Dice Gaudama: Mis actos son mis únicas verdaderas pertenencias. No puedo escapar a las consecuencias de mis actos. Mis actos son el suelo en que me arraigo.
Pero también mis actos son mis desposesiones. Puesto que mis pasos mudan, puesto que mi cuerpo no permanece el mismo, puesto que las ideas que he creído mías se desprenden de mi conciencia, también me desproveo de aquello que es su efecto y que no puede permanecer. Ni siquiera la memoria, que parece dotarse de un cierto modo de inmanencia limitada, sigue fijada, inmóvil. La memoria deambula, se instala y se desaloja vertiginosa. Acaso no conserve tanta claridad como sospechamos, sino que más bien se desvirtúa y adquiere carta de ficción en el repertorio de nuestra mente a medida que envejecemos. La muerte libera al individuo de las consecuencias de cualquier tipo de actos, aunque estos graviten sobre otros seres. La cuestión no es si debo considerar mis actos como el suelo que me sujeta o como las huellas que prueban mi tránsito. Ese mero acontecimiento físico es grande pero se queda pequeño. La vida es expansión pero también límite. Sé que es el peso y la densidad de mis actos los que aseveran mi existencia y acaso los que la garantizan. Pero por más que insista en asegurarme y prolongarme a través de lo ejecutado, al final no sé si de mis actos habrán dependido la salvación o la condena de haber vivido. Del deterioro no se libra nadie. Y pretender adulterarlo con falsas ilusiones o exagerarlo antes de tiempo con el temor a lo ineluctable no suplen la suerte echada. Haber estado aquí ha concitado suficiente curiosidad y desigual entusiasmo como para aligerar los ataques de la angustia. No entiendo ni acepto ningún sistema de ficción o de enajenación que se me proponga para domeñar mis instintivos y, en ocasiones, salvajes deseos de vivir. Los actos que deponemos siempre son relativos y, leves o graves, en cualquier caso son irreductibles e irreparables. Sólo lo nuevo, si llega en edades avanzadas de la existencia, compensa cualquier complejo de insatisfacción y desacierto de nuestras conductas. Lo nuevo atrae porque toma el relevo de lo que ya no permanece. Lo nuevo tienta porque permite probar suerte y reintentar recorridos y acciones sin preparación previa. Lo nuevo es instinto y también resistencia. Acaso sea sombra de una nube, pero es también bagaje de nuestras pertenencias.
(Fotografía de Peters Andersen)
Pero también mis actos son mis desposesiones. Puesto que mis pasos mudan, puesto que mi cuerpo no permanece el mismo, puesto que las ideas que he creído mías se desprenden de mi conciencia, también me desproveo de aquello que es su efecto y que no puede permanecer. Ni siquiera la memoria, que parece dotarse de un cierto modo de inmanencia limitada, sigue fijada, inmóvil. La memoria deambula, se instala y se desaloja vertiginosa. Acaso no conserve tanta claridad como sospechamos, sino que más bien se desvirtúa y adquiere carta de ficción en el repertorio de nuestra mente a medida que envejecemos. La muerte libera al individuo de las consecuencias de cualquier tipo de actos, aunque estos graviten sobre otros seres. La cuestión no es si debo considerar mis actos como el suelo que me sujeta o como las huellas que prueban mi tránsito. Ese mero acontecimiento físico es grande pero se queda pequeño. La vida es expansión pero también límite. Sé que es el peso y la densidad de mis actos los que aseveran mi existencia y acaso los que la garantizan. Pero por más que insista en asegurarme y prolongarme a través de lo ejecutado, al final no sé si de mis actos habrán dependido la salvación o la condena de haber vivido. Del deterioro no se libra nadie. Y pretender adulterarlo con falsas ilusiones o exagerarlo antes de tiempo con el temor a lo ineluctable no suplen la suerte echada. Haber estado aquí ha concitado suficiente curiosidad y desigual entusiasmo como para aligerar los ataques de la angustia. No entiendo ni acepto ningún sistema de ficción o de enajenación que se me proponga para domeñar mis instintivos y, en ocasiones, salvajes deseos de vivir. Los actos que deponemos siempre son relativos y, leves o graves, en cualquier caso son irreductibles e irreparables. Sólo lo nuevo, si llega en edades avanzadas de la existencia, compensa cualquier complejo de insatisfacción y desacierto de nuestras conductas. Lo nuevo atrae porque toma el relevo de lo que ya no permanece. Lo nuevo tienta porque permite probar suerte y reintentar recorridos y acciones sin preparación previa. Lo nuevo es instinto y también resistencia. Acaso sea sombra de una nube, pero es también bagaje de nuestras pertenencias.
(Fotografía de Peters Andersen)
Un hombre es la suma de sus actos, no de sus intenciones, deseos o creencias...
ResponderEliminarMe parece que es lo que insinúa Gaudama.
un abrazo.
Puede ser, Tula. Sólo que las intenciones, deseos y creencias también forman parte de la configuración de sus actos o de la inhibición de estos. ¿Curioso, verdad?
ResponderEliminarUn abrazo desde la fría y áspera meseta.
Tu texto es tan sumamente profundo que en él gravitan todas las preguntas del ser (humano), el debate entre lo platónico y lo aristotélico. Y en este caso, casi me atrevería a decir que existe un dilema más aristo, un entre, un estar en medio entre el "ser en potencia" y el "ser en acción". Quizás seamos sólo eso, un algo intermedio que ocupa un espacio transitorio.
ResponderEliminar¡Qué bien escribes!
Un abrazo
...personalmente pienso en la no-dicotomia entre las decisiones y su acción, ser-pragmatico..eso es lo que és.
ResponderEliminarun abrazo desde el húmedo Atlántico.
Ay, Ataúlfa, si en uno estuvieran todas las preguntas, si se encontraran todas las respuestas...¿Sería terrible o sería sensato? Y sin embargo,se encuentran de alguna manera, al menos un matiz de ellas, y sólo hay que escuchar y escucharse, y sujetar el deseo de saber antes de desbocarnos en el absurdo. Aunque no tengan ni tendrán carácter definitivo ni concluyente nunca. ¿O sí? Porque preguntas y respuestas se obtienen permanentemente a lo largo de la vida, la personal, y la de los tiempos históricos. Porque su relación es un ciclo que se necesita y se complementa, pero nunca se agota. En lo fundamental, seguimos cuestionándonos lo que ya intuían en el paleolítico, o se preguntaban en el inicio de las primeras culturas urbanas o en la Grecia clásica. No en vano y con fortuna citas a los dos monstruos acaso más reproducidos de la filosofía griega. Monstruos más conocidos porque transcendieron en lo que luego formó la cultura occidental, árabes incluidos. Pero que no dejan atrás en sus aportaciones a otras escuelas -epicúreos, estoicos, escépticos, etc.- que daban claves más precisas para los usos del vivir cotidianao y que hoy se revalorizan, en su relativismo y precisión de lo concreto. Las filosofías especulativas bajaron de los altares hace tiempo y hoy se valora el pensamiento bajo otras orientaciones.
ResponderEliminarCada vez intento ver más vinculado eso del ser en potencia y el causal, no creo en la separación entre potencia y acto. Sí en el tiempo en que se conjuga o en la capacidad y voluntad de decisión de cada cual, incluídas las sociedades.
Así que puede que tengas razón, que seamos seres intermedios, bastante demediados incluso. Siempre circulando y cuando llegamos a algo que nos parece nuevo volvemos a reproducir círculos. ¿Seremos reflejo de nuestras vidas (biós) interiores? Y no me refiero a los vulgares pensamientos, sino a las protéinas, a las células, a las bacterias, a todos ese mundo que nos construye y nos derriba minuto a minuto.
Buen sábado de cuidado y gusto.
Tula. La cuestión depende de qué se entiende por ser pragmático. Es una palabreja que me suele dar repelús. Bajo el grito de pragmatismo se cometen muchas barbaridades, ¿no te parece?
ResponderEliminarEmpápate del aire salino, hermano.
Por supuesto, pero hablo del pragmatismo de un ser con conciencia.
ResponderEliminarPara mi ser pragmático es ser un todo con tus actos, no la mente por aquí y los actos por allá.
Increíble atardecer con bruma y todo.
un abrazo.
Estate seguro que somos mucho más que nuestros pensamientos y nuestros actos. Y que esa vida interior que circula incesamente por dentro sin que apenas nos demos cuenta (exceptuando el momento de sentir dolor) también tiene que ver con lo que somos. Lo que comemos, y no es un asunto del Ministerio de Sanidad, queda totalmente reflejado en nuestro ser. Ya lo decía Nietzsche, en su "Ecce Homo". Para ser lo que somos, somos en múltiples formas que finalmente forman una.
ResponderEliminarBuen sábado igualmente. Si aún sigues en la meseta, como un lobo, abrígate y disfrútala.
Creo que no siempre nos definen nuestros actos, pues muchos responden a un resorte de interés o de pura subsistencia.
ResponderEliminarPero sí estoy convencida de que los actos que ejecutamos de forma gratuita, sin tender a un fin determinado de manteniento de la vida y atención de las necesidades primarias, sí nos definen bastante. Sin ser conscientes, aquí sí que dejamos nuestra huella.
Preciosa la entrada, Fackel.
Querido Fackel:
ResponderEliminarentrada de convulsión íntima, de adentro que tiembla en la piel y vibra, vibra... Me ha encantado, de verdad, esa forma de indagarte, cuestionarte, re-formularte, consciente de tu falla tectónica, acariciando tus fisuras, desplazamientos, la grieta íntima y lo que aflora convulso en ella, todo ese magma metamórfico e innombrable que nos disemina y conforma (sostiene) la fragilidad de nuestra arquitectura.
He creído ver, sin embargo, que crees refutar en cierto modo al Buddha. Por supuesto, las cosas no son tan sencillas, y la fina penetración psicológica de la doctrina budista no habría dejado desatendidas tus prevenciones. Él mismo habla de la impermanencia, del carácter efímero (y por lo tanto, de la desposesión) de nuestros actos. Incluso la propia doctrina, el propio Buddha, son actos impermanentes, improductivos, una sombra de una sombra, hay que desprenderse de ellos...
Tanto el samsara (el mundo fenoménico) como el nirvana (no-soplo, extinción de los contenidos senti-mentales que afloran vertigionosamente a la pantalla de la conciencia) son igualmente vacíos, según la reducción al absurdo de Nagarjuna.
La palabra "pertenencia" es aquí una opción (una reformulación muy discutible) de los traductores; en el camino de des-posesión budista no hay tal; no puede haber pertenencia donde se trata de desalojar todo contenido mental y toda identificación. Nuestros actos, en todo caso, configuran la cadena kármika, nos uncen a una cadena que la heterodoxia búdica pretende romper (por iluminación súbita o progresiva, depende de la escuela).
Por lo tanto, todas tus prevenciones estarían más en sintonía con el Buddha de lo que tú crees.
Salud y resistencia, hermano
Tula. El pragmatismo de hoy día va con pensamiento y actos al unísono, sospecho, pero hay que ver la deficiencia moral que posee, a mi modo de ver. El mundo de los negocios es enormemente pragmático, ¿pero qué le guía sino la avaricia y la rentabilidad a cualquier precio, caiga quien caiga y se empobrezca quien se empobrezca? Business is business se dice, ¿no? A eso lo llaman pragmatismo.
ResponderEliminarEntiéndeme, un abrazo.
Ay, Ataúlfa, sí, no me cabe duda de que somos algo más y con frecuencia algo menos. Tampoco somos de dos días. Sólo pensar que unos pequeños primates condenados a desaparecer escalaron los peldaños por encima de otras especies...ya da para sospechar nuestra hermosa y expectante complejidad.
ResponderEliminarNoche tranquila.
Isabel. Es probable que no todos nuestros actos respondan a nuestro ser oculto. Hay tantas motivaciones, ¿no? Pero hagamos lo que hagamos repercute en otros, y/o acaso también en nosotros mismos, y ahí viene luego el lío de que nos pidan explicaciones y cosas más graves. El tema es largo. Y tenemos una vida para definirnos o para seguir confusos.
ResponderEliminarBuena noche.
Stalker, compañero. No sé si refuto a Buda, porque no conozco demasiado su sistema de creencias. Al menos, no lo hago de forma consciente, pero no me preocuparía tampoco si lo hiciera, nada tiene por qué admitirse si no estás de acuerdo. Pero no es el caso. De todos modos, reflexionaré sobre tu comentario, porque mis conocimientos al respecto son escasos.
ResponderEliminarNunca he tenido claro si el pensamiento de Buda lleva a una especie de apartamiento de la manera de entender la vida productiva y social en esa persecución de responder a lo efímero con una especie de des-consideración. Hace tiempo oí que la mentalidad budista venía muy bien a los aparatos productivistas de países como China, Japón, etc. porque los obreros tragaban todo, eran tan asertivos...¿Sería verdad?
Buen reposo.
Me gusta la sentencia de Gautama. Poseer únicamente la acción realizada entraña tanto la tragedia del vivir con el morir como la bendición de saber que no hay nada más que poseer. El ser que lo asume es libre. Aunque asumirlo deje plena constancia de la tragedia que, para el cuerpo, significa esa libertad.
ResponderEliminarQuizá no debiéramos agrupar la vida entre sustantivos. Quizá su lugar esté entre los verbos. Como la gaviota se sujeta al cielo. Imposible permanecer sin una brisa, sin un aleteo. Estamos constituidos por miríadas de vidas diligentes. Somos pues la emergencia de una simbiosis.
ResponderEliminarSomos también constituyentes, individualidad de una insignificancia, invisible a la escala de un planeta. Pero ya no nos recordamos viento, catarata o gacela. Nos da miedo ser nada cuando estamos abocados a ser todo.
RAB. Las sentencias de la tradición oral de Oriente, sean o no hijas de un sólo personaje, cosa que dudo, poseen la sabiduría empírica de quien entiende al ser como parte de la naturaleza. De ahí que las reflexiones -meditaciones- sean tranquilas, profundas, como un ejercicio de respiración en lo más hondo del corazón del pensamiento humano. La clave está en asumir nuestra libertad. O bien ésta es derivada de una asunción de nuestras conductas. Y el espíritu de superación, transformador, nos persigue.
ResponderEliminarCamino a Gaia. Me gusta esa idea de que somos simbiosis, y además continuamente emergente. Pero compleja y, por lo tanto, inacabada, inconsecuente y defectuosa. Mucho más que en otras especies, me da la impresión.
ResponderEliminarTu frase: Nos da miedo ser nada cuando estamos abocados a ser todo, expresa de modo magnífico y con una capacidad de síntesis enorme el asunto de la vida y cómo la digerimos los humanos. Tal vez es el drama por excelencia. Vivimos tras tantas ansias, ilusiones, espejismos, posesiones, etc., que pensamos que estamos en eterna expansión. Nos cuesta aceptar el fin. En nuestro turbulento enredo no nos creemos que tras acumular tanta experiencia podamos acabar un día. Nos reconocemos en lo subsidiario e ignoramos lo fundamental, nuestro conocimiento interior.