"...Y es que en la noche hay siempre un fuego oculto". Claudio Rodríguez





martes, 30 de septiembre de 2014

Lo nuestro

















...lo nuestro, expresión nauseabunda que uno viene escuchando toda la vida, pero ¿acaso sabemos qué es realmente lo nuestro?, pues estamos hechos de retazos de cuanto nos rodea, de lo que existió antes que todos nosotros, aquello que nos antecedió, y probablemente también nuestra existencia es posible por lo que no fue, pues habitualmente pensamos en los factores de incidencia directa que dieron lugar a nuestras vidas y a nuestra cultura, pero también la existencia tiene que ver con lo que no se fraguó, con las ausencias que apenas tuvieron tiempo de un leve disfrute, con lo que jamás se manifestó y nunca llegamos a ver materializado, con proyectos y aspiraciones a los que se hizo quebrar sin mayor opción, no sabría decir con claridad que es lo mío, mucho menos qué es lo nuestro, lo nuestro como un imaginario donde ha convenido a algunos fijar señas de identidad rígidas, como si una cultura, un país, una sociedad, los pobladores, fueran elementos inconmovibles, o no tuvieran su dinámica y, por lo tanto, no se vieran sometidos a variar, no ya a evolucionar, sino al ejercicio de una dispersión imprecisa, si lo fuesen estaríamos muertos, y de alguna manera hay gente que está muerta, gente que vive de las ideas rancias de un pasado más obsoleto y perdido todavía, o aquellos que se dejan llevar por la carencia de otras referencias disueltas, ajenas, donde la palabra pensamiento resulta incomprendida, y damos un brinco al percibir el misterio del ser cambiante, que se deshace y se rehace en cada respiración, el lenguaje no llega de modo suficiente a explicar-nos, nos hace jugar sobre el tablero, sí, nos da pistas, claro, no siempre para la claridad y en tantas ocasiones para la confusión, y para mucha gente es más fácil aceptar las veleidosas verdades, dar por buenos conceptos generalmente admitidos, ello nos pierde porque nos encorsetan, cómo saber sentirse uno mismo, ¿por el dolor, la inquietud, la ansiedad, la duda...?, y da risa escuchar fantasiosas expresiones, eso del viaje al centro, lo otro de la madurez, aquello de más allá del hombre ordenado y equilibrado, esa terminología heredada de los dogmas que solo alcanza a justificar y a cerrar en falso la herida del inevitable e insustituible ejercicio de espasmos que despierta y acuesta cada día al hombre



sábado, 27 de septiembre de 2014

Y sin embargo...


























La batalla contra el oscurantismo empezó a ganarse definitivamente cuando aquel observador e intérprete del universo concluyó: e pur si muove. Esto es lo que me ha sugerido la imagen que he captado con la cámara. La piedra cautiva levantará el sinsentido para el que aún doblan la cerviz muchos incautos, en el mejor de los casos, y bastantes fanáticos, en el peor y doloroso significado del término. La piedra cautiva no ha dado más de sí. Tantas incomprensiones, persecuciones, prohibiciones y crímenes solo han servido para prolongar la propia agonía. El aerostático se eleva a los cielos justo por encima de donde la piedra ornamental, que ya no es otra cosa, renunció hace mucho a prospectar la verdad. Ahora solo les queda liberarse de su hipocresía. Y disolverse.




jueves, 25 de septiembre de 2014

Sotobosque: el sueño sin el sueño de Franz Marc




La otra noche se despertó inquieto por el sueño sobre el sueño. Soñaba que al abrir los ojos  el lienzo de Franz Marc estaba en negro. Como el fundido de una película. Que lo descolgaba de la pared, lo ponía sobre un caballete y desparramaba las pinturas sobre la cama. Como no encontraba pinceles untaba las palmas de sus manos y rompía el luto del paño. Daba manotazos de colores de manera salvaje, hasta la extenuación. Se entristecía porque no recordaba qué paisaje había habido allí antes. Miraba sus dedos pringados de tonos cambiantes y a cada color le fue dando, como por azar, un nombre: león, casa, monte, hierba, caballos, mujer. Mujer. Sueño.




miércoles, 24 de septiembre de 2014

Sus
















Si algo me gusta de los adjetivos posesivos es que acaso no responden solamente al sentido propietario del individuo o de la tribu, sino que se proponen a sí mismos para que convivan y se pueda dar el salto de unos a otros teóricamente sin dificultad y pacíficamente. Pero de hecho más que coordinarse y entenderse por las buenas, parece que en su perspectiva de realización van dirigidos unos contra otros. ¿No puede ser nunca el Mi sin el Tu o el Su? ¿Está legitimado el Nosotros si no participa un Vosotros y no se cuenta sobre todo con Ellos? Piensen, piensen qué fácil es tocar lo que se tiene al lado y encima haber ido de pudientes  -tal parece que hubiera sido la trayectoria de este país toda su vida, sin acordarnos ya de las miseria de hace dos días-  que la tentación es encerrarnos en nuestro mundo chiquitín. Se dirá: no somos nosotros el problema posesivo, es el mercado, es la historia, son las ideas, son los valores, son las creencias, son los derechos, es el instinto animal de nuestra especie...Todo ese maremágnum está ahí, dentro y fuera, alrededor nuestro, incordiando, cegando, desviando, manipulando. Para evitar que la convergencia humana, si no en su totalidad difusa, sí entre la inmensa mayoría de los que tenemos una condición precaria  o no asegurada para siempre, pueda vertebrarse de otro modo. Ya, lo mío es entelequia o peor aún, deseo humanista. Y no me gusta. Y acaso uno no pasa de ahí. Los adjetivos posesivos son solo adjetivos, tal vez ésa es su función y su límite. Lo malo es que nunca pasamos de ellos para, por ejemplo, agarrar los sustantivos y precisarlos. Llamar al pan pues eso, pan (y en la mayor amplitud de cubrir las necesidades) A la explotación, explotación (por mucho que muchas de las formas de ésta sean dulces o bien pagadas) A la barbarie de las ideas y del mercado y de las armas, pues barbarie (dulce pero falsa placidez de las ideas bellas, de la fe metafísica, del consumo que nos hace creer que nos da satisfacción de bienes eterna o de los ejércitos que pregonan seguridad) Al aislamiento, suicidio (los hombres sin otros hombres con intereses análogos son objeto de división y utilización malsana) Todas estas letras vomitadas me las podría haber evitado. La fotografía de los refugiados kurdos sirios habla lo suficiente de esos Ellos que quedan los últimos de la cola de la declinación humana. Y aquí, mientras, mirándonos al ombligo, algunos intentando viajes para los que no hace falta alforjas porque ya están hechos. Ansiedades del lujo.



martes, 23 de septiembre de 2014

Mis




...mis fragilidades...mis miserias...mis vacíos...mis incapacidades...mis limitaciones...mis pesadillas...mis dogmas...mis incomprensiones...mis ataduras...mis intolerancias...mis cegueras...mis desconocimientos...mis cinismos...mis insolidaridades...mis olvidos...mis torpezas...mis pérdidas...mis fanatismos...mi suicidio...

...mis etcéteras que no llevan a parte alguna
                                




(Ilustración viñeta de Guerra)



lunes, 22 de septiembre de 2014

Sotobosque: el loco




El loco de la pequeña ciudad suele deambular por las terrazas de los cafés. Hace equilibrios entre las mesas y quienes no le conocen se hacen a un lado, inquietos. No pide. Ordinariamente no se dirige a nadie en particular, como mucho tiene conatos que pone en alerta a los más desconfiados. Su especialidad traviesa es incomodar a la gente pudiente que visita la catedral y sus aledaños. Lo hace simplemente con su mera presencia gesticular, hablando inconexo pero en voz elevada consigo mismo. Nada más lejos de su intención hacer daño a nadie, pues tiene muy claro que el papel de un loco no reside en la maldad. Los camareros hacen guiños al loco, incitándole a que vaya hacia aquella mesa o hacia la otra, sobre todo si hay una chica atractiva. Hay una velada complicidad entre el loco y los camareros, que guardan para él bocadillos y a veces le dan la propina que ha dejado algún cliente. El hombre, cuya jornada transcurre de sol a sol por las calles del casco antiguo, a veces disimula su condición y se ofrece para mostrar un monumento o indicar la ruta a seguir. Su mayor locura es aparentar estar cuerdo, lo cual practica escasamente porque le agota. Si no se supiera que es un orate podría pasar por bufón, y entonces la gente le aplaudiría. Pero él hace valer su naturaleza, pues cree que ésta ya lleva implícita su rol histriónico. Así que no reprime su teatralidad, invocando preces, impartiendo bendiciones, vendiendo desde las palmas abiertas de sus manos productos imaginarios, echando bufos contra las autoridades del lugar, suplicando a distancia a las damas un perdón impreciso. Una joven transeúnte tiene la delicadeza, o acaso la fragilidad caritativa, de escuchar atentamente al pobre hombre. No se sabe qué le ha dicho el loco a la chica, pero ésta se ha puesto a dar saltos a su lado y ambos toman la corredera que va hacia la vieja muralla. La chica tiene ojos tristes y cuando la mira el hombre ilumina los suyos y con ese gesto parece que ha rescatado toda la alegría del mundo. Ya en extramuros, ambos se dejan caer en la hierba que hay junto a la orilla del río y no paran de hablar. Como si sintieran necesidad de abrir silencios que ambos han preservado durante eternos días y sus correspondientes noches. Al loco le parece que está en sus cabales y la mujer cree haberse vuelto loca, pero no desea arrepentirse. Se abrazan, se cubren de besos y de babas, como si compensaran un tiempo perdido. Luego se diluyen en un extraño retozar al atardecer.





jueves, 18 de septiembre de 2014

Sotobosque: el entomólogo




El entomólogo sale una mañana temprano de su casa acompañado del hijo para buscar nidos de araña. No solo es un conocedor de las anatomía de los insectos, sino que distingue sus costumbres y rastrea huellas anteriores. Quiere introducir al niño en la disciplina para que descubra otros mundos, pero sobre todo pretende que comparta análoga pasión. Ambos abandonan la ciudad, atraviesan campos de cultivo, penetran en el bosque al que apenas llega la luz. El bosque va cambiando de vegetación a medida que se se altera su orografía. De los matorrales bajos y las encinas se pasa a especies arbóreas de gran ramaje que generan ecosistemas excepcionales. El suelo se abre, deja de ser liso para hacerse rocoso y formar protuberancias agudas que dificultan el caminar. Los escarpes conducen a un valle cerrado donde dicen que habitan las arañas más bellas de la tierra. El niño siente curiosidad, pero también miedo. Siempre se ha sentido atraído por aquellos seres especiales, de morfología extraña e incomprendida. Pero los teme, porque no los conoce. Admira sus propiedades para alzar aquellos tejidos pero se espanta cuando el desplazamiento vertiginoso de alguna de las arañas se apodera de una presa. Al final de la resbaladiza bajada del terreno se abre ante ellos una pared con oquedades de dimensiones considerables. Eligen una de ellas al azar y penetran. La humedad es latente y bordean un río estanco del cual el científico comenta que está repleto de seres invisibles, solo observables a través del microscopio. En el lado más seco de la gruta se abren orificios pequeños cuyas entradas se hallan taponadas por enormes telarañas, opacas y sobrecargadas. El hombre pulsa con el dedo el extremo de una de ellas y rápidamente se precipitan desde la oscuridad varias arañas que se baten en retirada en cuanto comprueban que se trata de una falsa alarma. O de que la alarma podía ser mayor para ellas. Quiero que veas cómo es el nido por dentro, dice el entomólogo a su hijo. Se dispone a desalojar uno de aquellos tapices trampa pero el niño se lo impide. Hemos venido a ver los nidos y ya los vemos, déjalos en paz, le dice. Entonces el padre se enfada y le reprocha el poco interés por la ciencia. Luego le amenaza con dejarle allí solo y hace el ademán de marcharse. Da unos pasos hacia la salida y se para en seco. Llama al hijo y le dice que le perdona, que ya aprenderá cuando tenga más edad y su interés y disposición mental lo posibiliten. Pero el niño no responde. El científico vuelve hacia el punto donde se separó del hijo pero no le encuentra. Ilumina la caverna con el carburo y le llama enérgico y vociferante. Hace oscilar la luz a lo largo de las paredes y enfoca sobre los innumerables agujeros, pero todos se hallan sólidamente resguardados por las redes que tejieron las arañas. La cueva no tiene mucha profundidad y el padre comprueba que no hay otra salida, lo cual apacigua parte de su angustia pero le desconcierta. El río es un vidrio inmóvil que permite ver el fondo. Eso le tranquiliza. El padre se sienta, agotado, sobre una roca y llora. No debí haberle exigido. No supe tantear su grado de curiosidad y menos medir su sensible ternura, se lamenta. Apaga los gemidos y contiene la respiración. El silencio es protector. El hombre, que es un amante empedernido de los arácnidos, concibe una esperanza fantasiosa. Contempla los nidos y por un momento llega a pensar que el hijo ha podido ser elegido por aquellas especies para formar parte de su universo. El cansancio le derriba. Duerme. Sueña que el niño ha sido nombrado rey de aquel submundo y que regresa para informarle a él, el estudioso de los insectos, sobre el secreto de la longevidad.

    


miércoles, 17 de septiembre de 2014

A vuestra salud





Finalizada la vendimia, el jugo cursa su camino. Cuando di al clic me parecía haber pintado un cuadro. No un bodegón ni una naturaleza muerta. Algo absolutamente vivo. La boca se me ensalivaba al palpar los granos. El cromatismo de las hojas, del descarado azul de la uva  -¡otra vez ese maravilloso azul!- y del suelo áspero y calizo me hablaban. Más que un objeto o un fruto es toda una geografía. Visiones así hacen olvidar los males del mundo y del cuerpo. Y de pronto, aunque no sea Carnaval, me asalta Juan del Enzina y su vibrante himno al hedonismo, como un desafío a los avatares y a las desesperanzas.







martes, 16 de septiembre de 2014

La santa tradición















No creo que nadie deba sorprenderse a estas alturas de las tradiciones bárbaras que aún cunden en España. Bárbaras pero que son nuestras. ¿No quedábamos en que los bárbaros eran los de fuera? Pues mira, resulta que lo bárbaro está en la cotidianidad, en la cercanía, en nuestras costumbres y símbolos, sospecho que en la genética. Que estuvo siempre y de vez en cuando se manifiesta estúpidamente como señas de identidad, nada menos. "Si solo matamos una vez al año a un toro, a un simple toro", decía con expresión justificativa un vecino de la villa castellana -qué vergüenza, Castilla-  cuya tradición religiosa, es decir, vinculante, hace correr en inferioridad de condiciones a un toro campo a través y lo acaban lanceando. Y llaman a eso Fiesta. Nada de sorprendernos, por favor, ni de escandalizarnos. ¿Qué cabe esperar de un país en que ha habido a lo largo de su historia progroms contra los judíos, expulsiones de estos y de moriscos, autos de fe contra heterodoxos, prohibiciones contra librepensadores, persecución a sangre y fuego de liberales y más tarde de republicanos? Es lo nuestro, pensarán algunos. Rezumamos tradición intolerante y de momento paga las consecuencias simbólicas el toro. No quiero pensar en que vuelvan tiempos de desentendimiento social y se vaya más allá del símbolo. En las imágenes de televisión no he visto el rostro de la bestia en el toro. El verdadero rostro de la bestia era el de los energúmenos que reclamaban el espectáculo y la sangre. Tradiciones. Las nuestras. Personalmente, indignación y desagrado.




domingo, 14 de septiembre de 2014

Sotobosque: un rayo contra Franz Marc




Una luz de tormenta ha entrado por la persiana mal bajada. Ha recorrido con toda fugacidad el cuarto. De pronto se ha detenido ante los caballos y el león, fulminándolos. La casa ha ardido. También se han prendido los prados. Solo la mujer se ha salvado, postrada en su estupefacción. Ella, lo único casi figurativo que recuerda el cuadro anterior. Al apagarse el incendio han permanecido como manchas dispersas todos los colores. Montones más intensos de rojos, amarillos, ocres, verdes. El azul se ha desparramado buscando seguramente la silueta extraviada de los caballos. Ahora tendré que crear de nuevo a estos animales, intentar que renazca su expectación, restablecer aquel vínculo cómplice de su morada paradisíaca. Para que la mujer no se muera de soledad en su ausencia de sueños.

























...y que tanto los del PP como los del PSOE, más representantes de la oligarquía y otros estamentos, hayan ido a aplaudir el cadáver de ese personaje que se llamó Emilio Botín...vanidad de vanidades y ellos se ríen de nosotros...no, este país no es para gente sencilla, ni honrada, ni honesta, ni cumplidora, ni simplemente legal...luego se extrañan algunos de que haya un grito en la calle dirigido a los políticos de los dos partidos mayoritarios que dice la misma mierda son...lo malo es que se suele olvidar al poder de hecho que nutre a sus siervos...hay mucho atraso cultural todavía, mucha ignorancia, escaso nivel de cultura política y poca fe en nosotros mismos...no olvidemos que la materia orgánica se descompone en muerte y peor es que haya sido corrupta en vida...desmoralizador...la democracia está vaciada, la rapiña de los poderosos se impone y vamos hacia un nuevo modelo de feudalismo y la sensación de imbécil que uno tiene no es fácil de quitar



Cuadro no sé si atribuido a Quentin Massys


miércoles, 10 de septiembre de 2014

A banquero muerto, banquera puesta























Siempre me gustó el cuadro de Marinus van Reymerswale que hay en El Prado titulado El cambista y su mujer. Me era familiar desde mis tiempos de bachillerato. Ilustraba la portada de uno de aquellos libros de cierta asignatura maría que entonces se llamaba Formación del Espíritu Nacional. Una asignatura que aprobábamos fácilmente a poco que dijéramos en los exámenes vaguedades o exaltaciones grotescas sobre el régimen y sus próceres. Era cómico todo aquello. Parecía que lo importante fuera cumplimentar el plan del ministerio y, sobre todo, vender el libro, que ya entonces tenía su buen precio. Del contenido, ni idea, ni me acuerdo. Nadie se leía nada y, aunque lo hubiéramos leído apenas habríamos entendido algo. Ni siquiera el profesorado  -algún militar, algún funcionario del sindicato vertical-  estaba capacitado para comprender el texto y menos para transmitirlo a los alumnos. Así que durante años la imagen de la portada, que se me había quedado amablemente grabada, fue también una incomprensión para mí. ¿Cambistas? ¿Un hombre y una mujer partícipes en un oficio impensable en la España de la dictadura y que, sin embargo, procedía de varios siglos atrás? Claro, se trataba de algún pintor hanseático, representaría una práctica en auge en aquel espacio europeo en que el capitalismo burgués destellaba mientras en la España en la que no se ponía el sol todo era solar de hidalgos, clérigos y monarquía...improductivos y harto inútiles. No, el cambista y su mujer no son simples avaros, cuentan los dineros pero tienen al lado el registro de los que recibían el crédito y seguramente los intereses gravados. Viven bien ambos, pero no me los imagino despilfarradores. Actuaban en el marco circunscrito a su época y, si bien sospecho que ya entonces se las meterían dobladas a los agobiados comerciantes o artesanos que llamaran a sus puertas, quedaban lejos los tiempos en que su profesión iba a convertirse en poder de poderes, trasfondo de trasfondos, negocios obtenidos vaya usted a saber de qué manera y en sangría de desahuciados, por ejemplo. Mientras contemplo la visión general de la evolución de algo que empezó como oficio y hoy no sabría cómo calificarlo, pienso en una menudencia. En que sus negociantes, los mercaderes cambistas de hoy día denominados pomposamente banqueros, también pasan a mejor vida. Como los reyes. Y como solía decirse de los reyes cuando les llegaba el óbito, hay que invocar en este caso aquello de a banquero muerto, banquera puesta. De pintarse el cuadro de nuevo podría ser nombrado a la inversa: la cambista y su marido, porque vivimos tiempos que consideran en cantidad a la mujer, sobre todo si es mujer de posibles y de poderes. Por supuesto, solo hablo del cuadro.


Añadido:

Otra versión de cambistas flamencos, para compensar a Ángeles. Ésta de Quentin Massys, de la Escuela de Amberes. La mujer resulta menos avariciosa, en apariencia, no tiene la mirada tan colgada como en la señora de Marinus; incluso yo diría que le aburre un poco el ejercicio del marido. Éste aparenta un rostro menos siniestro, pero muy seguro de sí mismo. Y es que la monotonía de los dineros y los oros y las platas es como todas las monotonías. Me intriga que la mujer controle con sus dedos las páginas de un libro que no es de cuentas. Incluso me recuerda un Libro de horas, religioso y místico. Y si fuera así ahí ya no hay trío. Hay un señor por un lado y una señora por otro, una especie de divorcio interior, si bien ambos viven de las rentas de su oficio. Como si hubiera también dos intereses o motivaciones u objetivos vitales que no viajan del todo en el mismo carro. Pero puedo estar equivocado, obviamente.


 




martes, 9 de septiembre de 2014

Sotobosque: los colegiales




El colegial aplicado y el colegial torpe se pelean a la orilla del río sin que se sepa bien quién inició la reyerta y escudado en qué motivo. Al principio fueron las miradas enconadas, las palabras que subieron de tono, las descalificaciones recíprocas, los insultos alocados. El aplicado pretende ser menos rudo y con la treta del lenguaje intenta paralizar al otro. También tiene una constitución más frágil, característica que anima al torpe a aprovecharse y pasar a las manos. Ambos ruedan por la pradera, sorteando los dorados fresnos, tentándose los cuerpos, sujetando los brazos, haciendo jirones la ropa. Más que una pelea es un conato en que se conceden la posibilidad de reconocerse no solo mutuamente sino cada uno en sí mismo. El escolar más fuerte se afirma una vez más en su condición de gallito, pero la defensa ofrecida por el chico listo además de ser una revelación para éste es también una sorpresa para el primero. Aquella situación neutraliza momentáneamente la virulencia de la lid y, sin soltar sus manos de las mangas, retornan a las palabras imperativas que no por ser verbales son menos agresivas. Reconócelo, admítelo tú, dímelo de nuevo, cúlpate de una vez...son formas verbales que se clavan como lanzas. Al no ceder ninguno vuelven al enfrentamiento, agravado, aún más incisivo. En su ceguera ambos ruedan sin que los matorrales del ribazo los contengan. Caen a la corriente justo en la zona donde cubre. Como ninguno de ellos es capaz de soltar al otro, como su afán por mantener atrapada a su presa es superior al instinto de supervivencia, se sumergen en las aguas negras, sin que hasta la fecha hayan sido localizados. La dirección del colegio, siempre presta a la más exquisita educación de sus alumnos, utiliza con frecuencia el caso para dar lecciones de moral y valores humanos. La municipalidad aprueba un acta oficial de pesar y propone que sea obligatoria entre todos los jóvenes de la localidad la disciplina de la natación.




lunes, 8 de septiembre de 2014

A veces vas por la calle y te paras en un concierto





...simplemente, sin más, porque conectas con la gente, no te expulsa el ruido, el ambiente es familiar, te acoge el rock y el fenómeno te parece extraordinario...también porque de pronto se apodera de ti el subconsciente...y es que no siempre tienes que buscar explicaciones para dejarte llevar espontáneamente por los sentidos...la sociología de calle, después...la psicología, en un rincón...ahora mueves, discretamente, eso sí, tus piernas al ritmo, dejas que otros se desfoguen más desinhibidos, porque a su edad aún les pega, y casi mascullas las canciones que los demás conocen al dedillo...porciones de un tránsito festivo, deparado por el azar, porque tú pasabas por ese lugar y no te sentías viejo, y no, no ha transcurrido el tiempo, piensas...ya ves, te permites hasta una licencia fantasiosa: es lo que tienen los sentidos   












domingo, 7 de septiembre de 2014

(Paréntesis onírico. Cave canibus)

















...Cuidado con esas sonrisas, cuidado con esas camisas ora blancas, ora celestes, ora grisáceas, cuidado con esas cabelleras adecentadas, cuidado con esos rostros finamente afeitados, cuidado con esos torsos aparentes, cuidado con esas edades de edad media triunfadora, cuidado con las palabras que emiten contradictorias un día sí y otro también, cuidado con sus corifeos, cuidado con los aplausos y las palmaditas, cuidado con el cheque en blanco que os pidan, amigos franceses, amigos italianos, amigos españoles, cuidado con sus collares invisibles, cuidado con las correas inadvertidas, cuidado con su fauces de dentífrico, cuidado con las órdenes que les dictan los amos desde la oscuridad, cuidado con lo que exigen, cuidado con lo que venden, cuidado con la cama que nos pueden hacer, cuidado con el voto que nos soliciten, cuidado con el desarme moral y político que adjuntan en su bagaje de jóvenes promesas, cuidado con sus falsas promesas, cuidado con su verborrea, cuidado con sus indecisiones, cuidado con su lenguaje que traiciona el sentido de las palabras, cuidado con su función de emisarios de aquellos que tienen otras alternativas de emisarios prestas a utilizar si estos no les sirven, cuidado cuidado cuidado...



(Cuando desperté del sueño, la vieja Rosa y el bueno de Karl, cubiertos de lodo y desfigurados, también habían desaparecido, pero aún duraba el eco de tales recomendaciones desde su sueño eterno)



sábado, 6 de septiembre de 2014

Sotobosque: el pintor paleolítico



Mientras otros pintan caballos, ciervos u osos, el pintor paleolítico deforme pinta triángulos y rayas verticales o pigmenta pequeñas oquedades ante las que luego se queda mirando con fijeza aturdida. A veces se le ocurre algo nuevo y traza un goteo sanguino que emana de sus extraños símbolos. O redondea las formas y esboza perfiles que recuerdan más las partes de un cuerpo humano. La grasa de la tea extiende su olor a lo largo de la caverna. Las luces, bamboleantes por las corrientes de aire, dotan de movimiento a las imágenes que acaba de crear. A veces apoya sus manos en la pared caliza y recorre el contorno de los dedos hasta generar una silueta. Para la tribu es un personaje incomprendido, pero su malformación le hace más respetable. Otros hombres se han desplazado fuera del hábitat para cazar o explorar territorios próximos aún desconocidos. El pintor paleolítico permanece en su mundo. Pero su mundo es un espacio al que pocos tienen acceso. Salvo ellas. El pintor de triángulos y de hendiduras en la roca observa a las mujeres cuando duermen. Las sigue en silencio cuando se desplazan y espía sus movimientos más íntimos. Ellas fingen no ser vistas y estiran sus brazos y ensanchan la distancia de sus piernas simulando un ritual, aproximándose a las zonas de mayor luminosidad de la cueva. Con frecuencia salen al exterior y con la excusa de celebrar que el día se ha impuesto a la noche se muestran en su feminidad total. El pintor de las mujeres arriesga entonces su posición cautelosa y baja la guardia. Pero ellas le ignoran y se exhiben a la naturaleza del paisaje con su propia naturaleza. Luego, todas vuelven a sus tareas en los cubículos acotados del interior. Aquel día una de las mujeres permanece fuera del abrigo. Es de complexión media, ni muy robusta ni delgada. Tampoco es más baja que el pintor tullido, pero el equilibrio de la anatomía de su cuerpo sorprende al hombre. Deja que se acerque y posa discretamente para él. El pintor mueve las manos tiznadas de colores y tantea como un aprendiz las formas femeninas. Prepara unas mezclas en el suelo y extiende las manos hacia ella. La embadurna con suavidad. La mujer tiembla. El hombre ha tomado las proporciones del modelo y rechaza recibirla de pleno. Cuando las coloraciones conque el pintor ha impregnado el cuerpo de la mujer adquieren una tonalidad más intensa, él se aleja. Su afán está en trasladar a su obra unos sentimientos y con ellos sus instintos. Ella lo entiende. Ambos están descubriendo algo más que la simple posesión.






viernes, 5 de septiembre de 2014

Sotobosque: la mujer radioyente



La mujer radioyente hacía un hueco en su tiempo y conectaba puntualmente la emisora prohibida. Se refugiaba en el rincón más apartado de la casa, donde las paredes no colindaban con pisos vecinos, y a la misma hora nocturna encendía el dial tabú. A nadie se lo comunicaba. Cuanto oía por las ondas, que llegaba con altibajos e interferencias, era contrario a lo que ella había defendido, siquiera por tradición familiar. Sin embargo, su avidez por lo que transmitían aquellas emisiones rebeldes podía más que cualquier circunstancia anterior a la guerra que los suyos habían ganado y los de la radio habían perdido. Cuando salía a la compra por las mañanas, nadie hablaba de nada especial más allá del eterno tema de la carestía de los alimentos y del estraperlo. Si escuchaba algún comentario falaz sobre la vida precaria en el país, que pretendía pintar de rosa a éste, ella callaba y sonreía. En su inmensa humildad la mujer radioyente iba aprendiendo a descreer de lo propio y a permanecer expectante. La noche en que la emisora apenas se captaba medianamente iba a la cama malhumorada. Allí, tendida y presta a recuperarse de las labores de la jornada, la mujer radioyente fantaseaba noticias que no había escuchado. Ponía rostros agradables a obreros desairados, volvía a colocar en su entorno a viejos fugitivos, resucitaba a los muertos de las cunetas. No alzaba banderas, ni sacaba a relucir insignias, ni entonaba himnos, porque la parafernalia le decía cada vez menos. Ella solo quería ver de nuevo viejas caras, escuchar voces desaparecidas, confraternizar con sus antiguos amigos de juventud de los que ya no se había vuelto a saber nada. En sus devaneos, se consideraba locutora y a la vez oyente, y urdía una programación como si medio país clandestino estuviera pendiente de ella. Nunca supe por qué aquella afición de la mujer radioyente a entrar cada día en las ondas de otro mundo que no había sido el suyo. Tal vez su novio militar, muerto hacía ya muchos años, pudiera saber algo. Pero se calla como un proscrito.



miércoles, 3 de septiembre de 2014

Sotobosque: un aventurero




Un aventurero penetra en el desierto, sin saber que es un aventurero. Deja dicho a sus íntimos que se trata de una excursión breve, pero pasa un tiempo y no retorna. Lo que parece al principio un viaje calculado se ha convertido en una incursión desorientada. No obstante, él se complace en la variedad de paisajes, unos más opacos y otros más reveladores, que se descubren a su mirada. Promontorios riscosos, laderas arenosas, altiplanos con restos defensivos de lejanas civilizaciones, pequeños valles de una complejidad kárstica que le hacen creer que ha abandonado el lugar, nuevas llanuras cuyo suelo lo forman puntiagudos escarpes de sílex. Encuentra restos de muerte por doquier, aunque a él, que estuvo en una guerra, no le preocupan. Son fósiles del olvido tales como osamentas de animales, cráneos de humanos extraviados, armas oxidadas, una obsoleta instalación de radio. El aventurero, que se había inquietado al principio, descubre que es más aventurero de lo que se pensaba. Da por hecho que no hay vuelta atrás. Su brújula ha sufrido un extraño maleficio puesto que no marca punto alguno. Se sorprende de que no tenga sed y apenas apetito. Advierte que la tensión de los días anteriores a la exploración se ha rebajado. Ahora no siente inquietud ni prisa alguna, y los recuerdos de la vida de la que procede han ido quedándose por el camino. Es tal su fijación con la variedad de ámbitos por los que atraviesa que su conciencia de especie se modifica. Sobrevivir es adaptarse, se repite admirado y en absoluto compungido.