeron que me convertían en insignificancia. ¿Pensaron que privándome de la cabeza y de los miembros acabarían con lo que yo signifiqué? ¿Y que separándome de las otras figuras que llevaron análogo destino destruirían  el objetivo por el que fui creada?

No me ahogo en la indignación, pues los indignos son aquellos que combatieron con saña no solo otras vidas sino los símbolos de estas ocultos en la piedra.

Los cercenadores infames rieron al acabar con los atributos que una vez representé. Torpes ellos, no cayeron en la cuenta de que en mi torso se concentran todas las cualidades de la vida. En su obnubilación no advirtieron que lo que han dejado de mí permanece entero.  

Al destruir el grupo de estatuas cantaron victoria. ¿Puede proclamarse el odio como una victoria? Al desperdigar los pedazos de todas nosotras se empaparon de su propia ebriedad. ¿Puede ser objeto de brindis la destrucción?

Arrojado al olvido he hablado a través de la eternidad con el légamo y la lluvia que celebran con modestia los días y amparan a los perseguidos. Ellos saben de la maldad de los hombres, pero los perversos no pueden hostigarlos.

Los verdugos no acaban nunca con el valor y la verdad que emergen tras cada destrucción. Sus hazañas devastadoras pueden desviar unos metros la historia. Jamás la detienen para siempre. Mas las vidas perdidas y las urbes arrasadas no hallarán por ello consuelo.

Soy testigo de un tiempo histórico pero también de la naturaleza contradictoria de los hombres. Hablo, seguiré hablando, y los visitantes receptivos deben escucharme. 





* La escultura es un torso perteneciente a un conjunto escultórico realizado por Emiliano Barral, importante artista del primer tercio del siglo XX, nacido en Sepúlveda (Segovia) y fallecido en 1936 combatiendo como integrante de las milicias cenetistas segovianas en la defensa republicana de Madrid. El conjunto, del que se desconoce el destino del resto de las figuras, era un homenaje al poeta vallisoletano Leopoldo Cano y se instaló en una plaza. Pero la sublevación anticonstitucional triunfante en la ciudad provocó que el odio de los intolerantes y fanáticos destruyera la obra. Como en siglos pasados e incluso en nuestros días hicieran y hacen análogos reaccionarios de todos los pelos. Este torso se encuentra instalado en los jardines del Museo Nacional de Escultura de Valladolid.