Parece un brindis, pero no es un brindis, pero y si lo fuera, qué, nunca he comprendido por qué hay que hacer los brindis con champán, supongo que porque lo hacían los señores y las señoras bien y los obreros lo copiaban, ya se sabe, había que seguir los modelos de perfección, y mirar las pautas del refinamiento, eso es lo que ha gustado siempre a los obreros, cuando había obreros, ahora ya ni se sabe, yo no los veo, bueno sí cuando vas por una carretera y de pronto te paran porque están haciendo una obra y ves allí a unos tíos a pecho descubierto, y tampoco, porque ahora les ponen monos especiales y unos chalecos con bandas amarillas y hay pocos, sólo ves máquinas de envergadura, y así debe pasar en todas partes, en las fábricas debe ocurrir parecido, gente queda en las fábricas, porque yo tengo vecinos que me cuentan que trabajan en una fábrica, luego aún existen también fábricas, menos no sé, yo nunca vi muchas por aquí, y los que aún quedan en esas fábricas se pierden entre uniformes, cofias, gorros, mamparas, carretillas eléctricas y robots, qué cambiado está todo, y te enteras de que hay una plantilla cuando les ves ir a tomar café en pequeños grupos, pero ya no cuando entran ni cuando salen, porque aquellas imágenes de la película de Lumière y otras del mismo estilo ya no se ven, y miran que hacía bonito, porque aunque salían andando o en bicis, y con caras de agotados, y no te cuento los mineros, que daban miedo, además de negros no negros, la ausencia de sonrisa les delataba, y los cuencos de sus ojos resaltando entre la negritud carbonaria eran la mirada del odio, y no te acercases porque podía caerte un escupitajo, nunca vi escupitajos tan justos y precisos como los de los mineros, pues eso que al salir de aquel mundo oculto tras unas infames tapias en agrupación coral, rápidos, desplegados de un extremo a otro de la calle, cual manifestación innata, impresionaban y había algo inherente en ellos, una sensación de fuerza contenida que acaso ni ellos mismos valoraban, porque salían con ganas de ir a tomarse unos chiquitos de vino y el menos agotado a echarle un lance a la mujer, aunque esto era francamente improbable, esto quedaría postergado para el día que no se trabajara, y no te cuento si encima ese día no era posible ejercitar el desahogo, no me imagino el resentimiento mal reprimido con que algunos empezarían otra vez otra semana otra repetición, pero aquellas trombas de obreros siempre me impresionaban cuando era pequeño, y primero sonaba una sirena impresionante que nos sobrecogía a todos, y el portalón que se abría con decisión, y todos los chicos parábamos de jugar y nos poníamos a un lado, y algunos veían entonces a su padre y se iban con él y él ni caso, un frotarles el pelo y marchar callados, y algunos chicos presumían de padre, porque algunos padres salían con traje y corbata, muy pocos, sí, y no es que fueran gran cosa, pero se les llamaba oficinistas, y no parecían sudorosos ni tan enfadados y veloces como otros, y es que aquello no se olvida, y entonces lo de brindar, pues hombre, qué decir, nadie sabía qué era eso, lo propio era el vino, y sí, recuerdo que algunos decían salud, algunas veces, sin necesidad de alzar el vaso, o para levantarlo directa y rápidamente hasta los labios, pero aquello no se olvida sobre todo cuando te pones a beber cerveza, una tras otra, y te abstraes contemplando las máscaras que aquel tío que había navegado en un mercante te trajo hace siglos de mares de tebeo, porque aunque te hablaba de unos sitios llamados Java y Sumatra y China, a ti te parecía que nombraba países que sólo existían en los tebeos, hasta que en uno de esos retornos nada frecuentes, tu tío, del que nunca supiste por qué decían que era tu tío, te trajo un montón de objetos extraños, como las máscaras de no sé qué teatro de la China, y con ser misteriosas te resultaba más extraño que tu madre le llamase tu tío, cuando nadie del resto de la familia lo reconocía como tal, pero cuando venía me dejaba todo aquel montón de cosas extrañas que yo no sabía si las había comprado o las había dibujado para mi, y yo me quedaba en la casa de los vecinos de abajo, y entonces mi tío y mi madre se quedaban en nuestro piso, y debían quedarse a hablar de cosas de familia mucho rato, supongo, porque mi madre y mi tío se llevaban muy bien, y yo lo veía, veía cómo cuando bajaba todo contento por las escaleras con las máscaras y otros juegos veía como agarraba a mi madre por la cintura y me gustaba verles reir tan alegres, por eso estas máscaras, y esta cerveza que me revela los arcanos de un tiempo que me cuesta coger hasta en el recuerdo, y no es un brindis pero podría serlo, y a mi se me hace que es una campana de cristal a través de la cual se ve con cierta nitidez lo que no veíamos antes...