Sientes la vida como tensión. Te debates entre lo magmático y los agentes externos que te acechan. Desde que abandonaste el pecho de tu madre, todo resultó siempre más agrio. Entonces llegó lo inesperado. El ensueño, la imaginación, lo recóndito. Extrañas zonas donde veías con luz propia, aunque el paisaje te fuera reservado solo para ti. Aunque no sirviera inmediatamente a lo que otros esperaban de ti. En definitiva, una reconversión a tus límites de lo posible. Conducir lo que se movía en tu entorno a un mundo donde te afectara menos. No fue fácil. Antes tuviste que decir sí muchas veces. Aunque no supieras por qué, simplemente porque te obligaban a decir sí. Porque era el precio de sentirte integrado, admitido, protegido. Pero sabes muy bien que nunca dijiste sí definitivamente. Cuanto más decías sí, cuanto más repetías lo que otros deseaban escuchar, menos te lo creías. Siempre había un cuarto pequeño que fuiste levantando en el solar de tu vida, y que creció. El corpus de pensamientos, creencias, pautas y reglas varias que se tejieron en torno tuyo te fueron siempre ajenos en el fondo. Entonces te parecían tuyos, porque de no haberlos aceptado hubieras sufrido más castigo. O porque no tenías otras referencias. Tenías que asegurarte que eras alguien en medio del ruido de los otros. Pero el yo no perdona. Tenías que despedazarlos. Y salir de ti. Salir de la ciudad cercada que prepararon otros para ti. Un aprisco, sin duda. Balaste muchas veces, rugiste las menos. Tenías que saltar. Ser otra especie dentro de ti. Largo camino. Y nada era premeditado ni analítico. Fue formidable. Descubrir en ti el valor de la intuición, la fuerza de las sensaciones, el riesgo de saltar sin saber dónde ibas a caer. Canalizar sendas resistentes, donde a veces corrías, a veces tanteabas, a veces tropezabas. Renacías sobre ti. Tus mundos concéntricos te proyectaban a la superficie, y entonces respirabas. Nada era liberador del todo, pero también creías en aquella manera de liberarte. Todo se hace sobre sí mismo. Todo se anda y se desanda. Caes y te elevas. Cuando crees sentirte en armonía, algo se tambalea. Cuando te parece que te desplomas, surge una encarnación de tu fuerza íntima y se expresa con pensamiento y voluntad. Van ligados, no se saben el uno sin el otro. Das un valor muy físico al pensamiento. No lo sacralizas. Desde que aprendiste a dudar como método no te es sagrado, mas sí vital. Es tu herramienta y tu objeto realizado. Son tus pies para subir la cuesta. Algo habrá detrás que merezca ser alcanzado. Y ahora lees un párrafo como el que sigue y sientes alivio. No eres el único. Josep Ramoneda dice en su interesantísimo y reciente libro Contra la indiferencia…
El individuo capaz de pensar y decidir por sí mismo es el sujeto adulto que no acepta las ideas recibidas como verdades inexorables y que sabe perfectamente que compartir un prejuicio sólo puede ser una opción provisional y con conciencia de ello. Frente a la sociedad de los creyentes, de los que aceptan acríticamente los relatos que se les ofrece, la sociedad de los espíritus libres que discuten y construyen proyectos y que saben que la forma más persistente del mal es el abuso de poder.
(Fotografía de Bill Brandt)
El individuo capaz de pensar y decidir por sí mismo es el sujeto adulto que no acepta las ideas recibidas como verdades inexorables y que sabe perfectamente que compartir un prejuicio sólo puede ser una opción provisional y con conciencia de ello. Frente a la sociedad de los creyentes, de los que aceptan acríticamente los relatos que se les ofrece, la sociedad de los espíritus libres que discuten y construyen proyectos y que saben que la forma más persistente del mal es el abuso de poder.
(Fotografía de Bill Brandt)
Dificil el sendero de la duda hacia el libre pensamiento pero es el único camino a la autorrealización.
ResponderEliminarAprecio el encuentro en el camino.
Un abrazo
Difícil y esforzado. Pero es el único camino. Y el que te permite elegir con libertad y aproximación la compañía.
ResponderEliminarYo también aprecio el encuentro/ los encuentros.
Salud y sin vender primogenituras.
Siento cada palabra que escribes, pero en esos senderos también hay angustia, pánico a veces desatado. En ocasiones, la mente, ¿o será el cuerpo el que se revela?, nos juega malas pasadas. Pero sí, un sujeto libre sólo puede serlo cuando vive y piensa de acuerdo consigo mismo.
ResponderEliminarUn abrazo
voy a decir una cosa y a lo mejor meto la pata hasta el fondo, pero me parece que si lo que ha escrito Ramoneda es lo que está en cursiva, ¡¡lástima de recursos para publicar semejante retahila de obviedades, de lugares comunes,en contraste según me parece con lo que has escrito tú, Fackel, y que titulas Revolutum, porque esa serie de pensamientos, eso sí son pensamientos, extractos, y hasta conclusiones, tienen vida propia, y no el parrafito que has elegido para "corroborar"; tu decir es tuyo y en mi opinión más interesante y revelador que las "muletillas" de Ramoneda.
ResponderEliminarcordial saludo
k
Diría que el orden social es Dios, nuestro guía, nuestra salvación, pero....lleva años darse cuenta de que no es así, romper las creencias es la llave y la fuerza impulsora es el espíritu libre de cada uno.
ResponderEliminarBienvenidos los "estigmas de Caín".
un abrazo, la Luna sube, sube y nosotros con ella.
Buena definición del sujeto libre, Ataúlfa. Un estado que no concluye nunca. Tal como esa cuesta empedrada, sin saber lo que hay más allá, sintiendo que el esfuerzo te agota, pero que a su vez apoyas los pies en el suelo.
ResponderEliminarEl cuerpo se rebela y se revela. Rebeliones conducen a revelaciones y viceversa. La mente es él.
Buena noche calma.
Karmen. Pues me vino a pelo el parrafito -era más largo- de Ramoneda, porque justo leo ese libro estos días, a salto de mata. Y a veces lo más casual te brinda una reflexión y si algo tienen mis meditaciones o puntos de vista, independientemente de que sean acertadas oa no, es que son muy sensoriales y espontáneas. Es como si de pronto escarbara bajo mi piel, donde todo permanece escrito y casi olvidado.
ResponderEliminarMe estimula tu comentario, pero créeme que otorgo valor a las opiniones de Ramoneda, por algunas cosas suyas que he leído hasta ahora.
Un saludo fuerte.
Tula, es muy antiguo eso de Dios como representación del Orden Social. Es esa tradición nebulosa y malsana que le impregnó a uno la que ha tenido que ser rascada para hallar la tierra prometida que es -debe ser- uno mismo. Y en eso estamos, aunque uno sepa que jamás tocará del todo, ni por el forro.
ResponderEliminarVigilancia y prudencia.
Me gusta ese juego de palabras que has hecho con mi lapsus disléxico; últimamente ando torpe con los teclados. Pero es así, como tú dices.
ResponderEliminarIntentaré obtener la calma durante la noche, calma, por el momento, impostada.
Buenas noches
Fackel:
ResponderEliminar"Dar un valor físico al pensamiento".
Esto me parece muy valioso, Fackel, como otras muchas cosas que dices en esta entrada. Lo suturo con el siguiente párrafo que me está obsesionado estos días (que me asedia más bien: je suis hanté):
"La inmovilidad, el animal a la defensiva, esperando el golpe o el sentido, el nuevo sentido que siempre es un golpe, un impacto en lo antiguo, una deformación que sigue al impacto. Ver; ver cómo encajaremos en esa huella, en lo cóncavo, cómo adaptaremos el instinto a aquella nueva complexión metálica, a los pliegues que se han formado en la superficie, a las grietas interiores, las fisuras, las rozaduras del engranaje. Entre metal y carne, porque nuestro mundo se hace con el cuerpo entre las cosas".
(Filosofía en los días críticos)
Ataúlfa. No te preocupes por la torpeza en los teclados. Es peor la conceptual.
ResponderEliminarAdelante.
En efecto, Stalker, es nuestro roce, nuestra tajadura y nuestra abertura en canal la que hace el mundo y nos hace a nosotros, en una interrelación que nos pilla siempre en medio, en medio o al borde, y siempre dejando heridas.
ResponderEliminarSalud, hermano.