"...Y es que en la noche hay siempre un fuego oculto". Claudio Rodríguez





lunes, 28 de noviembre de 2022

Antígona: No he nacido para compartir el odio, sino el amor.




"No he nacido para compartir el odio, sino el amor".

Sófocles. Antígona, verso 523.


Aunque considero la utopía un engaño, si bien circunstancialmente la concebimos como acicate, uno quisiera verse alentado siempre por las buenas intenciones. Pero amor y odio, como éros y tánatos cotidianos, no pueden vivir sin necesitarse. Max llega hoy con el eco del filósofo de almohada. ¿Has descansado mal o es resaca?, le interpelo mientras le ofrezco un café bien cargado. Ya sabes, amigo mío, que me emborracho con mis propios devaneos, me replica endulzando su voz. Cuando leo a los clásicos me doy cuenta de que ahora no decimos nada que no lo hayan dicho ellos antes. Incluso sus búsquedas, aderezadas por aventuras utópicas, han cumplido su papel. Pero no sé si en nuestro tiempo todo resulta más complicado y arduo. Le doy cancha. ¿No volverías a tus ansias y anhelos de juventud, aun sabiendo que de nuevo errarías el tiro? Por supuesto. Siquiera porque tendría toda la vida por delante otra vez, y de esta manera las grandes posibilidades. Las de equivocarme pero también las de acertar y, sobre todo las de experimentar. Se vive de hechos, indudablemente, pero probablemente aún más de deseos que no se materializan jamás pero que nos invitan a sobreponernos a las adversidades. Antígona lo tenía claro.






* Información sobre este vídeo:


"Han elegido el antiguo teatro de Taormina y las laderas del Etna, cedidas amablemente por el parque arqueológico del parque arqueológico de Naxos-Taormina, para lanzar su mensaje contra la violencia hacia las mujeres. Son los alumnos del liceo Maurolico de Messina con la canción 'Canerà'. Filmaron el video el verano pasado y lo subieron a la red para el 25 de noviembre de 2022. El popurrí, a través del arreglo original de la maestra Agnese Carrubba y la ambientación inspirada en el mito de Antígona, la heroína griega que siguiendo la ley del corazón y de piedad realiza un acto de rebelión consciente contra el poder, quiere ser un himno contra la violencia y la opresión de todo tipo, un himno de liberación y un canto de esperanza para que la unión de los individuos, como la unión de las voces de un coro de jóvenes personas, pueden promover la armonía y el cambio hacia un mundo mejor. Una vez más, tras el éxito del videoclip 'I cento passi', que tuvo más de 150.000 visitas en las redes sociales, el coro Maurolico se ha comprometido a abordar un tema social fuerte y actual a partir de su identidad como coro en un clásico siciliano. escuela secundaria, operando una armoniosa síntesis creativa entre la música, la cultura clásica y el realce de la belleza de la zona. 

El video musical, 'Canerà', surge de la fusión de las canciones 'Lei' y 'Cantar'" del cantautor Alessandro Mannarino, a través del arreglo original de la maestra Agnese Carrubba, directora del Coro Maurolico y creadora del proyecto. La canción pretende ser un himno contra la violencia y la opresión de todo tipo, un himno de liberación y un canto de esperanza, la esperanza de que la unión de los individuos, como la unión de las voces de un coro de jóvenes, puede promover la armonía. y cambiar hacia un mundo mejor. La producción de este nuevo video fue posible gracias a la convencida identificación de los alumnos, que aceptaron con entusiasmo el proyecto y lo interpretaron, y gracias a la probada sinergia del equipo que, con el apoyo de toda la comunidad escolar, promueve la actividad coral. del Maurolico: la directora Prof. Giovanna De Francesco, la maestra Agnese Carrubba, la coordinadora Prof. Silvana Salandra"


(Tomada la información de la web archeologiavocidalpassato)


viernes, 25 de noviembre de 2022

El farero que fui (Memoria interrumpida)

 


En mi oficio de farero no me he aburrido nunca. La gente común tiene una idea falseada del oficio. Esto que escribo ahora es un pensamiento fugaz y no viene a cuento que explique en qué consistía mi actividad, que no era sino reflejo de la que llevaban a cabo todos los fareros del mundo. No es que no tuviera tiempo de aburrirme solo por exceso de cuidados y movimientos que implicaban el mantenimiento del faro. Tampoco mi misión consistía en ser un vigilante del horizonte, aunque debía vigilar que no fallara nunca la luz y prever la disposición y abastecimiento de las lámparas y la fuente de energía necesaria en todo momento. En aquella costa oscura de por sí, incluso en las horas diurnas, la luz debía ser una referencia viva e inquebrantable. No podría decir que los accidentes que tuvieron lugar en los farallones próximos estuvieran causados por descuido o dejadez propios de mi trabajo. Las malas lecturas de las cartas de navegación y la equívoca interpretación de las corrientes, a lo que habría que sumar la borrachera pertinente del capitán de los barcos accidentados, fueron en todas las ocasiones el factor que produjo naufragios y perecimientos. Pero tampoco es mi intención abundar ahora en los sucesos producidos en el pasado. Sé que al comentar que no me aburrí nunca estoy abriendo al lector un campo de interés sobre qué me impedía aburrirme, más allá de los trabajos. Pero la explicación es sencilla. La mera contemplación siempre me entretuvo. De día era la mirada sobre los cambios del cielo, los movimientos de las galernas que azotaban las rocas o el avistamiento de navíos. Jugaba incluso a apostar si estos variaban el rumbo por error o por interés que yo nunca podía determinar.  De noche se trataba de la escucha de aquel lenguaje que en el mejor de los casos era compasivo, pero con frecuencia se mostraba feroz, tal el que hablaba atropelladamente la acometida de las olas procelosas. Al principio las circunstancias climatológicas adversas me amedrentaban un poco. Más tarde fui haciéndome aliado de ellas, por la simple razón de atender sus solicitudes. Sé que no se me va a comprender, pero todo fue para mí mucho más llevadero a medida que emprendía un diálogo con la naturaleza exterior. Puede parecer un absurdo, pero no lo era en absoluto. Porque además aquellas conversaciones con el constante fluir del océano, desgastando día y noche los acantilados, eran variadas. El rugido incesante traía en unas ocasiones voces coloquiales de marinos que me relataban historias inconcebibles. Cuando tenían lugar guerras, emergían de las profundidades órdenes, agitación, estruendos de buques que eliminaban a otros buques. Los días claros proporcionaban reposo a mis propias emociones e imaginaba la lejana costa, y en mi imaginación la dotaba de unas características geológicas y botánicas a capricho. Decían que al otro lado había un continente distinto y yo me empeñaba en diseñarlo a mi manera. A veces incluso preveía la existencia de otros seres humanos que, emulando a aquel demiurgo mítico, trataba de representar a mi imagen y semejanza. Nunca leí libros para combatir las horas muertas, primero porque no había horas muertas y además porque aquellas lecturas eran complemento de lo vivido, cuando no de lo soñado. Como esto que escribo no es sino un mero apunte, un pensamiento ligero y pasajero, algo que no me preocupa porque la vida está repleta de momentos fugaces que se montan y se desarman por su propia inercia, 


(Aquí el farero interrumpe la redacción de su revoltijo de ideas, pues una alarma le fuerza a subir precipitadamente hasta el piso superior donde está instalada la linterna)


lunes, 21 de noviembre de 2022

¡Paso!

 


¡Paso! ¡Paso! Que no llego a la meta. ¿Y cuál es la meta? Toma, la de todos. Ah, pues entonces no corro. Te quedarás el último. Y qué, mira, ya hace tiempo que me propuse ser el farolillo rojo. Acaso me ha beneficiado en esta absurda competición de no llegar a ninguna parte. ¿De verdad que no has ganado nunca ninguna carrera? De verdad. Arrancaba demasiado pronto y me cansaba demasiado pronto. Me iba quedando atrás. Te descalificarían. No, pero casi; me dejaban seguir. Total, sabían que no iba a recuperar ni los tiempos ni las posiciones. ¿No te deprimía no ser siquiera del montón? No, si del montón he sido siempre, pero como nunca aceleré para adelantar a nadie ni di codazos me fui quedando atrás. Debía ser aburrido. ¡Qué va! Aprovechando ese último puesto paraba donde quería, me solazaba donde me daba la gana, y dejaba que me jaleasen, no sin sorna, desde el público que ya se iba a casa pensando que habían pasado todos los carreristas. Darías pena. No sé, eso de las penas y las lamentaciones son cosas de los que salen a ver la vida como espectáculo. Pero tú también te veías inmerso en el espectáculo. Digamos que siempre he montado mi propio show para mí. Pero nunca me he dado pena, porque, sabes, uno tiene su propio secreto. ¿Cuál es?...¡brrrum, brrrum! No te oigo. ¿Cuál es? Maldito ruido el de la moto. 



domingo, 20 de noviembre de 2022

Conmigo que no cuenten

 


Conmigo que no cuenten. Ni el espectáculo, ni el negocio, ni la política totalitaria, ni la televisión, ni la prensa, ni la política que mira para otro lado, ni el aficionado de sillón y cerveza, ni la selección española de fútbol, ni el repugnante silencio colectivo, ni los beneficios empresariales...ni ni ni...




Ni los que lanzan consignas bienintencionadas pero ingenuas, que casi nadie va a seguir. Conmigo que no cuenten. Sé a qué atenerme.



miércoles, 16 de noviembre de 2022

La notte (Habla Buonarroti)

 


Doblegas al día, aun sabiendo que este va a liberarse de tu pie firme. Yo, aquí abajo, te contemplo entregado a tanta exuberancia. Aplástame, soy un fervoroso tuyo que reclama de ti voracidad generosa. En tu afán dadivoso me entregas esos hijos que son los sueños. Yo te devuelvo el favor tallando cada palmo de tu cuerpo, puliendo sus redondeces, disponiendo que los miembros sobre los que te recoges sean capaces de madurar las horas. Te recreo como noche pasajera que algún día será eterna. Algunos dicen que te he exaltado con un cuerpo hercúleo, con ecos de virilidad que ceden a los atributos más frutales. Retorcida sobre tu propio regazo ¿duermes o permaneces en disimulada vigilia? No representas el cansancio propio, porque no lo tienes, sino el de todos los hombres, de cuyas limitaciones no siempre son conscientes. No eres tú quien se sumerge en el silencio, sino ellos, cualquiera de nosotros que solo vemos en ti el don del descanso y pocas veces la virtud de la belleza. La belleza no tiene por qué ser siempre activa. La pasividad de las horas con que nos obsequias contiene una hermosura misteriosa. Alguien dijo que así es el encanto de las tinieblas. Y sin embargo los hombres anhelan huir de ellas, a pesar de que constantemente recurren desbocados a sus tentadoras promesas. ¿Es el extravío el precio de la búsqueda? Si te quiero magnífica en tu exultante abandono es para que los hombres comprendan tu valor impagable. Unos no desearían salir de ti jamás. Otros te rehúyen como si solamente en el día les fuera la vida. No soy tu artífice, soy tu servidor. Que haya incorporado en tu proximidad la imagen del relevo, cegado por la luz exterior, es para que cuantos te contemplen perciban las diferencias. ¿Te gustaría que tal alternancia no existiera? Entonces, ¿qué sería de la vida y las obras de los hombres? ¿Qué sería de ti misma?


- Atiéndame, maestro, que le veo abstraído. ¿No le parece que simula el día caído en lugar de la noche en auge? 

- Tú pule y calla, que sé lo que me traigo.




* La noche, representada en la tumba de Julio de Médicis. Sacristía Nueva de la Basílica de San Lorenzo, en Florencia. Obra de Miguel Ángel Buonarroti.

martes, 15 de noviembre de 2022

sábado, 12 de noviembre de 2022

Aux espagnols...O la caída. Y también Baltasar Lobo

 


Cuando paramos en Annecy y vimos la escultura de Baltasar Lobo pregunté a Sandrine. ¿Es un hombre que cae o un hombre que se resiste a caer? ¿Qué opinas? Mi amiga me interpeló a su vez. ¿Por qué tiene que caer un ser humano para ser consciente de lo irreparable que es la vida? Además,  ¿hay alguna caída  que no suponga de algún modo un hundimiento? No sé, respondí. Dicen que hay caídas de las que uno se levanta, pero yo creo que después ya no es el mismo. No hay caída limpia. Si se sobrevive quedan marcas. En esta escultura el héroe está cayendo. Empieza a sentirse ausente. Sugiere una parada en el tiempo imperceptible, sin que dé oportunidad de ser medida. Y menos evitada. Acaso a ese gesto en que el cuerpo parece dispersarse, tratando de atrapar el aire, se le pueda llamar resistencia. Sandrine se sujeta a mis palabras. Esta obra exalta, o al menos reconoce, a unos hombres y su acción, en pos de una verdad, dice. Pero ya Albert C. señaló que la verdad es enigmática, huidiza, y está siempre pendiente de ser conquistada, También dijo a continuación, matizo, que la libertad es peligrosa y resulta dura de ser vivida, Sandrine, sagaz y observadora, calcula con la mirada los ángulos de la estatua. ¿No crees que la condición del hombre es la de mantenerse en un perpetuo escorzo?




jueves, 10 de noviembre de 2022

La noche

 


Llegas hasta aquí, apagándote, y dices: soy la noche. ¿Cómo sé que eres la noche, la verdadera noche?, te pregunto. Mírame y si me ves, replicas, me desdeciré. Entonces yo agudizo la mirada y digo: no te veo, no veo nada. Déjame probar con otro sentido; tal vez no todo sea tan oscuro. Lo aceptas. Extiende las manos si quieres, y si rozas algo sabrás si te estoy engañando y si solo se trata de un juego. Alargo los brazos, trazo con mis manos rutas invisibles, mis dedos bailan con frustración en medio de un espacio que no reconozco. Quiero percibir con mi olfato tu presencia, insisto. Si llegas desde el mar olerás a sal, si desde la selva me invadirán fragancias múltiples, si bajas de una nube ventilarás mis pulmones con el renovador aroma del ozono. Prueba, pero no me culpes si te decepcionas, te muestras comprensiva. Ningún olor denota presencia alguna. Aún puedo indagar con la capacidad de mi gusto si llevas en ti la textura del cereal o la dulce esencia de la vid o la sólida calidez de unos labios, digo vergonzante. Pero mi boca está acre y seca. He aquí mi pensamiento, que te elige y te distingue, y me dice que no eres la noche, afirmo como último recurso. Entonces las ideas transcurren laberínticas y me confunden. Tú te compadeces: no hay sentidos que puedan captar la materia de la noche, no te esfuerces más. Al menos te oigo, salto ocurrente; tú me hablas y yo escucho cómo cortas, cauta y mesurada, el silencio; luego no eres la noche. Solo una suplantadora. No, no me oyes, elevas firme la voz. Solo te escuchas a ti mismo, perdido y sin retorno. Fugado más allá de donde terminan todos los anhelos. 



lunes, 7 de noviembre de 2022

Miedo. Miedos

 




















Descubrimos en la edad más temprana al compañero de viaje. Sin duda la brusca salida del hogar en que nos estuvimos horneando ya nos lo diera a conocer. La que nos abrió la puerta trató de ahuyentarlo con su arropamiento, su palabra dulce, sus miradas deleitosas, su sonrisa letificante, su ubre generosa y cálida, su regazo siempre ardoroso, sus cuidados. El compañero de por vida jugó a salir y a esconderse. A vestirse con nuestra piel y a apropiarse de nuestras emociones. Unas veces habrá sido una señal. Otras, un espectro turbulento y obsesivo. Las más de las ocasiones una sombra. Si la criatura no reaccionaba a estímulos alternativos el compañero podría convertirse en su enajenación. 

A medida que afrontamos la vida descubrimos que se trata de un compañero plural. Aunque singularicemos para cada paso concreto nos parece que hay tantos acompañantes como pasos. No nos engañemos. Es el mismo aunque se revista con una imagen diferente para cada ocasión. 

Ese compañero vitalicio es conocido como Miedo. ¿Tiene historia el Miedo? ¿Son capítulos de esa historia individual -y ojo, también colectiva- los Miedos? Nacemos y sucumbimos con un compañero de viaje al que sorteamos constantemente. Que nos acecha, nos acosa, nos maltrata, nos acompleja. Nos reduce. Quedará huérfano cuando ya no estemos. En su desamparo, egoísta mas equivocado, presumirá irónico: cuánto me echaréis de menos. ¿O él a nosotros, a fuerza de haber perseguido siempre que nosotros hubiéramos sido solo él?



(Pintura de Peter Birkhäuser)

viernes, 4 de noviembre de 2022

Diálogo equino

 


- Parece mentira que seamos amigos perteneciendo a mundos tan diferentes.

- Más que a mundos, a clases, porque tu altanería no tiene precio.

- Pues anda que tu ordinariez, que yo no deseara para mí, no te permite levantar un palmo del suelo duro.

- Mi ordinariez está labrada por un hombre digno y cabal.

- ¿Y qué crees? ¿Que mi majestuosidad no la han hecho artesanos sencillos, aunque, eso sí, con mucha calidad en sus manos?

- La calidad no se mide solo por la expresión de las formas resultantes.

- Ahí llevas razón. Pero no olvides que yo nací para un templo, pero tú...

- Yo nací para habitar el corazón de los hombres comunes.  

- Pues ante mi presencia se han admirado también las gentes de más baja condición, aunque a distancia, y los más poderosos y cultos de la ciudad. ¿Podrías tú decir lo mismo?

-  Yo no tengo que alardear de nada. Me gusta ver, oír y no relinchar. Tú pareces estar en un perpetuo relincho. Tantas ínfulas te harán merecer contemplación de los humanos, pero algún día serás ruina, como todos los humanos.

- En eso devendremos todos, pero mira que han pasado dos mil quinientos años y aquí sigo, mermado mas exultante.

- No te tengo envidia por tu condición y me alegro que te parieran aquellos talleres clásicos, a cuyas obras no se puede poner objeción. Pero si yo existo es porque un hombre de cincel de no hace mucho tiempo tuvo como referencia el hacer del siglo de que procedes.

- Lo admito. Además tampoco se trataría de intercambiar nuestras posiciones, ni en tiempo ni en espacio. También a mí me asombra la mente y las manos de quien en tu testa más reducida rinde culto al caballo. Al fin y al cabo, ¿no es lo más importante que seamos evocados a través de los siglos, con todo el servicio que hemos hecho a los humanos? ¿O crees que cuando me colocaron a mí en un templo no tuvieron en cuenta que no podían prescindir de nosotros?

- Me cuesta hacerme a la idea de lo que había en la mente de los hombres cultos y de los artistas en tu tiempo, amigo mío. Pero el mero hecho de haber llegado a nuestros días dice a favor de ellos también. Los hombres nos usaron hasta extremos brutales pero también nos han reconocido. Hay infinidad de obras de arte en la que el caballo vale tanto o más que el caballero.

- Ya sabes lo que decían de nosotros siempre. Nos llamaban los nobles brutos. ¿Qué querrá decir eso, cuando ni siquiera ellos saben ser nobles y sí extremar su brutalidad?

- Lo mismo me he preguntado yo siempre. Los humanos convierten todo lo que tocan, sea de la materia que sea, en uso y abuso. Nosotros, mientras les hemos servido hemos sido considerados. Pero el precio que nuestra especie ha pagado es semejante a la que muchos de los humanos jóvenes han pagado también cuando han sido enviados al matadero de las guerras.

- Vaya, así que equinos y humanos estamos hermanados en la desgracia.

- La nuestra siempre es mayor, no lo olvides.

- Hoy confraternizamos aquí, pero mañana nos separarán. Echaré de menos nuestros coloquios.

- Quién sabe si no nos volveremos a encontrar en otra ocasión. No te emociones.

- Quién sabe. Este relincho de ahora es a tu salud.







* Cabeza de caballo en actitud de relincho, hallada en Civita Lavinia, Lacio, obra griega del siglo V a.e.c. Copia en el Museo de Reproducciones Artísticas, Casa del Sol, Museo Nacional de Escultura de Valladolid. // Cabeza de caballo del escultor Baltasar Lobo, en la exposición de 2018 Baltasar Lobo, un moderno entre los antiguos, en el espacio de la Casa del Sol.



martes, 1 de noviembre de 2022

El cuentista

 



"No divulgues tus propios secretos, sería como demoler tu choza".

Dicho bosquimano.


De aldea en aldea, el hombre de las greñas iba contando cuentos. Llegó a una de ellas, en la linde de aquel desierto que no tenía intención de retroceder y atemorizaba a muchas tribus.

Reunió primero a los niños y a los ancianos. Aquellos, excitados. Los ancianos, escépticos. Todos expectantes. 

Los adolescentes de ambos sexos se mantenían primero a distancia para reafirmar que no pertenecían ni a una edad ni a otra, pero luego se sumaban al grupo con prepotencia juvenil y no escasa curiosidad.

Era la hora del ocaso. Las mujeres se compinchaban para no ir a la zaga y asegurarse su propio espacio de suelo. Los hombres regresaban de la caza. Los perros se movían inquietos, ilusionados por ver reunida a toda la aldea en torno a la fogata.

Soy el cuentista de la piel de leopardo, comenzó el hombre recién llegado. No he venido a narrar nada que yo me invente, sino a escucharos a vosotros que sois los verdaderos hacedores de las historias de la vida.

El público quedó desconcertado. Se suponía que era el cuentista de la piel de leopardo quien les tenía que traer el espectáculo. Porque ellos, todos los habitantes del pueblo, ya se habían contado unos a otros infinidad de experiencias. Se conocían lo suficiente como para no verse como objeto de narración alguna.

Entonces, ¿no nos vas a contar nada nuevo?, le interpelaron con malhumor varios vecinos. ¿No nos vas a hablar de otros territorios y de las costumbres que allí tienen sus moradores? ¿Nada nos vas a decir sobre los riesgos y vicisitudes que padecen cuando tienen que salir de caza o sufrir las consecuencias de las tormentas? ¿Ni siquiera podemos saber cómo son los sueños de quienes habitan a distancias alejadas? El cuentista sonrió. ¿Qué creíais? ¿Que mis historias son consecuencia de mis propios sueños? ¿Que lo que he visto en otros lugares es muy diferente a lo que veis vosotros todos los días? ¿Qué otros sueñan lo que vosotros no soñáis?

Hagamos un pacto, les dijo. Aquel de vosotros, no importa la edad ni si es mujer u hombre, que tenga algo que relatar con interés o que nunca se lo haya dicho a nadie, que lo exponga aquí. Yo tomaré nota y le daré forma de cuento.

Aquella propuesta levantó suspicacias. Se suponía que no había secretos entre los pobladores y que todos sabían todo de todos con naturalidad. Además, ¿quién podría abrir la boca sin quedar en entredicho? ¿Quién iba a revelar los pensamientos y deseos díscolos, si es que los tenían, sin ser objeto de la burla general? 

Pasó un tiempo breve que a todos les pareció larguísimo y nadie habló. Bien, dijo el hombre de la piel de leopardo. Vuestro silencio me ha sugerido un cuento nuevo. El pueblo que no quiso hablar, lo titularé. O bien: los pobladores del silencio. O acaso: los nativos que desconocían los secretos. Y lo iré relatando por ahí. ¿Os gustaría que en otras partes os conocieran como los mudos?

Es que aquí los secretos no existen, exclamó de pronto el que parecía tener autoridad en la aldea. El cuentista lo interrogó enérgicamente con la mirada. Puede no llover, dijo. Puede no haber caza. Puede no vivirse una vida larga. Pero los secretos anidan en el corazón y mientras se alimentan, aunque no seáis conscientes de ello, cada individuo está a salvo de que los peligros de la vida destruyan el alma única que tenéis cada cual. 

Entonces, uno de los hombres de mediana edad musitó algo que no alcanzaron los demás a escuchar, pues fue cortado de inmediato por el viajero. Hacéis bien en callar. Los secretos no se pueden traicionar. Contarlos sería traicionarse a uno mismo. El secreto pone a prueba la fidelidad que cada cual debe preservar y la integridad con la que debe corresponder. Es, a su vez, un escudo protector. Os voy a narrar ahora una historia sobre el hombre que vendió sus secretos, pero que ya no pudo vivir en paz.

Ni un movimiento, ni un murmullo. En ese instante solo se escuchó el crepitar de las llamas. Ningún perro ladró.

 



* Máscara de una sociedad secreta del Reino de Oku. Museo de Arte Africano. Fundación Alberto Jiménez-Arellano Alonso. Universidad de Valladolid. Palacio de Santa Cruz.