Hoy quiero que mi boca sienta la acidez exquisita de la fruta. Que mis dedos acaricien su terciopelo. Que mis labios se impregnen de la pelusa. Que mis ojos se deslumbren con el colorido. Que mi mente se recree en sus formas carnosas. Cada pieza encaja en mis manos y las agiganta. Detrás, los recuerdos me empujan a un balcón lejano. Vuelven voces y risas. Y los manteles blancos. Y la mujer apoyada en la barandilla. Vuelve su tiempo por un instante. Ya no.
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Somos sensaciones.Un beso
ResponderEliminarY mañana puedes hacer dulce de membrillo.
ResponderEliminarDestellos.
ResponderEliminarAquel tiempo revoloteando con el color de los membrillos.
Ya no? Seguro?
Mmm...
No sé, no sé; creo que al año que viene... volverá!
Besos, hermano Fackel.
Bienvenida, Firoella. Pues sí. Pero si no lo somos del todo, nos aproximamos. O al menos las llevamos pegadas a la piel de la memoria.
ResponderEliminarClaro, Rat, ya lo había pensado. Pero son tan bonitos que prefiero perdonarles la vida y tenerlos a la vista. Después de todo, uno ya ha comido todo el dulce de membrillo del mundo.
ResponderEliminarSeguro, no, Saga. Nada hay seguro en terrenos de recuerdos y sensaciones. Y la melancolía circunstancial de la luz cambiante y del olor diferente del paisaje -otros lo llaman otoño- nos vuelve más inseguros todavía.
ResponderEliminarSalud y carpe autumnus!