"...Y es que en la noche hay siempre un fuego oculto". Claudio Rodríguez





martes, 26 de febrero de 2019

Naxos. El loco, en defensa de la hetaira














"¿Te has atrevido tú a vender a otros caricias que eran mías y en tu locura a dar a otros besos que eran míos?

Tibulo, Elegías. Libro I




Antes de seguir mi ruta hacia otras islas quisiera visitar a la hetaira, dice Ténedos el comerciante a Naxos. ¿Cómo puedo llegar hasta ella? El orate, que aparentaba dormitar en el zaguán del alfar, interviene. ¿La buscas para acrecentar tus conocimientos o simplemente por placer? Al mercader le parece una pregunta sarcástica y responde molesto: ¿Desde cuándo una hetaira puede aportar conocimiento? El loco ríe. En su carcajada hay un tono protector de Therasia, a la que tiene por buena amiga. Lo dice con claridad. La hetaira es de las pocas personas que me respetan y me tienen en consideración. Para Therasia no soy un descerebrado, sino alguien que interpreta las reglas de otra manera. En ese sentido ella y yo nos parecemos bastante. El comerciante, que no quiere entrar en polémica, trata de ir a lo práctico. Jamás busco otra expresión con una mujer de la vida que la que me proporcione un buen rato y me deje el cuerpo despejado de tensiones, precisa. Nuestra hetaira, y el loco Alónnisos muestra la dureza de su mirada fija a aquel comerciante, no es una hetaira cualquiera. Sabe más que muchos cargos públicos, más que los técnicos que han edificado suntuosos edificios, más que los sacerdotes que pasan su vida amparando a los dioses a cambio de prebendas que pagamos todos. Te diré más. Ella ha navegado sin ser marino, ha juzgado sin ser juez, ha mercadeado sin ser comerciante, ha gobernado en la ciudad, en fin,  sin aparecer que gobierna. Dirás también, dice burlón Ténedos, que ha guerreado sin ser soldado. Y así es, replica el loco. Nuestra hetaira sabe por lo que otros saben y por lo que desconocen. De cada hombre que ha atendido ha extraído conocimiento y ha devuelto experiencia. Es la que escucha y aconseja. La que comprende sin que nadie dé explicaciones. La que atempera a los más nerviosos. La que enseña a la juventud a quien nadie ha enseñado a amar. Muchos creen que esa mujer solo vende su cuerpo, pero lo que recibe en monedas es poco al lado de lo que ella da en especie. Devuelve con creces aquello que cada hombre deja con debilidad y escasa firmeza en su regazo. No hay nadie que no haya estado con ella y no salga reconfortado. Quien ha buscado el placer con urgencia ha obtenido una deferencia que supera lo pasajero.Therasia atiende mejor a los humildes que a los pudientes. A los desconsolados más que a los seguros de sí mismos. Los bienes no deslumbran a Therasia, sino la bondad y el trato delicado, el tono prudente y la sencillez de quien se siente abatido. Ella elige siempre. He visto a hombres vigorosos pero exigentes ser rechazados por Therasia. O cómo a nobles y príncipes no ha abierto su puerta. Su precio es ese, la elección.




(Fotografía de Ata Kandó)

sábado, 23 de febrero de 2019

Naxos. Confidencias del veterano con el joven.



"Ha perdido su antiguo ánimo, su coraje".

Konstantino Kavafis, La batalla de Magnesia.



Ya ves, extranjero, tú llegaste a esta tierra por primera vez y dices sentirte como en casa. Yo, en cambio, aun deseando el retorno me parece estar en otro lugar. Esto le dice Esciros, el cautivo, al joven Naxos. Está confidencial con él. Tú te asentaste en lo desconocido y no te fue difícil aceptar nuestro modo de vida. Por mi parte, aun siendo tan familiares las costumbres y los paisajes, me asalta una especie de orfandad. Naxos le pide explicación: ¿Por el estado en que has hallado la ciudad? ¿Porque te faltan amigos? En parte, responde Esciros, por la devastación. En parte por las ausencias. También por la desconfianza. Tras lo que aconteció, en que las traiciones pesaron tanto como la fuerza invasora, ¿en quién puedo confiar ahora? Guárdame discreción, Naxos. El día de mi llegada me dirigí con palabras estimulantes y sinceras a quienes acudieron a recibirme, y yo mismo me dejé llevar por el calor y la efusión de la acogida. No mentía. Y la gente necesitaba escuchar palabras esperanzadas de un superviviente que no se dejó sojuzgar. Pero los días de la euforia han transcurrido y asentada la cabeza en la nueva realidad observo. Contemplo con precisión las limitaciones de los que han quedado y me pregunto por la capacidad de restauración que tenemos con esta población diezmada, no solo en número sino en individuos con aptitudes. No, no tengo el mismo temple que me caracterizaba y no sé bien en quién apoyarme. Quiero hacer, pero no sé si puedo hacer, pues la reconstrucción de una ciudad no depende de soflamas, de gente abatida y mucho menos de los dioses. El cautiverio ha hecho mella en mí, a ti te lo puedo decir. La edad, la quiebra de las viejas perspectivas y una resistencia íntima debilitada me ponen los pies en el suelo. ¡Y sin embargo, ellos, los habitantes de esta urbe venida a menos esperan que yo los saque para adelante! Yo, que no creo ya en próceres, ni en proyectos antiguos. Cuanto más medito sobre cómo levantar de nuevo todo esto sin caer en los errores pasados, sin dejar las decisiones en manos de desaprensivos, más me demoro en ver con claridad. Naxos, tú que eres aún fuerte de mente y de ilusiones. Que dices estar en esta tu nueva patria con más mérito que en aquella de la que provienes, ¿tendrías valor para tomar el timón? Todo el mundo te admira. Los pobres, afanados en sus emociones, porque te ven diligente y bondadoso. Los ricos, tan avariciosos como siniestros, porque creen que podrían manipularte. Pero yo te enseñaría a andar un camino de riesgo, y que también es necesario recorrer. Piensa mi propuesta, deja que las aguas sigan su curso de momento. Que nadie advierta que podemos generar un gran río a partir de los pequeños arroyos que canalicemos. Que nadie descubra que el mar indómito, si bien no se puede reducir, sí podemos hacerlo más navegable. Entonces Naxos recuerda cuando Thasos, el ciego, le propuso algo semejante. Aquel veía la necesidad más allá de la opacidad de sus ojos. El hombre del retorno urge desde su impotencia que alguien capaz tome el relevo.





(Fotografía de Ata Kandó)


jueves, 21 de febrero de 2019

Machado en Collioure, ya 80 años




De ver hoy día Antonio Machado lo que acontece en España, el mensaje de su Juan de Mairena sería claro y contundente. Sin perder un ápice de clarividencia, sensatez y temple, nos diría: iros a la mierda.

Ya una vez nos advirtió: "Huid de escenarios, púlpitos, plataformas y pedestales. Nunca perdáis contacto con el suelo; porque solo así tendréis una idea aproximada de vuestra estatura". Pero parece ser que todas esas elevaciones, si bien han cambiado de forma, que no de variedad moderna y extensión ilimitada, siguen siendo alturas aventureras y soberbias que empujan a muchos, por medio de las mentiras y de las fantasías, a vivir fuera de la realidad palpable.

En fin, que se ve que seguimos despreciando las admoniciones, consejos, experiencias y razonamientos que nos podrían situar con los pies en la tierra. De esa manera la aventura quijotesca no tendrá fin por mucho que Sancho nos prevenga. Con la secuela de sus problemáticas consecuencias y perjuicios.

Mañana 22 de febrero se cumplen ochenta años de la muerte de Antonio Machado en el exilio de Collioure, Francia. 



(Fotografía de Collioure, tomada de El País)


martes, 19 de febrero de 2019

Estampitas: El Ángel de la Guarda vela por nosotros




¡Ángel de Dios! Iluminadme, defendedme, regidme y gobernadme. Eso dice el lema de la estampa. Creo que puede ser un buen eslogan cara a la sucesión de elecciones políticas que nos vendrán en los meses próximos. Acaso a los de la Santa Alianza Tripartita les sirva. La cuestión es: ¿quién será el ángel bueno? ¿Y si es Satán disfrazado de lo opuesto? ¿Tan infantiles seremos que no vemos los peligros que acechan de ponernos en manos de algún ángel?

Al desempolvar ancestrales estampas me vienen estas comparaciones odiosas. Pero no quisiera que uno, de tan tonto que es, fuera a dejarse seducir fácilmente por un ángel protector cuando quien llama a la puerta puede estar siendo el ángel exterminador.



sábado, 16 de febrero de 2019

Mujeres entrañables. De lo querido a lo desaparecido. Y la radio




No es porque fuera el otro día el Día de la Radio -hace mucho que no celebro los domingos y fiestas de guardar, que decían los del negocio- pero coincidiendo con la fecha me regalan una fotografía entrañable de familiares. ¿Vestía yo todavía pantalón corto? ¿Corría y subía y bajaba por las escaleras como alma que llevaba Lucifer? ¿Era todavía el niño modelo que enorgullecía a mis padres antes de que me perdiera en la vorágine de las aventuras? La fotografía, sencilla y limitada de alguna Werlisa seguramente, me trae a una abuela y unas tías cuyas imágenes uno retiene afortunadamente sin necesidad de foto, pero que el retrato ayuda a recordar con más precisión. Y a emocionar. Y a venirle a uno escenas de la vida cotidiana de aquellos tiempos. Valoraba entonces a las de mujeres de la foto como familiares entrañables, a las que visitaba frecuentemente. Con las cuales yo me sentía muy querido. Hoy las admiro como mujeres que no hicieron otra cosa toda su vida -iba a decir perra vida, pero me contengo- que trabajar, asumir su posición de discreto segundo plano, padecer -aquellos feroces años de la posguerra las pasaron caninas- y acabar sus días antes de tiempo en varios casos. Aunque eso de antes de tiempo es siempre una inocentada. ¿Qué es antes de tiempo? ¿Qué tiempo se nos asigna si solo el azar sabe decirnos: hasta aquí llegáis, hermanos? Uno piensa en lo desigual de la vida individual, en el juego que se traen las vidas que hay dentro de nuestras vidas, esas llamadas bacterias, virus, células mutantes...Y en las condiciones de vida en que se viva, naturalmente. La mujer anciana, levantándose cada día -literalmente cada día-  a las cuatro de la madrugada para ordeñar las ovejas junto a los hijos mayores, más labores domésticas, llegó a octogenaria avanzada, no libre ya de que la mente jugara con ella la baza del descontrol. Sin embargo, las hijas que aparecen en la instantánea, tras una vida de pantaloneras, con agobios, enfermedades, carencias y sacrificios, cayeron a edades más tempranas. Y luego está la radio. Un aparente objeto inanimado pero que contenía también muchas vidas. Al fondo y como en un altar, emergía estimulante, acompañadora, paliendo esfuerzos e ingratitudes. Pero es que quien más o quien menos teníamos en nuestras casas al aparato receptor en una hornacina, sobre una peana, en un mueble. Y sobre todo la necesidad de tenerla. La radio traía los partes de noticias -término coloquial el de "parte", heredado de la guerra civil, pero que la gente seguía utilizando en la paz de los cementerios para denominar a los informativos gubernamentales, que eran de obligada emisión en todas las emisoras, públicas o privadas-  pero la radio posibilitaba escuchar, si bien deficientemente, a La Pirenaica, por ejemplo, luego a Radio París o la BBC. Traía también las músicas, los concursos, las esperanzas, los consuelos. El poder de la técnica. La radio. ¿Qué habría sido de nosotros sin la radio en los ominosos tiempos de la salvaje dictadura? Miro la foto y me vienen los sones y las letras de Moliendo café -cuando la tarde languidece renacen las sombras/ y en la quietud los cafetales vuelven a sentir/ el son tristón, canción de amor de la vieja molienda- o de Mi carro  -dónde estará mi carro, dónde estará mi carro- y lo que hoy escucho con atención indagando en sus textos y melodías en otro tiempo me resultaban insoportables. ¿Cuántas veces podían poner de seguido las mismas canciones? No había vecino que no se supiera las letras de las canciones, que no las cantase de principio a fin, archi repetidas sobre todo en determinadas fechas en que la gente encargaba canciones para dedicarlas a familiares por su cumpleaños o a Juanito por haberle tocado la mili en África. Hablar del pasado es hablar de un largo etcétera donde las vidas no cesaron, aunque las circunstancias y los próceres no facilitaran las cosas. Pero, en fin, muchos -cada vez quedamos menos- fuimos hijos de aquella España de la radio cuya memoria hoy me devuelve esta fotografía entrañable, sencilla, cargada de cariño.





miércoles, 13 de febrero de 2019

Al filo de los 182 años de pegarse el pistoletazo Fígaro, también conocido como Mariano José de Larra




Qué lejos queda, pero qué fresco se mantiene el muerto. Qué recientes cuando no actuales suenan todavía muchos de los artículos críticos sobre la sociedad española, la administración y los administrados, artículos deficientemente calificados como de costumbres, de Fígaro. Ya saben, aquel viviente llamado Mariano José de Larra. Hoy hace solo 182 años que se pegó su pistoletazo suicida. ¿Por la anti razón pasional de un amor despechado? ¿Por otra clase de hartazgo vital en un individuo tan inquieto como observador de un país en continuo y rocambolesco acontecer, incluido el guerracivilismo al uso? Pues la fecha 13 de febrero -declarada, por cierto, también como Día de la Radio- me parecía una ocasión para repasar algunas lecturas de aquellos artículos heredados.

Me imagino, por ejemplo, que estoy en un café de los Madriles untando unas porras en una taza de café aún auténticamente colonial, y hojeo El duende satírico del día o El pobrecito hablador o la Revista Española o El observador o El correo de las damas o El español... mientras soporto las toses de los parroquianos y los esputos escondidos de algún tísico propios de un mes tan frío. Cualquiera de aquellos periódicos, más o menos efímeros donde escribe ese espécimen de centauro poliédrico, cronista, periodista, crítico, dramaturgo...en fin, un liberal y librepensador en un tiempo y en un Estado -de Gobernación y de cosas-  en que ser liberal tenía mucho, mucho mérito, no como ahora en que el término tiene trampa y tramposos. Para celebrarlo a mi humilde manera transcribo aquí pour vous tous, madame et messieurs, un artículo -podría haber sido otro- titulado La gran verdad descubierta (Tomado de Fígaro. Colección de artículos dramáticos, literarios, políticos y de costumbres, ed. Alejandro Pérez Vidal, Barcelona, Crítica, 2000, pp. 235-236) para percibir no solo la preocupación del momento en un tema más de los que vivió de cerca Larra, sino el estilo irónico y sarcástico de su escritura deliciosa.



La gran verdad descubierta


"Dirán que los grandes trastornos políticos no sirven para nada. ¡Mentira! ¡Atroz mentira! Del choque de las cosas y de las opiniones nace la verdad. De dos días de discusión nace un principio nuevo y luminoso. ¿Saben ustedes lo que se ha descubierto en España, en Madrid, ahora, hace poco, hace dos días no más? Se ha descubierto, se ha decidido, se ha determinado que «la ley protege y asegura la libertad individual». Cosa recóndita, de nadie sabida, ni nunca sospechada. Han sido precisos todos los sucesos de La Granja, la caída de tres ministerios, una amnistía, la vuelta de todos los emigrados, la rebelión de un «mal aconsejado príncipe», una Cuádruple Alianza, una guerra en Vizcaya, una jura, una proclamación, un Estatuto, unas leyes fundamentales resucitadas en traje de Próceres, una representación nacional, dos estamentos, dos discusiones, una corrección ministerial, un empate y la reserva de un voto importante, que no hacía falta, para sacar del fondo del arca política la gran verdad de que «la ley protege y asegura la libertad individual». Pero ahora ya lo sabemos. «Girolamo, lo sappiamo», responderá alguno. «Sappete un!!!» Ahora es, y no antes, cuando verdaderamente lo sabemos, y ya nunca se nos olvidará. 

¡Que nos quiten esa ventaja! A un dos por tres descubrió Copérnico que la Tierra es la que gira; en un abrir y cerrar de ojos descubrió Gassendi la gravedad de los cuerpos; Newton halló su prisma en un mal vidrio; Linneo encontró los sexos de las plantas entre rama y rama. Pero han sido necesarios siglos de opresión y una corrección ministerial para descubrir que la ley protege y asegura algo. He aquí la diferencia que hay de las verdades físicas a las verdades políticas: aquéllas suelen encontrarse detrás de una mata; éstas están siglos enteros agazapadas detrás de una corrección ministerial. Ábrase la discusión, discútase el punto, pronúnciese la modificación ministerial, et voilà la vérité, que salta como un chorro, y salpica a los circunstantes. ¡Uf! «La ley protege y asegura la libertad individual.» Luego que esto esté escrito y sancionado, ya quisiera yo saber quién es el que no anda derecho. ¿Qué ladrón vuelve a robar, qué asesino mata, qué facción vuelve a levantar cabeza, y qué carlista, en fin, no se apea de su destino? La discusión, la discusión; he aquí el secreto. «La ley protege», es decir, que la ley no es cosa mala, como se había creído hasta ahora; «la ley», por último, he aquí la gran verdad escondida. Loor a la revolución, loor a las discusiones largas y peliagudas, loor a las correcciones ministeriales, y loor en fin, para siempre, y más loor a la gran verdad descubierta".

(Aparecido en Revista Española, n.º 332, 16 de septiembre de 1834. Firmado: Fígaro)


(Larra por el pintor Tomás Bartolomé)





lunes, 11 de febrero de 2019

Naxos. El retorno del cautivo















Ha vuelto Esciros, ha regresado a nosotros, y el grito rasga el amanecer de la ciudad. La primera voz se convierte pronto en un clamor. La gente corre y se agolpa en la parte menos dañada del muelle. La nave extranjera en la que llega ha quedado fondeada donde no corre peligro de encallar. Varios hombres traen a Esciros a tierra. Cuando pisa el suelo de su patria todos callan. Me alegro y me entristezco de estar aquí, dice. Agradece a los dioses que te hayan devuelto a casa, grita un oscuro funcionario que no goza de buena reputación en la ciudad. Los dioses siempre juegan con nosotros, le corta rápido Esciros. Mi cautividad me ha enseñado a medir el mal hacer de los humanos, así como a estimar el bien. Conceder a los dioses el merecimiento de nuestra propia salvación es tan injusto como culparlos de nuestras desgracias. Otro conciudadano, que había formado parte del gobierno de la ciudad en el que también participaba él, se atreve a contradecirle. No hables mal de los dioses, pues bien saben ellos que protegen a quienes desean ser protegidos. Esciros no se lo piensa: primero dame la bienvenida si te alegra verme salvo, después podemos hablar de lo que quieren los dioses y lo que no parece que queramos los mortales. ¿Acaso nunca has oído aquello que dijo en cierta ocasión un poeta trágico de que los dioses ciegan a quienes quiere perder? Yo añadiría: nos perdemos nosotros al rendirnos a las más seductoras ambiciones. Háblanos de tu cautiverio, Esciros, le reclaman varios jóvenes. Tendréis oportunidad de escuchar de mis padeceres pero también de mis aprendizajes, les responde. Estar privado de la patria nunca es grato y servir obligadamente a otros, sin obtener como mucho otro beneficio que el de preservar la vida, y a cualquier precio, no se lo deseo a nadie. Pero algo he asimilado. Observando a otros pueblos, aunque sean esclavos de sus mandatarios, también instruye. Al fin y al cabo todos los pueblos se parecen y sufren los mismos perjuicios que nosotros. ¿Qué has aprendido que tanto te entusiasma, Esciros?, le inquieren. Esciros se queda pensativo. Luego habla con comedimiento. Ver que todos acaban aceptando antes o después un sometimiento voluntario me ha hecho meditar mucho. Esa entrega a los gobernantes es como cederles con inocencia nuestras vidas, pues al final ellos acaban decidiendo por nosotros. Yo mismo, como sabéis, formé parte de la corte que gobernaba la ciudad. Conocéis cómo me opuse a la mala gestión, así como a aceptar llevar a cabo aventuras de alto riesgo que nos conducirían bien a una guerra abierta, bien a ser invadidos por otros en connivencia con ciertos dirigentes de nuestras instituciones. Algo que ha sucedido. Por cierto, ¿creéis que fue una casualidad que me hicieran prisionero? No, bien sabía ese enemigo contra el que se predispone al pueblo a quién iban a buscar. Tiempo habrá de sacar conclusiones. Ya os expondré las mías. Ahora permitid que me acostumbre a la idea de que he retornado. Antes he dicho que me alegro de volver principalmente porque recupero mi pasado. Pero me entristezco tanto al ver que aquí faltan familiares, amigos o sencillos vecinos. Pero también he comprendido tras todo este tiempo de ausencia que lamentar no sirve de nada. Lo útil es participar en el esfuerzo de la reconstrucción. Esa es la verdadera alegría que debemos todos compartir. Un anciano pescador le sugiere: Esciros, no debimos dejar que desde el gobierno nos azuzaran para enfrentarnos unos contra otros, pues esta ciudad fue siempre pacífica y habíamos vivido con honestidad. Los malos gestores, que incluso pudieron contigo y te traicionaron, pervirtieron la convivencia y nos vendieron a todos, y en esta historia los dioses no cuentan nada.

Esciros se emociona al ver cómo el recibimiento se ha ido convirtiendo en un ágora improvisado. Cansado estoy de lamentaciones, insiste. Mi retorno no es el de un hombre agotado y desesperanzado. Dejad que me reponga de las inclemencias del viaje. Luego, podéis ponerme al tanto de vuestros esfuerzos y decidid qué lugar debo ocupar en la nueva ciudad que hay que consolidar.




(Fotografía de Ata Kandó)


jueves, 7 de febrero de 2019

Naxos. La noche de los amantes















"Nunca soplan tan fuertes las borrascas
ni hay urgencia que obligue a hacer más corto el viaje".

Calímaco, Himno a Delos.



Al caer la noche los tres jóvenes se sientan al borde de los escarpes. El océano borra lentamente su perfil. Aquella geometría se vuelve recóndita, abandonando a los hombres y desposeyendo a las deidades. ¿Qué son los unos y las otras sin el océano? El aroma a salitre y el empeño de las olas descubren nuevas miradas. Hay un cielo dilatado que los astrónomos llaman la infinitud. Hay aves tardías que se recogen con presura. Hay acordes de flauta que entretienen los hogares enmudecidos. Hay gritos angustiosos de náufragos en la imprecisa distancia. Hay lamentos de ciudades asoladas a lo largo del archipiélago. Hay irrecuperables nostalgias y también oscuros clamores de venganza. Hay ecos de abstrusas posesiones y desesperadas resistencias. Los tres amigos se sienten próximos. Somos dichosos porque sabemos salvarnos, se dicen. Los olores de los cuerpos se acarician entre sí. Las pieles se rozan con sutileza. Los brazos se pierden en un viaje a otros brazos. Los cabellos se encrespan al ritmo de un viento manso. Las bocas se agitan conformando una sola humedad. Los vientres hienden otros vientres. Un gemido largo y coral entona la juvenil canción del deseo. Convulsión del acantilado; y de pronto el océano calla. ¿Qué diosa puede nacer de aquella copulación de naturalezas que se saben ciegas e insaciables? Al universo grávido sucede un vacío expansivo. El remero, la pintora de cráteras y el advenedizo constructor laten tierna y pausadamente. 




(Fotografía de Ata Kandó)


martes, 5 de febrero de 2019

Naxos. El arquitecto innovador





















"allí estás tú
arquitectura
arte de la fantasía y de la piedra

allí estás belleza instalada
sobre el arco ligero
como un suspiro".

Zbigniew Herbert, de Arquitectura, en Cuerda de luz.


Este joven que me acompaña procede de regiones interiores de más allá de nuestro océano. Así presenta el comerciante Ténedos en el alfar de Lemnos a un joven apocado, de piel atezada. Se llama Bahram. Apenas conoce nuestro idioma. Habla en una lengua bárbara pero piensa civilizadamente. Aunque le veáis de complexión asténica y bastante tímido es un dotado para los cálculos de los edificios. Será un gran arquitecto, sin duda, cuando adquiera más experiencia. Trae ideas, muchas de ellas ya experimentadas y sobre todo comprobadas, acerca de técnicas de alzado y descarga de fuerzas, sobre todo para los edificios más nobles. Conoce nuevos materiales que aquí jamás habrán llegado y cómo adecuarlos para ahorrar esfuerzo y garantizar duración a un edificio. Pero también sabe de ampliación ordenada de los barrios, aunque él sostiene que esto viene de sus propias reflexiones y de la observación de la vida de los habitantes de las ciudades. Y dice no restar importancia a los elementos decorativos, que nunca son secundarios sino que pueden articularse desde el principio con el sentido de un edificio. Después de dar varias vueltas por la ciudad en ruinas me ha comentado que ahora es la oportunidad de concebir el trazado y la perspectiva conveniente de calles y edificios, incluso los más humildes, de otra manera. Casas y calles no pueden andar a la greña, ni crecer a espaldas unos de otros, caóticamente.

Los obreros del taller han parado la tarea con expectación. Lemnos sonríe, no sin malicia. Hoy día llega cualquier joven extranjero creyendo que descubre un mundo, dice, y ya está dando recetas. Una urbe devastada no se levanta de nuevo así como así. Bastante tenemos con seguir subsistiendo. Arreglar lo recuperable, sostener lo que aún no ha caído del todo, asegurar basamentos que permitan en el futuro fortalecer la reconstrucción de un edificio. Además, después del saqueo no tenemos prácticamente recursos para pagar las obras. Tú lo has dicho, le interrumpe Ténedos. Una reconstrucción no es algo factible en poco tiempo, pero pensándola con organización y teniendo en consideración los avances técnicos puede realizarse en períodos más cortos e incluso con costes más ajustados. ¿Cuánto hace que no renováis vuestra arquitectura? ¿Os habéis parado a pensar que la que teníais apenas estaba dotada de originalidad? ¿No habíais reparado en la imagen de ciudad vieja que transmite y, por lo tanto, la poca atracción y competencia que suscita en otras ciudades? Si no fuera por el precio que habéis pagado en vidas y secuestros bien podría decirse que el desastre os proporciona una ocasión única. Pues bien, este joven, Bahram, sí lo ha advertido. Cree que no debéis dejaros llevar por la inercia, pues entonces no levantaréis cabeza jamás. Que el destino de los habitantes de la ciudad es indisoluble de hacerla renacer piedra a piedra, siendo arriesgados en los planteamientos constructivos que puedan venir desde lejanas tierras, estando abiertos a innovaciones esenciales y también de forma, aceptando, en fin, entender la ciudad no como hasta ahora, un espacio escindido entre dioses y hombres, sino como el reflejo de los quehaceres y el desarrollo de las capacidades de quienes la pueblan. Las ciudades no viven principalmente de los cultos y de las creencias, sino de las invenciones y de todo lo que se genera: industria y comercio, sí, pero también intercambios creativos y sobre todo conocimientos. Se ve que eres hombre sabio, Lemnos, aunque estés abatido y desconfíes. Pero no tenéis nada que perder dando una oportunidad a este hombre innovador. Con él se abre la puerta a amplios saberes que practican en otras tierras.

El anciano Lemnos y los demás se miran con asombro. Sus ojos se iluminan y en aquellos destellos parecen deslizarse los sueños de una ciudad que todos desean recuperar. Acaso tengas razón, comerciante amigo, rompe el silencio el alfarero. No hay mayor riesgo por dejar nuestro destino a un joven que llega para levantar, no para hundir. Que cree en las piedras viejas, pero que las transforma desde su imaginación. Que ya ve los planos de una ciudad nueva que nosotros no vemos y que, tal vez, haya que refundar.




(Fotografía de Ata Kandó)


lunes, 4 de febrero de 2019

Una deuda pendiente con la simpatía




Tenía una deuda pendiente con este grupo de mujeres que de manera tan alegre como dispuesta posaron espontáneamente en cierta ocasión en la Plaza Mayor de Salamanca. Ignoro por qué iban de esa guisa ni qué celebraban. Supongo que es algo representativo de nuestras sociedades complejas y diversas. De momento descansaban y tomaban un sol amable y barroco que yo también compartía. Que no tuvieran inconveniente en dejarse fotografiar como tal grupo bizarro hizo que me cayeran bien. ¿Que rezuman un cierto estado de gracia, la que proporciona el bien estar, la camaradería y el descubrimiento de la ciudad monumental? No me cabe duda, de lo contrario habrían escapado angelicalmente de las garras del fotógrafo. Las hubiera hecho tantas preguntas...En otra época hubiera trabado conversación y hasta debate, si se terciaba, con ellas, pero mi tiempo presente es cada vez más breve y la desgana su herida. Evidentemente, el hábito no hace al monje, sino la simpatía y la actitud. Esto sirve igual para tirios que para troyanos. Que la paz sea con estas mujeres, pues no hay nadie que no la necesite ni se vea amenazado de carecer de ella.