Aquella exclamación en las tardes de tu otoño más largo. Resonando aún en mis oídos encerados e impotentes. Apenas una ráfaga contra mi presencia y yo palideciendo. Hacías que me subiera la bilis hasta la boca y llegara más allá, desconectando neuronas, revelando mi incapacidad de parar tu tiempo. Sabías interpretarme, tal vez por la cara que ponía o por el suspiro ahíto de angustia o por el argumento cargado de rabia que rebotaba entre la ventana y el olmo al que te acogías. Esta soledad, decías de pronto, y pronunciabas sin signos de admiración, y no había en aquella breve sintaxis ni tono angustioso ni queja ni miedo, ni desesperación, como si se tratara de una mera calificación. Como una austera y fría certificación. No volvías a repetir las dos palabras aquella tarde, lo habías dicho una vez y bastaba, y yo agradecía siempre tu mesura. Decías lo justo, sin sonar a reproche, porque el reproche no es útil cuando la vejez es un estadio de vida imparable, incorregible. Porque la vejez vuelve a los hombres, no a todos, menos exigentes. Porque la vejez tiene mucho de subrepticia risa sardónica contra el que la padece. La vejez como padecimiento de su propio ciclo, eso querías decirme. La vejez como lento concurso de ausencias que vaciaban las horas. La soledad, ese concepto con tantos rostros de los cuales el que te acechaba era irreparable, crónico, definitivo. Lo que llegaba a tus oídos no hacía mella, o no lo manifestabas. Pero en tu cordura siempre agradecías el goteo de noticias gratas y de gestos afectuosos que cada vez reclamabas menos. Kikazaru, cuánto admiré tu sensatez y tu rigor. Si los hombres aceptaran tu herencia...
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https://www.youtube.com/watch?v=GypxIrR-ukk
ResponderEliminarEspecialmente a partir del min. 3.12 aprox. Sobre todo atención a partir del 11.39 y especialmente partir del min. 13 aprox. hasta el final. Me parece traducción melódica y acompañamiento adecuados a esta magnífica entrada. No en balde la onda de su autor resuena harto familiar. Esperemos que, al menos, Kikazaru la pueda captar a través de sus manos porque la compuso el más genial de los sordos.
Siempre se agradece a Ludwig porque lo suyo es toda una exploración del universo y me importa un pito si los especialistas de nuestro tiempo le enmarcan entre el clasicismo o el romanticismo. Escucharle es siempre viajar por las venas de los hombres y no precisamente cuando más resuenan al unísono toda la instrumentación posible. ¿Sordo Ludwig? Es de esa especie dentro de la especie que capta lo que quienes tenemos oídos no somos capaces...salvo que sordos imprescindibles como él nos enseñen a escuchar. Gracias, levantarse uno y recibir una propuesta como la que nos brindas es un don al que los tres monos que somos cada cual de nosotros no se resistirían.
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