"...Y es que en la noche hay siempre un fuego oculto". Claudio Rodríguez





lunes, 27 de junio de 2011

La soledad de los hombres


Decía Sartre que Dios es la soledad de los hombres. Yo era muy joven cuando leí esta frase y, aunque entonces ya no me significaba la ideología cristiana, no la entendí. Me faltaban algunas travesías del desierto que recorrer. Sin embargo, los años, es decir, lo vivido, te hacen ver. No sé tampoco si lo que te enseña la vida es la verdad. Creo que te enseña sobre todo la mentira. Pero tener claro cómo y de qué manera se manifiesta la mentira es un punto de inflexión interesante para seguir viviendo con dignidad. Naturalmente, con la mentira se puede sobrevivir, obviamente, mucha gente lo hace, pero creo que te conduce a la muerte en vida. Y vivir sólo con esa idea de que lo importante es tener algún año más y dejarse llevar, al precio que sea, nunca me llenó. Tal vez el aprendizaje de la mentira es lo que conduce a otra alternativa, a la cual denominamos verdad, aun cuando sea relativa. ¿Será la verdad la comprobación de la mentira?

Ahora que veo la oposición totalitaria que ejerce el Episcopado español a cualquier decisión (o indecisión) de un cada vez más timorato Gobierno socialdemócrata, entiendo muchas cosas. Incluso la frase de Sartre. La Iglesia argumenta (suponiendo que sean argumentos sus doctrinas inamovibles) entre otras cosas demenciales que la ley que se tramita para una muerte digna no menciona el derecho a solicitar la presencia de los funcionarios de Dios en la agonía de un individuo. La jerarquía hipócrita de la Iglesia lo tiene más claro que su clientela. Dios se puede manifestar como concepto supersticioso en el estado final de los moribundos del seno del catolicismo. Lo cual no significa que sea expresamente reclamado por cada uno de los que se enfrentan con la experiencia de la muerte. La muerte, como el nacimiento, no sabe de ideologías, sino de estado y ciclos naturales. De realidades que solo se poseen a sí mismas. Si un moribundo reclama un consuelo, ¿qué busca? ¿La supuesta verdad divina, que no le va a salvar de morir? Un moribundo, lo que busca es cualquier cosa que alivie su final. Si ese moribundo pertenece al ámbito cultural, ideológico y supersticioso del cristianismo, puede que reclame al agente de Dios en la tierra o puede que no (conozco casos muy allegados que no lo han hecho) Creo que la Iglesia subestima al individuo, sobre todo al anciano. Sartre tenía razón: el ser humano puede encontrarse muy solo en su final, de la misma manera que a lo largo de la vida lo está. Pero estar solo mientras se vive lleva implícitas las posibilidades de supervivencia. En el final, la soledad es rotunda y decisiva. El mismo estado, pero sin solución. El que reclama de un dios en el instante de sus estertores reclama su soledad. No se atreve a llamarla por su nombre, y acaso utiliza un intermediario ideal. Nadie puede ofrecerle nada, salvo la mentira. La verdad adquiere tintes de certeza y se llama dejar de existir. Ruego a los obispos y demás clerecía de esos pagos que se retiren del oficio de ejercer presión sobre la mente de los hombres. Que no jueguen a política para vivir del cuento. Ellos son los primeros que no creen en lo que predican. También tendrán que afrontar su propia soledad irresoluble.




(La imagen es de una obra del escultor renacentista castellano Alonso Berruguete)

domingo, 26 de junio de 2011

Concerto notturno




No sé si fue el insomnio de la otra noche lo que trajo la frase a mi mente. O si fue la cita lo que me llevó al desvelo. Hubiera sido más cómodo recurrir al calor, pero también más necio. Sin embargo, no había manera de quitármela de la cabeza. Y si no borrar la definición entera, al menos descargar parte de la brutalidad que la acompañaba. Guido Ceronetti es un sabio. Es traductor, y nada menos que de textos bíblicos, lo cual le otorga ya una sabiduría que se nos niega a los mundanos. Pero es muchas más cosas relacionadas con el pensamiento y la palabra. Su método es un mix de sarcasmo, de indagación metacrítica y de capacidad desbordante de sorpresa. De él sólo he alcanzado a leer su versión e interpretación del Cantar de los Cantares de Salomón, que lo tengo entre los favoritos. Y también su no menos incisivo, irónico y sabio El silencio del cuerpo, un título seductor y hermético, que recomiendo con pasión.

Precisamente la cita de mi noche en blanco procedía de El silencio del cuerpo. Concisa, sintética, ilustrativa. El arma más peligrosa que se ha inventado es el hombre. ¿Por dónde cogerla? No puede ser que esté diciendo lo que dice, demasiado salvaje, trataba de convencerme a mí mismo. O: es metáfora, Fackel, nada que objetar. O: una boutade de sabios que gustan de provocar a sus lectores. Y sin embargo, me parecía tan real, tan sugerente, tan verídica. Me hacía ver algo así como: donde el hombre pierde su acontecimiento para convertirse en medio criminal.

Probé a jugar con ella. Por ejemplo, rediseñarla: el hombre se ha inventado a sí mismo como arma. Repasé con la imaginación la bajada de los árboles de los primeros homínidos, el manejo de los brazos y piernas, la utilización de los recursos al alcance, las primeras transformaciones, los choques con otras especies, los enfrentamientos con otras tribus…Y todo se ejecuta como un arma puntual, exacta, necesitada de lograr un fin. La cuerda combada de la Historia no ha hecho sino confirmar la ironía de Ceronetti. No escandalizarse por ella. Los hombres no somos hijos de la santidad, ni del designio, ni de la elección de demiurgo alguno. Si somos algo, somos hijos de la necesidad. Y en este sentido, sin duda, somos autoinvención, y nada inocua, por cierto.






sábado, 25 de junio de 2011

Concerto mobile



El asiento estaba vacío pero a la vez estaba ocupado por el bolso de la chica que iba al lado. Él hizo el ademán de sentarse y la chica quitó el bolso, sin demasiada premura, molesta por tener que hacerlo. Por supuesto, no pidió disculpas. El joven se sentó y estiró las piernas. Era larguirucho y cabía mal, así que a cada bamboleo del autobús una de sus piernas rozaba descaradamente otra de la viajera. La chica, tendía a hacer el efecto opuesto, correr la pierna como si huyera de la del chico. En una de las ocasiones en que el autobús tomó la curva de una cuesta el hombre se desplazó violentamente sobre la mujer. Ella aparentó recogerse como autodefensa de lo que le venía encima. Él se disculpó de su caída lateral pero culpó al conductor por la brusquedad al tomar las curvas. Cuando la mujer miraba por la ventanilla él aprovechaba para observarla. Cuando el viajero miraba hacia delante o hacia su izquierda ella miraba su perfil o su cogote. El autobús se iba llenando de viajeros, era hora punta. Es hora punta, le dijo él a la chica. Sí, contestó ella. ¿Todos los días va así?, se interesó el hombre. No contestó ella, sino que afirmó con el movimiento ordinario de cabeza que indica afirmación. Ah, replicó él. La chica se sujetaba el brazo izquierdo que llevaba al aire con la mano derecha. Que no estaba muy cómoda lo reafirmaba el hecho de que con sus dedos golpeara su brazo, como si mascullase en secreto una canción. Él, como contagiado por una tonada que no se oía pero que soltaba sus efluvios y le llegaban por un conducto extraño, también agarró con su mano izquierda su brazo derecho. Siguió el ritmo. Ninguno de ambos se miró, era como si se hubieran olvidado de que iba uno al lado del otro. Pero el ejercicio del golpeteo de dedos y brazos de cada cual tenía lugar con la misma precisión de una orquesta. Era como si hubieran dispuesto la composición, la hubieran ensayado y ahora la ejecutaran con plena seguridad. Eran tan reflejos y firmes sus movimientos, los alternaban con tanto aplomo, sostenían los acordes de una forma tan medida, que se diría que eran un dúo compenetrado y de probada experiencia. Hubo un momento en que los dedos de cada uno de ellos permanecieron un instante en alto, sin descender sobre sus respectivos brazos. Parecía que se disponían a llevar a cabo unos arpegios especialmente definitivos, algo así como un atronador final de la melodía, cuando el autobús pegó una frenada seca que desplazó violentamente a los viajeros. En ese instante, y acaso forzados por el mismo movimiento, los dedos de ella quedaron trenzaron con los de él en el aire. Duró un instante largo la improvisación. Se miraron atónitos. Pero ninguno de los dos rompió la parálisis. Sospeché entonces que la electricidad se había cortado justamente en ese momento en el recinto secreto en que el chico y la chica ejecutaban el ejercicio. Yo me bajo aquí, dijeron por casualidad ambos al unísono.

miércoles, 22 de junio de 2011

Concerto


Fue en aquel concierto en el que se escucharon varias composiciones de Lully. No sé en qué momento la mujer puso una mano sobre la que tenía más próxima del hombre. Tal vez al sonar los potentes instrumentos de viento. ¿O fue cuando el organista se lanzó a un solo en espiral que sobrecogía los sentidos de los asistentes? Él no se alteró. Como una jugada sobre un tablero de ajedrez. Una pieza se había movido y daba la impresión de que todo permanecía inamovible. Sólo quietud aparente. Los jugadores permanecían en la sombra. El tablero no revelaba las jugadas. Tampoco se percibía con claridad qué piezas quedaban. La imagen reconocida sería: juego abierto.

La mente de ambos se debatía entre dos tiempos. Cuando la música prende como una llamarada todo pensamiento vuela en esos momentos álgidos a algún espacio de felicidad perdida o de deseo inalcanzado. Pueden tratarse de recuerdos lejanos, de significados que nunca emergieron del todo o de extrañas persecuciones sobre habilidades malogradas. Pero aparte de las imágenes, o por encima de las situaciones y personajes que cada individuo traiga al instante, se recrea una imagen superior. Se llama goce. Y es abstracta. La música retoma los espacios mentales de cada ser, se desliza vertiginosa entre los sentidos y los ocupa. A la vez ciega cualquier otro plan. Aborta todo tipo de idea fugaz y obsesiva. Traslada. La frase al uso podría ser: todos se sienten henchidos.

Ella no lo estaba. O no de la misma manera que el público. Los sonidos que arrebataban a los demás no eran suficientes para enajenarla. Por esa razón pudo tener el impulso de rozar la mano del hombre. Abusó del tiempo. Cuanto la última parte del himno estremecía a los aficionados, ella se atrevió a tamborilear con sus dedos sobre el reverso de la mano invadida. No fue algo calculado ni buscado. La expresión se diría de este modo: la mujer fue presa de un frenesí repentino pero templado. O bien: la privó el instinto que la música no saciaba en ella. Al relatarse acontecimientos, incluso los menores o insignificantes, aquellos que nos llegan por terceros, por ejemplo, corren en tropel la estructura de los estereotipos. Pueden ser más cómodos pero no suelen interpretar las sensaciones. El último acorde, sublime, cercenó la intención del hombre de girar la mano buscando la de la mujer. Vibración de un aplauso. Dispersión.

martes, 21 de junio de 2011

Esa maldita belleza

Por un día olvidémonos de la Europa inmersa en una de sus periódicas crisis, aunque la de ahora parezca de las más cruciales. Recuperemos uno de sus atributos más ricos y brillantes, la música. Dicen que hoy, además del solsticio es un día cultural por excelencia, el Día Internacional de la Música. He seleccionado tres composiciones, tres autores, tres intérpretes, tres épocas, tres bellezas multiplicadas. Podía haber escogido otras, pero aquí están las que hoy me apetecía oir. Lully, Vivaldi, Sarasate.








lunes, 20 de junio de 2011

Acorazada Brunete (reflexiones modestas al son del 19J)




1. ¿Tanto importa el número? Pero ¿cuál? ¿El cardinal o el ordinal? ¿El que calcula la seguridad estatal, la seguridad local o los organizadores? ¿El que se declama o el que se analiza? ¿El que lleva vientos o el que recoge tempestades? ¿El que cita la SER o el que menciona agriamente la mediática de extrema derecha y las ciudades que tiene conquistadas, vía urnas legales? Llevo miles de años participando para que el número se mantenga. No digo para que crezca, sino para que no baje. Para que sea no sólo número sino testimonio. Para poder encontrarme un día más con los de siempre y para descubrir a los nuevos. No sé si soy perroflauta (joder, nunca me lo habían dicho) pero sí perro viejo. Llevo miles de años no para ser número sino para encontrar caminos. Y luego llegan elecciones, y resulta que los números son otros. Los de electores, nos guste o no nos guste. Los de las dos Españas desencontradas. Temo mucho los números. Dicen que las matemáticas son ciencias exactas. ¿Para qué geometrías, para qué aplicaciones, para qué órbitas infinitesimales? Pero aquí lo que se aplica es la aritmética social. Y los resultados siempre varían.

2. Ahora bien, lo que el número ha inflado no es el volumen en sí, sino la mística. Cuidado con la mística. Otros lo llaman crecerse, creer que se suben peldaños. ¿Hacia dónde? Escalar una pirámide es una tarea perdida para los de abajo. No hay que buscar su vértice, sino derribarlo. Si la mística –otros le llaman euforia- nos hace ilusionarnos que sea para reforzar el pensamiento y la praxis (me salió el concepto antiguo, ¡pero vivo!) La acción. Y estas tareas que deben realizar el individuo y los grupos no proporcionan resultados a corto plazo. La mística no basta. Ilusiona, pertrecha, une, da placer. Justifica (miedo me da eso de mirarnos al ombligo) También puede solamente camelar. La mística puede conducir a la vana ilusión. Echar un pulso al Estado, a los poderes fácticos y a la situación del momento no es una tarea de vorágine táctica. Las tácticas por si solas perecen con facilidad. Si no hay nada más sólido detrás. No hay que tener miedo al tiempo. No es preciso tener prisa. Un tiempo mal observado, una acción mal calculada, una carrera presa de la nube en que algunos se han subido puede fallar en cuanto asomen los nubarrones. Hay que consolidar lo ganado. Cuidado con los órdagos fallidos. Oigo hablar de otra concentración en breve y marchas desde ciudades; de posibles llamadas a huelga general…Ojo: no seamos perroflautas sino perros viejos. Si lo que se ha hecho es conquistar posiciones, no las perdamos a la primera ofensiva seria del sistema. Gritar contra Botín suena bien, pero Botín controla y decide junto con una cohorte empresarial y financiera de envergadura los recursos del Estado. Están, vía Gobierno y feroz oposición, vigilantes. Cuestionar ese mundo que no nos gusta no se hace dando pasos en falso.

3. Valorar que la asistencia de estas manifestaciones recientes han congregado a individuos de toda edad es ser realistas. Insisto: los miles de números manejados, con ser espectaculares, no son los cuarenta y ocho millones de habitantes de España. Pero, ¿son reflejo de una inquietud que toca a gran parte de la población? Prefiero vivir el realismo de saber que la protesta ha hilado sectores laborales, parados, jóvenes y pensionistas, a limitarme a hacer la cuenta aritmética. Sin nombres sindicales ni partidistas detrás (al menos sin exhibirse) Así que cuando ayer me encontré con la que yo llamo la Acorazada Brunete, esas viejas amigas que no se pierden ni una, me emocioné. Mientras ellas estén en una más de estas manifestaciones es que hay esperanzas. Son cuatro, pero contumaces, fieles, firmes, testigos. Llevan indignadas desde que las conozco (a alguna de ellas desde hace cuarenta años) Cuando indignación era un vocablo preciso y modesto (temo que hoy lleve camino de repetirse tanto que acabe siendo una palabra desfigurada) Defensoras de todas las causas justas, se han apuntado a protestas antinucleares, contra el maltrato animal, contra las reformas laborales, contra la agresión sexista…No hay crisis que pueda con ellas. Y sin ellas, una protesta no sería del todo también una fiesta.






domingo, 19 de junio de 2011

Marcha



Avanzaba la marcha y las sombras iban con ellos. No, no quedaban atrás. Un poco pensativas, sí, acaso. Las sombras tienen una capacidad de interiorizar los hechos mucho más refleja que los cuerpos. Los cuerpos van, se desplazan. Hay una extraña posesión en ellos. Les empuja la fatalidad. El destino tiende a ser descrito por la imaginación de las mentes. El margen de error es inversamente proporcional a lo soñado. Las sombras sospechan siempre del destino. Por eso se distancian. Siendo parte de los cuerpos buscan la perspectiva. Con su propia proyección va también la duda. Los cuerpos avanzan y forman una marcha. La marcha es siempre colectiva. No hay marcha de un solo hombre. Un hombre se diluye en sus propios pasos. La sombra de un hombre solo es una perrilla que se lame a sí misma. En una marcha las sombras generan su propio orden. Discrepan y organizan una dirección diagonal. Las sombras se realizan a través de la geometría del ángulo. ¿Se darán cuenta los hombres que componen la marcha de la propuesta de las sombras? Avanzaba la marcha, recorrió las calles. ¿Se contabilizan las sombras? No es el número en su cantidad lo que más interesa. Las sombras avisan. Proponen. Su refracción sobre el pensamiento exige perspectiva. No es una geometría de la nada. Quien no tenga en cuenta el conocimiento anterior errará. No es posible empezar de cero. Las sombras se muestran escépticas de la palabra. Tal vez porque en su mundo la ausencia de voz se ha cubierto con la potencia del gesto. Las sombras temen las palabras vanas. Odian las necias. Se espantan con las agresivas. En la conciencia de las sombras hay paciencia. No se engañan con la fatalidad. Ponen sobre aviso. Sólo ha sido una marcha, cuya dimensión no es mensurable a corto plazo. Salvo que se desee hacer para satisfacer el mundo de ilusión. Las sombras esperan. Pretender palpar la calidad de su proyección. Ha caído la noche y las sombras se han congregado para dirimir su futuro y sugerírselo a los hombres.




sábado, 18 de junio de 2011

Escuchar a la sabiduría de la Edad







Me parece tan interesante y con opiniones tan bien fundamentadas para que reflexionemos que me limito a transcribirlo. Y que vuele.

jueves, 16 de junio de 2011

En la lucha final



El pequeño comité de hastiados se había reunido con carácter de urgencia. Cada día se acumulaban más razones, no necesariamente nuevas, para hacer su vida más insoportable de lo que ya era. No, no había llegado la hora final y probablemente no llegue jamás, habían concluido en sus primeros análisis, efectuados, eso sí, un poco a la carrera. Arrastraban motivos desde hacía siglos. Como en todas las organizaciones visionarias, el hastío se transmitía de unas generaciones a otras. Si el sistema desarticulaba una célula, se reponía pronto con otras. Si se arremetía contra todo un tejido, al cabo de un tiempo volvía a manifestarse otra urdimbre nueva con más empuje y una decisión más elaborada. El pequeño grupo de resistentes se sabía en una cierta soledad contra la vorágine de la insensatez. De alguna manera, cuando conectaban con los habitantes, se sentían predicadores, lo cual les horrorizaba en grado extremo. Ellos no estaban allí para hace misión ni trasladar falsos iconos ni elevar a los altares mundos imposibles. Por esa causa tenían más dificultad que el resto de entes y grupitos que se dirigían a las masas abstractas prometiéndoles el oro y el moro de lo inalcanzable. Ni siquiera tenían un programa estructurado. Establecer una coordinación de ideas, criterios y pautas sobre la necesidad de superar el hastío puede parecer fácil, pero es sumamente complicado de llevar a cabo. Al fin decidieron que mejor hacer algo impulsivo y testimonial que callar y seguir reconcomiéndose en la mejor tradición de los cenáculos seculares. Se sugirió desvestir los gestos y desnudar el lenguaje. Cuando el intelectual mayor del grupo lo propuso los hastiados se dividieron en dos: los que consideraban la propuesta de una lucidez desbordante y los que la veían sumamente arriesgada y peligrosa para el futuro del propio comité. Se entabló un debate acalorado donde la tendencia lúcida proclamó el valor de acabar con las palabras al uso y eliminar todo tipo de ademán que las respaldase. El sector del riesgo consideró que sin palabras no había contacto ni por lo tanto sentido ni por lo tanto comunicación ni por lo tanto aproximación a la masa ni por lo tanto alternativa ni por lo tanto toma del poder ni por lo tanto consolidación de la nueva clase ni por lo tanto…Ante el riesgo de ruptura entre las filas de la ya de por sí diezmada corporación secreta, alguien lanzó la luminosa idea de conceder una moratoria. No había condiciones objetivas (otro de los asistentes señaló muy perspicazmente que esto venía oyéndolo toda la vida) y, por lo tanto, se aplazaba la discusión, se plegaba velas y se rogaba a los propios miembros paracarbonarios que se apretasen los cinchos de la paciencia, se reclamaran portadores de la templanza y se recluyeran en un proceso de renovación del pensamiento. Total, concluyó el intelectual segundo de la corporación clandestina, nada ha cambiado desde ayer ni desde hace mil años. Podemos esperar a estar mejor organizados y más pertrechados intelectualmente. Las masas nos lo agradecerán (al citar esta última frase fue acogido con una salva de aplausos inenarrable) Lo que el pequeño comité de hastiados no sabía es que se había producido un chivatazo y que los esbirros del sistema les estaban esperando a la salida del antro donde ellos concebían sus falsas esperanzas.

domingo, 12 de junio de 2011

Karl Kraus, setenta y cinco años


Acaso fue porque iba concentrado en sus sentimientos profundos o porque pergeñaba en la mente algún artículo para su revista o porque le dio en pensar en los últimos acontecimientos internacionales. Suficiente cualquiera de estos motivos para dejarle absorto y descuidar su paso. Pudo ser simplemente el reflejo y el despiste, cada vez más acusado en sus ojos miopes, pero el caso es que no vio venir la bicicleta. La calle estaba demasiada oscura, como los tiempos, y el riesgo acechaba en metáfora y en acto. En los dos o tres días en que convalece recuerda con dificultad su declaración de principios en la revista que durante decenas de años ha mantenido en activo. El programa político de este periódico -decía en el primer número- parece, por tanto, escaso; no ha elegido como lema un sonoro lo que levantamos, sino un sincero lo que tumbamos. Sin saberlo todavía lo suyo iba a ser un deconstructivismo cultural, en el sentido más amplio de la palabra. No sólo político, ni de los reflejos culturalistas y artísticos, sino eminentemente dirigido a los comportamientos clasistas, los hábitos morales, las mentalidades nefastas, los tópicos y los vicios ideológicos de la sociedad. ¿Tendría el hombre conciencia, en medio de su estado doliente, para elaborar ingeniosamente uno de los aforismos donde sintetizaba un discurso? Algo así como: Toda la vida combatiendo al lenguaje prostituido e insidioso y fustigando la venta de la primogenitura por parte de los individuos, para que al final le venzan dos ruedas. Probablemente la trombosis final abortó el último aforismo con la misma implacabilidad con que ahogó sus latidos. Fue un 12 de junio de 1936, hace setenta y cinco años.


jueves, 9 de junio de 2011

Confidencias (y 2)



Se escribe sobre las piedras. Y entonces las piedras hablan dos veces. O más. Alguien se ha tomado tiempo, ha dispuesto del grafito más tradicional y ha hecho de un sillar una pizarra. ¿Alguna vez se gastaron las palabras como se desgasta la caliza? Probablemente; cuando no se usan con propiedad. Cuando se repiten y se aplican a conceptos diversos e incluso opuestos. Cuando caen en desuso. El problema del desgaste de las palabras es que luego no nos reconozcamos en ellas. ¿Qué queremos designar cuando sacamos del pasado o del vacío o del olvido una palabra desgastada? De nada sirve que uno o dos o cuarenta utilicen una palabra para entenderse si no lo hace la mayoría. Los medios de incomunicación actuales son negativos artífices del desgaste de las palabras. Y con ello contribuyen al deterioro cuando no a la destrucción y el acabamiento de los conceptos. Hasta ahora sucedía que los cambios en la producción, en los medios de trabajo y en las costumbres, por ejemplo, arrastraban al abandono a cantidad de palabras cuya utilización no cabía en las sociedades modernas. El tránsito de una cultura eminentemente rural a una urbana trajo consigo el entierro de un sector amplio del vocabulario. Pero luego está ese otro tipo de palabras que se resisten a escaparse para siempre. Las que definen modos, conductas y mentalidades. Tal vez la mano oculta, esa mano que se tomó su tiempo y su tarea ardua en escribir con mayúsculas sobre una piedra de iglesia pretenda que ciertas palabras no desaparezcan del imaginario colectivo, que se dice ahora. Acaso su intención sea un homenaje, haciendo una interpretación explícita de los agujeros de balas que hay por doquier. Pero tras ese giro es probable que haya más: un grito, una voz de alarma, una exigencia. Y un discurso obvio: no olvidéis a aquellos porque mañana podéis ser vosotros.

martes, 7 de junio de 2011

Mani-obras



Parecía invierno, pero se trataba de una página en blanco. Siempre me ha parecido que las estaciones son cuadernos, cuyas tapas no siempre están delimitadas con claridad. Cada cuaderno hablaba de algo diferente. Parecían tener continuidad unos respecto a otros, pero si revisabas la estación te dabas cuenta de que no era lo mismo. Ni siquiera los personajes tenían algo idéntico que no fuera la permanencia de un nombre y acaso la pertenencia a una familia.

Así fuimos rellenando cuadernos, escribiendo en las estaciones del año, alterando los rostros de quienes nos rodeaban y el tono de las palabras. Sólo el tono. Parecía que las palabras fueran inamovibles también. Su nombramiento, no su intención. La intención se renovaba, lenta e imperceptiblemente. Lo que más caracterizaba a las palabras era el hecho de no ser comprendidas. Estaban condenadas a ser pronunciadas una y otra vez, en una solución de continuidad penosa e intrincada. Pocos sabían usar las palabras y menos escribirlas con significado consecuente en los cuadernos. Dejo claro que no llamo palabras a cualquier emisión de vocablos, y menos si revestían imperativo, prohibición o incitación al silencio. No llamo palabras a cualquier sonido emitido por un ejemplar de la especie a la que pertenezco. No llamo palabras a todo lo que origina un cierto ruido desde sistemas de difusión audiovisual o impreso.

Sí llamo palabra al balbuceo ligero e indeciso de un recién nacido. Porque hay claridad en un ba-ba y hay un sentido sincero de la necesidad en un hum-hum. Deberíamos volver a fijarnos en el balbuceo para revisar el almacén ensordecedor a través del cual nos movemos, la jungla estridente que nos atrapa sin escucharnos los unos a los otros, el bucle fragoroso que estrangula las relaciones de cada día y las vuelve inhóspitas. Balbucear para que las palabras regeneren su finalidad. Balbucear para que designen con exactitud los sustantivos esenciales.

Fue sobre una página en blanco sobre la que un día sin transparencia dejé caer la mano, los dedos cada vez más afilados, la piel cada vez más suelta. Fue sobre una superficie de invierno sobre la que mis yemas se resentían de una sensibilidad fuera de lo común. Una albura desconocida. Una piel emergente. Todo iba a empezar.




(La imagen es de la fotógrafa inglesa Aira Manna)

viernes, 3 de junio de 2011

Confidencias


Suelo gustar de preguntar a las piedras. No sólo a las piedras que deambulan todavía por los campos como efecto de los cataclismos que formaron la Tierra. También a las piedras manufacturadas, las que han perdido su identidad anterior para formar parte de un edificio. Por supuesto el lenguaje varía. El de las piedras desperdigadas por laderas y valles hablan del viento, del agua y de lírica. Muchas de ellas apenas saben de humanos, pero algunas han llegado a citarme a tribus de paso, pastores trashumantes, soldados de campaña, perseguidos de la justicia y aventureros que no han parado sino alguna noche. En algunas zonas, las piedras que han sobrevivido cuentan con tristeza sobre lejanas extracciones efectuadas por los picos y los músculos de los esclavos. Y lloran todavía por el recuerdo de la partida de muchas de las rocas que convivieron con ellas. Pero cuando me dirijo a las piedras de una catedral o de una muralla su idioma urbano se vuelve más refinado y presumido. Hablan de ceremonias, de mercado, de fiestas, de edificaciones suntuarias, de quehaceres cotidianos y también de asaltos que pudieron acabar con la fábrica de la que formaban parte. Obviamente este tipo de piedras sabe más de épica, porque la lírica, dicen, es un residuo del pasado bucólico, si es que alguna vez existió. Además, entienden que si queda algún rasgo de bondad en el mundo del que forman parte sólo se da entre la ingenuidad de los enamorados y en la desesperanza de los ancianos. Fue al amanecer cuando la asamblea de sillares de aquella basílica decidió mostrarme un lienzo del muro que comúnmente pasa desapercibido a los viandantes. Se sentían orgullosas del trazo perfectamente escuadrado que componía la pared, pero lamentaban las viejas heridas. Las piedras tienen memoria y me lo relataron. Fueron tiempos revueltos, dijeron, y no fue cosa de un día ni de dos. Las esquirlas saltaron por todas partes. No nos dolieron los golpes repetidos de la fusilería, sino más bien el daño en la unidad que habíamos mantenido durante tantos siglos. Lo que nos sorprendió más fue que delante de nosotras, incluso salpicándonos, corrió una sustancia que lleváis dentro los humanos y que llamáis sangre. Fue entonces cuando comprendimos el precio de la épica que tanto os entusiasma a vuestra especie.







jueves, 2 de junio de 2011

La Historia inexistente




Después de años de estar interesado por lo que ha tenido lugar entre los humanos, con especial interés por lo característico del entorno que me ha tocado en suerte, he decidido tirar la toalla y no indagar más. En buena hora no acabé la carrera que, de haber llegado a buen puerto, me hubiera colocado entre los exégetas del mundo angelical. Ahora ya me han convencido del todo. Nada tuvo lugar, nada fue, nada se inventó, nadie sufrió jamás y todo eso de las civilizaciones y culturas fue un claro producto del reino imbatible de los cielos.

Ese ente desconocido y ajeno al acontecer que se llama Real Academia de la Historia ha decidido una vez más copular con sus ángeles. Para que se conozca el rostro del último condescendiente con los viejos bujarrones de gabinete pongo su foto. No sé si es cómplice placentero, víctima con causa o excusa de chapero. Está en la mejor tradición de los querubines y serafines patrios. Los que se incumbaron con la Contrarreforma trentina, poblaron altares y retablos barrocos, se volvieron melancólicos en el Romanticismo, acabaron kitsch en la belle epoque y se durmieron en la pobrísima estética de sangre que se filtraba en el cementerio español del franquismo.

Perdón, he sido incorrecto. He nombrado conceptos y categorías que no existieron. Yo ya intuía hace tiempo que todos esos términos eran para justificar la existencia de castas en las universidades, los institutos y las academias vigilantes de las esencias malolientes. Lo sospechaba y ahora se me confirma. Nunca es tarde para saber que me suspendieron muchas veces con razón. Iba a la contra. Era un descreído. Tenía que haber hablado siempre de los ángeles.