Me he dejado caer en un rincón de la habitación. Tengo entre mis manos el papel del comunicado extraño que yo también he recibido, pero no me siento confuso. También tengo a mi lado un libro de poemas de Gherasim Luca. Una frase vieja aparece y ronda mi mente. Creo que, por fin, alguien me entiende, dice. ¿Por qué irrumpe ahora dentro de mí un eslogan ya olvidado y, sobre todo, hartamente superado? Esa coletilla tan púber se había extraviado del todo con el envejecimiento celular. Ya lo hizo hace mucho tiempo, justo cuando elegí vivir en territorios no cerrados. Cuando me convencí a mi mismo de que nadie tenía por qué entenderme. De que mis desentendimientos no debían trasladarse a otras personas. Algo así como esta actitud de ahora mismo de sentarme en un rincón. Ese anónimo y fantasioso comunicado, leído y releído hasta la saciedad. Ese libro del poeta rumano avistado también entre líneas, sobre ellas y a través de ellas, con el pensamiento y con la rabia, con la imaginación y con la sospecha, con la duda y con el delirio. Sorpresa, inquietud. Cuando algo me sorprende busco el suelo. Sentarme, tirarme a lo largo de mí. Una necesidad por sentirlo muy cerca y, si el maderamen está cálido, que frote mi desnudez. Para leer atento o pensar concentradamente es preciso un método. He aquí el mío. Primero, percibir el suelo, establecer un vínculo táctil con él. Segundo, sentir el respaldo de la pared, engancharme a ella. Pero no de cualquier parte de la pared. Del rincón. El rincón es la manera coloquial de definir el ángulo de una habitación. Es curioso. Apoyarse en un ángulo no es cómodo, pero tampoco un ejercicio que no se pueda salvar. Allá atrás, cuando el mundo circundante me parecía alto, profundo y muy lento, me gustaba sentarme en el suelo y buscaba la protección del ángulo de una estancia. Un ángulo siempre se me antojó una forma peculiar del espacio. Mucho más abierta que el lienzo de pared. Mucho más sinuoso que un techo. Mucho más protector que el piso. El ángulo del cuarto podía graduarse con la luz. Si quería leer, abría el cuarterón de la ventana. Si querían pensar y ofuscarme, me recogía en las tinieblas cómplices. Cuando me castigaban en clase enviándome a un rincón me estaban haciendo un favor inmenso. Ni la severidad del profesor ni las risas más o menos contenidas de los compañeros me distraían de otra perspectiva. Más bien me sentía aliviado y alejado de una atención incómoda que sólo mi silencio y una gradual ausencia procuraban con éxito. Llámese huída, llámese apartamiento, llámese autodefensa, el rincón era mi aliado. Nadie me podía oir pero yo hablaba, calmo y susurrante, con aquella línea impecable e ilimitada que parecía unir dos paredes, si bien en realidad las separaba. Las abría, las proyectaba. Y yo entraba por aquella fisura que se ahondaba infinitamente. Hasta desaparecer tras ella.
(De El Inventor del Amor me llama la atención mucha de su revuelta metralla, y de pronto surge ésta que me deja atónito:
La coexistencia del banquero y el poeta
ha dejado de ser contradictoria
y muy dudosa se me presenta
la idea de ponerse del lado del poeta
En este mundo de antinomias simultáneas
dominantes, tiránicas
que conservo en torno a mí
el poeta más iluminado
me parece una excrecencia
tan purulenta
como el banquero más codicioso)
(Montaje fotográfico de Jorge Molder)
(De El Inventor del Amor me llama la atención mucha de su revuelta metralla, y de pronto surge ésta que me deja atónito:
La coexistencia del banquero y el poeta
ha dejado de ser contradictoria
y muy dudosa se me presenta
la idea de ponerse del lado del poeta
En este mundo de antinomias simultáneas
dominantes, tiránicas
que conservo en torno a mí
el poeta más iluminado
me parece una excrecencia
tan purulenta
como el banquero más codicioso)
(Montaje fotográfico de Jorge Molder)
A veces, Fackel, las coincidencias contigo me dejan de una pieza. Desde que tengo mis primeros recuerdos, a los 3 años, hasta el momento presente, si algo me entristece tanto que que el alma se escapa y el corazón me late con fuerza, voy corriendo a sentarme de cuclillas en el rincón de la habitación. Y así me hago diminuta y el alma vuelve a mí y el corazón bombea de forma natural.
ResponderEliminarPor otro lado, el poema que presentas me da a mí mucho que pensar, pues parece que ambos extremos pretendan conseguir un poder por encima del otro. La ironía es rotunda al denominar al poeta como "excrecencia purulenta". La lucha de contrarios es más fuerte que nunca, eh mon amie?
Abrazos anonadados
Fackel:
ResponderEliminarcada vez me gusta más la insumisa precisión que alcanzan tus textos.
El poema de Luca es espléndido, y está en sintonía con mis propias y radicales ideas sobre poesía. El poeta más iluminaddo sería Valente, Jabès, y todos los que han construido (o más bien continuado) un campo retórico trascendente. Para Luca son comerciantes, tan despreciables como un banquero. Luca se atreve a decir lo que nadie dice, y lo hace con una mala hostia admirable y muy de agradecer.
Quien trafica con conceptos, con abstracciones, con ultimidades, es tan mercader como quien lo hace con dinero. Es peor aún el poeta: porque es más hipócrita y lo que hace en realidad es mercantilizar el "alma", comerciar con las emociones y anestesiarnos (amonedarnos) en conceptos fuertes, prescindiendo de cualquier temblor de la lengua que podría asediarlos.
En fin, bravo por tu texto y bravo por Gerashim Luca, ese "insigne tartamudo"
Desde el rincón desde el ángulo desde la fisura, anhelo la esfera. Si tiene luz, mejor.
ResponderEliminarBueno, Ataúlfa, supongo que esa práctica que cuento y que también se halla en tu haber será un ejercicio de más gente. Hay muchos tics, resortes o comportamientos en nuestra intimidad, procedente de lejanos tiempos de nuestra vida, que seguimos reproduciendo porque nos dan seguridad, calma o placer.
ResponderEliminarEl poema de Luca es más bien un trozo de su largo poema titulado El Inventor del Amor. No es un texto fácil, formalmente un tanto surrealista en ocasiones, y que te hace crecer un desasosiego y una turbación que juega con el lector o al despiste o la revisión de los propios conceptos. Es brutal, anticanon, contramoral. No acabo de digerirlo y muchas zonas del mismo me resultan oscuras. Pero no sé qué tiene que tira de uno como un imán.
Buena noche.
Compañero Stalker. No sé muy bien cómo interpretar eso de la insumisa precisión, pero respeto las percepciones del otro. Nunca sabemos si somos lo que damos y hacemos o la manera como nos reciben y nos acogen (o rechazan) los demás.
ResponderEliminarComparto tus criterios sobre la inmoral mercantilización de los conceptos, de las palabras y de la traición de los sentimientos. Llamémoslo claro. Hay una prostitución obvia, no sólo en el mundo poético sino en el narrativo, que vive en función de su proyeccción de ventas, y de lo cual resulta lo más evidente y degenerado eso llamado Premios (pon los apellidos que desees)
Hay que seguir leyendo y redescubriendo los buenos poetas, los de antes de existir premios y ventas al por mayor. Nunca defraudan, y mira que hay.
Luca, ese insigne esquizofrénico tal vez y desde luego recurrente suicida, hasta que lo logró.
Un abrazo.
Bien, Rat. Parece que lo tienes claro. Hasta formalmente (has prescindido de comas en la frase del anhelo, lo cual funde los tres elementos conceptuales en uno solo) Si la esfera es el mundo, si es nuestro movimiento, si es tu propio ciclo vital, no dudes que no le faltará luz. Nunca permanecemos ni en el mismo ángulo ni en el mismo rincón ni en la misma fisura. Y ese desplazamiento es el que nos dice precisamente de nosotros mismos.
ResponderEliminarUn beso.
El suelo es lo más cercano, es Gaia y ésta siempre acoge. El rincón, la esquina, es la cueva o matrix de Gaia, siempre volvemos ella.
ResponderEliminarLa prostitución se ha aposentado en todos los campos del saber o conocer del hombre, todo vale, el becerro de oro-dinero es un hecho....
La Luna cae y yo con ella.
Un abrazo y un beso. (rompiendo la linealidad)
Fackel:
ResponderEliminarpor precisión insumisa entiendo una escritura que no se pliega a ningún molde reconocible, que no se deja encorsetar en modo alguno. De ahí la insumisión, en la forma. La insumisión en los contenidos es, por otra parte, pública y notoria...
salute
Veo que bebes intensamente en Lovelock, Tula. En efecto, todo son metáforas o reflejos de lo mismo.
ResponderEliminarRespecto a lo de la prostitución. Yo a veces tenía problemas cuando me enfrentaba con compañeros de trabajo en las circunstancias de algún conflicto de empresa, porque la metáfora no-metáfora me salía: somos prostitutas, vendemos nuestra fuerza de trabajo, les decía. ¿Maximalismo radical? ¿No respetaba el orden establecido de las palabras? Porque también hay una dictadura de las palabras. Aquella que sólo quiere que se reserven para lo socialmente aceptado y normal.
Cuidarse de los peligros, ya sabes, los listrígones y demás.
Stalker. Hoy me he mirado al espejo y me he dicho: fulano, eres un insumiso, a tu edad eres aún un insumiso. Sí, tienes razón, no me someto siquiera del todo a mi mismo.
ResponderEliminarCaminar, pues.