No es porque fuera el otro día el Día de la Radio -hace mucho que no celebro los domingos y fiestas de guardar, que decían los del negocio- pero coincidiendo con la fecha me regalan una fotografía entrañable de familiares. ¿Vestía yo todavía pantalón corto? ¿Corría y subía y bajaba por las escaleras como alma que llevaba Lucifer? ¿Era todavía el niño modelo que enorgullecía a mis padres antes de que me perdiera en la vorágine de las aventuras? La fotografía, sencilla y limitada de alguna Werlisa seguramente, me trae a una abuela y unas tías cuyas imágenes uno retiene afortunadamente sin necesidad de foto, pero que el retrato ayuda a recordar con más precisión. Y a emocionar. Y a venirle a uno escenas de la vida cotidiana de aquellos tiempos. Valoraba entonces a las de mujeres de la foto como familiares entrañables, a las que visitaba frecuentemente. Con las cuales yo me sentía muy querido. Hoy las admiro como mujeres que no hicieron otra cosa toda su vida -iba a decir perra vida, pero me contengo- que trabajar, asumir su posición de discreto segundo plano, padecer -aquellos feroces años de la posguerra las pasaron caninas- y acabar sus días antes de tiempo en varios casos. Aunque eso de antes de tiempo es siempre una inocentada. ¿Qué es antes de tiempo? ¿Qué tiempo se nos asigna si solo el azar sabe decirnos: hasta aquí llegáis, hermanos? Uno piensa en lo desigual de la vida individual, en el juego que se traen las vidas que hay dentro de nuestras vidas, esas llamadas bacterias, virus, células mutantes...Y en las condiciones de vida en que se viva, naturalmente. La mujer anciana, levantándose cada día -literalmente cada día- a las cuatro de la madrugada para ordeñar las ovejas junto a los hijos mayores, más labores domésticas, llegó a octogenaria avanzada, no libre ya de que la mente jugara con ella la baza del descontrol. Sin embargo, las hijas que aparecen en la instantánea, tras una vida de pantaloneras, con agobios, enfermedades, carencias y sacrificios, cayeron a edades más tempranas. Y luego está la radio. Un aparente objeto inanimado pero que contenía también muchas vidas. Al fondo y como en un altar, emergía estimulante, acompañadora, paliendo esfuerzos e ingratitudes. Pero es que quien más o quien menos teníamos en nuestras casas al aparato receptor en una hornacina, sobre una peana, en un mueble. Y sobre todo la necesidad de tenerla. La radio traía los partes de noticias -término coloquial el de "parte", heredado de la guerra civil, pero que la gente seguía utilizando en la paz de los cementerios para denominar a los informativos gubernamentales, que eran de obligada emisión en todas las emisoras, públicas o privadas- pero la radio posibilitaba escuchar, si bien deficientemente, a La Pirenaica, por ejemplo, luego a Radio París o la BBC. Traía también las músicas, los concursos, las esperanzas, los consuelos. El poder de la técnica. La radio. ¿Qué habría sido de nosotros sin la radio en los ominosos tiempos de la salvaje dictadura? Miro la foto y me vienen los sones y las letras de Moliendo café -cuando la tarde languidece renacen las sombras/ y en la quietud los cafetales vuelven a sentir/ el son tristón, canción de amor de la vieja molienda- o de Mi carro -dónde estará mi carro, dónde estará mi carro- y lo que hoy escucho con atención indagando en sus textos y melodías en otro tiempo me resultaban insoportables. ¿Cuántas veces podían poner de seguido las mismas canciones? No había vecino que no se supiera las letras de las canciones, que no las cantase de principio a fin, archi repetidas sobre todo en determinadas fechas en que la gente encargaba canciones para dedicarlas a familiares por su cumpleaños o a Juanito por haberle tocado la mili en África. Hablar del pasado es hablar de un largo etcétera donde las vidas no cesaron, aunque las circunstancias y los próceres no facilitaran las cosas. Pero, en fin, muchos -cada vez quedamos menos- fuimos hijos de aquella España de la radio cuya memoria hoy me devuelve esta fotografía entrañable, sencilla, cargada de cariño.
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Recuerdo esos días de infancia y radio. No de la radio clandestina, claro está, porque mis padres, aunque no eran afectos al régimen, tampoco se querían complicar la vida (mi progenitor, además era funcionario). Hablo de la radio en medio del comedor, cuando todos nos congregábamos para oír a "Pepe Iglesias, el Zorro", siempre silbando y diciendo eso de "vieja, tomate la pastilla", y a "Matilde, Perico y Periquín", sin olvidarnos de "Ustedes son formidables", con esa sintonía introductoria, la del Nuevo Mundo, de Dvorak. ¡Qué tiempos!
ResponderEliminarSaludos, míster Fackel.
La radio clandestina la escuchaban también como podían y poniéndola muy bajito los afectos al régimen o simplemente quienes no habían estado en el bando republicano; no digo ya los que fueran perdedores. Pero los programas compartidos como los que citas los vivíamos todos, sí, y algunos eran muy buenos. Se creaba expectación, pero es que ¿qué otra cosa había para entretenerse? Aparte estaban los cines, pero es otra historia. Radio y familia, familia y radio eran una comunión única en aquellos tiempos. En fin, que se podría hablar mucho de toda aquella sociología de masas. Saludos, Cayetano.
EliminarHaces una crónica que comparto en su totalidad. Todo lo que describes me resulta conocido, familiar y entrañable. Justo homenaje el que haces a aquellas mujeres cuyo devenir ha quedado en nuestra memoria y en nuestros afectos.
ResponderEliminarUn abrazo
Es que era así. La radio paliaba trabajos y días de millones de españoles, con relativas o escasas esperanzas de que todo cambiara y mejorase. Luego se podrían comentar otras anécdotas. Por ejemplo, que en Semana Santa, de jueves a domingo llamados santos no se podían poner músicas alegres en las emisoras. Toda la música era la denominada sacra, más rosarios, sermones y otros actos pietistas de la todopoderosa alianza religión católica/ Estado del Movimiento. Como se clausuraban esos días los cines y las salas de fiestas. Porque Cristo había muerto (sic, se decía) Tremendo.
EliminarMe conmueve ver esos rostros, pero también me llama mucho la atención ver ese "vestido" con el que cubrían el aparato sonoro! Era común ese "ropaje"? jejee. Nunca había visto
ResponderEliminarPues cosas de la España antigua y tradicional. Se ponían falditas y faldones, como quien pone visillos, a muchos objetos. Desde mesas camillas hasta rdios, como ves. No quiere decir que todos lo hicieran, ni mucho menos; mi madre, por ejemplo, no. La radio estaba al descubierto. Como mucho se colocaba sobre la radio un tapete bordado con algún objeto pequeño. Supongo que entonces muchas mujeres practicaban esa clase de labores y había que sarlas salida. Y no olvides que, tal como he contado, las mujeres de la fotografía dominaban los cosidos.
EliminarEste comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarEn la última etapa, según parece. Antes debió estar en Moscú y en otra parte, pero eso era lo de menos. Lo curioso es que llegaran las ondas, no obstante los ruidos e interferencias. Y más curioso que fuera mi madre, de extracción tradicionalista y católica ferviente, la que tuviera interés en escucharla algunas noches. Sorprendente la vida siempre.
EliminarAsí era y así la vivimos. Por cierto con 3 añitos tuvieron a bien sacarme una foto con la radio como protagonista ... y la nena obligada a mostrarse contenta y hacer que cantaba feliz, con lo taciturna que era la condenada. Tengo la imagen ubicada pero sin tiempo físico para compartirla.
ResponderEliminarAún más, me llevaron a ver en directo un programa concurso de aquellos radiados,
Habría que verte de esa guisa radiofónica. Sí, a quien más o quien menos alguna vez nos llevaron a la emisora local.
EliminarInteresante lo que nos cuenta y bonito recuerdo para esas mujeres de la familia que aportaron tanto cariño.
ResponderEliminarMe ha llamado la atención la radio "vestida", hace gracia pero tiene su valor etnográfico.
Adriana
Gracias. Sí, la España etnográfica tendría mucho que contar; bueno, de hecho ya ha contado. Creo que aquellos mandatarios impositivos no se han merecido jamás a la población imaginativa. Y la sociedad que se vio obligada a soportarlos supo sortear a su manera las carencias. Tal vez lo de vestir el aparato de radio tuviera que ver con mantenerla a salvo de polvo o del sol que daba de plano o simplemente porque se llevaba en algunas partes o porque a esas mujeres se les daba bien la costura. Pensemos que al aparato de radio se le tenía como a un santo o a una virgen: ¡en un altar! De hecho hizo más por las personas que las estatuas de yeso.
Eliminar"...Por aquellas chapas mal puestas se agenció cuatrocientas pesetas de otra familia, que habían venido de Galicia y que no sabían donde instalarse. Con ellas se dió el lujo (mi madre), de comprarse lo que siempre había soñado, una radio.
ResponderEliminarFue una Telefunken de bakelita modelo "Cariño". Totalmente blanca, de lineas armoniosas y que sintonizaba todas las emisoras de la época, aunque, no se porqué, la tenía puesta permanentemente en una que se denominaba EAJ 1 Radio Barcelona..."
Fragmento de "Las sombras se equivocaron de dueño"
PD: Aún conservo la radio, eso y el kinké de kerosene de cuando estudiaba.
salut
Cierto, cierto, me has recordado tu buen y entrañable -no exento de dureza- relato. Mis padres sintonizaban sobre todo EAJ 47. Esas emisoras serían de la Sociedad Española de Radiodifusión. EAJ 1 sería Radio Barcelona en principio. La 47 de aquí. A veces también ponían Radio Intercontinental, de Madrid, tenía programas castizos que nos gustaban: el Eulogio y la Remedios, donde se fustigaban el uno al otro moderadamente, imponiéndose siempre ella. La cadena de la REM, del Movimiento, apenas se ponía, mi madre la llamaba la radio de la Falange, y por eso no tengo recuerdos de programa ni interés alguno. Tiempo pasado en que muchos las pasaron canutas.
EliminarConserva la radio y el quinqué como reliquias, Miquel.
Gracias por este hermoso homenaje que le haces de la radio en aquellos años grises...
ResponderEliminarYa ves, cualquier cosa -en este caso una fotografía que no conocía- me lleva a recordar, con todas sus consecuencias. Gracias a ti.
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