¿Ha sentido alguna vez el vaivén de la vida?, dijo. Usted es aún bastante joven para hacer una pregunta de esa clase, dije. Mueca escéptica por su parte. No crea, ni tan joven ni tan inexperto. Además, no es cuestión de edad sino de percepción. Ni hace falta haber vivido experiencias extraordinarias para darse cuenta que el impulso y el rechazo nos acompañan permanentemente. Cuando éramos niños se nos entretenía como si fuésemos tontos. Y se nos impartían ya pequeñas lecciones morales para ser buenos. Buenos podía significar tener bondad pero también conceder a los mayores, es decir, acatar, obedecer. A medida que fuimos creciendo nos arengaban más y más en la intención de prepararnos para la vida. ¿Lo recuerda? Mas, ¿servía para algo? Acaso para tenernos sujetos, para evitar...¿cómo decían?, ah sí, que nos descarriásemos. Nos ofrecían como modelo el estado de adultos, pero no de cualquier adulto. Solo el de aquellos que cumplieran con el orden y las ideas de su religión. Le llamaban el responsable. Las religiones siempre han estado al servicio de un orden social, aunque diverjan en sus rituales e intereses. De hecho su moralidad, tan contradictoria como fraudulenta, se imponía al orden de los poderes públicos, que mamaban de los preceptos que invocaban constantemente un más allá. O una venida mesiánica. Pues bien, una vez fuimos ya adultos, en que somos sobradamente adultos, ¿en qué nos hemos convertido? En constantes y retorcidos aduladores de los que nos sometieron y en implacables represores de los que vendrán por detrás nuestro. ¿No lo cree? No lo crea del todo. Yo mismo me escapo de esa misión, a mi manera. Ladina, deslizante, esquiva. Y cuanto más veo la perversión de ese estado que se nos ofreció como superior y digno de alcanzar y consolidar, más siento la pérdida de los años que yo llamo de la posibilidad. Todo era posible y abierto en la infancia, hasta cierto punto. El control estaba ahí pero el escape era frecuente. El juego era el territorio definido que nos hacía felices, aunque la excesiva tutela de nuestros progenitores frustrara el salto del juego a lo probable. Cualquier desliz por nuestra parte, o desobediencia, que decían, era luego justificada como cosa de niños, de juego de niños, más bien. Y el juego estaba, pues, condenado a desaparecer como tal, como lo que había sido siempre: receptivo, abierto de par en par, comunicativo, influyente y cómplice, susceptible de no distinguir el bien del mal o, mejor dicho, lo que entendían los mayores interesadamente por lo bueno y lo malo. Y mire por dónde, amigo mío, hoy siento como nunca la necesidad de recurrir a lo que se carece para extraviarme de las obligaciones y el desatino del presente. Ya le he hablado algo de mis sueños. También de mis deseos vagos y reprimidos. Pero mirar atrás, ¿para qué sirve? No diga que para nada, no. Sirve para ver la roña que todavía llevamos en nuestra piel. Sirve para deleitarnos mentalmente, e incluso escribiendo y describiendo sobre ello, sobre el ejercicio antiguo e inocente de la prospección. De niños fuimos exploradores natos, pero ¿y hoy? ¿Nos queda margen de aquel ánimo aventurero?
*Ilustración de José Hernández para La metamorfosis, de Kafka, en la edición de Círculo de Lectores de 1986.
Decía Fuster, que un menor, hasta que no sea debidamente pervertido por sus mentores, no podrá ser adulto.
ResponderEliminarInteligente deducción de Fuster. Muy inteligente. Pero ya de niños se inicia la perversión, con ideas y conductas, de un niño. Al menos en mi tiempo.
EliminarNo pretendo convencer a nadie, pero explicaré que en un determinado momento, no muy lejano, de mi vida, decidí hacer lo posible para vaciarme de eso que llamas roña. Vaciar, desaprender y volver a llenarme. De objetivos fruto de ensoñaciones. Posiblemente, no tienen nada de práctico y harían sonreír a más de uno. Pero es un proceso destinado a ser mucho más niño de nuevo. Del todo, imposible. Pero por poco que se consiga, el beneficio es palpable. Ese retorno a los sueños, permite desde convivir con un amigo imaginado (Okanuh), hasta nadar en las fantasías más pueriles.
ResponderEliminarNo se lo voy a recomendar a nadie, pero no por otra cosa que, hacerlo, sería propio de un adulto paternalista con complejo sacerdotal. Que cada cual viva como quiera.
Te entiendo y probablemente me identifique con lo que haces. Lo de librarse de roña nos perseguirá hasta el final de nuestros días y no lo conseguiremos del todo, pero al menos nos habremos oxigenado. Llegar al final con la satisfacción de tener ciertas cosas fundamentales claras, por ejemplo, ver que gran parte de lo que nos metieron en el coco era vaciedad y engaño, me parece fundamental. Y aunque no se lo recomendemos a nadie ya el mero hecho de explicitarlo da pistas para quien aún no lo haya intgentado. Que cada cual viva como le dé la gana pero, por favor, que se plantee y replantee que con su conducta no haga mal o colabore con el mal. Pero esto es pedir peras al olmo, nadie estamos libres.
EliminarLa enseñanza a los infantes, es domesticación.
ResponderEliminarTotal, total. Y así el sistema educativo, aunque haya partes técnicas de este que sean útiles. Domesticación, como los animalitos, así fue (es) Menos mal que cada individuo tiene la capacidad pertinente (si la usa o no es otro tema) para saber ser responsable no por domesticación asertiva sino por conciencia de saber analizar y elegir.
EliminarDesde pequeño ya te están condicionando para que no te menees nada más que lo justo y necesario y comienzan haciéndolo con el hombre del saco, hoy los niños están mas maleados y los asustan con quitarles el movil o la tablet.
ResponderEliminarEn efecto, qué bien tan preciado el hombre del saco o el coco para la cultura represiva. Cuántas veces el hombre del saco era el padre o la madre, y más en aquella etapa oprobiosa de la historia española que hemos conocido. Luego el hombre del saco era el demonio, el infierno, el pecado, etc. Ay, ené, que decía mi abuela.
EliminarNiños haylos con una sabiduría de viejos bien atemperados. Asombra en algunos niños y jóvenes la percepción tan aguda de la vida y la muerte.
ResponderEliminarOjalá esa percepción no sea reprimida y les sirva para ser creativos.
EliminarAs regras, a necessidade de mostrar que a perfeição existia...Mas o Mundo não é perfeito e o choque quando enfrentamos a verdade é brutal...
ResponderEliminarContudo, não se deve destruir os sonhos...
Interessante como sempre...
Beijos e abraços
Marta
Hay mucho engaño en las reglas que establecen las sociedades. Con la excusa, y no niego también la necesidad, de establecer reglas de juego, sistemas de entendimiento y funcionamientos acordes muchas veces las reglas tienen un contenido ideológico que interesa a las élites. Esto no es nuevo y los tiempos van cambiando, y todo debe modificrse para satisfacción amplia de los individuos de las sociedades. El conocimiento y la respuesta cultural son más necesarios que nunca para evitar que los demagogos devoren las mentes.
EliminarTal vez en sueños. Sólo en sueños y muy de vez en cuando aflora algo de aquella inocencia aventurera, casi libre del control impuesto por la culpa y la moralidad. Aún recuerdo el sueño en qué me veía a mí misma como dos personas distintas, una, dominadas por las pautas sociales que me garantizaban ser querida, la otra, tentando a la versión "correcta" para animarse a desobedecer y arriesgarse a perder la etiqueta de "niña buena, linda y querida". No hace falta decir que de aquel enfrentamiento onírico, salió vencedora mi versión "correcta" , la otra, relegada, aún siente algo de resentimiento por la falta de rebeldía. Un abrazo
ResponderEliminar¿Puedo hacerte una sugerencia? Podrías escribir sobre ello -veo que tienes materia y capacidad para hacerlo- sin necesidad de ajustarte a los textos marcados de los jueves, o a mayores de ellos. Pero no tienes por qué hacerme caso.
EliminarNo sé si las versiones correctas suelen imponerse siempre en los sueños, puede ser, al fin y al cabo los sueños son espejo, pero ¿por qué no convertirlos en espejos cóncavos? O al menos en la vida consciente, sería una venganza.
Justamente ayer le conté algo de este sueño a mis hijas y me sugirieron lo mismo jejeje. Tal vez alguna vez me gane ese impulso!
EliminarTus hijas saben.
EliminarDebo ser un bicho raro. Viví una infancia bajo un régimen social y familiar autoritarios, pero no tengo la sensación de conllevar un trauma por esa experiencia.
ResponderEliminarSaludos cordiales
Yo diría que nos dejó marcas, pero no necesariamente traumas (hubo a quién sí) Cordial siempre.
EliminarNunca me sentí tan perdido como en el momento actual. Al menos de niño tenía algunas certezas a las que aferrarme.
ResponderEliminarSaludos,
J.
No te creo. Las certezas infantiles pertenecían a otro mundo. Porque a lo largo de la vida vivimos mundos diferentes, José. Yo no me siento perdido, pero sí asqueado de muchas cuestiones. Acaso por ver con cierta claridad hasta lo obscuro.
EliminarSe trata acaso de un retorno deseado a lo vivido en un pasado lejano? Ander
ResponderEliminarNo a todo lo vivido, por supuesto, pero ya lo dice el texto: al mundo de las posibilidades abiertas, que no todas o pocas acaso se pudieron plasmar posteriormente. O de otro modo al soñado. Gracias.
EliminarSupongo que el sistema educativo no busca hacernos mejores ni sacar lo mejor de lo que llevamos dentro. Busca que podamos vivir en sociedad, que aceptemos ciertas normas y que encontremos un huequecito que nos convierta en un engranaje útil... Y, para lograr todo eso, hay que pulir, golpear y amoldar la mente infantil hasta que encaje en el molde. No deja de ser un proceso destructivo, y las piezas que no logran encajar... bueno, pues algunas les permitimos vivir y las llamamos artistas y otras... ya sabemos lo que pasa con las otras, ¿verdad?
ResponderEliminarTodo eso que busca el sistema es dentro de unas coordenadas bastante frágiles, sospecho. Puede que busque esos mínimos, que no son tan mínimos, pero la ideologización en la enseñanza ha existido siempre. Hacer al niño a imagen y semejanza del sistema productivista, la nueva ideología, a la que en muchos casos se suman las de siempre, para peor. Sabemos lo que pasa para las otras, sí.
Eliminarla ilusion es incompatible con la experiencia. Discrepo con K, la experiencia aquí sí que es importante, casi diría determinante. También la suerte y el éxito ( que cosa más rara); bueno, el éxito lo borro .
ResponderEliminarLa ilusión es lo que nos distingue de los niños.
Volver atrás fuera de los sueños o la imaginación resulta forzado.
Es cierto que hay algunas personas que tras un palo, vuelven con ilusión ( real) renovada, con muchos años a cuestas, y se entregan a nuevos proyectos, amores o lo que sea; pero de estas hay muy pocas, ; muchas menos de las que creemos.
Ofuu... que serio y circunspecto ha quedado esto.
¡ Hay que ver más fútbol! y con perspectiva de hincha, si puede ser😜
Abrszo
Se puede tener experiencia y no renunciar del todo a mundos ilusos. Lo del éxito es uno de esos leitmotiv de las últimas décadas, animadas además por cadenas televisivas y hoy por redes sociales donde todo se vende. Pensé que la ilusión era la caracterísitica fundamental de la niñez, que se arrastra en menor medida hasta que te topas con la dura realidad y la reprimes. Pero hoy todo lo productivo engulle incluso a la ilusión, y la potencia por el lado alienante más que creativo.
EliminarY sí, hay personas que vuelven a concebir mundos plátónicos incluso después de haber matado al padre, o a intentarlo.
No cuentes conmigo para esa perspectiva del hincha, ahí sí que no me considero nada ilusionado, y además no me gusta delegar ni en las élites ni en las masas, o sea, que soy pero que un paria (los parias viven en la ilusión del fútbol y en las de los demagogos de pacotilla)
Se dice que si un profesor puede ser sustituido por una máquina, seguramente merece serlo. Es una buena frase para resumir esta idea. Pero me inquieta...
ResponderEliminarParece una idea de la IA de la que se habla tanto, y tal como van las cosas puede ocurrir, pero no porque merezca ser sustituido, pienso.
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