Te advertí respecto a Judith. Else habla y al mirarme me fulmina. Pero no me vengas con que te utilizó. A ti te convendría por algún motivo, aunque solo fuera por comprobar si su carne era más jugosa que la mía. No me enfadé por ello. No, no me interrumpas. Hablar de carne no es demérito alguno. Porque además no es el otro cuerpo la clave, sino el nuestro que reclama percepciones que no tenemos con personas habituales a las que queremos. Ahí te entendí. Lo que no me gustó tanto es que te sedujera su pasión política, lo que tú llamabas arrojo y decisión. ¿No teníamos esto los demás? Me sublevaba que te ocurriera a ti, que eres sesudo y razonador. ¿Querías demostrarla que eras capaz de entrar en la vorágine? ¿Esa era tu herramienta de seducción? Su pasión, también la denominaste mística juvenil, tenía mucho de impulso ciego y otro tanto de parafernalia. Le gustaba exhibirse y que la vieran. ¿O jugaba a joven líder que sabía acompañar su atrevimiento con la palabra incendiaria y comprensible? ¿Acaso no eran esas mismas armas las que usó en su persecución de Joachim? Si tú te dejabas arrastrar por tus apetencias sexuales, a costa de ignorarme, si te interesabas ofuscadamente y no lo ocultabas a ojos ajenos, ¿es que no veías cómo lo que pretendía era hacer ostentación de llevarse a la cama a un teórico, a ti, que empezaba a ser reconocido por tanta gente?
No, Joachim no se dio por aludido en esta táctica de Judith. Y no respondió al encelamiento que buscaba ella. Joachim tenía una idea exageradamente sacra del amor. No me cortes, ya sé que me vas a preguntar cómo lo sé. Lo sé porque también se cruzó en mi camino. Joachim vinculaba lo que los teólogos llamaban sacralidad y paganismo, algo que ya los romanos, por ejemplo, lo tenían más claro que los clérigos actuales y que en absoluto reprimían como estos. Joachim no exigía nada, pero daba cuanto estaba de su mano. No perseguía a ninguna mujer, pero sabía cuándo debía corresponder a quien veía sincera y desprendida y le buscaba. Joachim podía haber abusado más de su personalidad en ese terreno tan atractivo como peligroso, pero no entraba en sus normas ser un conquistador. Ni tampoco una presa fácil. Acaso Judith pensase que si él era alguien tan entregado a la causa colectiva también sería generoso en atenderla sentimentalmente. Y siendo ella consciente como era y no sabiendo renunciar a su capricho se desesperaba en la tolvanera de su propia obcecación.
No hace falta preguntarnos cómo acabó todo. El torbellino político lo oscureció. Hizo saltar por los aires las ideas, la cooperación y los sentimientos.