"...Y es que en la noche hay siempre un fuego oculto". Claudio Rodríguez





domingo, 29 de septiembre de 2019

Poema de Gonzalo Rojas para un domingo soleado




1. Poema de Gonzalo Rojas en su Metamorfosis de lo mismo:

Viendo bailar al aire


Loco, Tao:
¿quiere decir que está en movimiento?

Que está en movimiento:
¿quiere decir que va lejos?

Que va lejos:
¿quiere decir que retorna?

Efímero,
imago inmóvil: todo efímero.


2. Comentario a mi modo y capricho: hago figuras de papiroflexia que duran lo que duran, las armo, las desarmo, aquí un pájaro, allí un avión, más tarde un caballo, qué busco en ellas, el armonioso piar, el vuelo enérgico y su runrún, el relincho del corcel brioso, ahora doy la vuelta al papel y quiero un barco, si es pirata mejor, y a ver si me sale un conejo, para que me convoque como a Alicia y me haga llegar al más allá de mi espejo y de la imaginación, y puedo intentar, pero sé que es muy difícil, hacer un corazón, que ame, naturalmente, y una mano, que acaricie, por supuesto, ¿sabré hacer una mano de papel con dedos afilados y dúctiles que dibujen sobre la piel de mi fantasía?, y cuando tenga todas las figuras seguiré con otras hasta construir una ciudad de origami, donde habitemos todos, las figuras y yo, para llevar la contraria al Tao.



jueves, 26 de septiembre de 2019

Naida. Habla el mármol indómito




Nunca como el otro día me había sentido piedra con tanta intensidad. Nunca, sin embargo, me había invadido la fragilidad, estremecida por el roce de buril de tus dedos. Aún permanece la huella carmesí,  casi microscópica, entre las partículas desprendidas de mis bordes mellados. Justo era que la sangre te brotara oferente, veloz, lábil. Justo que se interpusiera entre dos climas e invadiera una textura tan desigual. Y yo, mármol apenas desgajado de su materia madre, caté su dulzor sugestivo. Dudaba si impedir o no aquel flujo vertiginoso; luego fui presa de azoramiento al reconducirlo. Probé tu sed a través del sudor agitado que emanó de tu miedo. No ocultaba su amargor, mientras mi superficie gélida perdía su condición, sin obedecer a la artista, sin resignarme a las leyes del acatamiento que se le supone al bloque hurtado a la tierra. Desde entonces vuelve a latir mi sustancia indómita. Temo que mis perfiles se resistan al escoplo y a las demás herramientas. Que quiebren fuera de las líneas marcadas por la descarada artesana. Que no quieran colaborar con el empeño de esa escultora salvaje por intentar que hable el lenguaje de fantasía que ella pretende arrancar de mí. Ah, si al menos las caras disimétricas de mi cuerpo cambiante fueran tratadas de nuevo por la terneza de tu ávida curiosidad. ¿Te atreverías a volver al taller de Emina y observar cómo me explora y me saca de mi letargo? Si arriesgas una aproximación a mi vértice afilado no te alejes de inmediato. Reprime el ácido latigazo de la linde de mi entraña. Contén su ritmo acerado hasta que no puedas sostener el efecto de la incisión. No temas el acerbo escozor del mármol más transparente que hayas encontrado jamás. Tal vez entonces te conviertas en parte de mí, cristalizados ambos en brumoso e invisible mineral.




(Fotografía de Inés González)

lunes, 23 de septiembre de 2019

Naida. Visitando a Emina, la que habla con la piedra




Cuando veo una planta o un árbol veo esculturas vivas, me comenta Emina mientras se frota el sudor. Deformación profesional seguramente. Los individuos, ¿también son esculturas para ti?, le pregunto con sorna. En muchos casos son naturalezas muertas; muertas y enterradas. En este caso no merece la pena ni considerarlas porque no transmiten significado alguno. Emina y sus ojos glaucos. Emina emergiendo desde una corpulencia delicada. La cabeza rapada y el cuello dórico. Se quita los guantes de loneta con los que se protege del golpeo sobre una piedra poligonal. Combina una dulce sonrisa con una expresión áspera que desconcierta al interlocutor. ¿Vienes por venir o porque Naida te lo ha pedido? Si es por mis poemas, ni te esfuerces. Prefiero que te intereses por mi trabajo. No es esta la imagen que yo tenía de Emina, pero no dejo que me afecte. La energía que derrocha hablando es parte de su entrega. Energía combatiendo con otra energía, a la que acaricia una y otra vez, tratando de rescatar la sugerencia de la materia. Emina y su boca acorazonada. Emina y sus brazos de apariencia débil. Emina, la otra Emina que no es la que yo creí conocer en cierta ocasión. De hecho, cuando Naida me dijo a qué te dedicabas tuve una gran curiosidad. Por eso he venido, la replico para que se relaje. Pues esta es una parte fundamental de mi mundo, dice, porque tengo más de una. Un tío cantero me inició en estas artes y aunque el repertorio de su trabajo era muy limitado aprendí de él ciertas nociones. Por ejemplo, a distinguir materiales. A saber dónde y cómo hay que golpear sin que la roca se parta indebidamente. A comprender los volúmenes y pulirlos hasta hacerlos gratos a la vista y al tacto. Pero también a hablar con la piedra y a escuchar con atención sus gemidos. Suficiente para que luego me arriesgara a experimentar en un terreno artístico sobre el que la cultura heredada en estas tierras apenas ha incidido. Emina y sus senos robustos y acompasados. Emina y el movimiento oscilante de su talle mientras gesticula. Emina y sus dedos rectilíneos plasmando líneas sobre el perfil de sus esculturas. Emina y la seguridad descarada de sus palabras, a la que observo boquiabierto mientras habla, a la que escucho desconcentrado. Inhalo ávido el olor acre de su transpiración, como si viera en ella al médium que me ponga en contacto con la piedra madre de la que la mujer hace brotar la esencia de un lenguaje que yo desconozco. Sé lo que piensas, y me corta mi abstracción. ¿A que no ves con claridad lo que está saliendo de este mármol? Tampoco te lo voy a explicar. El día que lo termine te vienes por aquí y me dices lo que ves, lo que sientes, lo que te atrapa de la obra. Emina, Emina, ¿de qué estás hablando?, me digo mientras froto con mi mano la superficie de aquel prisma. Me apetece pasar velozmente mis dedos por una de las aristas afiladas hasta cortarme. Bien, lo has logrado, dice Emina, has teñido con la sangre mi piedra. Eres travieso, también quieres experimentar, y me comprime la pequeña llaga con su mano, la lame, unta de sangre uno de sus labios agrietados. Cicatrizará, dice, pero la piedra ya permanecerá herida para siempre.




(Fotografía de Inés González)

domingo, 22 de septiembre de 2019

Max me presta Río hermoso, de Ilhan Berk




Max siempre me hace descubrir algo nuevo. Menos mal que no vive bajo mi techo, de lo contrario yo no daría abasto para tanta eufórica recomendación. Ayer me vino con el libro de poemas Río hermoso, de un poeta turco al que no conocía, Ilhan Berk. La verdad es que nunca estaremos suficientemente agradecidos a la editorial Ediciones del Oriente y del Mediterráneo por la variada cantidad de autores que han traducido y publicado. Autores sauditas, sirios, libaneses, iraníes, griegos, afganos, iraquíes, kuwaitíes, turcos, egipcios, marroquíes...y también centroeuropeos, chinos y japoneses en menor medida. En fin, con desplegar el catálogo de su página nos hacemos una idea.




El libro de Berk se divide en dos partes. Río hermoso y La sangre del poeta. Mientras esta última parte se compone de reflexiones, aforismos y pensamientos voladores dotados de agudeza, que invitan a su vez a nuestra propia reflexión personal, Río hermoso es un poemario de amor. ¿Demostración de amor a una mujer concreta, a cualquier mujer que haya amado o a su fantasía por amar a una mujer? Hay hombres poetas que afirman y se ratifican en la devoción a una mujer determinada. Hay otros que nunca aclarán a quién tienen en la mente cuando escriben. Pero ¿acaso tiene eso alguna importancia? El amor, ya se sabe no se puede separar de la contemplación y el deseo, de la sensorialidad  y de la estética, de la búsqueda y de la inaprensible satisfacción. El amor y la palabra van de la mano en un poeta. Trascienden los afectos y sentimientos para sacralizar la palabra adecuada, la que mejor interprete. Haya habido una o cien mujeres en la vida de Berk creo que el amor en su boca -en su mano, en su escritura, en su imaginación- es la palabra misma. ¿Qué sería del amor sin la palabra? ¿Qué sería de los amantes sin su capacidad de expresarse? El amor muere cuando muere la palabra, su disposición creativa, la proyección de las sensaciones, la lasitud de los descubrimientos. 

Un poema de Río hermoso:

Hermoso

Hermoso,
          tu cuerpo es mi exilio
(Aquella hierba grisácea, querido lino)
Allí el cielo, los soles, la historia
El tabaco de tu pelo y tu cuello
Allí el pálido atlas de tu boca
        Toda la geografía.

Yo que soy un hundido, un perdido, un desecho
El olivo indigente de nuestro siglo
El recuerdo de un bosque,
                                  en sus dientes de leche.

Ofrenda 

Estés donde estés ese lugar me cuenta
Hermoso,
              río profundo, sereno de tu cuerpo.


Leo por ahí que Ilhan Berk (Manisa. 1918-Bodrum, 2008) es una especie de poeta de ida y vuelta y de nuevas idas y venidas en la búsqueda de estilos. Europeizado por un tiempo, dio la espalda a la influencia cultural europea para trabajar la estética del otomano más clásico contra el que se había rebelado de joven. En su deambular por búsquedas diferentes llegó a practicar también, ya en edad avanzada, la poesía visual. Pero no sé casi nada de Ilhan Berk. Demasiado que Max me lo haya hecho conocer y me diga que además lo ha sacado en su blog. Siempre temo los hallazgos literarios, pero solo en el sentido técnico. Es decir que un libro y un autor bien hallado me van a llevar a conocer otras creaciones del mismo. Y el laberinto una vez más se abre, se extiende, me engulle. ¿No hay mejor tratamiento para la angustia y la incertidumbre que reconocerse en las palabras de los poetas y generar, si es posible, las propias?  Al fin y al cabo, ante los temores pre apocalípticos, tal como se pregunta y se contesta Ilhan Berk así también pienso yo:

"¿El fin del mundo? 
 - ¡El derrumbamiento del sueño y de la imaginación!" 

https://reptilector.blogspot.com/2019/09/el-poeta-turco-ilhan-berk-habla-del.html






Por lo que veo a Ilham Berk le iba el dibujo y la ilustración. El libro se acompaña con algunos de sus trabajos y se agradece.


jueves, 19 de septiembre de 2019

Naida. La blanca vecindad.




Naida me cuenta. Ayer me encontré con Emina. ¿La recuerdas? La conociste en una ocasión, en aquella exposición del pintor loco. Su estado de ánimo ha mejorado de manera muy visible. Debe ser porque ha ahuyentado en gran parte sus obsesiones. Desde que decidió, sin saber por qué, ponerse a escribir se ha ayudado mucho. Me preguntó por ti. Tengo aquí varios poemas que quiere publicar. Le apetece que los revise. Mira, lee el que titula La blanca vecindad.


Cuesta arriba, cuesta abajo
solo veo una ciudad silenciosa y blanca.

Las figuras poligonales como ríos de memoria
crecen y se incrustan entre los vivos que no olvidan
aún atónitos pero no incrédulos de cuanto aconteció.

Los otros nos miran desde el reino de la roca virgen
allá en lo más hondo de la tierra
donde se agitan por nosotros
advirtiendo que el horror nunca descansa
y no respeta a las familias, ni siquiera a las que dijeron
que ellas no se  habían metido nunca en nada.

No aconsejan. Gritan que nos prevengamos contra la infamia.

Los ausentes no envejecerán nunca
y el conglomerado mineral del que forman parte
abajo y arriba
seguirá abriendo su cuna universal
para que nazcamos de nuevo.

Contemplo cada día la blanca vecindad,
invoco muchos nombres conocidos,
y otros de los que nunca supe se presentan ante mí
y se mencionan en una secuencia de tonos alternos:
Harun, Adnan, Izet, Marija, Imram, Ado...
Yo imagino en cada uno su sonrisa, no la última
sino la que les llenó de vida.

Los nombres se repiten, los silencios se multiplican,
la sangre fue absorbida  por los cerebros de las nuevas generaciones.
Las voces ocultas toman mi voz y a través de ella
me piden que las proteja del anonimato.

Las laderas ofrecen las huellas del lamento.
En las calles el asfalto no puede tapar las pisadas antiguas.
Aún hay fachadas en que los agujeros de lo innombrable
se oxidan lentamente. Sin cerrarse. ¿Se cegarán alguna vez?

¿Seguirán nuestras plazas mecidas para siempre por las palomas
sin que el retorno de la ferocidad las ahuyente?
¿Acompañarán las cornejas el sosiego de nuestros quehaceres cotidianos?
¿Llegará un día en que los viajeros que nos visiten
proclamarán con su presencia que aquella fue la última vez
y que ya no habrá un nuevo desamor que nos divida?


Verdaderamente, es una manera muy sabia de conjurar sus fantasmas, digo a Naida. Y de rescatar a la ciudad con una intensidad afectiva. Muy emotiva, para qué negarlo. Si quieres puedes decírselo tú mismo, lo agradecerá viniendo de un extranjero, responde Naida. Y añade: las personas que narran lo vivido y a la vez imploran, incluso imaginan, con sus cantos otra vida ¿no se merecen que se rompa la antigua y cruel dialéctica de las aproximaciones y los rechazos entre los hombres? 



(Fotografía de Inés González)

martes, 17 de septiembre de 2019

Naida. Dos cuerpos juntos tan separados




Voy a cambiarme pronto de casa, le ha comentado Naida en aquel cuarto sombrío, de un silencio amable, íntimo. Y puede que incluso de ciudad. Aquella revelación en medio del calor de sus cuerpos desnudos desconcierta al hombre, también le estremece. Él piensa: si se cambia, la perderé. Pero ¿qué otra lógica podría haber en aquella relación improvisada, favorecida por el azar y sin embargo limitada por la irremediable valla de las dos edades? La distancia en ocasiones da, pero siempre quita, se dice a sí mismo, ahogado, confuso. ¿Qué podía esperar del destino sino la fortuna de estas semanas en que he estado tan cerca de Naida? Ella tan soberbia, yo tan imperfecto; ella tan flotante, yo tan fatigoso; ella tan ávida, yo tan conforme. Las comparaciones atraviesan su cerebro, antónimos desbocados que le hacen perder seguridad, pero no frenan el reverdecimiento de sus instintos. Contempla el cuerpo exultante de la mujer, tocado por la luz transversal de la persiana entreabierta. Mira fijamente los ojos fulgentes y nítidos de ella desde la tristeza y el apagamiento de los suyos. Siente de pronto la boca reseca y en la garganta una cuchilla hiriente que le impide emitir palabra. Naida retuerce los cabellos que se extienden por las sienes del hombre. Él aprieta una mano de ella, al hacerlo hace hablar a su mano y al sujetársela con intensidad retiene lo vivido. ¿O propone otra cosa? Naida lo percibe. Tal vez no me vaya todavía tan pronto, no puedo interrumpir el contrato. El hombre no sabe si lo dice para aliviarlo o si es una marcha atrás de una prueba que le ha puesto. Él busca argumentos a los que aferrarse, pero no es el momento para caer en angustias y se acerca más a la mujer. De pronto le habla con firmeza.  ¿Y si yo fuera allá donde fueras tú? Ya estás donde estoy yo, le responde Naida ajustando el cuerpo del otro con un movimiento hipnótico, resbaladizo. 




(Fotografía de Inés González)

domingo, 15 de septiembre de 2019

Música alegre para una tarde que busca el otoño




Hay tardes como esta que huelen ya a otoño, libres de exigencias, huérfanas de compromisos, algo que es una suerte, tardes de desconexión. Paso lento de horas en que no apetece acordarse de nadie, ni repasar qué hay que hacer al día siguiente. Tardes en que se hace necesario relegar los males, abandonar los agobios, desechar cuitas. Entonces te arriesgas a escuchar músicas que normalmente no oyes, músicas que tienen su carácter, porque el mundo es grande y el mundo ha parido tantas expresiones de sonidos como de palabras y quieres sentir cómo se fusionan en cantos. Es de pronto atractivo dar con grupos como L'Arpegiatta, al cual me entrego esta tarde. 







jueves, 12 de septiembre de 2019

Peregrinos somos, escribe Naida




"Somos peregrinos extraviados sobre nuestro suelo. Nada de peregrinos de las estrellas ni de las divinidades. Ni siquiera de una tierra prometida al estilo bíblico. Nuestra meta no es un lugar sagrado o un espacio cósmico, sino el futuro. Lo más incierto y enigmático. Caminamos constantemente con el solo objetivo del día siguiente, del año que vendrá, del futuro inaprensible. Perseguimos compulsivos y crédulos la conquista del Tiempo, que solo se burla de nosotros. Sus guiños los traducimos en ilusiones. Sus silencios en expectativas. Su inagotable demora en angustia. Damos apenas un paso y permanecemos a la espera con limitado y confuso control. Como si hubiéramos realizado un avance sustancial. Planeamos circunstancias del futuro pretendiendo que las estuviéramos llevando a cabo ya. Como si lo que estuviera por llegar únicamente dependiera de nosotros. Todos tememos quedarnos parados. no disponer de proyectos entre nuestras manos, no aspirar a lo que modifique y ascienda un escalón en la oscura y obsesiva persecución del más allá de hoy. Tememos la paralización porque nos espanta el fracaso. Buscamos el futuro como estúpidos, pensando que consolidamos nuestra vida, cuando en realidad precipitamos un tránsito cuya disolución estará más cercana. Pero esta peregrinación es nuestra irrenunciable tendencia de animales humanos. La inercia nos empuja, queramos o no. El crecimiento físico nos estimula, ahuyentando temporalmente el menor atisbo de decadencia. Es cierto que hay individuos que se evaden, o creen que lo consiguen, del mundo y del tiempo. De los espacios ordinarios y de las propuestas al uso. Que a su manera niegan el futuro. De ellos, unos buscan el aislamiento de la vida formal compartida con la sociedad. Otros recurren a sus invenciones y se recrean en ellas. Hablan de vías de estudio, de lectura, de ejercicios de redacción de diletante, de juegos sin solución que se exige vivir en presente. Dicen perseguir el conocimiento. Otros se alejan de cualquier tentación frustrante viviendo al día pasiones carnales y virulentas que, antes o después, les van a exigir ser fijadas en plazos temporales. Tal posteridad implicaría una traición a su particular vía de escape. ¿Cómo podría yo cambiar el objeto de mi peregrinación al vacío postrero?..."

Se interrumpe aquí este texto que Naida me ha entregado para que lo lea al atardecer. Léelo, me ha dicho, cuando estés solo. Es el comienzo de un relato que me he empeñado en escribir, aunque no sé muy bien para qué. Lo he escrito sin premura, sin precipitación. Revísalo tú de la misma manera. Si no lo termino no pasa nada. Escribir es también detenerse en la peregrinación, ¿no? Conjurar el futuro. Escribir es ausentarme y no ser yo sino a través de personajes y mundos imaginados. Eso me ha dicho la mujer cuando se ha despedido esta tarde.




(Fotografía de Inés González)

miércoles, 11 de septiembre de 2019

Max y el Simón el Mago de Danilo Kis para salvar el trago




No sé si Max tiene razón o no pero es curioso lo que escribe de vez en cuando. Lee libros, se pone en la piel de autores, eso me dice, para mantenerse a distancia de la realidad, no para olvidarse de ella, sino porque necesita cierta perspectiva para digerir, que no necesariamente comprender, lo que nos rodea. Yo suelo añadir en algún momento de nuestra tertulia, que no brilla precisamente por su condición abstemia, que además de distancia es más urgente preservar un cierto grado de calma. ¿Acaso está en nuestras manos ya no salvar al mundo, sino lograr siquiera salvarnos a nosotros mismos?, concluimos. Y nos reímos a lo bestia. De ahí que la última escritura en la que toma una cita de Danilo Kis, un autor al que he leído poco pero que Max me anima a que lo haga, tenga visos de actualidad o, si se quiere, de inmediatez. Nos circundan magos de pacotilla, aprendices de brujo y vendedores de humo, pero ¿no es que acaso les gusta esa serie de personajes al pueblo llano que se decía antes? ¿No gusta la gente de la carnaza, los espectáculos de feria que concitan posicionamientos de siempre con tensiones arriesgadas de ahora? ¿No pide el pueblo vacas como si el país entero fuera una fiesta? ¿Pereceremos todos en los fuegos de artificio de los desencuentros? Como se ve, Max también me contagia su dialéctica de preguntas con respuestas intrínsecas, no es para menos. Dejo aquí el enlace por si alguien se interesa en los devaneos de Max.


https://reptilector.blogspot.com/2019/09/sabio-danilo-kis.html



(Imagen de Simón el Mago en Saint Sernin de Toulouse, fotografía de Carmen Baena Yerón)

domingo, 8 de septiembre de 2019

Las palomas de Naida




No sé si son las aves más domésticas, pero sí las que más abundan en las ciudades, dice Naida por decir, para justificar nuestra inmersión en la plaza donde nos abrimos paso con estúpida cautela entre las palomas. Todo un mundo repleto de simbolismo, ¿no?, replico a mi amiga. Podría decirse que ellas encarnan aquello de lo que carecen o están deficitarios los hombres. ¿Será que nuestras insuficiencias nos han llevado a fijar en estas aves un valor y a concederlas unos significados que no nos hagan perder la esperanza de alcanzar algún día concordia entre nosotros? Ah, no te engañes, salta Naida. Desde las culturas más antiguas las palomas han sido elevadas a categorías diversas e incluso opuestas. Se han inventado para ellas imágenes simbólicas que encarnan virtudes, dones o sencillamente fenómenos que a los hombres les inquietan. ¿Lo dices por representar la paz y la armonía?, pregunto. Naida parece conocer el tema. Es muy recurrente esa imagen, y aunque triunfa hoy día ya estaba contemplada en ciertos mitos ancestrales, donde las palomas se muestran como anunciadoras del fin de las catástrofes. Pero si te dijera que la paloma también ha sido reivindicada como icono del amor carnal, ¿lo creerías? ¿O que muchos han visto en ellas un símbolo de fecundidad? Naturalmente, debe ser porque estas aves han estado siempre a la vista y acompañando la vida de las urbes. Pero también las ratas son leal y abundante compañía de los hombres y, sin embargo, suscitan rechazo. ¿Es su vida del subsuelo lo que las condena a no ver convertida su extrema y generosa fecundidad en un signo provechoso? ¿O el asco y el horror que sienten los humanos por ellas, al tratarse de constantes competidoras en reinos ínfimos donde solo acechan la enfermedad y la tiniebla? Es curiosa tu reflexión, Naida. Parece que los hombres han construido sus propias imágenes para exaltar lo que interesa a sus vidas y a sus esfuerzos. También traducen en símbolos lo que acarrea desgracias, riesgos o muerte, me corta Naida. Porque la paloma también es vista como símbolo de la muerte, y en muchas imágenes plásticas esa ave es el alma que huye del vivo. Ay el alma y el cuerpo, esa dualidad tan tradicional como nefasta con la que se ha pretendido dividir en dos al ser humano único. El mundo es muy extenso, amigo, y los tiempos históricos son más profundos de lo que parecen, sobre todo cuando han transcurrido y tratamos de interpretar su disolución. Pero han dejado sus huellas. Culturas orientales han depositado en la paloma esa propiedad tan deseada como discutible que es la fidelidad. O el ansiado anhelo de una larga vida. No hay una única línea de interpretación simbólica acerca de las palomas. Hay infinitas visiones, y por lo tanto versiones, sobre esos animales como las hay sobre otros en todos los mitos nacidos de una comprensión limitada del mundo. ¿Puedes entender que para unas culturas la paloma encarnaba la castidad, y para otras suponía la lascivia? Debo poner cara de sorprendido. Naida ataja mi carcajada en ciernes. Como decís vosotros, las palomas tanto valen para un roto como para un descosido. Cosa de los mitos, apuntillo.




(Fotografía de Inés González)

viernes, 6 de septiembre de 2019

Naida y la ciudad brumosa




Naida tiene por costumbre detenerse en cualquier lugar y de improviso. Contempla en silencio un recodo del río. Luego me transmite sus impresiones. No puedo negar que me gusta pasear bajo la bruma. Espero que a ti no te moleste. Hago un gesto de conformidad pero no digo nada. Sé que cuando algo le sugiere no es capaz de parar. A las ciudades hay que verlas más allá de las perspectivas que promocionan las fotografías turísticas, que acaban siendo imágenes comunes y poco ilustrativas. La gente no vive en los monumentos y muchas calles comerciales ya no son de vecindad. Tampoco hay que pasear las ciudades solamente en la estación más luminosa. Cada estación tiene su luz tamizada, única, sobre el paisaje. ¿Cómo desdeñar ninguna de sus manifestaciones? De la infinidad de veces que he recorrido arriba y abajo mi ciudad pocas he tenido la sensación de que se repetía. Al pasear uno sitúa en otra dimensión las calles y los edificios. O acaso es la mirada y la capacidad receptiva. Ahí la bruma logra un efecto que nos hace soñar, pero también meditar. ¿Ves cómo se tiene la sensación de que no estamos en la ciudad presente? ¿Y que de alguna manera, al difuminarse los contornos de lo urbanizado vamos hacia atrás en el tiempo? Con la bruma se disuelven los signos de nuestra modernidad y se nos brinda la imaginación de una ciudad que no ha recorrido todavía los últimos cien años. Pero desgraciadamente lo ha hecho, y con alto precio, y no solo para ella, le interrumpo. Oh, no destroces el encantamiento, me reprende Naida. No ha pasado nada. Estamos ahora mismo en hace un poco más de un siglo. Ni siquiera ha tenido lugar todavía aquel incidente que desgració durante décadas ante la opinión del mundo el nombre de la ciudad. Para muchos mi ciudad ha quedado siempre fijada como una fotografía al oprobio de un crimen célebre. Estarás pensando que las brumas no pueden detener la acción de los hombres, del mismo modo que tampoco saben contener nuestras dudas. Pero yo prefiero fantasear con que no ha tenido lugar lo que la historia nos cuenta que sucedió. ¿Quién puede impedir que yo fabule sobre la tierra que me parió?

Un destello rompe la neblina sobre el Miljacka. Como si la amarga verdad de los hombres sonriera irónica en los reflejos de la corriente.  




(Fotografía de Inés González)

martes, 3 de septiembre de 2019

Travesía de la noche con Naida




A lo largo de una noche se atraviesan varias luces, le digo a Naida. ¿Cuántas llevas atravesadas tú? Contigo no hay luz plena ni hay oscuridad total, responde ella difiriendo la pregunta. Es como si lo sombrío se hubiera quedado fuera, junto al callejón, y la claridad estuviera a la espera. Entonces, ¿dónde estamos nosotros?, digo agitado. Sin duda que en la penumbra unas veces, y en el lento albor otras. ¿Crees entonces que no cuenta la mirada sobre nosotros mismos aquí?, inquiero inquieto. Naida, por el contrario, asevera segura. La mirada es ahora equívoca. La calidez del tacto, no. Las palabras no saben expresar la travesía. El silencio, sí. El apresuramiento es repulsivo a las sensaciones. La lentitud las atrapa y unifica. Los aromas ajenos alejan los cuerpos. Los olores animales los acercan. La resolución vehemente fuerza. La actitud sosegada alivia. Naida me lleva a un terreno que desconocía. De pronto me doy cuenta de que no sé estar, que no vale mi iniciativa ni soy propietario de recurso alguno. La mujer me radiografía y me reconduce. ¿No querías estar conmigo para conocerme?, dice. Pues conocer al otro es algo que hay que aprender. Es muy usual utilizar al próximo para saberse y sentirse uno mismo. Pero ¿llega a conocerse uno de esta manera? ¿Se te ha ocurrido pensar que no hay mejor travesía que la que intenta abandonar el yo difuso que llevamos dentro? ¿Has pensado que acceder a una mujer es convertirte siquiera de algún modo en una parte de ella? No digas nada, y Naida me tapa la boca con la mano. Aguarda a que tu mente ignore del todo la oscuridad de tu deseo. Aguarda a que la falsa luz apague su último destello en tu instinto posesivo. Sabrás venir a mí cuando no te des cuenta de quién eres.




(Fotografía de Inés González)


domingo, 1 de septiembre de 2019

Mirando las musarañas en domingo, de la mano de Matsúo Basho




¿Somos viajeros del tiempo o de la eternidad? Creo que tanto lo uno como la otra son eufemismos de algo que medimos obstinadamente pero no terminamos de explicar. Aunque tampoco me importa. 

En el principio de Sendas de Oku, Matsúo Basho dice, por boca intermedia de Octavio Paz (en la edición de Editorial Atalanta) :

"Los meses y los días son viajeros de la eternidad. El año que se va y el que viene también son viajeros. Para aquellos que dejan flotar sus vidas a bordo de los barcos o envejecen conduciendo caballos, todos los días son viaje y su casa misma es viaje".

Una versión análoga y a la vez se me antoja diferente, la de Antonio Cabezas (en la edición de Editorial Hiperión):

"Los meses y los días son pasajeros de las edades, siendo también viajeros los años, que van y vienen.

Para los que dejan flotar su vida sobre un barco o envejecen llevando los frenos de los caballos, todos sus días son viaje y hacen del viaje su morada".

Yo me quedo pensando. Lo que dice Basho ¿lo dice Basho? Octavio Paz y Antonio Cabezas reescriben al traducir. ¿Qué estoy leyendo, entonces? ¿El tiempo o la eternidad? ¿Viajamos nosotros o viaja esa abstracción llamada tiempo? ¿Es nuestra casa-vida el viaje o es el viaje lo que hace nuestra casa-vida?

Mirando las musarañas quedo. Me agrada Basho.