¿Será una gran burla todo lo que tiene lugar en nuestro entorno? ¿O seremos nosotros quienes deberíamos sacar la lengua al infausto mercado que pretende copar el cien por cien de nuestras vidas? Estamos llegando a un punto del sistema occidental, a ese
american way of life extenso y aplicado a todos los países de su órbita, en que hagas lo que hagas, te sientes inseguro, incrédulo e insatisfecho. ¿Demasiados in? Qué va. Podríamos situar más. Infelices, incautos, insanos, insensatos, infames, incivilizados, incapaces, inauditos, inconsiderados, indecentes, incultos, indecisos, indeseables, indiferentes, indolentes, individualistas, injustos. Iba a decir imbéciles también, si no fuera porque aún doy crédito a la ortografía. Eso sí, todo tiene lugar bajo una apariencia de funcionamiento, consenso y orden disciplinado en los comportamientos. Y qué. Lo generalizado puede ser normal, pero también aberrante y obsceno. Nuestro mundo se está llenando de obscenidad. La obscenidad de aceptar un círculo vicioso que se consume a sí mismo. La renuncia al pensamiento, a la inteligencia medida, a las decisiones necesarias, al esfuerzo colectivo, al apoyo mutuo.
Todo se está reduciendo a un turbio vives si compras, eres si consumes, te reconocen si compites, tienes si te cargas de lo innecesario, sientes si admites lo indicado, piensas si otros piensan por ti. Jamás se llegó tan lejos. ¿No estaremos precipitándonos al vacío en esa cesión de nuestra primogenitura íntima? Unos se aferran de nuevo a religiones, otros a esoterismos (de la misma familia), quien más o quien menos a revelaciones virtuales, muchos al tubo catódico por donde transcurre un mundo que parece que es pero no es, algunos a sus ensoñaciones particulares. Atomizados todos y cada uno en esferas donde lo real y lo ficticio apenas se diferencian, atados al miedo a no arriesgar otras posibilidades, atrofiados por la presión de la imaginación y de la voluntad, ¿qué cabe esperar? Individuos clónicos, luego no individuos. Reproducciones de lo que creíamos ser pero no somos. Cada vez más, los hombres vivimos en los márgenes de la vida. Nos creemos el centro de ella, pero nos automarginamos. Cosificados por tanta actitud mercantil, vivimos para hipotecas, créditos, plazos fijos, acciones bursátiles, cesta de la compra. Y todo está siendo vertiginoso. Quisiera uno creer que no es inevitable.
(Fotografía de Isabel Gómez)