"...Y es que en la noche hay siempre un fuego oculto". Claudio Rodríguez





martes, 28 de marzo de 2017

Bosníaca. Huellas





Un antiguo francotirador arrepentido hace pedagogía a la contra en un corro de hombres de edad, mayormente. La metralla de las casas son huellas. Pero no hay que seguirlas, pues no conducen a ninguna parte. Pero no hay que borrarlas, cada vecino debe tenerlas a la vista por si se vuelve desmemoriado. Y para que los que tuvieron que irse vean algo más de lo que oyeron. Y para que los que sobrevivieron reflexionen sobre el odio y su espiral sin salida. Y para que el viajero que viene a visitarnos sepa que la historia no son los libros ni los relatos sino las heridas infligidas y sufridas. Esos agujeros, dice el arrepentido con complejo de culpa, son cordones umbilicales que nos vinculan a nuestra propia barbarie. Aún nos atan a ella y no acaban de cicatrizar y caer. Muchos no quieren cortarlos porque no ven la barbarie como el cuerpo madre. Aún buscan en sus tradiciones e identidades la justificación. Ni perdonan ni se arrepienten. Por ellos las fachadas de muchas casas se habrían revocado borrando los boquetes. Yo mismo causé la historia de este modo tan destructivo. Porque, en contra de lo que es creencia generalizada, la historia no se hace ni se escribe, se causa, se provoca. Se vive con el riesgo al acecho en su propio embrión. ¿Por qué la historia acaba siendo siempre devastación? Mientras habla en la tertulia escucho comentarios. Desde entonces está trastornado, dicen algunos. De qué se arrepiente, a buenas horas, dicen otros. El mal sí se hizo y él fue de los que lo ganaron a pulso, desvaría uno desde el rincón. Ahora dice que es de los nuestros. ¿De los nuestros y se obstinó desde aquel nido a hacer la vida imposible a los que iban al mercado?, le disputa otro. Él, que ha oído cada opinión, y ha escuchado ya tantas, no se atreve a llevarles la contraria. El maestro de la escuela cercana, que no es ni joven ni viejo, me lo aclara. No es un hombre muy hablador. Estuvo varios años preso, luego desapareció de la ciudad. Hace lo posible para pasar desapercibido, pero a veces viene a la plaza y se siente extrañamente obligado a perorar. Los turistas le hacen fotos y él les muestra la metralla en muros y taludes, y les acompaña por la orilla del río. No pide dinero, aunque está en la miseria. Cuenten en sus lugares de procedencia lo que les cuento, les dice a cambio.      

 


(Fotografía de Inés González)



sábado, 25 de marzo de 2017

Bosníaca. Mirada




Las últimas nieves se resistían a desaparecer. ¿O no eran las últimas? Desde aquella altura yo veía el cielo que se precipitaba con brusquedad sobre la ciudad y me estremecía. ¿De temor o de placer? Las nieblas descendían, atropellándose, borrando a su paso el bosque, los edificios y, lo que era peor, la historia misma. Fue en ese instante cuando caí en la cuenta de que la oscuridad siempre había estado presente. Que si las tormentas y las estaciones y todos los elementos de la atmósfera habían repetido hasta la saciedad su caos y circunstancialmente habían restablecido su armonía para de nuevo volver al caos y así desde el principio, antes de que el lugar fuera poblado, desde antes, mucho antes, de que hubieran llegado animales y hombres de paso primero, a asentarse más tarde, me di cuenta de que también los hombres se habían disputado con la más abominable vehemencia territorios y posesiones. Desde sus aristas cubiertas de creencias vacías con las que pretendían justificar su existencia, pero pretendiendo, en realidad, imponer sus dominios, los mismos seres humanos llegaban disfrazados. Unos a otros pretendían hacerse ver como seres diferentes, y se amparaban en sus colectividades particulares, sacralizándolas. Unos a otros trataban de imponer sus limitadas razones, sus demediadas verdades. Desde aquella altura yo no solo contemplaba el caserío silencioso y apocado. Miraba sin querer, por inercia, el pasado, eso que unos y otros llaman historia y la magnifican y la cantan para su propio punto de vista. Nadie de los hombres enfrentados, hoy subrepticios y alimentando con ideas irredentas su presente, quería ver lo acontecido en siglos como si se observara la naturaleza. ¿Por qué coincidían en interpretar los fenómenos de ésta y no osaban ponerse de acuerdo en sus propios asuntos? Por qué no eran capaces de trascender, de superar diferencias, cerrando el pasado de sangre, ellos que no eran tan distintos? Aferrados a símbolos, a ritos, a invocaciones, a ideas falsas, cada cual vociferaba sobre el otro, como si no hubieran aprendido lecciones dadas anteriormente. Yo miraba la ciudad y acaso me equivocaba. Erraba al verla como maqueta, como un juego, como una belleza que pudiera existir y redimir por sí misma a cuantos seres habían contribuido en parte. Pero ¿qué otra cosa podía hacer sino asombrarme?




(Fotografía de Inés González)




miércoles, 22 de marzo de 2017

Bosníaca. Equinoccial





La aurora se mostraba fría. La nieve de los tejados se deshacía sordamente. La voz del muecín iba quedando atrás. La hojarasca crujía. La helada había quemado la vegetación. El lago amanecía más verde. No soplaba viento. Música de los pequeños ruidos del bosque. Ella estaba sola. Me senté a su lado. La miré con cautela. La hablé con dulzura. Ella hizo oscilar sus pétalos. Me sobrecogí. La luz, más consistente, logró prender su pequeña llama. Luego permaneció quieta. Me miró con sorpresa. ¿O fue con desdén? Se abrió lentamente. Quién eres tú, dijo de pronto. Por qué has venido desde tan lejos, preguntó con curiosidad. No sé, respondí. Tal vez ya he estado antes aquí. Y tú no lo has sabido. ¿Vas a quedarte esta vez?, dijo con voz apocada. Yo estoy siempre pero nunca me quedo. Si me quedara dejaría de estar y entonces me odiarías. Se hizo silencio entre nosotros mientras los hierbajos chasqueaban bajo mis pies. No odio al que viene a buscarme desde lejos, dijo al fin. No odio al que me espera. No puedo querer mal a quien me observa con placer y goza de mi compañía, aunque sea efímera. El tiempo de la contemplación nunca es fugaz si no queremos que lo sea, le corrijo. Si el mirar es intenso se queda dentro de nosotros. Si no me muevo de aquí dejaré de ver. Necesito ir para volver. Necesito atravesar la cordillera para urgir mi retorno. Sé que no seré el mismo después de marcharme, digo. Por eso vengo a verte, para ser siempre otro. Entonces la pequeña llama irradió sobre mis pupilas, como si tuviera delante un desierto rojo. Si quisiera, dijo, ahora mismo dejarías de ver. Pero tú morirías al instante, le repliqué. Y tú vagarías sin encontrarme. Es que no habría nada que encontrar, le respondí nervioso. No habría nada que mereciera tu búsqueda, arguyó iracunda. Cuando la visión del desierto desapareció y mi retina quedó limpia sentí congoja. La seca vegetación crepitaba. A ella no la vi más.       



(Fotografía de Inés González)


martes, 21 de marzo de 2017

La poesía de mi vida por excelencia, sin dudas




En esa moda o fiebre o manía o interés comercial o apaciguamiento de conciencias indomables o combate contra el aburrimiento por celebrar algo cada día del año y a veces más de una celebración en el mismo día, dicen que hoy está declarado como el Día Mundial de la Poesía. ¿Será por la primavera que ha venido y que por estos pagos parece invierno? "Ah, ladina primavera/ cuántas sonrisas sin rostro/ inmerecida fama/ pues incubaste tu floración en secreto/ contenida y sagaz/ hasta irrumpir un día de estos por las calles/ cual exhibicionista seductora", canta el vate que me invento.

Si tuviera que elegir una poesía que me ha afectado positivamente en mi vida, no me cabe duda, elegiría la de Samaniego. Fue la primera que me aprendí. No, miento, la primera fue:

"Jesusito de mi vida,
eres niño como yo,
por eso te quiero tanto
y te doy mi corazón".

Pero no sé si se considera poema, jaculatoria, oración o invocación, y en cualquier caso era cursi y estaba destinada a la intimidad familiar. Que yo sepa nunca la declamé en público escolar. Puede que sí lo hiciera ante alguna visita, inducido por mi familia para que los foráneos comprobaran mi angelical y ya acendrado fervor religioso. 

Volviendo a Samaniego. La suya la aprendí pronto porque nos la enseñaron a toda la clase y nos motivábamos en canto coral. Nos gustaba, pues era, nos parecía, jocosa. Porque rimaba como en aquel tiempo nos gustaba que una poesía que se preciara debía rimar. Porque era cortita. Y musical, ya que alargar el final de cada verso parecía escaparse hacia los cerros de Euterpe en lugar de por los de Erato. Porque invocaba a nuestros ancestros, sin que aún supiéramos que lo eran. Porque en nuestro subconsciente nos provocaba una identificación con otra especie, aunque aún no supiéramos qué era el subconsciente y Samaniego tampoco supiera definirlo, si bien seguro que lo intuía. Porque el mensaje nos calaba. Moraleja de fábula. Porque a estas alturas enternece el recuerdo de la parte bonita de la niñez.  Porque, y éste es el valor de la poesía que le dura a uno toda su vida, la conclusión sigue estando en activo. Aunque ya no se tenga claro si se debe arrojar el fruto amargo, comerlo a regañadientes, o dejarse los cuernos en el embate con las dificultades.

Félix María Serafín Sánchez de Samaniego Zabala estaría muy contento de que en el Día de la Primavera Poética yo eligiera su poema. Esperen. Me subo a una banqueta para que me vean y oigan bien todos. Ahí va (previo carraspeo)


"Subió la mona a un nogal,
y cogiendo una nuez verde,
en la cáscara la muerde.
Como le supo tan mal,
arrojóla el animal,
y se quedó sin comer.

Esto suele suceder
a quien su empresa abandona
cuando encuentra, como la mona,
un principio al que vencer".


(Me aterra un poco mi propia voz ya cascada) Por cierto. Ha sido toda una concesión que yo celebre un Día ad hoc, de los que marcan los corporativistas de turno; ya saben, deberían saber, que soy partidario del recatado y tranquilo día cotidiano. No siempre conseguible.





domingo, 19 de marzo de 2017

Ese manto diáfano



En Largo Barão de Quintela, en Lisboa, hay un grupo escultórico dedicado al escritor Eça de Queiroz. Un hombre, el autor sin duda, sostiene el velo con el que trata de recubrir a la verdad. ¿De qué se cubre la verdad? Con la cita que comienza el prefacio a su novela La reliquia,  Eça de Queiroz pretende aclarárnoslo. "Sobre la robusta desnudez de la verdad, el manto diáfano de la fantasía", abre su invención narrada. El escultor Teixeira Lopes la tomó como axioma para convertir la frase en alegoría. En la base de la escultura está grabada. Pero, naturalmente, cuando la literatura habla de verdad y fantasía no siempre habla de la verdad ni de la imaginación mundanas.Del uso y desvarío con que los hombres practican la exhibición o la ocultación de las verdades. Sino que recrea ambas, en un extremo u otro de sus coordinadas. Oímos muchas veces: la buena literatura o el buen cine saben tratarlas y mostrar ante nuestros ojos lo que a nosotros nos faltaría en perspectiva. capacidad de elección  y diferenciación. Tal vez. Eça de Queiroz sería consciente de ello, por esa razón él se refería con preciso calificativo a un manto diáfano. Y sin embargo al paseante de la ciudad y de la vida le asaltan las dudas. Si la verdad es obvia, sincera y transparente por sí sola, ¿de qué hay que recubrirla, por muy sutil que resulte la prenda casi invisible que se pretenda extender sobre ella? ¿Con qué fin hay que dotarla de un velo traslúcido? ¿Para disimular su natural dureza? ¿Para rebajar el dolor que causa saber lo que desencadena las obras de los hombres? Acaso la cita del escritor sea solo un recurso literario para rebajar el tono bastante contundente de sus obras, donde no oculta sus ideas y sentimientos, en un tiempo en que la sociedad portuguesa no era tan librepensadora como él mismo. Si fuera así, mis reflexiones sobrarían. Pero la fantasía puede ser a su vez un manto que se impone a las verdades y que tomamos muchas veces como el acontecimiento auténtico. ¿La fantasía como sucedáneo de la verdad? Los abundantes ejemplos cunden. Esa multiplicidad de inventos audiovisuales e informáticos, que se apoderan de las horas de tantas personas, el enganche a móviles y a redes sociales, ¿son un manto sutil, transparente, o una cortina opaca que desluce la verdad? Y esas últimas modas, nada nuevas por cierto, de la posverdad, la neolengua, la distracción y el equívoco en narrar la historia, la negación en definitiva de lo visible y palpable, ¿no enlazan con las viejas creencias y mitos por los que algunos siempre han estado interesados en que los seres humanos no seamos libres jamás? (un imposible, acaso)




sábado, 18 de marzo de 2017

Vade retro, olvido




Encuentro este libro, mejor dicho, me encuentro con este libro, editado hace unos años. Un libro no es algo que sólo cae en nuestras manos. Es también y, en este caso u otros sobre todo, un libro con el que, acerca del cual, a través del que, por medio de...nos topamos con hallazgos que afectan al relato de nuestro propio pasado y a las consecuencias de haber vivido una época, un país, una serie de ámbitos, una multiplicidad de relaciones humanas en fin.

No siempre, ni mucho menos, un libro cuenta la verdad. Cuenta la versión de un autor o las versiones recogidas que pueden ser solo testimonios, que ya es mucho, pero no interpretaciones, lo cual es más complicado. Pero yo no traigo aquí un libro determinado por el contenido, que en este caso, fuera del marco de mi ciudad a pocos interesará, sino para hacer cierta reflexión muy simple. Tiempos de vade retro, de batallas ilusas y guerras perdidas, de confraternización amable y debates no siempre con los pies en la tierra y el horizonte como perspectiva. Explicarse no debe ser nunca justificarse, aunque ambos ejercicios deban tener lugar.

Miro la portada del libro y en lo que pienso realmente y con interés no es en el acontecer de algunas historias arriesgadas que el autor osa narrar, con mayor o menor acierto, no obstante la buen voluntad por contarlas, acerca de individuos conocidos u otros sobre los que apenas oí hablar. La portada me invita a un cálculo aritmético muy sencillo. Menos épico, menos político, pero no más trivial. Y me pregunto. De las once personas que figuran en la portada, ¿cuántas quedan vivas? Extiendo la palma y utilizo los dedos como en un aprendizaje. Una, dos, tres...¡cuatro! ¿Cómo? Repaso, no puede ser que me haya equivocado. Contar las vidas no es como contar las cuentas. Una, dos, tres...¡cuatro! Vuelvo a recontar. Pero si toda esta gente es de hace unos días, que en realidad de unas pocas décadas, me digo. No, no yerro. Y como de uno de los fotografiados no sé nada, dudo: pues podrían ser tres. Es decir, que siete u ocho de los que se muestran ya no están vivos. Ni andan en esta vida ni en ninguna otra, bueno sí, en la del recuerdo mientras esté quien los recuerde; en la de la memoria, más o menos certificada, mientras quede alguien que aún pueda contarlo.

Y así todo. Y así siempre. La vida, como los relatos, como los libros, como las palabras, como los wassaps, se vuelve obsoleta. Las imágenes son solo paradojas. La nada nos espera a cada cual y el eco, como todos los ecos, ni siquiera resonarán algún día. De hecho, poco ecos auténticos se escuchan ya.





jueves, 16 de marzo de 2017

Disociaciones y acabamientos








A veces dentro del hombre se disocian de pronto las imágenes del mundo y se vuelven inservibles las palabras que ha pretendido cultivar para interpretarlo. Demasiado alto, ancho, largo el mundo. Extremadamente pequeños, angostos, cortos los signos que pretendía el hombre que devinieran en palabras. La nave de la ilusión se rompió contra la respiración cotidiana hace tiempo. La vida no calla aunque calle el cantor. Y la voz antigua de la tierra que el poeta zamorano decía robar al infausto dictador se diluyó por los aires durante décadas. Hoy queda humo. Hoy la palabra mendiga tras nuevas geometrías. Aunque acaso tampoco sirvan ya las tipografías más bellas que el hombre calígrafo diseñó una vez.



(Imagen: página del Arte subtilissima, de Juan de Yciar, de 1553)



miércoles, 15 de marzo de 2017

¡Que nada se llame natural! ¡Poned remedio al abuso!, nos recuerda Bertolt Brecht




No nos gobiernan los mejores, ni los más aptos, ni los más razonables, ni los más honestos, ni los más sinceros, ni los que quieren nuestro bien. En realidad en el mundo no hay gobierno, éticamente hablando. Hay estructuras de poder que prácticamente funcionan por inercia. Naturalmente, sabiendo dónde va la nave o cómo se mantiene. Hay dirigentes controladores, de dudosa capacidad como timoneles, pero que una de dos, o mantienen engañosamente el navío al pairo, cuando precisamente no son vientos apacibles los que soplan, o bien llevan camino de estrellarlo contra las rocas. Y en este instante del destino del mundo, nos sorprendemos especialmente nosotros los occidentales por nuestro propio ámbito, que pensamos que había quedado a salvo de lo aconteceres de otras regiones del planeta. Siria es un terrible aviso a las puertas. Y veladamente se habla ya de una desgraciada resurrección de odios en los Balcanes, y eso está más cerca aún. Y las elecciones próximas en varios países generan incertidumbres sonoras. Y las neolenguas desfiguran el uso de la lengua como herramienta para entendernos dentro y fuera de nuestro cerebro, con nosotros mismos y con los demás, y poder y saber llamar al pan, pan y al vino, vino. Y lo que llaman posverdad es vulgar y gruesa mentira. No comprender y dejarnos enmarañar por lo viperino es entrar en el juego. De tal modo se han alterado conceptos y desviado a los ciudadanos de los fines que creían justos y consolidados que la Democracia es hoy una representación desfigurada. Creímos que una vez conquistada, con todos sus límites e injusticias probablemente, ya no habría paso atrás. Hoy nadie está tan seguro. Y entonces de pronto llega de nuevo la voz poderosa de Bertolt Brecht en su obra de teatro La excepción y la regla y nada más comenzar la obra nos recuerdan los actores:

"Vamos a contaros
La historia de un viaje. Lo emprenden
Un explotador y dos explotados.
Observad con atención el comportamiento de esa gente:
Encontradlo extraño, aunque no desconocido
Inexplicable, aunque corriente
Incomprensible, aunque sea la regla.
Hasta el acto más nimio, aparentemente sencillo
¡Observadlo con desconfianza! Investigad si es necesario
¡Especialmente lo habitual!
Os lo pedimos expresamente, ¡no encontréis
Natural lo que ocurre siempre!
Que nada se llame natural
En esta época de confusión sangrienta
De desorden ordenado, de planificado capricho
Y de Humanidad deshumanizada, para que nada pueda
Considerarse inmutable".

Que nada se llame natural. Nunca debió haberse llamado. Y al final de la obra los actores, es decir Brecht, matiza y pone la guinda:

"Habéis visto lo habitual, lo que ocurre siempre.
Pero nosotros os rogamos una cosa:
Lo que no es desusado, ¡encontradlo insólito!
Lo que es corriente, ¡encontradlo inexplicable!
Lo que es usual, que os asombre.
Lo que es la regla, vedlo como un abuso
Y cuando veáis un abuso
¡Ponedle remedio!"


¿Seremos capaces de poner remedio a cuanto acontece?



(Nota. El texto de Brecht es sobre la traducción de Miguel Sáenz en la edición del Teatro completo de Brecht, Editorial Cátedra)



sábado, 11 de marzo de 2017

Instrucciones de uso para el abuso sísmico




Visto que la superficie del país tiene poco y mal arreglo, creo que voy a empezar a ocuparme, no tanto a preocuparme, por el subsuelo. Por fin voy a hacer algo de buen grado en colaboración con el Estado, además de pagar religiosamente mis impuestos (aquí el buen grado sustitúyase por civismo y obligación, obviamente) Difundir estas instrucciones del Instituto Geográfico Nacional, ubicado en el Ministerio de Fomento de España. No sé si entendemos peor el subsuelo o el suelo. Lo que sí veo es que las previsiones de las capas tectónicas son limitadas todavía. Pero lo que ocurre de nuestros pies para arriba ni se prevé, ni se corta ni se corrige. Los cataclismos que provienen de abajo serán inevitables, pero para los de aquí arriba no hay voluntad de que dejen de serlo las fechorías del sapiens servus e hispanicus de nuestros días. Por cierto, centrándonos en el tema de las instrucciones del IGN, ¿en cuántas escuelas, centros de trabajo febril o de distribución comercial, o en nuestros mismos domicilios,  se enseña y se aplican estas enseñanzas? Ah, y a mayores, ¿para cuándo unas autoinstrucciones que nos prevengan de los desaprensivos, delincuentes de guante blanco y demás ralea que habita sobre la corteza terrestre?

http://www.ign.es/ign/layout/sismo.do







jueves, 9 de marzo de 2017

TBO, mi segunda cartilla




Leo que por estas fechas, hace un siglo, salió el primer número de TBO, aquella revista dirigida al público infantil...y no tan infantil. Porque TBO era compartido por los mayores, al menos en mi casa. TBO, hoy ramalazo de nostalgia, fue mi segunda cartilla. Por libre. La primera cartilla, obviamente, había sido la típica escolar pero más allá del espacio de la enseñanza oficial estaba el TBO. Lo que muchos aprendimos en él y en otros tebeos posteriores  -Roberto Alcázar y Pedrín, El capitán Trueno, el Jabato, El guerrero del antifaz, Hazañas bélicas...-  no sé si habrá sido suficientemente valorado por nosotros mismos. En mi infancia de doble dictadura el mundo de TBO y de los tebeos suponía una tímida cultura alternativa, no tan sujeta a la reglada, porque el humor siempre tiene algo o mucho de subversivo. Y en la descripción de las historias siempre se podía filtrar algo díscolo o con alguna brizna disidente frente a los cantos a las glorias patrias que se llevaba en una escolaridad y en general en una sociedad extremadamente controladas. También suponía una cultura de relajación que impedía al niño permanecer como muermo o aburrido, si es que un niño puede en algún momento ser esto. Por otro lado, los tebeos fueron una buena base, no necesariamente de efectos homogéneos, para el posterior desarrollo de la lectura.

El hecho mismo de que se compartiera en familia -cada miembro tenía sus personajes favoritos, aunque los mayores no leyeran el resto-  le daba un cariz cálido, pues propiciaba comentarios y, por lo tanto, una opinión y clarificación ampliada para la mente infantil, algo que el niño apreciaría como un tesoro. Nunca estaré suficientemente agradecido al TBO y las puertas que abrían las sucesivas publicaciones de viñetas e historias, como no lo estaré al cuidado y fidelidad de mi padre en comprármelo todas las semanas. En tiempos en que no estaban las cosas para tirar la peseta. Así que TBO ampliaba mi mundo imaginativo y también una cierta suerte de información que iba más allá de los catecismos, los cuentos ejemplares de santos y los libros de aritmética. El TBO, los tebeos, tenían una buena dosis de aprendizaje emocional, de manifestación sentimental y de ensoñación que no podían desarrollarse por otras vías, o que completaban los afectos que pudiera recibir el niño de otras maneras. Es curioso también que fuera el primer medio a través del cual supe de la existencia de una ciudad llamada Barcelona. Simplemente porque figuraba en su cabecera el nombre de la calle Aribau. Así que cuando puedo pasarme por aquella ciudad he instalado en mi intimidad nostálgica la extraña costumbre de peregrinar hasta el portal de la calle donde sospecho que se hallaba ubicada la redacción de TBO. Manías de hombre que peina canas.    




miércoles, 8 de marzo de 2017

Revelaciones.




Estamos desprotegidos, vulnerables y susceptibles de ser usados y tirados a la papelera, tras la pertinente manipulación. Es decir, intervenidos en nuestras vidas tanto y cuando quieran. Conclusión que, aunque ya sospechábamos, se nos confirma cada día a medida que salen revelaciones sobre las tecnologías punta de la información y su utilización por el poder, vía agencias de control y espionaje de ciertos gobiernos. Lean, lean hoy atentamente la prensa. Lo que saca a relucir WikiLeaks. Y mediten sobre la limitada información al respecto que nos llega acerca de cómo estamos todos en manos de los monstruos y de los canallas. ¿Y aún nos creemos libres, dueños y reyes del mambo? Somos tipos observados y hackeados permanentemente. Homo sapiens servus, calificativo este último que conviene ir utilizando. La novela orwelliana 1984 sigue en vigor pero incluso es superada en realidad, y no sé hasta qué punto en fantasía. ¿Acabaremos retornando a los árboles? 

Firmado Mizaru. Iwazaru y Kikazaru.




lunes, 6 de marzo de 2017

Kikazaru




Aquella exclamación en las tardes de tu otoño más largo. Resonando aún en mis oídos encerados e impotentes. Apenas una ráfaga contra mi presencia y yo palideciendo. Hacías que me subiera la bilis hasta la boca y llegara más allá, desconectando neuronas, revelando mi incapacidad de parar tu tiempo. Sabías interpretarme, tal vez por la cara que ponía o por el suspiro ahíto de angustia o por el argumento cargado de rabia que rebotaba entre la ventana y el olmo al que te acogías. Esta soledad, decías de pronto, y pronunciabas sin signos de admiración, y no había en aquella breve sintaxis ni tono angustioso ni queja ni miedo, ni desesperación, como si se tratara de una mera calificación. Como una austera y fría certificación.  No volvías a repetir las dos palabras aquella tarde, lo habías dicho una vez y bastaba, y yo agradecía siempre tu mesura. Decías lo justo, sin sonar a reproche, porque el reproche no es útil cuando la vejez es un estadio de vida imparable, incorregible. Porque la vejez vuelve a los hombres, no a todos, menos exigentes. Porque la vejez tiene mucho de subrepticia risa sardónica contra el que la padece. La vejez como padecimiento de su propio ciclo, eso querías decirme. La vejez como lento concurso de ausencias que vaciaban las horas. La soledad, ese concepto con tantos rostros de los cuales el que te acechaba era irreparable, crónico, definitivo. Lo que llegaba a tus oídos no hacía mella, o no lo manifestabas. Pero en tu cordura siempre agradecías el goteo de noticias gratas y de gestos afectuosos que cada vez reclamabas menos. Kikazaru, cuánto admiré tu sensatez y tu rigor. Si los hombres aceptaran tu herencia... 


viernes, 3 de marzo de 2017

Iwazaru



Es el espanto lo que te tapa la boca. Tu manera de sortear los temores que te causa todo lo que no esperas o no estás preparado para recibir. Y sin embargo, sin el miedo no serías del todo. Miedo ante las pruebas más iniciales, ante las exigencias a distintos planos que te has ido encontrando atravesando el tiempo, ante lo fortuito y lo previsible. Te enseñaron que no hay mayor horror que verse arrastrado por la carencia más perentoria. Ya veías cómo aquellos progenitores, Iwazaru, iban siendo previsores, pero también te dabas cuenta de que no todo estaba en sus manos. Nada era tan simple como subir a lo alto del árbol y dar vueltas al coco hasta romper su cordón umbilical y hacer caer el fruto. Ya entonces había técnica. Ya alguien se preocupaba de inducir a otros para beneficiarse del esfuerzo. Pero los temores eran tan plurales, dibujaban tantos rostros, se disfrazaban con tal multitud de sugerencias que pronto advertiste que cuando conjurabas un temor ya estaba creciendo uno nuevo por algún rincón de tu ámbito desconocido. Cada novedad te atraía, pero su oleaje arrastraba expectación y sobresalto. Ahora me dices, Iwazaru, que la mayoría de los animales de nuestra especie se crecen con sus experiencias y, naturalmente, con medios de sorprendente invención. Que así se fortalecen. Que conciben ilusiones y esperanzas, es el lenguaje al uso. Pero cada brizna de seguridad trae consigo una dentellada de pánico. Unas veces se anuncia desde fuera de los cuerpos. Otras sube desde las venas marcadas o, más hondamente, desde las vísceras donde el hacer y el deshacer genera un día más de vida. Ordinariamente, los factores de temor coinciden en el territorio de cada individuo y nos confunden, se ratifican asolando con ansiedad, rasgando nuestras energías, desequilibrando la apreciación de la existencia sin que sepamos en ocasiones a qué carta quedarnos. Iwazaru, lo peor es cuando me cuentas que ni siquiera el sueño te libra de los miedos de este lado, y que cuando sueñas te atenazan ficciones cuyos augurios no sabes interpretar. Te digo, pues, que resistas. Sujeta tu risa de malditismo ahogada. El miedo no está hecho para anularte sino para que desentrañes sus ocultas motivaciones. Y le plantes cara.

 

jueves, 2 de marzo de 2017

Mizaru




A Mizaru le habían dicho que no mirara. Si no miras no ves, le habían dicho. Si no ves hay una parte de ti que no padece de cuanto acontece en el mundo. Podrás hablar, oír o tocar, si te place, aunque siempre te preguntarás que si no ves sobre aquello que dices o que escuchas o que palpas cómo vas a levantar una imagen o una montaña de imágenes. Ah, ¿eso es todo?, te insistirán. Las imágenes las crea y magnifica la mente, será un diseño a tu gusto. Y tú: quiero ver sin imaginar, viendo cuantas formas y manifestaciones existan veré después el modo de adaptarlas a una deriva en mi cerebro. Entonces te consolarán diciéndote que la privación sensorial conlleva una parte de carencia de dolor, y eso es gratificante. Y cuando levantes tímidamente la voz para sugerir que estás dispuesto a arriesgarte al dolor para advertir con plenitud la belleza te acallarán. Qué dices, exclamarán, lo hermoso no está hecho para quien no tiene actitud de ver. Pero yo quiero, yo sé, yo necesito abrir mis ojos a cuanto la vida depara en su exuberancia. Con estas palabras te defenderás. Los otros dirán que la belleza se percibe por caminos de diferente visualización, incluso insospechados. Que los sentidos restantes te proporcionarán placeres que no imaginas y que la ausencia de una porción considerable de dolor también cuenta como belleza. Una voz destaca por encima de las demás. ¿Estás dispuesto a aumentar la dosis dolorosa que vas a recibir en cuanto compruebes con la vista la variada fealdad de las conductas humanas, la alteración del paisaje o la desagradable gesticulación de los rostros cínicos? En ese momento dudarás. No sabrás si preguntar porque temes que no te respondan verdad. Solamente permanecerás callado y de pronto, humilde, encogido, con tenue tono exclamarás: pero me habían dicho que se nace para contemplar la belleza.