1. ¿Tanto importa el número? Pero ¿cuál? ¿El cardinal o el ordinal? ¿El que calcula la seguridad estatal, la seguridad local o los organizadores? ¿El que se declama o el que se analiza? ¿El que lleva vientos o el que recoge tempestades? ¿El que cita la SER o el que menciona agriamente la mediática de extrema derecha y las ciudades que tiene conquistadas, vía urnas legales? Llevo miles de años participando para que el número se mantenga. No digo para que crezca, sino para que no baje. Para que sea no sólo número sino testimonio. Para poder encontrarme un día más con los de siempre y para descubrir a los nuevos. No sé si soy perroflauta (joder, nunca me lo habían dicho) pero sí perro viejo. Llevo miles de años no para ser número sino para encontrar caminos. Y luego llegan elecciones, y resulta que los números son otros. Los de electores, nos guste o no nos guste. Los de las dos Españas desencontradas. Temo mucho los números. Dicen que las matemáticas son ciencias exactas. ¿Para qué geometrías, para qué aplicaciones, para qué órbitas infinitesimales? Pero aquí lo que se aplica es la aritmética social. Y los resultados siempre varían.
2. Ahora bien, lo que el número ha inflado no es el volumen en sí, sino la mística. Cuidado con la mística. Otros lo llaman crecerse, creer que se suben peldaños. ¿Hacia dónde? Escalar una pirámide es una tarea perdida para los de abajo. No hay que buscar su vértice, sino derribarlo. Si la mística –otros le llaman euforia- nos hace ilusionarnos que sea para reforzar el pensamiento y la praxis (me salió el concepto antiguo, ¡pero vivo!) La acción. Y estas tareas que deben realizar el individuo y los grupos no proporcionan resultados a corto plazo. La mística no basta. Ilusiona, pertrecha, une, da placer. Justifica (miedo me da eso de mirarnos al ombligo) También puede solamente camelar. La mística puede conducir a la vana ilusión. Echar un pulso al Estado, a los poderes fácticos y a la situación del momento no es una tarea de vorágine táctica. Las tácticas por si solas perecen con facilidad. Si no hay nada más sólido detrás. No hay que tener miedo al tiempo. No es preciso tener prisa. Un tiempo mal observado, una acción mal calculada, una carrera presa de la nube en que algunos se han subido puede fallar en cuanto asomen los nubarrones. Hay que consolidar lo ganado. Cuidado con los órdagos fallidos. Oigo hablar de otra concentración en breve y marchas desde ciudades; de posibles llamadas a huelga general…Ojo: no seamos perroflautas sino perros viejos. Si lo que se ha hecho es conquistar posiciones, no las perdamos a la primera ofensiva seria del sistema. Gritar contra Botín suena bien, pero Botín controla y decide junto con una cohorte empresarial y financiera de envergadura los recursos del Estado. Están, vía Gobierno y feroz oposición, vigilantes. Cuestionar ese mundo que no nos gusta no se hace dando pasos en falso.
3. Valorar que la asistencia de estas manifestaciones recientes han congregado a individuos de toda edad es ser realistas. Insisto: los miles de números manejados, con ser espectaculares, no son los cuarenta y ocho millones de habitantes de España. Pero, ¿son reflejo de una inquietud que toca a gran parte de la población? Prefiero vivir el realismo de saber que la protesta ha hilado sectores laborales, parados, jóvenes y pensionistas, a limitarme a hacer la cuenta aritmética. Sin nombres sindicales ni partidistas detrás (al menos sin exhibirse) Así que cuando ayer me encontré con la que yo llamo la Acorazada Brunete, esas viejas amigas que no se pierden ni una, me emocioné. Mientras ellas estén en una más de estas manifestaciones es que hay esperanzas. Son cuatro, pero contumaces, fieles, firmes, testigos. Llevan indignadas desde que las conozco (a alguna de ellas desde hace cuarenta años) Cuando indignación era un vocablo preciso y modesto (temo que hoy lleve camino de repetirse tanto que acabe siendo una palabra desfigurada) Defensoras de todas las causas justas, se han apuntado a protestas antinucleares, contra el maltrato animal, contra las reformas laborales, contra la agresión sexista…No hay crisis que pueda con ellas. Y sin ellas, una protesta no sería del todo también una fiesta.